Voy a partir de esta hipótesis:
Pablo Iglesias el Joven quiere sinceramente un gobierno de izquierdas. De
entrada no soy quién para dudar de su intención e interés. Aparco, pues, mi
natural inclinación a la desconfianza. Ahora bien, es de cajón que si se quiere
llegar a un acuerdo debe existir una vinculación entre los medios y el objetivo
en cuestión. En este caso hablaremos de uno de los medios, la retórica, y la
consecución del pacto que se propone. Lo que vale, por ejemplo, también para
llegar a un acuerdo de un convenio colectivo.
Premisa. Ciertamente sabemos que
no son pocos los que están conformes con su insulto y en contra de ser
insultado. O lo que es lo mismo: siempre se está presto al exceso verbal propio
y, por el contrario, se tiene la piel muy fina cuando se es insultado. Mi
insulto, así pues, tendría una justificación que yo legitimo; pero si yo –o mis
parciales-- recibo la invectiva me pongo
en jarras y, desde mi auto referencialidad, monto la escandalera. Diremos que
en uno u otro caso hay una desproporción cierta que, además, es la consecuencia
de posturas dogmáticas ya sean sobrevenidas o de añeja biografía. No creo que esa
logomaquia sea útil ni en caso de, metafóricamente hablando, guerra total. Por
lo que, cuando se reclama un acuerdo, la retórica (que, ciertamente, no debe
ser tampoco un lenguaje versallesco) debe y tiene que estar vinculada al
objetivo que se dice perseguir. Como imperativo de la razón pragmática en tanto
que mecanismo útil. ¿Qué le dirían los trabajadores a un sindicalista que, negociando
un convenio y exigiendo el acuerdo dijera al empresario que sus manos están
manchadas con la sangre de Salvador Seguí,
el Noi del Sucre? ¿Facilitaría el acuerdo colectivo esa referencia histórica?
El sindicalista de marras tal vez pudiera dormir satisfecho, pero sus
representados estarían intranquilos.
Pablo Iglesias el Joven es
indudable que se siente vejado y tal vez tenga motivos. Pero lo cierto es que –ya
hemos dicho que en principio no dudamos de su sinceridad a la hora de demandar
el pacto de gobierno de izquierdas-- ha
puesto un mecanismo retórico de alta tensión: su referencia a la "cal viva" de Felipe
González. Me permito una impresión: cuando Iglesias se refirió a ello, pude ver
la sorpresa de un Errejón que parecía no estar satisfecho de ello. Es como si
pensara “más sutileza, Pablo, más sutileza”. Son las cosas del lenguaje
corporal.
Dice la física cuántica que las
partículas pueden estar simultáneamente en diversos puntos en un mismo
instante. Doctores tiene esa disciplina. Pero, en sentido contrario, nos
atrevemos a decir que si, mientras persigues un objetivo usas unos medios
contrarios a ello, te quedas como aquel gallo de Morón: sin plumas y
cacareando. La historia nos aclara aquel sucedido: allá por el año
1.500 se dividieron en dos bandos los vecinos de Morón; se enardecieron los
ánimos y libraron verdaderas batallas. La Cancillería de Granada –una ciudad
que está cerca de Santa Fe-- envió un juez con fama de matón para poner
orden, que repetía siempre «donde canta este gallo no canta otro». Los
moronenses, cansados de sus bravatas, se pusieron de acuerdo y después de
dejarlo completamente desnudo lo apalearon.
En suma, Iglesias se habrá quedado
descansado, pero algunos hemos visto que se aleja la posibilidad de un gobierno
de izquierdas.
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