Homenaje a
Fermín Salvochea
Amigos de
ambas riberas del Ebro famoso me preguntan cómo acabará «lo» de Cataluña. Ignoro
los motivos que tienen para hacerme tamaña provocación, aunque tal vez barrunto
que lo hacen a sabiendas de mi carácter entrometido. Hablemos con frialdad.
Primero. En
Cataluña existe una activa participación ciudadana que se expresa abiertamente (unos
al margen de los partidos políticos, otros en concordancia con ellos) por la
independencia. En sentido contrario, existe otra cantidad de gentes (me refiero
al común de los peatones de la sociedad catalana) que hasta ahora no se ha
pronunciado. En todo caso, hay algo claro: la iniciativa política está en manos
de los primeros.
Segundo.
Guste o no guste, las cosas están así: aunque necesiten más consenso de masas,
los independentistas ya no necesitan persuadir a sus correligionarios para
concretar la independencia. Sin embargo, a los llamados indecisos tienen que
persuadirlos de que el gran cambio es mejor y para mejor en el sentido material
de las cosas. Cosa que vale por igual para los que no somos independentistas. Así
pues, es en el terreno de la «utilidad» donde se jugará la partida.
Ahora bien,
veo una asimetría en lo siguiente: el factor sentimental juega más a favor de
los independentistas que de los segundos. Más todavía, los primeros cuentan con
que el piquete electrónico de las cavernas centralistas y de los que se
enroquen en una solución racional incremente el fervor independentista. Lo que
va en grave detrimento de las posiciones de quienes no lo somos.
Tercero. Insisto:
la clave del problema está en la utilidad que demuestren unos u otros. Lo que
viene a cuento de la necesidad de un proyecto federal de masas en Cataluña y
España capaz de demostrar la mencionada utilidad. En fin, un proyecto digno de
ese nombre, justamente lo contrario de un zurcido.
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