El diario
El País –a quien Paco Rodríguez de Lecea intenta rebautizar con el nombre de
cabecera Statu quo-- editorializa a
favor del (sobrevenido) aforamiento a la persona de don Juan Carlos de Borbón y
Borbón. Comoquiera que su escribidor no ha sabido o podido encontrar mejores
razonamientos viene a darnos, sobre chispa más o menos, la siguiente
justificación: en España hay un número elevadísimo de personas que están
aforadas. Paréntesis: son unos 10.000 los que gozan de ese privilegio; no
consta que entre ellos figure don Vicente Del Bosque. Cierro paréntesis.
Sigue el justificador, así las cosas, ¿es concebible que don Juan Carlos y doña
Sofía no gocen de tal protección? El argumento esconde, primero, una
sofistería, porque de esa cantidad no se desprende necesariamente que la
cualidad de aforado pueda y deba ser ampliada. Antes al contrario, el argumento
debería ser si ese estajanovismo de hacer aforados debe ser reducido e,
incluso, abolido. De igual manera, encubre, otra cuestión: una desconfianza al
viejo rey, no sea que tenga escondido por ahí, al margen de sus
responsabilidades institucionales, algo rarito. O incluso que pudiera hacer una
trastada ya en tiempos de jubilación voluntaria. O sea, no queda otro argumento
que el de «por si las moscas» (1).
El sexto
Felipe habló en su primer discurso como rey de una «monarquía renovada para un
tiempo nuevo». ¡Hechos, caballero, hechos! Ponga algo dentro del pexiglás de
tan socorrido caramelo. ¿Por qué no empieza usted por renunciar a su
inviolabilidad? Que no es una herejía lo demuestra el hecho de que el rey de
Suecia –dice el diario Statuo quo, perdón El País—si lo pillan conduciendo
indebidamente-- tiene que pagar la multa
de rigor. Cosa que, por ejemplo, le iguala con don Vicente del Bosque.
Digamos las
cosas por su nombre, aunque disguste a los monárquicos y a los republicanos
cimbrios. Mantener el aforamiento y la inviolabilidad del monarca viene de su
antañazo origen. La gracia divina. Que hoy por hoy está llena de telarañas y de
herrumbre.
(1)
Existen dos teorías principales para
el empleo de este uso: «por si las moscas». Uno de ellos es el higiénico y antiguo gesto
de tapar la comida para evitar que los insectos, portadores de enfermedades,
estuvieran en contacto con ella; la comida se protegía "por si las
moscas" la pudieran estropear. La otra está
relacionada con la leyenda de San Narciso, otrora Obispo de Gerona y
actualmente patrón de la capital. Cuenta la misma, que durante el asedio de las
tropas de Felipe II de Borgoña (El Audaz) a la ciudad gerundense en el año
1286, de la tumba del Santo, la cual abrieron las huestes invasoras con el
objeto de profanarla, salieron multitud de moscas que atacaron a las tropas
francesas contangiándolas la peste y haciendo que cundiera el pánico. Cuentan
que a partir de ese momento la expresión empezó a ser empleada en múltiples
circunstancias como recuerdo de aquel hecho.
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