Si la
selección española de fútbol gana el campeonato mundial cada jugador percibirá
una prima de 720.000 euros. Lo que no sabemos es lo que ganará el equipo técnico.
Todo un descaro si lo confrontamos con la situación económica del país donde
los “representantes” deportivos del común de nuestros mortales, de un
descomunal plumazo, se alejan astronómicamente de sus “representados”. Todo un
escándalo si se coteja con los alemanes, franceses y el resto de la élite
mundial, todos ellos alejados de la mitad de lo que cobrarán los españoles.
España, así
las cosas, no tiene sólo un problema moral situado en «la política». Lo tiene
también en las élites de la sociedad. España no necesita sólo un profundo
regeneracionismo político e institucional. O el regeneracionismo afecta también
a la sociedad o se agrava el problema. Ocurre, sin embargo, que la justa crítica
a la corrupción política (el manus stuprum
entre la política y el dinero) no va acompañada del reproche a las patologías
sociales.
La
corrupción política y las patologías sociales forman, por así decirlo, un
conjunto de dii consentes (dioses cómplices),
aquellos dioses etruscos aconchabados para que nada se moviera sin su permiso. No
por casualidad sus estatuas eran doradas. Tal vez por ello, por el carácter
sacral de estas deidades –en concreto las que estamos comentando-- la censura social (y no digamos la de orden
político) es mínima. Lo que hacen los dioses Casillas e Iniesta se traduce, así,
en la alegría de la casa del pobre. Esta alegría no puede ser, por tanto,
zaherida por la política instalada (los éforos etruscos), miedosa de perder
comba tanto ante los dioses cómplices como una parte gruesa de la sociedad. Es una alianza implícita entre la costra y la
servidumbre voluntaria.
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