El joven Pau Falguera, Consejero-delegado de The Parapanda Tribune, intenta explicarle a un turista calvo quiénes son los dos caballeros que están detrás: la más famosa pareja de hecho del siglo XIX, El Moro y El General. (Fotos, Javier Sánchez del Campo, Medalla Francesc Macià)
En el blog hermano “Según Antonio Baylos” aparece un importante trabajo jurídico, que ya está dando que hablar: ESTABILIDAD EN EL EMPLEO Y REFORMAS LABORALES. Digo que está dando que hablar por lo robusto de su argumentación, aunque nos encontramos sólo ante la primera parte, dado que el autor –obviamente, Antonio Baylos-- ha prometido una segunda entrega. No obstante, me permito unas primeras reflexiones, no sobre el contenido del ensayo baylosiano sino en torno a la introducción que hace el autor. Dice nuestro hombre:
Se abre en esta entrada y en otras sucesivas un espacio de reflexión sobre la relación existente entre la reforma de la legislación laboral, la política de empleo y el mercado de trabajo. Es decir, si debemos seguir acostumbrándonos al hecho de medir la bondad de una medida de reforma por sus (pretendidos) efectos sobre el mercado de trabajo, la creación o el mantenimiento del empleo.
Comparto esta inquietud (1). Es más, diré que, en mi opinión, es uno de los problemas que siguen sin resolverse a pesar de que vienen de tiempos muy antiguos. Me explico, el sindicalismo, que ha sido responsable –junto a otros sujetos políticos y sociales —de importantes conquistas de civilización ha tenido una notable dificultad a la hora de organizar la extensión y consolidación de tales conquistas. Más todavía, en nuestro caso permanece otra limitación, a saber, establecer la relación entre lo conquistado y la ampliación del consenso estable (la afiliación) del conjunto asalariado con el sindicalismo confederal. Vuelvo a decir que los sindicalistas de mi quinta no estuvimos muy al tanto y dejamos esta ganga a las generaciones actuales.
Antonio Baylos nos dice que debemos acostumbrándonos al hecho de medir la bondad de una medida de reforma por sus (pretendidos) efectos sobre el mercado de trabajo, la creación o el mantenimiento del empleo. Lo que, parcialmente, intento explicar tiene una deriva similar a lo que expone nuestro autor. Sin embargo, no acabo de encontrar una explicación convincente de esta tradicional dificultad del sindicalismo español.
Una aproximada razón –sólo válida para Comisiones Obreras— podría ser la siguiente: acaso el genoma fundante, esto es, ser un movimiento se haya mantenido más tiempo de lo debido y, a pesar de transformarse en organización, las derivas movimientistas siguen manteniendo unas determinadas inercias. Pero, si este fuera el caso, UGT --que siempre se definió como una organización, y actuó de esa manera-- estaría, por así decirlo, `exculpada´, y sin embargo le ocurre, en este caso, tres cuartos de lo mismo que a Comisiones. Habrá, pues, que descartar esa razón improvisada [esto es, las inercias movimientistas] porque, por lo demás, mucho ha llovido desde las nieves movimientistas de antaño. La razón, pues, habrá que encontrarla en algún elemento que sea común a los dos sindicatos. Pero ¿cuál?
Tal vez una razón a tener en cuenta es la evidente separación entre el proyecto sindical y los aspectos organizativos, en tanto que tales. Esto es, en no considerar que proyecto y organización es una y la misma cosa. Ahora bien, hay un referente sindical donde sí aparece indisolublemente unido el proyecto con la organización: las elecciones sindicales. [Dejo de lado, porque para lo que estamos hablando es irrelevante, quién gana las elecciones]
Cuando ambos sindicatos se meten de lleno en lo que comúnmente se llama el proceso de elecciones sindicales (que, desde hace tiempo no son esporádicas sino permanentes) aparece como inescindible el proyecto-objetivo con los instrumentos organizativos. Digamos, así las cosas, que es un proyecto-que-se-organiza. Pero, en el resto de las tareas, es una opinión, no ocurre ni lo mismo ni algo similar. O sea, que hecha la salvedad de los procesos electorales, estamos en lo de antes: sin explicación convincente de por qué fuimos de esa manera y por qué seguimos siendo de manera muy aproximadamente parecida a la hora de no rentabilizar convenientemente el gran acervo de conquistas sociales.
Habrá que tomar otro atajo: ¿es posible que la forma de representación sindical –que sigue siendo exactamente la misma de aquella de mis años mozos— tenga algo que ver? Puede que esto sea un filón para investigar... Desde luego, si es por ahí estaríamos en ciertas condiciones de responder –aunque fuera en parte— a lo que también plantea Antonio Baylos.
Cuando hablo de la forma de representación me estoy obviamente refiriendo al modo en que, organizadamente, el sindicalismo se estructura. Aclaro que no tengo en la cabeza lo que en jerga sindical se llaman las fusiones de federaciones: en tales procesos, ni entro ni salgo. Es más, para lo que nos ocupa es irrelevante. Aludo a la forma de la sección sindical, a la permanencia de los comités de empresa y a la inexistencia de modalidades orgánicas (incluidas las de tipo fugaz o estable) para unos colectivos, cada vez más numerosos, de trabajadores emergentes. Aludo, muy especialmente, a una asimetría que es del caso retener: la economía y el centro de trabajo emergente e innovado ya no se rigen exactamente por el tipo de relaciones verticales sino por otras de naturaleza horizontal o, si se prefiere, oblícuas. El sindicalismo confederal, sin embargo, mantiene una morfología de arriba-abajo y de abajo-arriba en una lógica que era más conveniente en el paradigma fabril de las nieves de antaño que en el de las portentosas transformaciones que están en curso y a todo meter.
Con mi admirado Antonio Baylos (y con buena parte de buenos cofrades) mantengo una complicada polémica que, aquí y ahora mismito, sólo quiero apuntar: la permanencia del comité de empresa ya no me parece conveniente. Y, es más, diré que para lo que estamos tratando representa un mecanismo de freno. Si el comité de empresa es el sujeto principal en el centro de trabajo, parece claro que no tiene ni los mecanismos (ni, evidentemente, la vocación) para organizar las conquistas y, menos todavía, para lo que Baylos apunta lúcidamente en el trabajo que, de manera indirecta, estamos comentando. De ahí que me parezca urgente la formación de una nueva autoctonía en la forma de representación del sindicalismo confederal, dentro y fuera de los centros de trabajo. Especialmente porque entiendo que no pueden seguir coexistiendo pacíficamente los nuevos impulsos que el sindicalismo intenta poner en marcha en sus políticas reivindicativas y negociales y unas arcaizantes formas de representación; arcaizantes y que, además, dejan a la intemperie amplios colectivos asalariados, no sólo jóvenes y mujeres (que es lo más visibles) sino de todos quienes se ven afectados –cada día más— por esa revolución incesante de la nueva y novísima tecnología.
Sea como fuere, en el caso de que las razones antedichas, sobre por qué el sindicalismo no es convenientemente organizador de sus propias conquistas, no sean de utilidad algo parece obvio: hay que saber dónde aprieta el zapato.
La nota prometida.
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