Este es el esbozo de un trabajo que me ha encargado Eduardo Saborido para un libro que conmemora el próximo trigésimo aniversario de la Constitución Española.
En pocos países de nuestro patio de vecinos europeo existe tanta vinculación entre el sindicalismo confederal y la Constitución como en el caso español. Una primera muestra de esa relación puede ser que la mayor parte de la biografía del nuevo sindicalismo de nuestro país corre en paralelo con el itinerario de la exigencia de la Carta Magna, su discusión parlamentaria (en la que destacados dirigentes obreros tomaron la palabra: Camacho, Redondo, Cipriano García, Nicolás Sartorius, Eduardo Saborido, Antón Sarazíbar…), su aprobación –dentro de poco hará treinta años— y su despliegue. No es menor este argumento de la coincidencia biográfica porque indica el conocido compromiso del sindicalismo español con el texto constitucional. Lo que, a decir verdad, representa una discontinuidad entre los antiguos comportamientos sindicales y las constituciones de antaño, las anteriores a la brutal guerra civil española.
Digamos que la potente vinculación del sindicalismo español con la Constitución es, en parte, un (pacífico) ajuste de cuentas del movimiento organizado de los trabajadores contra la violenta represión física, moral, política y cultural del franquismo. Pero hay un elemento que debería ser tenido en consideración: ese vínculo tiene una clave, que es la práctica democrática, abierta y de masas, bajo (y contra) el propio franquismo de un amplio sector del movimiento sindical español.
Se diría –metafóricamente, por supuesto-- que la acción colectiva del nuevo sindicalismo español era “constitucionalista” ex ante, siendo la voz organizada en el taller y en torno al andamio, alrededor de los pupitres y en los campos de siembra… el instrumento básico de esa práctica democrática preconstitucional. Lo que equivaldría a no ver ese paisaje como dos “vidas paralelas” sino, como se ha dicho, una vinculación democrática. Tal vez podamos imaginar que esa relación explique que hubo en efecto una auténtica “ruptura sindical democrática”: ningún sindicato putativo del franquismo se abrió camino una vez conseguida la libertad en España. Esta es una herencia valiosa, no valorada suficientemente todavía que nos legaron gentes tan representativas como Marcelino Camacho, Pepe Cid de la Rosa y Nicolás Redondo, conspicuos representantes del –tomando parcialmente un préstamo de Benjamín Constant—“sindicalismo de los antiguos”.
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