Al parecer el Congreso de los Diputados tiene vocación de convertirse en Ok Corral. Lo que alguien llamó pomposamente templo de la palabra se ha transformado en ventorillo de bidonville. De continuar ese estilo nadie puede predecir cómo será el Parlamento dentro de poco. A mi juicio se han encendido todas las luces rojas y ya hay quien pide una reforma del reglamento de la tasca.
Varios
son los factores que, a mi entender, podrían explicar la irascibilidad incivil de
una buena parte de los diputados –también de algunas señoras-- de la ultraderecha. En primer lugar se trata
de la perplejidad de que sus propias profecías no se hayan cumplido: cada dos
por tres anunciaban con trompetas y timbales que el gobierno de Pedro Sánchez tenía las horas contadas. Sin embargo,
las hojas del almanaque zaragozano pasaban y quien cayó fue Casado, el alguacil
alguacilado. Más tarde el profetismo de la caída de Sánchez se mantuvo con el
sedicente moderado Feijóo. Pero iban pasando leyes importantes en el
Parlamento, con los Presupuestos Generales del Estado, entre otras, y los
ultras de caspa y brillantina seguían amarrados al duro banco de la oposición.
Comoquiera que el argumentario ultra fracasaba reiteradamente sólo quedaba un
recurso: sacar del fondo del colodrillo los denuestos y regüeldos propios de
ventorrillos y tascas sin zotal. Conclusión, cada insulto es la expresión de la
impotencia de derribar al gobierno.
En
segundo lugar, debería tenerse en cuenta que la ultraderecha está en unos
momentos de sequía intelectual, política y cultural. Los grandes problemas que
presiden la geopolítica mundial, los procesos de reconversión y reestructuración
de los aparatos productivos y de servicios, el cambio climático, la emergencia
de nuevas subjetividades humanas han cogido a los ultras con los meados en el
vientre. Demasiado barco para tan poco marinero. Máxime cuando, de un tiempo a
esta parte, no aparecen intelectuales con ánimo de echarle un cable a los
ultras. Sólo ciertos tertulianos subvencionados, responsables de la nueva
técnica mediática del insulto a destajo.
En
cierta medida esta situación me recuerda algunas cosas de mi niñez: gracias a
la beca que me dejó mi madre al morir, Pilica Bulla,
funcionaria del Cuerpo de Telégrafos, pude estudiar en Sánlúcar de Barrameda y
en Utiel (Valencia). Precisamente los jóvenes más insolentes e insolidarios –hijos,
nietos y choznos-- de las grandes
fortunas andaluzas eran los peores estudiantes, los más burros a cosica hecha.
A más ignorancia mayor altivez de aquellos futuros propietarios bodegueros.
Pues
bien, como aquellos colegiales competían entre sí a ver quién era más asno, así
diputadas y diputados ultras compiten en quién la dice más gruesa.
Atención,
pues, porque las formas del fascismo se están instalando en el Parlamento, y
del OK Corral se puede pasar su ase superior en menos que canta un gallo.
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