Para la Revista Alternative per
il socialismo, Enero – febrero 2013 ,
que dirige mi amigo Fausto Bertinotti. Agradezco la cesión de esta foto al
compañero Dani Delgado.
José Luis López Bulla*
Hasta donde la memoria me alcanza no recuerdo un periodo
de movilizaciones tan sostenido como el que se está produciendo en España. Este
periodo ha tenido su momento culminante en la realización de la gran huelga
general, con el apoyo explícito de importantes sectores ciudadanos, del 25 de
Noviembre pasado.
Uno de los protagonistas más relevantes de esta presión
sostenida es el sindicalismo confederal (Comisiones Obreras y UGT). Grosso
modo, los rasgos que lo presiden son: 1) la dilatación en el tiempo, prácticamente
desde el principio de la crisis de todos los colectivos asalariados, del
trabajo autónomo y hasta de los sectores de la Judicatura ,
jueces y magistrados incluidos, que han ejercido su propio conflicto y apoyado
reiteradamente las huelgas generales de los dos últimos años; y 2) un proceso
unitario que va más allá de la tradicional unidad de acción. Se diría que mi
país vive una situación de emergencia social contra las políticas neoliberales
gestionadas políticamente, hoy, de una manera termidoriana criminalizando el
conflicto social con una dureza desconocida en la España democrática.
Esta situación de efervescencia social tiene, sin embargo, una
limitación: la ausencia, hoy por hoy, de una alternativa política; de ello se
hablará más adelante.
¿A qué se enfrenta este gigantesco proceso de protestas
obreras y populares? A la crisis económica que también en España está alcanzado
una situación devastadora; a la política de recortes generalizados e
indiscriminados (especialmente a los menos protegidos) en sectores tan
sensibles como la sanidad y la enseñanza; a la desforestación de derechos
sociales, cuyo paradigma es la sedicente reforma laboral; a los intentos de
privatizaciones generalizadas en sanidad y enseñanza; a los escándalos y
estafas financieras de las instituciones bancarias, que han significado una
ingente cantidad de recursos malgastados o desviados de lo público a lo
privado; a los centenares de miles de desahucios en los últimos años por la
crisis de las hipotecas de las viviendas; a la política represiva contra todo
lo que protesta y disiente en las calles de mi país.
1.— Esta protesta, por otra parte, ya no está circunscrita
a los grandes núcleos urbanos. Se ha ido extendiendo, como una mancha de
aceite, por toda la geografía hispana: de hecho, no quedan ciudades pequeñas y
alejadas de las capitales de provincia sin haber participado en esa oleada de
movilizaciones con manifestaciones populares y encierros (por ejemplo, de
ancianos setentones y ochentones) en defensa de los centros primarios de
sanidad o contra las estafas financieras. Novedad también en las vestimentas de
los manifestantes: los mineros con su blusas azul marino, la “marea verde” de
los enseñantes y la “marea blanca” de los profesionales de la salud; la “marea
negra” de los funcionarios públicos, la “marea naranja” de los empleados de los
servicios sociales y la “marea roja” de los trabajadores industriales, y así
sucesivamente. Con lo que cada manifestación es la apariencia de ser un
gigantesco arco iris.
El itinerario de esta presión sostenida ha conocido una
evolución muy novedosa. Hasta hace dos años las luchas sectoriales no tenían
relación las unas con las otras, ni todas en su conjunto con un objetivo
general.
Cada cual, por así decirlo, se enfrentaba a las decisiones
gubernamentales que les concernían. Pero gradualmente el sindicalismo
confederal ha sabido reconducir esa dispersión y, unificando los objetivos y
los conflictos, ha conseguido que todos los afluentes hayan desembocado en el
caudaloso gran río de la protesta popular. Fausto Bertinotti hubiera dicho de
todo ello que se trata de un movimiento
de movimientos; un
panorama absolutamente inédito en la España contemporánea. Como igualmente han
sido inéditas las nuevas formas de solidaridad que se vienen desarrollando en
los últimos tiempos: recibimientos masivos en todas las ciudades donde pasaban
las marchas de los mineros hacia Madrid; las de los enfermos con los sanitarios
(médicos, enfermeras y celadores) en defensa de la sanidad pública en Madrid;
las familias apoyando al profesorado; los vecinos impidiendo no pocos
desahucios. Un movimiento solidario de movimientos solidarios. Vale decir
que el sindicalismo confederal se está comportando como un auténtico sujeto
extrovertido creando un nuevo relato común, a través de la acción
colectiva, del movimiento de los trabajadores y de una amplísima mayoría de la
sociedad.
No obstante, es del todo evidente que toda esa formidable
movilización, sostenida en el tiempo y en el espacio, tiene un marcado carácter
de autodefensa.
Especial mención en todo ese gran movimiento de protesta
es el de los Indignados, cuyo lema central es ¡Democracia
real, ya! con acampadas y manifestaciones de masas en todas las capitales de
provincia españolas. Es un movimiento de jóvenes trabajadores en paro o del
mundo del precariado, de universitarios, de capas medias empobrecidas o con
dificultades económicas que todavía está alejado y desconfiando del
sindicalismo confederal y al que éste mira con una cierta perplejidad.
Entiendo que no es buena cosa esta separación de tan importantes sujetos, y
pienso que corresponde al sindicalismo seguir esforzándose en crear un foro de
debate permanente con los Indignados.
Téngase en cuenta que este movimiento (que, en buena medida ha hecho aflorar a
la superficie una considerable parte de la izquierda submergida) tiene en su
programa un elenco de planteamientos idénticos a los del movimiento sindical, y
que en cierta medida recuerda los primeros andares del movimiento de Comisiones
Obreras.
Confío que el buen hacer de los sindicalistas vaya
eliminando las zonas de desconfianza mutua que todavía existen, generando
síntesis sucesivas de proyecto y acción común. Lo sorprendente es que la
desconfianza sindical hacia este nuevo universo proviene no tanto de los
veteranos como de los cuadros sindicales más jóvenes.
2.-- En gran medida la unidad de acción entre CC.OO.
y Ugt es la responsable de esta presión sostenida en el tiempo y en el espacio.
De hecho podemos decir que es algo
más que la tradicional unidad
de acción y menos que la unidad sindical orgánica. Se
diría que es el resultado de la siembra de unas excelentes relaciones que
vienen desde hace más de veinte años. No quisiera pecar de petulante, pero creo
que esta situación es envidiable en el sindicalismo confederal europeo, y si me
es permitido el descaro diría que especialmente en Italia, donde
parece haberse instalado una barroca teorización de la división sindical.
Tal vez la explicación más clara de este largo proceso
unitario español es que sus argumentos no han surgido de consideraciones
abstractas ni de la bondad teórica del hecho de la unidad sino de la
continuidad de la ´rentabilidad´ del estar juntos entre sí. Lo que ha permitido
su permeabilidad en el amplio tejido de las estructuras sindicales. También en
el terreno de las relaciones unitarias entre CC.OO. y UGT han aparecido
novedades de especial significación: el sindicalismo confederal catalán ha
establecido un protocolo por el que se crea un Comité de enlace entre los dos sindicatos, ya
ratificado en el reciente congreso de las Comisiones Obreras catalanas y
pendiente de aprobación por el próximo congreso de UGT. Esta experiencia
catalana debería extenderse a lo largo y ancho de España y, muy
especialmente, en los más altos niveles de las direcciones confederales,
indicando de esta manera que se quiere poner en marcha una nueva narrativa
unitaria.
No estamos, así las cosas, ante un proceso de fusión de
las dos organizaciones sindicales sino ante un nuevo cemento que consolida la
unidad de acción. En todo caso, me atrevo a decir –con toda la prudencia del
mundo— que en España existen las bases objetivas para la construcción, desde
abajo, de un sindicato confederal unitario. Esta es, a mi juicio, la
narrativa en la que debería empeñarse el sindicalismo español.
3.-- La importante movilización del sindicalismo
confederal contra la política neoliberal del gobierno tiene, sin embargo, una
laguna: la negociación colectiva, salvo raras excepciones, está casi paralizada
desde hace un año. Diríase que el sindicalismo, en ese terreno, se encuentra
atenazado entre, de un lado, las medidas de la sedicente reforma laboral
que es una agresión en toda la regla a derechos e instrumentos; y, de otro
lado, la actitud intransigente de la patronal a negociar los convenios porque
sabe que el gobierno le está haciendo el trabajo sucio.
Todo ello se está traduciendo en una pérdida de poder
adquisitivo de los salarios (continuamente recortados en la Administración pública) por la vía de la inflación y
de una serie de subidas arbitrarias de los impuestos, por ejemplo el impuesto
del valor añadido (iva), y en una pérdida del control de la organización del
trabajo. A lo que debe añadirse la salvaje reestructuración (sin innovación de
los aparatos productivos) de centenares de miles de empresas: unas se
aprovechan de las facilidades que les ofrece la llamada reforma laboral que
incrementa la violencia del poder privado del poder empresarial; otras son, con
mayor o menor aproximación, la expresión de la crisis del tosco sistema
productivo español (1). Lo que se está concretando en un incremento
espectacular de los expedientes de regulación de empleo que expedientes
de regulación de empleo (ERE) autorizados o comunicados entre enero y agosto de
este año que han ascendido a 22.007, el 69,7 % más que en el mismo período de
2011, mientras que el número de afectados por ellos ha crecido un 53,3 % (hasta
los 299.021 asalariados). En realidad lo que está en marcha es una operación
que, parodiando a James Bond, tiene “licencia para despedir”.
Todo ello indica hasta qué punto están cayendo sobre los
sindicatos españoles una serie de tormentas de complicado manejo. Pero que, en
todo caso, tienen el desafío de conjugar la acción colectiva en el centro de
trabajo, recuperando la iniciativa en el terreno contractual, general y
descentralizado, con la presión sostenida contra el conjunto de las políticas
neoliberales.
4.-- Buena parte de los problemas de la parte de la
crisis, que es específicamente española, vienen de la gestión errática del
gobierno anterior del Presidente Zapatero. Ahora bien, las actuales políticas
de la derecha política y económica española están agravando hasta límites
paroxísticos “la herencia recibida”.
¿Cuál es el cuadro político español? Una derecha
cavernaria que tiene la mayoría absoluta; una crisis de los socialistas que es
de identidad, proyecto, liderazgo y organización con una espectacular pérdida
de poder en las instituciones autonómicas y municipales; y una izquierda
alternativa que incrementa su representación, pero que no cubre, ni de lejos,
lo que ha perdido la izquierda moderada del socialismo español. Esto es, por un
lado, la izquierda paliativa del PSOE --la expresión referida a la
socialdemocracia europea es de Alain Supiot (2)-- y, de otro lado, la
izquierda alternativa, IU, que, ganando representación y representatividad, no
aparece como sujeto realmente intimidante. Una izquierda que “acompaña” los
cambios dictados por el capitalismo financiero intentando ablandar los efectos
sociales más devastadores y otra izquierda que no parece ubicada
suficientemente en el actual proceso de reestructuración profunda de toda la
economía en el cuadro sin retorno de la globalización.
Así las cosas, el sindicalismo confederal reaparece como
sujeto político de una manera un tanto contradictoria: por una parte,
movilizando a millones de personas en las calles y, de otra, con una
insuficiente acción colectiva en los centros de trabajo. En todo caso, no pocas
de las funciones a las que se auto obliga el sindicalismo español representan
una especie de substitución de aquello que las izquierdas o no quieren o no
saben poner en marcha, esto es, darle cuerpo político al conflicto social. Lo
que, a fin de cuentas, representa una sobrecarga enorme en las espaldas de los
sindicatos.
5.-- CC.OO. y UGT están en puertas de sus
respectivos congresos confederales. Comisiones lo hará a mediados de febrero y
UGT en la primavera. Es de suponer (y esperar) que acertarán en el diseño de un
proyecto orientado a resituar el poder contractual en el centro de trabajo,
recuperando gradualmente los destrozos de la mal llamada reforma laboral. Y,
desde ese anclaje en el centro de trabajo, diseñar la autodefensa y alternativa
de un welfare más inclusivo que recupere, a su vez, los derechos y conquistas
anteriores. Un proyecto sindical, en suma, que ponga las bases de un diálogo
con aquellos sectores con los que nunca ha dialogado. Y que diseñe un
itinerario que, desde abajo, proponga a los trabajadores un sindicalismo
confederal unitario.
(1) “A pesar de
la insistente retórica sobre la necesidad de impulsar, apoyar y extender la
innovación, la realidad es que la mayoría de nuestras empresas siguen
padeciendo bajos niveles de innovación, donde la mayoría no va más allá de
concentrar sus esfuerzos en reducir costes -por la vía de reducir plantillas o
contratar servicios externos- que naturalmente pueden mejorar los resultados
económicos, pero al mismo tiempo, cuando el mercado está estancado y la
competencia es solo por precios, en no pocas ocasiones se acaba creando un
verdadero círculo vicioso que obliga a una espiral de constante deterioro de
las condiciones de trabajo y a la vez de destrucción de empleo y, con ello, de
debilitamiento del proyecto mismo de la empresa”. Joaquim González Muntadas en: POLÍTICA INDUSTRIAL: ¿DONDE ESTÁ LA INNOVACIÓN ?
(2) Alain
Supiot. Introducción a la edición francesa de Lacittà
del lavoro (Bruno Trentin),
editada por Fayard, Poids et Mesures du Monde (2012). Ver en http://lopezbulla.blogspot.com.es/2012/12/alain-supiot-diserta-sobre-trentin.html Por otra parte, dicha obra ya ha
aparecido en su versión castellana en formato papel en la Fundación Primero de Mayo (con introducciones de Nicolás
Sartorius y Antonio Baylos) y en formato digital, ambas en traducción de José
Luis López Bulla en http://metiendobulla.blogspot.com.es/
* José Luis López Bulla fue secretario general de CC.OO.
de Cataluña desde 1976
a 1995.
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