Los sindicatos catalanes (CC.OO. y UGT) han convocado una manifestación para el día 5 de noviembre “en defensa del empleo y de la industria”. Una decisión que, como ellos mismos explican, “por la necesidad de realizar una fuerte ofensiva ante la hemorragia de anuncios de despidos y expedientes de regulación de empleo de estos últimos días y que tienen tendencia a incrementarse”.
Si mis informaciones no son erróneas se trata de la primera reacción sindical contra los efectos de la crisis y, muy especialmente, contra la “hemorragia” de un buen puñado de empresas que están utilizando la coyuntura de un modo tan interesado como fraudulento.
La reacción de nuestros sindicatos es lógica y legítima. Y es valiente porque seguramente son conscientes de que tener razón no basta y porque son sabedores de las reacciones contradictorias de los trabajadores en estos tiempos tan extremosos: de un lado, los que entienden que efectivamente debe exteriorizarse la protesta y, de otro lado, quienes se encogen, temerosamente preocupados. De quienes entienden que hay que dar la talla y de los que, en el peor de los casos, eligen resignadamente la “servidumbre liberal” por utilizar el viejo concepto de La Boètie que desempolvó en su día Jean-Léon Beauvois.
Naturalmente, es una manifestación de trabajadores. Pero, a buen seguro, no son los únicos convocados. Como diría Gramsci es una movilización “nacional popular” en su sentido más amplio. Porque (casi) todos los sectores de la ciudadanía, en uno u otro sentido, empiezan a estar ya afectados por las consecuencias del catacrac y porque (casi) todos ellos no las tienen todas consigo. Más todavía, de la mayor o menor presencia popular en la manifestación del día 5 se sacarán por parte de los poderes públicos unas u otras lecturas: unas interpretaciones para intervenir o bien con medidas serias o con parches; o, peor todavía, con unas disposiciones que darían a unos pocos la pechuga, el ala y la pata mientras que a los más sólo les quedarían los huesecillos del pollo.
El cuadro político e institucional de Catalunya no puede inhibirse de esta convocatoria. Naturalmente, valen las posiciones declarativas de quienes así lo hagan. Pero la visibilidad de la manifestación requeriría, en estas circunstancias, que los políticos estuvieran en la calle. No sólo los dirigentes de mayor responsabilidad: todos los militantes, afiliados, amigos, conocidos y saludados de las formaciones políticas catalanas debería hacer acto de explícita presencia. Es decir, configurando una especie de “contrato moral” con quienes las están pasando moradas, con quienes pueden empezar a estarlo en menos que canta un gallo. Porque, dígase con claridad, también el problema es político en su sentido más amplio. Lo es porque…
… Porque la suerte del común de los mortales es –o debería ser-- la preocupación central de la política y de sus representantes. Por eso se valoró tanto la resolución del Parlament de Catalunya contra la directiva europea de las 65 horas. Y porque estamos hablando de la calidad de la democracia que, de manera no infrecuente, queda dañada por los comportamientos que hemos dado en llamar fraudulentos de las empresas que burlan, descarada o subrepticiamente, la legalidad democrática. Más todavía, porque estamos hablando de la posibilidad del declive industrial de Catalunya.
Si mis informaciones no son erróneas se trata de la primera reacción sindical contra los efectos de la crisis y, muy especialmente, contra la “hemorragia” de un buen puñado de empresas que están utilizando la coyuntura de un modo tan interesado como fraudulento.
La reacción de nuestros sindicatos es lógica y legítima. Y es valiente porque seguramente son conscientes de que tener razón no basta y porque son sabedores de las reacciones contradictorias de los trabajadores en estos tiempos tan extremosos: de un lado, los que entienden que efectivamente debe exteriorizarse la protesta y, de otro lado, quienes se encogen, temerosamente preocupados. De quienes entienden que hay que dar la talla y de los que, en el peor de los casos, eligen resignadamente la “servidumbre liberal” por utilizar el viejo concepto de La Boètie que desempolvó en su día Jean-Léon Beauvois.
Naturalmente, es una manifestación de trabajadores. Pero, a buen seguro, no son los únicos convocados. Como diría Gramsci es una movilización “nacional popular” en su sentido más amplio. Porque (casi) todos los sectores de la ciudadanía, en uno u otro sentido, empiezan a estar ya afectados por las consecuencias del catacrac y porque (casi) todos ellos no las tienen todas consigo. Más todavía, de la mayor o menor presencia popular en la manifestación del día 5 se sacarán por parte de los poderes públicos unas u otras lecturas: unas interpretaciones para intervenir o bien con medidas serias o con parches; o, peor todavía, con unas disposiciones que darían a unos pocos la pechuga, el ala y la pata mientras que a los más sólo les quedarían los huesecillos del pollo.
El cuadro político e institucional de Catalunya no puede inhibirse de esta convocatoria. Naturalmente, valen las posiciones declarativas de quienes así lo hagan. Pero la visibilidad de la manifestación requeriría, en estas circunstancias, que los políticos estuvieran en la calle. No sólo los dirigentes de mayor responsabilidad: todos los militantes, afiliados, amigos, conocidos y saludados de las formaciones políticas catalanas debería hacer acto de explícita presencia. Es decir, configurando una especie de “contrato moral” con quienes las están pasando moradas, con quienes pueden empezar a estarlo en menos que canta un gallo. Porque, dígase con claridad, también el problema es político en su sentido más amplio. Lo es porque…
… Porque la suerte del común de los mortales es –o debería ser-- la preocupación central de la política y de sus representantes. Por eso se valoró tanto la resolución del Parlament de Catalunya contra la directiva europea de las 65 horas. Y porque estamos hablando de la calidad de la democracia que, de manera no infrecuente, queda dañada por los comportamientos que hemos dado en llamar fraudulentos de las empresas que burlan, descarada o subrepticiamente, la legalidad democrática. Más todavía, porque estamos hablando de la posibilidad del declive industrial de Catalunya.
Nota. Durante estos días, previos a la manifestación, se le puede echar un vistazo a las obras que recomendamos a continuación, incluso si vas en el metro, autobús o tren camino de la movilización.
Étienne de La Boétie
Tratado de la servidumbre liberal, de Jean-Léon Beauvois
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