viernes, 7 de octubre de 2022

Cataluña ¿política o calisay?


 

El tiempo que el gobierno independentista  de Cataluña –Esquerra en la sala de máquinas y Junts (o sea, Puigdemont) en la intendencia está valiendo para algo que se ha vuelto en contra de dichos partidos: no es sólo que unos y otros se lleven como los perros y los gatos, tampoco la cultura institucional esté a la altura de una aljofifa. La cuestión de fondo es que son contundentemente inútiles. Cada conseller con su correspondiente  certificado de inanidad política. Tardará mucho tiempo en descubrirse qué ejemplo, de tiempos pretéritos o no tanto, pueda venir al caso. Y como los grandes retos de civilización son de tanta envergadura, se nota todavía más el analfabetismo político del gobierno catalán.

Con todo, sobresale en ese pedregal un pintoresco partido –más bien, una partida—que ha celebrado recientemente su congreso, que ha estrenado a un eterno sufridor, Jordi Turull, como secretario general. Se trata del partido de los post post post convergentes, de antiguos sesentayochistas, de milenaristas que siguen esperando la parusía y de quienes se angustiaron porque el Régimen del 78 no acabó con los guardias civiles ahorcados con las tripas de los frailes: Junts, que como indica su peculiar nombre están dividits.  Lógico, porque todo lo que ha tocado el procés ha quedado desencuadernado.

Jordi Turull, un dirigente rodeado de adversarios de su propio partido por todas las partes, menos por una que nadie sabe ubicar. Así que la habilidad que se supone a este Turull a la hora de hacer albaranes no se compadece con su ineficacia política. Ni esencia, presencia y potencia en el partido. La sombra de Puigdemont le tapona.

Curioso primer dirigente: en el interior de Junts se está votando si continuar en el gobierno catalán o marcharse a Babia. Cada quídam opina. Turull –el primer espada--  no ha declarado qué votará. En suma, la política catalana es una mezcla de kumbayás, monjes templarios y asiduos del calisay.

 

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