Roger Vila*
Les
propongo un acertijo: qué tienen en común la primera fábrica de vapor de
España, el primer atentado luddita, la primera huelga general, el gran salto al
sindicalismo de industria de la
CNT , la primera empresa plenamente caracterizada como
fordista, la fundación en 1931 de Esquerra Republicana de Catalunya, la
constitución de la Comissió Obrera
Nacional de Catalunya... La respuesta es simple: todo eso
pasó en Sants.
Las gentes
de Sants –los santsecs- están ciertamente orgullosos de su historia.
Prácticamente todo lo nuevo surgido desde abajo ha empezado aquí.
No es que
uno crea en hados del destino o en cosmogonías. Simplemente: hay lugares en los
que la cultura popular de los pobres se ha mantenido más viva que en otros. Probablemente,
porque también son sitios dónde los de abajo han sufrido más e históricamente
se han organizado en forma más potente. Ya lo decía Neruda: “del sufrimiento
nació el orden”.
Hoy en toda
España parece ser una evidencia que “lo nuevo” está emergiendo. Con todos los
errores y los aciertos de cualquier cosa que empieza a surgir.
Pero verán:
en Sants hace tiempo que “lo nuevo” había aparecido. Mucho antes de los albores
del 15.M aquí había surgido un amplio y heterodoxo movimiento basado en ideas
alternativas. Ya sé que eso no sólo ha pasado en Sants. Pero en ese barrio de
Barcelona sí ocurrió algo característico: ese magma indefinido empezó a
estructurarse en múltiples cooperativas
y grupos que montaron bares, teterías, restaurantes, tiendas de distribución de
productos ecológicos, librerías, periódicos, colectivos de arquitectos e,
incluso, un videoclub (que hace poco cerró sus puertas), que incluso organizan
su fiesta mayor alternativa. Nada nuevo: hasta la guerra civil Sants estaba
trufado de ateneos, centros obreros, cooperativas…
Actualmente
concurren aquí decenas y decenas de grupos diversos, organizados en redes más o
menos informales. De todo ello han surgido victorias muy significativas para el
barrio, como la recuperación en parte de Can Batlló –una antigua y enorme
fábrica, ahora desocupada, a escasos metros de Sant Medir, lugar dónde su fundó
la CONC-, hoy
autogestionado por múltiples entidades. O la cobertura –deficiente e inacabada-
de las vías del tren. O que no se pusiera el nombre de un franquista como Juan
Antonio Samaranch (perdón: Joan Antoni) a una calle del distrito.
Todo ese
movimiento tenía un eje vertebrador histórico: Can Vies. Unas antiguas
dependencias del Metro (dónde hace muchos años tuvo su primer local la entonces
pujante sección sindical de CC.OO. hasta que un tal Cardenal, luego director de
la Guardia Civil ,
se encargó de romperle el espinazo) abandonadas desde hacía decenios.
Durante 17
años Can Vies ha sido el referente de la mayor parte de los movimientos de resistencia
popular en Sants. Ahí se congregaban y cobijaban múltiples grupos de todo tipo,
con un único elemento en común: su carácter alternativo. Un espacio social que
constituía el punto de encuentro de múltiples inquietudes de personas que
intentan luchar por la mejora de las condiciones de vida de sus conciudadanos.
Todos los
habitantes de Sants sabíamos que sobre el local pendía una muy antigua
actuación judicial instada por el Ayuntamiento de Barcelona de desalojo. Y
todos sabíamos que el día en que eso se produjera el barrio estallaría. “No se
atreverán”, pensábamos respecto al Ayuntamiento. Porque éste nada ganaba con
unos terrenos esquineros junto a las vías del tren y el metro y el riesgo que
comportaba de ruptura de la paz social en el barrio era un mal peor que la
recuperación de un terreno sin destinación de ningún tipo.
Pero se han
atrevido. Al día siguiente de las elecciones europeas (¡que causalidad!). Y,
efectivamente, Sants ha estallado.
Ahí quedan
las fotos de los contenedores ardiendo y de las lunas de los bancos
apedreadas. La violencia de unos pocos
–que ha sido rechazada por la mayor parte de entidades que dan apoyo a Can
Vies-, que se ha constituido en el centro de la información mediática. Y ahí
está la ocupación del barrio desde hace ya varios días por cientos de mossos de
esquadra. Y un tenebroso helicóptero que por las noches no deja de vigilarnos y
nos impide dormir. Y, ¡cómo no!, el Ministro Fernández que, olvidando su
patriotismo españolista se ofrece solidariamente a mandar policías nacionales
(de hecho, según recientes informaciones, ha
concentrado 300 efectivos al lado de Pineda de Marx)
Pero en
todo caso mi preocupación no es tanto los daños materiales que han sufrido los
bancos y el patrimonio urbano. Me preocupa en primer lugar el modelo de policía
que ha acabado imponiendo CiU (y no está de más recordar el ruido mediático y
corporativo que se produjo en la última etapa del Tripartito a este respecto)
Pero sobre todo, mi inquietud es otra: porqué se ha producido el desalojo –y el
derribo prácticamente simultáneo de una parte del local-. Ya he dicho que todo
el mundo sabía qué iba a pasar. Pero se ha hecho.
En una
sociedad como la barcelonesa (y catalana) narcotizada por el debate
interclasista de la identidad, se oculta un auténtico polvorín de desigualdades
e indignación de muchos ciudadanos. Y en ese polvorín ha entrado el señor Trias
y su equipo de Gobierno provisto de un lanzallamas encendido. Y que nadie me
venga con la monserga de que había que cumplir una resolución judicial. Nada
impedía postergar la decisión.
No creo yo
que el gobierno municipal sea tan incompetente y/o esté tan alejado de la
realidad como para desconocer previamente las consecuencias de sus actos
(aunque, si uno lo piensa en frío, tal vez sí).
Más bien se
me ocurre otra respuesta más maquiavélica: de lo que se trata es de desmontar
los pocos núcleos organizados de contrapoder entre la ciudadanía. Lapidar
la disidencia del pensamiento único. Y, sin ningún género de dudas, Can Vies
era eso. No es casual que la derecha catalana haga eso, mientras la derecha
españolista recrudece las penas en el Código Penal, avanza en el proyecto de la Ley Fernández con
fuertes multas para cualquier conducta disidente e intenta controlar a los
jueces tanto en su órgano gobierno, como en su actuación jurisdiccional (a
través de un proyecto de modificación de la Ley Orgánica del
Poder Judicial que laminará cualquier intento de disidencia interna en las
sentencias).
Tal vez uno
es un malpensado. Pero, sino es así, entonces sólo queda la otra respuesta: son
una panda de inútiles.
Pero
mientras tanto, me van a permitir que me quede con otra imagen. La de mi vecino
saliendo al balcón el día del desalojo repicando una cacerola como señal de
protesta ante la medida.
Una cacerolada que se repitió en otros muchos balcones de
Sants. La única diferencia es que la ventana del vecino da a un patio interior.
Una tierna imagen de que, pese a todos los intentos, la memoria popular sigue
perviviendo. Y lo seguirá haciendo pese a las excavadoras, la policía, los
helicópteros de nuestro insomnio y todas las reformas legales que se quieran.
Por cierto,
este sábado la Carretera
de Sants estará cortada. Se celebra la cita tradicional del Firentitats, dónde
se congregan todas las asociaciones del barrio. Veremos si el señor Trias tiene
bemoles para visitarnos.
* Corresponsal
en Sants de Metiendo Bulla
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