sábado, 14 de julio de 2012

UN MATIZ AL PROFESOR JOSEP FONTANA



Conversando en torno al CAPÍTULO 20.1 TRABAJO Y CIUDADANÍA.


Habla Paco Rodríguez de Lecea

Desde el título, La ciudad del trabajo, hasta el encabezamiento de este último capítulo, Trabajo y ciudadanía, la idea que recorre el libro de Trentin que estamos acabando de comentar, José Luis, es la necesidad apremiante de conquistar para el mundo del trabajo subordinado y heterodirigido los mismos derechos que conforman el estatuto normal del ciudadano en una democracia moderna: derechos a recibir información y formación, a ser consultado, a participar en la forma y el nivel que se establezca en las decisiones que afectan al trabajo propio.

Porque esa es la contradicción sangrante en la que nos encontramos: el trabajador tiene garantizado en principio el acceso a la participación en el gobierno de la 'ciudad', o sea del estado; y en cambio se le niega toda participación en las decisiones que afectan a su propio trabajo y a la forma de desarrollarlo.

Si todo empezó con la invención de la ciudad, de la 'polis' como lugar de la 'política', en la Grecia antigua, habremos de convenir que en este asunto hubo una aberración, un pecado original contra natura, como lo consideró el joven Marx: la ciudad y la sociedad civil que la sostiene se edificaron sobre la base inamovible de la propiedad privada. La ciudadanía plena se configuró en la antigüedad a partir del censo de propiedades. Quienes tenían voto en las asambleas fueron los varones propietarios; los esclavos y las mujeres quedaron excluidos, y también, por ejemplo, los extranjeros, los artesanos y los mercaderes, que no tenían medios de producción suficientes.

Muchos siglos después, cuando la esclavitud ha sido abolida e impera el sufragio universal, todavía sigue abierta una escisión conceptual entre el trabajador, sujeto de derechos, y el trabajo que realiza, el cual tiene la consideración de una mercancía, un objeto 'abstracto' que el comprador de mano de obra maneja sin trabas, a su entera voluntad. El trabajador taylorizado no vende, como podía suceder en épocas enteriores, un producto acabado, ni una prestación de carácter personal controlada en las formas, las cantidades y los tiempos por su propio saber hacer, su experiencia y su diligencia; sino una actividad a la que toda su persona se ve sometida sin condiciones y que le exige una intensidad y una concentración al límite. Una actividad mecánica, fungible, parcelada y ciega. Deshumanizadora.

En general las izquierdas (por lo menos las izquierdas triunfantes, vuelve a precisar Trentin) han aplazado la superación de esa situación dañina hasta el momento futuro de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción; y han confiado al estado todopoderoso la misión de conducir al conjunto de la sociedad, a través de un período de tiempo incierto, hasta ese punto de no retorno. En el proceso, medios y fines se han invertido: a la conquista de la libertad se ha contrapuesto la conquista del estado. Mientras llega la redención, las distintas teorías han ofrecido al trabajador heterodirigido paños calientes de naturaleza diversa: desde la 'autocoerción' hasta la 'felicidad' fuera de la fábrica.

Pero de la afirmación de Rosa Luxemburgo de que la única libertad que importa es la de quien piensa diferente, podemos extraer el corolario de que la libertad no existe si no es completa, para todos y en todos los aspectos de la vida. La exigencia de un trabajo más libre y creativo es razonable. «Más libertad y no más estado», es un lema que tiene sentido cuando la crisis del fordismo y la quema apresurada de etapas en la introducción de nuevas tecnologías ponen sobre el tapete una nueva importancia de la calidad del trabajo por encima de la cantidad. Y cuando, de otro lado, lo único que nos ofrecen hoy el estado y la unión europea a los ciudadanos es la desaparición masiva de puestos de trabajo, el crecimiento imparable del paro no subsidiado, los recortes de todas las prestaciones sociales, y sacrificios sin cuento para mantener al precio que sea una tasa de acumulación de beneficios que asegure la felicidad de los banqueros.

O eso me parece a mí.

Habla un servidor, JLLB

Totalmente de acuerdo con lo que explicas. Y, además de las contradicciones que señalas (“el trabajador tiene garantizado en principio el acceso a la participación en el gobierno de la 'ciudad', o sea del estado; y en cambio se le niega toda participación en las decisiones que afectan a su propio trabajo y a la forma de desarrollarlo”) nuestro amigo, el maestro Umberto Romagnoli, se interroga algo que tiene mucha miga. Esto es, la paradoja de los regímenes democráticos, basados en la alternancia, mientras que en la no existe ese recambio. Especialmente en los modernos centros de trabajo y en la empresa moderna que busca una relegitimación definitiva. En ese sentido te está esperando un libro magnífico de nuestro Antonio Baylos: Derecho del trabajo, modelo para armar. Que,  escrito hace dos décadas, tiene hoy toda su actualidad.

Y dándole vueltas a las cosas que están pasando hoy, que tú señalas al final de la carta, me permito un ligero contraste con Josep Fontana. En repetidas ocasiones, y muy en especial en su   MÁS ALLÁ DE LA CRISIS, viene a decir el maestro que, hace poco, la burguesía dejó de tener miedo a las clases trabajadoras. Yo, querido Paco, veo las cosas de otra manera. Me explico.

Las conquistas del movimiento de los trabajadores y de su expresión organizada más directa, el sindicalismo confederal –más allá de las limitaciones que siempre señaló Trentin--  consiguieron, tras la segunda posguerra, un amplio abanico de bienes democráticos, de poderes. No sólo en su aspecto cuantitativo sino en la nueva cualidad que representaba el Estado de bienestar. Así las cosas, tras la gran convulsión de la revolución tecnológica, el neoliberalismo sumergido se echa las manos a la cabeza y explica, pacientemente, que: las conquistas sociales han ido demasiado lejos, que es preciso un golpe de timón para que la nueva revolución tecnológica depare un nuevo proceso de acumulación capitalista, pero que los controles sociales deben ser eliminados para mayor gloria de los beneficios. Rizando el rizo, pues, pienso que esta ofensiva neoliberal es también una expresión –posiblemente parcial— del miedo o prevención de que la jugada no les salga bien.

En resumidas cuentas,  pienso que la reacción neoliberal tiene una pizca de miedo al avance del movimiento democrático: al control (cierto, insuficiente) del sindicalismo y de la legislación tuitiva así de los trabajadores individual y colectivamente (también insuficientes), además de los derechos sindicales.  

Acabo, también te espera una joya de primer orden: la parte de la biografía de Giorgio Amendola cuando, recién casado vuelve clandestinamente a Italia, y es detenido y deportado a Ponza. El libro se llama, precisamente, Un´isola. Muy refrescante para estas calores veraniegas.

Tuyo en los Refrescos, JL   

No hay comentarios: