«Ya no estamos en campaña; es el momento de decir lo
que de verdad pensamos», así habló Zaratustra, digo, Jesús Aguirre, portavoz
del Partido Popular en la
Comisión de Sanidad del Senado. Digamos, pues, que el caballero
Aguirre recuerda a su partido lo que, en buena medida, está asaz repartido en
la política instalada: las promesas electorales son, así las cosas, palabras de
quita y pon. Así parece entenderlo la dirección de Esquerra Republicana de
Catalunya, cuyos movimientos sinuosos se orientan en la misma dirección: de
nuestras promesas electorales y de su capa hacen un sayo vetusto.
Prometió el oro y el moro con relación a impedir
recortes y privatizaciones, pero ahora hacen lo que «de verdad» pensaban, vale
decir, mirar para otro lado. Como Júpiter Tonante clamaron contra la
corrupción, pero ahora su mirada estrábica les impone un compadrazgo de vieja
escuela: por segunda vez han impide la comparecencia de Artur Mas en el
Parlament de Catalunya para que hable de las (probables) implicaciones de
Convergència Democrática de Catalunya, el partido mayoritario en el gobierno
catalán, en el caso Palau. ERC hace un juego político que recuerda las
picardías benedictinas: no se sabía si aquel abad impedía que sus frailes fumaran
mientras rezaban o que rezaran fumando.
Hay escribidores que afirman que ERC le está
marcando el paso a Convergència i Unió en las tareas de gobierno. Digámoslo
claro es una banalidad de banalidades. La cosa tiene otra naturaleza. Se trata
de un pacto entre Esquerra y CiU: los convergentes aplican a su antojo la
gobernabilidad cotidiana de las cosas de comer en Catalunya (recortes y
privatizaciones, privatizaciones y recortes) con la mirada distraída de
Esquerra y ésta aprieta en el calendario del «derecho a decidir» la operación
soberanista. Así pues, para Esquerra el París del soberanismo bien vale la misa
del austericidio catalán. Y es que, en
el fondo del fondo, ambas formaciones políticas han intuido lo que La Boétie escribió –se dice
que a sus dieciocho años— sobre la «servidumbre voluntaria». Una servidumbre
que desde arriba se quiere consolidar por parte de Esquerra, justo cuando su
primer dirigente declara bombástica y cínicamente que «si Artur Mas da toda la
culpa al gobierno de Madrid, nosotros apoyaremos el presupuesto sea el que sea».
En definitiva, todo está subordinado a la Ciudad del Sol de la «independencia»;
todo se remite a un hipotético «mañana». Pero como el camino es largo puede que
incluso surjan legiones de grillos y, entonces, habrá quien se eche las manos a
la cabeza. ¿No será, así las cosas, que en la política oficial hay un
considerable cacho de antipolítica? Quedan ustedes avisados.
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