Antonio
Gramsci escribió un agudo ensayo, La
formación de los intelectuales que todavía no ha envejecido. No estaría mal que se siguieran las pistas
que señala nuestro amigo italiano para conocer cuál es el origen de «la
formación de los políticos» españoles. De
llegarse a unas conclusiones medianamente serias podríamos explicarnos no pocas
cosas de la calidad de la política en nuestro país así de la derecha como de
las izquierdas.
Entiendo que hubo un momento que pudo ser la
ocasión para abrir esa investigación. Fue cuando la condesa consorte de Bornos,
doña Esperanza Aguirre, dijo no conocer a Sara Mago (sic). La entonces
presidenta del Senado apareció como una indocumentada y, desgraciadamente, sólo
provocó con su respuesta los celebrados chascarrillos de los mentideros
políticos e intelectuales.
Pues bien, las respuestas de Mariano Rajoy, el
Empecinado Chico, y otros exponentes de las derechas españolas ante cualquier
situación explican en parte la cutrez intelectual de nuestras élites
dirigentes. La última ha sido: Zapatero es el responsable de la derrota de la
candidatura olímpica de Madrid. Es claro que la matriz de esta cuña de
agitación y propaganda busca una cierta verosimilitud en la credibilidad de la
zoología de las derechas españolas. Ya lo dijo aquel perillán de Lope de Vega: «porque, como las paga el vulgo [las comedias], es justo;
hablarle en necio para darle gusto».
Pero ello no desmiente la ausencia de fundamento
intelectual de la respuesta (de ésta o de cualquier otra) de Rajoy y sus
mesnaderos.
Por lo general se trata de una red de familias
endogámicas que han hecho de la política una profesión al margen de las
disciplinas académicas y, peor todavía, de las cosas de la vida. Se subieron al
coche oficial todavía barbilampiños y, ya cuarentones o cincuentones, disponen
sólo de lo que podríamos llamar cultura de reunión, formación de conciliábulo,
ahítos de figuras retóricas que diseñan los escribas sentados con unas
competencias no menos dudosas que aquellos a quienes aconsejan. Nada que ver
con la potencia intelectual (se estuviera de acuerdo o no con ellos) de gentes
ilustradas como Pere Duran Farell (el gran capitán de industria) y Enrique
Fuentes Quintana, por poner dos casos. Más todavía, dos personalidades de la
derecha ilustrada, pactista y con un proyecto de modernización del país. Este
no es el caso de la actual derecha española (tampoco la catalana).
Llamo la atención, sobre lo que estamos tratando,
del artículo del profesor Antón Costas en las páginas sepia de El País: La
renuncia de las élites a liderar la modernización. De ellos, de estas élites, se podría decir lo
que dejó sentado el más famoso orador ateniense sobre las clases dirigentes de
su época: «algunos de los cuales de pobres que eran se han vuelto ricos, otros
de desconocidos han pasado a notables, otros se han hecho construir casas
particulares más imponentes que los edificios públicos y cuanto más se ha
empequeñecido la fortuna de la ciudad, tanto más se ha acrecentado la de
éstos». Así habló Demóstenes en su
Olintíaco Tercero (Discursos políticos, Gredos 1980).
En resumidas cuentas, estas élites son un mecanismo
de freno para cualquier proyecto de reforma y puesta al día de nuestro país. De
donde infiero que no habrá la necesaria puesta al día mientras las actuales élites
sigan en el Palacio, esto es, en aquel palazzo del que habló largo y tendido
Pier Paolo Pasolini. El único proyecto de estas élites iletradas es la
continuación de la «disciplina que imponen los mercados internacionales», que
fue el elegido en su día, como sostiene el mencionado profesor Antón Costas.
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