De una parte, el Gobierno catalán (una coalescencia entre los nacionalistas de derecha y modernas versiones de los teócrata-cristianos) está llevando a cabo una serie de recortes y desarboladuras del Estado de bienestar; de otra parte, el portavoz de dicho gobierno exige a la ciudadanía que tape la E (de España) en las matrículas de los coches. Por un lado, los jerarcas gubernamentales claman contra “Madrit” por su abigarrado neocentralismo; por otro, pactan –como lo hicieron sus bisabuelos de la Lliga-- con la derecha española, con el Partido popular, los Presupuestos de la Generalitat. ¿Incoherencias? Anda ya…
Más todavía, desde una esquina de Catalunya determinadas entidades claman por la insumisión fiscal (una reedición del viejo Cierre de cajas), pero callan perinde ac cadaver ante los destrozos que la coalescencia gubernamental está llevando a cabo. Y la que, por ejemplo, sugiere el Consejero de Economía de que “se trabaje más tiempo por menos dinero” para que las finanzas vayan mejor. ¿Incoherencias? Anda ya …
En ambos casos se trata de la lengua bífida del nacionalismo gubernamental; un nacionalismo que –todo hay que decirlo— es desigualmente compartido por la mayoría de las fuerzas políticas catalanas, especialmente por el partido mayoritario de la oposición que sigue más preocupado por buscar el capitán de su nave sin que se sepa cuál es su rumbo. Estamos hablando de un nacionalismo que sabe cómo distribuir, con o sin copago, unas determinadas dosis de cloroformo de masas.
Radio Parapanda. Tendencias en la crisis y reforma de la negociación colectiva: algunos interrogantes, docet Antonio Baylos.
Más todavía, desde una esquina de Catalunya determinadas entidades claman por la insumisión fiscal (una reedición del viejo Cierre de cajas), pero callan perinde ac cadaver ante los destrozos que la coalescencia gubernamental está llevando a cabo. Y la que, por ejemplo, sugiere el Consejero de Economía de que “se trabaje más tiempo por menos dinero” para que las finanzas vayan mejor. ¿Incoherencias? Anda ya …
En ambos casos se trata de la lengua bífida del nacionalismo gubernamental; un nacionalismo que –todo hay que decirlo— es desigualmente compartido por la mayoría de las fuerzas políticas catalanas, especialmente por el partido mayoritario de la oposición que sigue más preocupado por buscar el capitán de su nave sin que se sepa cuál es su rumbo. Estamos hablando de un nacionalismo que sabe cómo distribuir, con o sin copago, unas determinadas dosis de cloroformo de masas.
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