lunes, 29 de abril de 2013

EL DESAFÍO DE ESTE PRIMERO DE MAYO


Mariano Rajoy pidió ayer en Granada «paciencia». A continuación vino a decir que el gobierno está haciendo lo que tiene que hacer. Tres días antes la Encuesta de población activa (Epa) registraba la descomunal cifra de personas en desempleo: 6.202.700. En resumidas cuentas, la propuesta gubernamental no es otra que una llamada a la paciencia de los españoles. Así las cosas, la situación está de la siguiente manera, dicha esquemáticamente: Rajoy externaliza sus responsabilidades a la «paciencia» de la gente, pero ésta no sólo no admite que ahí esté la solución sino que –rechazando de plano esta obsceno planteamiento— sigue activamente en la calle: sin ir más lejos ayer mismo en Barcelona en pleno itinerario mutitudinario hacia el Primero de Mayo. O, lo que es lo mismo, de una parte, el aparato político-institucional que ensalza las calamidades que provoca y, de otra parte, un constante movimiento popular –donde el sindicalismo confederal está jugando un papel relevante— que urge un cambio radical del escenario: un cambio radical, digo, en la cuestión económica, pero todavía no lo suficientemente explícito en el terreno político. Parodiando a Gramsci, «en ese claroscuro crecen los monstruos».

Entiendo, en todo caso, que quienes se confrontan con las medidas económicas y antisociales necesitan al menos lo siguiente: 1) una participación mayor de la ciudadanía,  2) una relación explícita con las izquierdas políticas y 3) la explicitación de un programa que sea un común denominador. Porque cada cual por su lado –movimientos por una acera y las izquierdas políticas por otra--  no entran de lleno en el problema político de fondo que tenemos: la dificultad de desalojar a ese grupo heterogéneo (derechas rancias, neoliberales de nuevo cuño, populistas viejos y nuevos, apostólicos con o sin sotana, cofradías de caspa y brillantina) que es el Partido Popular. Y no entran de lleno porque, dicho con trazos de brocha gorda, los movimientos cultivan en la práctica una notable desconfianza de la política. Por otra parte, la izquierda mayoritaria no acaba de ser vista con la suficiente mordiente (de compromiso y acción práctica), mientras que la minoritaria –incluso en esta situación--  no recibe los suficientes apoyos para coadyuvar al desalojo. Es un «claroscuro» para que los monstruos sigan desarbolando derechos y empobreciendo a amplísimos sectores de la población.

Si esta dicotomía se mantiene no está descartado el pudrimiento de la situación. Así es que, tengo para mí, que este Primero de Mayo debería ser un punto de inflexión de las relaciones entre los movimientos sociales y las izquierdas políticas. Los movimientos desde su propio carácter reivindicativo; las izquierdas políticas sin pretender que aquellos sean su «fiel infantería», ni tampoco la intendencia. 

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