Primer tranquillo
Dispensen ustedes mis rarezas y,
especialmente, la que expongo a continuación: yo no considero que se haya
hablado todavía de la corrupción en España. Así se lo manifesté a un conocido
en la amigable barra de una taberna pueblerina. Mi interlocutor puso sus cejas
como acentos circunflejos y me dijo si no sería otra de mis ocurrencias. Y,
como Pereira, sostuve
mi tesis. Que es la que comento a continuación.
Ciertamente, se ha hablado –y
mucho-- de los corruptos. Sin ir más lejos ayer mismo los medios difundían
amplios fragmentos con la infanta Cristina en el banquillo de los acusados que, como un diría un
castizo, lucía su ignorancia sobrevenida
urbi et orbe. Sin embargo, este momento estelar no contradice mi
parecer. Sostengo, pues, mi planteamiento: todavía no hemos hablado sobre la
corrupción en España. Lo que sí se ha hablado es de los corruptos. Es decir, de
una parte de la corrupción. Pues es sabido que en ella intervienen dos operadores: los corruptores y los
corruptos. De estos últimos no se para de hablar. Pero sobre los corruptores se
exhibe una discreción que parece sospechosamente interesada.
En resumidas cuentas, esa
situación –ese silencio organizado--
recuerda un tanto a Rebeca, el famoso film de Sir Alfred. En esta
película el maestro Hitchcock
mueve una constelación de personajes que
se refieren a Rebeca, a la que no tenemos el gusto de ver en la pantalla.
Cuando se estrenó en Santa Fe esta película
algunos nos preguntamos cuándo iba a salir la tal Rebeca en la pantalla. Y al
final de la proyección nos fuimos a la cabina a pedirle explicaciones a Maroto,
el proyectista. Moraleja: si en el análisis de la corrupción no salen los
corruptores estamos obviando una parte substancial del problema. Es como si en
una función de El Barbero de Sevilla no
hubiera interés en que apareciera Fígaro, el sedicente «factotum della città».
Segundo tranquillo
Algunas fuerzas políticas –ya
saben ustedes que no todas-- han
programado diversas medidas contra la corrupción. Sin embargo, tengo para mí
que todavía la cosa sigue planteada de manera reduccionista, pues poco se dice
de Rebeca—corruptor. Todavía en ese Hamlet no aparece el Príncipe de Dinamarca.
Así pues, algo seguirá oliendo mal en Dinamarca.
Permítanme una referencia
personal en todo esto. Cuando Pasqual Maragall
era presidente de la Generalitat de Catalunya creó una comisión para analizar
la corrupción y proponer medidas eficaces contra corruptores y corruptos. La
presidía la venerable figura de Anton Cañellas,
ya octogenario. En dicho grupo de trabajo, designado por el consejero Josep Maria Vallès, figurábamos el notario Juan José López
Burniol, Lali Vintró, Manuel Ballbé, Helena
Guardans, un servidor y –perdonen mi flaca memoria-- un elenco de catedráticos y expertos de
diversas disciplinas que ahora mismo no recuerdo. Tras seis meses de sesiones,
una por semana, elaboramos un documento que finalmente redactó con precisión López
Burniol.
Lo que viene a cuento para
decirle a los legisladores: «Oigan, ahí tienen un material lo suficientemente
sólido para que lo tengan en cuenta». Ahí aparecen Rebeca y Fígaro. Y para que
no se diga, les aclaro que lo tienen a su disposición en http://governacio.gencat.cat/web/.content/funcio_publica/documents/estudis/arxius/doc_83851192_1.pdf.
Después de lo escrito. La comisión
que redactó el informe estaba compuesta por President: Anton Cañellas i
Balcells. Vocals: Manuel Ballbé i Mallol, Joan Cals i Güell, Helena Guardans i
Cambó, Pere L. Huguet i Tous, José Luis López Bulla, Juan José López Burniol,
Josep Mir i Bagó, Amadeu Petitbó i Juan, Jordi Porta i Ribalta, Eulàlia Vintró
i Castells. Secretari del Grup de Treball: Pere Almeda i Samaranch.
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