Cuando
se supo que los post post post convergentes de Junts
dieron el portazo a co—gobernar la Generalitat con sus íntimos adversarios,
Jordi Sánchez, figura destacada del partido,
declaró que «el procés se ha acabado». No comparto esta opinión; a mi entender,
las cosas se explican al revés: la muerte lenta del procés es la que llevado a la división interna, casi al cincuenta
por ciento, de Junts, abandonando el govern. Junts, sin aquellos viejos
leones que todavía eran pujolistas, pasa a la oposición sin tienda de campaña,
fusilería y demás paramenta de combate. Nuevos tiempos para Junts donde se procederá a una
reconversión del oficinista de negociado a agitador de barricada de pexiglás.
Los
post post post convergentes no o tendrán fácil: se supone que las cortesías con
el presidente—fugado se convertirán en agua de carabaña y el reino del eufemismo dará paso a un dialecto
tabernario.
Mientras
tanto, ERC sofisticará su lifting camino de un peix al cove (republicano, naturalmente) intentando rebañar hasta
la última pringue de la cazuela. En todo caso, hay que reconocer que ha
trabajado brillantemente esta crisis: ha dejado que Junts enronqueciera con sus
particulares berreas y ha guardado compostura en este campo de Bramante. Y para
colmo ha logrado que se conformara nuevo gobierno en tiempo record y más de una
sorpresa. Intuyo que los nuevos –algunos de ellos con bulimia de mando— serán una
interferencia para que las cosas no se desvíen demasiado.
Demasiadas sutilezas para las derechas de secano y pedregal.
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