Mariano
Rajoy pidió ayer en Granada «paciencia». A continuación vino a decir que el
gobierno está haciendo lo que tiene que hacer. Tres días antes la Encuesta de población
activa (Epa) registraba la descomunal cifra de personas en desempleo:
6.202.700. En resumidas cuentas, la propuesta gubernamental no es otra que una
llamada a la paciencia de los españoles. Así las cosas, la situación está de la
siguiente manera, dicha esquemáticamente: Rajoy externaliza sus
responsabilidades a la «paciencia» de la gente, pero ésta no sólo no admite que
ahí esté la solución sino que –rechazando de plano esta obsceno planteamiento—
sigue activamente en la calle: sin ir más lejos ayer mismo en Barcelona en
pleno itinerario mutitudinario hacia el Primero de Mayo. O, lo que es lo mismo,
de una parte, el aparato político-institucional que ensalza las calamidades que
provoca y, de otra parte, un constante movimiento popular –donde el
sindicalismo confederal está jugando un papel relevante— que urge un cambio
radical del escenario: un cambio radical, digo, en la cuestión económica, pero
todavía no lo suficientemente explícito en el terreno político. Parodiando a
Gramsci, «en ese claroscuro crecen los monstruos».
Entiendo,
en todo caso, que quienes se confrontan con las medidas económicas y
antisociales necesitan al menos lo siguiente: 1) una participación mayor de la
ciudadanía, 2) una relación explícita
con las izquierdas políticas y 3) la explicitación de un programa que sea un común
denominador. Porque cada cual por su lado –movimientos por una acera y las
izquierdas políticas por otra-- no
entran de lleno en el problema político de fondo que tenemos: la dificultad de
desalojar a ese grupo heterogéneo (derechas rancias, neoliberales de nuevo
cuño, populistas viejos y nuevos, apostólicos con o sin sotana, cofradías de
caspa y brillantina) que es el Partido Popular. Y no entran de lleno porque,
dicho con trazos de brocha gorda, los movimientos cultivan en la práctica una
notable desconfianza de la política. Por otra parte, la izquierda mayoritaria
no acaba de ser vista con la suficiente mordiente (de compromiso y acción
práctica), mientras que la minoritaria –incluso en esta situación-- no recibe los suficientes apoyos para coadyuvar
al desalojo. Es un «claroscuro» para que los monstruos sigan desarbolando
derechos y empobreciendo a amplísimos sectores de la población.
Si esta
dicotomía se mantiene no está descartado el pudrimiento de la situación. Así es
que, tengo para mí, que este Primero de Mayo debería ser un punto de inflexión
de las relaciones entre los movimientos sociales y las izquierdas políticas.
Los movimientos desde su propio carácter reivindicativo; las izquierdas
políticas sin pretender que aquellos sean su «fiel infantería», ni tampoco la intendencia.
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