Primer tranco
En la autobiografía
de Comisiones Obreras siempre se ha insistido en el carácter plural, primero,
del movimiento y, después ya en libertad, del sindicato. El pluralismo era un planteamiento sincero
(ahora también) pero con una presencia francamente desigual. También fue una
especie de señal que se orientaba a contradecir la acusación, que venía desde
ángulos muy diversos, de «sindicato comunista». De entrada, vale la pena decir
que dicha adjetivación no pareció importar –ni poco ni mucho-- al grueso de la afiliación que, antes y
ahora, se inscribió en la organización. Los hombres y las mujeres del universo
del trabajo entraban mayoritariamente en Comisiones Obreras por el testimonio
de proximidad de quienes ya estaban afiliados en el centro de trabajo; porque,
por encima de cualquier otra consideración, el hecho de afiliarse era un
reconocimiento de la virtud de la
gente de Comisiones. En todo caso, lo cierto es que –tanto la literatura
oficial como en la oralidad del sindicato--
se entendió que, por lo general, el pluralismo se caracterizaba porque
en las estructuras, a todos los niveles, participaban personas de diversa
adscripción política.
Así las cosas, esta caracterización de la pluralidad
quedaba referida a «lo político». Ahora bien, entender de esa manera el
pluralismo chocaba con la naturaleza del sindicato como «sujeto social». Con lo
que los términos de ese polinomio estaban desajustados entre sí. Aquí, sin embargo, vale la pena constatar
que, incluso desde esa forma de entender el pluralismo, Comisiones Obreras fue
conquistando gradualmente su independencia sindical. Es más, dirigentes de gran
prestigio, señalados como militantes de alta responsabilidad política en el
comunismo español (Cipriano García y Angel Rozas en Cataluña, Fernando Soto y
Eduardo Saborido en Andalucía, por no hablar del buque-insignia Marcelino
Camacho) fueron los que abrieron el itinerario de la independencia de
Comisiones Obreras, incluso con roces y encontronazos en su partido. Lo que no
quita que se siguiera considerando, como se ha dicho más arriba, que el
pluralismo se entendiera como coparticipación en las estructuras de militantes
de diversas formaciones políticas. Es más, que se consolidara la práctica de
que los partidos eran huéspedes permanentes, porque sí, en las diversas
estructuras de Comisiones Obreras. Algún compañero ha definido esa situación de
una manera descarnada: «parasitismo político», viéndose esta expresión como
mera metáfora de ese hospedaje permanente.
No quiero eludir responsabilidades en esta historia:
yo también he caído en esa práctica que lo único que garantizaba era la salida
aparentemente feliz de cada congreso, pero que –al día siguiente—volvía a
reproducir los problemas que no había resuelto el Congreso.
Segundo tranco
De un lado los grandes cambios que se han producido
en los aparatos productivos, en la morfología del trabajo y en la composición
de las clases trabajadoras; y –de otro lado— la exigencia de Ignacio Fernández
Toxo a «repensar el sindicato, el trabajo y la democracia», requieren una nueva
reflexión de lo que hoy, y a partir de ahora, deberíamos entender por
«pluralismo». En concreto, ¿cómo
representar a esos millones de personas que tienen contratos precarios para
defenderlos adecuadamente mientras están en esa situación y cómo tutelarlos
para que salgan de ella?
Ya lo hemos dicho: los trabajadores tienen un nexo
común que es social, que les une, que no es político-partidario, que los
separa. De ahí que el sindicalismo deba ser la expresión organizada de ese nexo
común. Ahora bien, ese vínculo (repito,
social) también atraviesa las diversidades y subjetividades de las distintas
condiciones para el trabajo y de trabajo y, en este contexto de aguda
crisis económica, a millones de trabajadores en desempleo.
Estas condiciones están variando en función de los
cambios tecnológicos y de la gigantesca innovación-reestructuración de los
aparatos productivos y de servicios. A partir de ahí es preciso enhebrar el
siguiente discurso: a) estas nuevas situaciones, detrás de las cuales hay
personas de carne y hueso, necesitan que el sindicato las represente; b) ese
«sindicato que las represente» debe orientarse a que sus órganos de dirección
(o sea, esta representación sindical) tengan el pluralismo social que expresan
tantas diversidades y subjetividades.
O lo que es lo mismo: necesitamos una aproximación a
toda esa miríada de situaciones diversas, dentro y fuera del centro de trabajo,
para proceder a estructurar el nuevo «pluralismo social» que debería presidir
la personalidad del sindicato que se va «refundando» en el camino y, de ahí, a
la composición de los órganos de dirección a todos los niveles.
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