Las izquierdas, sociales y políticas, deberían estudiar a fondo las raíces y motivaciones –todo el carácter, digamos— de esa importante movilización de nuestros jóvenes agrupados en torno a la plataforma Democracia real, ya. No será fácil. Primero, porque existe una considerable brecha generacional y –me atrevo a decir—cultural. Segundo, porque en estas ocasiones lo que, de verdad, pasa a primer plano no es el intento de comprensión sino el recelo, más o menos disimulado para no infundir sospechas. Tercero, porque tan importante acción colectiva, en diversas ciudades españolas, se ha hecho en un contexto de campaña electoral que objetivamente no beneficia a la izquierda política, situada también por esta juventud como indiferenciada con relación a la derecha. Un inciso necesario: que estos sectores juveniles hayan elegido conscientemente este contexto no es criticable en absoluto; digamos que es la expresión del sentimiento autónomo con respecto a las contingencias electorales, de la misma manera que el sindicalismo confederal puso en marcha una movilización en Cataluña contra los recortes sociales el pasado día 14 de mayo.
Dicho lo cual, vale la pena decir que –por intereses absolutamente interesados al margen de la intención de dicha plataforma— este movimiento concitará simpatías de las derechas y de los nihilistas de variada condición. De un lado, porque debilita las opciones de izquierda; de otro lado, porque la experiencia indica que este tipo de movimientismo, andando el tiempo, o acaba diluyéndose o se convierte en un magma de grupúsculos enfrentados entre sí. Lo que debería ser, a su vez, un elemento de reflexión para la plataforma.
No es fácil dialogar con los que nunca se ha conversado. Y, sin embargo, no hay otra salida. Democracia real, ya concita los exaltados parabienes de quienes propugnan la indignación, la indignación espasmódica no la que, pacientemente, teje organización sostenible.
No es fácil dialogar con los que nunca se ha conversado. Y, sin embargo, no hay otra salida. Tampoco tiene utilidad alguna –antes el contrario es contraproducente— dirigirse a ellos con paternalismo campechano. Lo más difícil, urgente y necesario es la autoverificación de las izquierdas, esto es, de sus códigos de comportamiento político, de los niveles de participación, de las formas propias de representación de la ciudadanía, de sus propios lenguajes y gesticulaciones. En resumidas cuentas, la manera más fecunda de hablar con la chavalada es el propio examen. No desde la Torre del Homenaje del castillo sino desde la plaza pública. Para dialogar con esa juventud hay que quitarse los entorchados de brigadier y los galones de sargento de semana. Me atrevo a decir, tampoco como coleguis.
Por otra parte, Democracia real, ya debería estar al tanto: ser agasajada como indignada es un caramelo envenenado. Que, además, le otorga un monopolio de indignación que –por lo menos-- debería ser compartido con quienes, desde hace tiempo, están indignadamente organizados y proyectando el conflicto social en los centros de trabajo y en la calle.
Dicho lo cual, vale la pena decir que –por intereses absolutamente interesados al margen de la intención de dicha plataforma— este movimiento concitará simpatías de las derechas y de los nihilistas de variada condición. De un lado, porque debilita las opciones de izquierda; de otro lado, porque la experiencia indica que este tipo de movimientismo, andando el tiempo, o acaba diluyéndose o se convierte en un magma de grupúsculos enfrentados entre sí. Lo que debería ser, a su vez, un elemento de reflexión para la plataforma.
No es fácil dialogar con los que nunca se ha conversado. Y, sin embargo, no hay otra salida. Democracia real, ya concita los exaltados parabienes de quienes propugnan la indignación, la indignación espasmódica no la que, pacientemente, teje organización sostenible.
No es fácil dialogar con los que nunca se ha conversado. Y, sin embargo, no hay otra salida. Tampoco tiene utilidad alguna –antes el contrario es contraproducente— dirigirse a ellos con paternalismo campechano. Lo más difícil, urgente y necesario es la autoverificación de las izquierdas, esto es, de sus códigos de comportamiento político, de los niveles de participación, de las formas propias de representación de la ciudadanía, de sus propios lenguajes y gesticulaciones. En resumidas cuentas, la manera más fecunda de hablar con la chavalada es el propio examen. No desde la Torre del Homenaje del castillo sino desde la plaza pública. Para dialogar con esa juventud hay que quitarse los entorchados de brigadier y los galones de sargento de semana. Me atrevo a decir, tampoco como coleguis.
Por otra parte, Democracia real, ya debería estar al tanto: ser agasajada como indignada es un caramelo envenenado. Que, además, le otorga un monopolio de indignación que –por lo menos-- debería ser compartido con quienes, desde hace tiempo, están indignadamente organizados y proyectando el conflicto social en los centros de trabajo y en la calle.
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