Seis apuntes aparentemente inconexos
Primer tranco
Cuando se llega a una determinada edad, como es mi
caso, no es recomendable ir con
melindres: tempus fugit que, según
dicen, el divino Virgilio dejó insinuado en las Geórgicas. De manera que vayamos al
grano. ¿Por qué entiendo que el
nacionalismo --me es indiferente el pelaje con el que se cubra-- está
desubicado?
El Estado nación ha entrado en crisis, tal vez
definitiva. Sólo le queda un papel simbólico como inercia de lo que fue. Los
que hipotéticamente puedan aparecer en el escenario mundial serán, en mi
opinión, achicorias de lo que fue en el pasado. A lo largo de este ejercicio de
redacción procuraré desvelar las razones de lo que entiendo por desubicación
del Estado nación y del nacionalismo. Especialmente del que quiere implantar un
nuevo Estado, a construir sobre la base de los usos ideológicos del pasado. En
este nuevo paradigma esos usos ideológicos del pasado chocan abruptamente con
la realidad.
¿De qué cambio de paradigma
estamos hablando? De la potente innovación—reestructuración de los aparatos
productivos, del conjunto de la economía, en el contexto de la globalización e
interdependencia. Lo que ha llevado, además, a la crisis del Estado nación. Toda
política, toda acción colectiva organizada que persista en actuar en la vieja
clave del Estado nación se va manifestando gradualmente como pura herrumbre, en
algo inútil para la ciudadanía. Y, al contrario, lo que se escapa de esa lógica
--como por ejemplo, la empresa y la economía— impone sus reglas y alcanza una
nueva relegitimación. Como he señalado en otras ocasiones, aquí se pueden
encontrar algunas claves de la crisis de la política en general y muy
particularmente de la izquierda, incluida la que actúa en el terreno de lo
social. También a los que substituyen la díada derecha e izquierda, por los de arriba y los de abajo. (Esto último es un tema que nos hubiera gustado que
abordara Javier Terriente en su trabajo El factor P).
¿Por qué esta relación entre crisis del
Estado-nación y la izquierda? Porque ésta no ha sabido leer las grandes
transformaciones: la innovación y reestructuración en la globalización y sigue
manteniendo su praxis en un territorio (el campanario)
cada vez más asediado por tan poderosa interferencia. La vieja fortaleza está
llena de goteras y no pocos escombros.
Segundo tranco
Ahora bien, esa desubicación de los nacionalismos
necesita disfrazarse por partida doble: de un lado, haciéndose heredera de las chansons de geste de tiempos lejanos, y,
de otro lado, proponiendo una solución salvífica así para el presente como para
el futuro. Es la mezcla de una elaborada ucronía con la propuesta de una utopía
que no cabe en ninguna cabeza regularmente amueblada. Por una parte es la
confusión entre novela histórica e historia; por otra, es el constructo
ideológico de prometer a la
Nación un presente y un futuro donde la nota principal es la
indistinción entre las clases sociales y, sobre todo, una gratuita eliminación
del conflicto social. El resultado no
deja de ser el siguiente: un sector no irrelevante de la izquierda acaba siendo
cooptada por sus adversarios que pasan a ser amigos y saludados; y los de abajo se transforman, así las
cosas, en acompañantes acríticos dejándose por ese camino todo distingo de
alternatividad.
En esa distorsión, las plumas alquiladas por el
nacionalismo se afanan en un revisionismo historicista que intenta transformar
las biografías de dirigentes emblemáticos de los de abajo en dirección radicalmente opuesta a lo que fueron.
Pongamos que hablo, aunque no solamente es el único caso, de Salvador Seguí, El Noi del Sucre, el gran dirigente de
la CNT
a quien se le intenta hacer pasar por un catalanista y un patriota catalán. Lo
que significa no sólo una obscenidad contra el propio Seguí sino, además,
contra dicha organización de trabajadores nunca sospechosa de contaminación
nacionalista.
Tercer tranco
He dicho más arriba que una parte de la izquierda ha
sido cooptada, primero, por el nacionalismo
y posteriormente por el soberanismo. Tengo para mí que una plausible
explicación de ello se encuentra en una indigesta lectura de los viejos textos
bolcheviques acerca de la «cuestión nacional», cuya Vulgata fue elevada a categoría de dogma en aquellos tiempos de
antañazo, muy en especial el opúsculo de Stalin. Tengo la impresión de que,
cuando se le ajustaron las cuentas a este famoso georgiano en tiempos de
Kruscheff y posteriormente, la cuestión
nacional (este evangelio según José) se libró de la quema.
Hoy día las teorías estalinianas sobre dicha
cuestión son andrajos, productos de ropavejero. La globalización lo ha
trastocado todo velozmente. Y sin embargo se están operando dos fenómenos
simultáneamente: una tendencia –disimulada en unos casos y abierta en otros— al
repliegue de las fronteras nacionales, de un lado; y, de otro, una
globalización de la técnica, la ciencia y, muy en concreto, de la economía.
El repliegue a las fronteras y, en lo que ahora nos
concierne, el nacionalismo, es una reacción temerosa del nuevo paradigma: ese
temor le impide encarar los desafíos de los procesos de
innovación—reestructuración en este mundo global. De manera que, así las cosas,
la acción política y los conflictos sociales tienen las limitaciones que
comporta tal desubicación. Aunque realmente ya no se trata de limitaciones sino
de impotencia pura y dura. Por lo que las filípicas de Demóstenes
en defensa de la ciudad-estado se quedan en el llanto de Jeremías. Que dichos
discursos puedan movilizar a un sector no irrelevante de la ciudadanía no
contradice lo anterior. Pero, lo sabemos desde tiempos muy lejanos, no todo lo
que se mueve lo hace en la buena dirección.
Cuarto tranco
El nacionalismo catalán es una buena prueba de la
desubicación que estamos comentando. En buena medida es la acumulación de sus
propias impotencias que le imposibilitan a enfrentarse lúcidamente a sus
adversarios. Ni siquiera ha tomado nota de las recientes derrotas del
nacionalismo vasco y de sus intentos de rectificación en los tiempos.
Tengo para mí que no se ha estudiado a fondo, ni
tampoco se han sacado lecciones políticas, de un giro de gran importancia que
se dio en tiempos del segundo tripartito catalán. Fue la conferencia de Artur Mas, en la oposición, en la London School of Economics
donde preparó las bases para sus futuras políticas neoliberales. Son las bases
teóricas que, posteriormente, justificaron una sorda operación de
privatizaciones y recortes en materias sensibles del Estado de bienestar como
la sanidad y la enseñanza.Lo que, por cierto, ha comportado una degradación
caballuna de tal calibre que se ha traducido finalmente en que la sanidad
pública catalana (que es una competencia exclusiva de la Generalitat ) esté en la
cola de las comunidades autónomas. Lo que, en mi opinión, es el resultado de
una gestión consciente cuyo objetivo es que, tras la desarboladura del welfare,
los sistemas de protección social se trasladen al negocio privado.
Quinto tranco
El nacionalismo de Artur Mas ha intentado fundir los
usos ideológicos del pasado con los usos ideológicos del neoliberalismo. Esto
es, la canción de gesta medieval y el dogma de una economía sin controles de
ningún tipo. Esto es, lo que los clérigos (en el sentido que Julien Benda que le
da a esa expresión en La trahison
del clergues) o no han visto o no han querido ver. Ninguna crítica al uso
del poder por sus desafueros contra el welfare, ningún reproche a la
indistinción de las políticas de Mas, algunas de las cuales fueron pioneras,
con las de Rajoy. Por supuesto, no todos los clérigos tuvieron esa actitud.
Tampoco ninguna amonestación por el inmenso estercolero de la corrupción, cuyo
baricentro estaba en el mismo gobierno de la Generalitat y en
Convergència, porque estaban preparando otro tipo de amonestaciones: las que
preceden al matrimonio religioso.
Y de la misma manera que el neoliberalismo ha creado
su propio teologúmeno («no hay alternativa», afirma), el nacionalismo ha ido
exasperando su propio dogma así el del pasado como el del presente. Fuera del
mismo no hay salvación parecen indicar. A tal efecto Manel
García Biel denuncia alguna que otra depuración en su artículo PP y Convergencia,
dos caras de una misma moneda, publicado en Nueva
tribuna.
Sexto tranco
Ayer empezó la campaña electoral en Cataluña. Ya veremos en qué acaba todo esto. No es
costumbre de un servidor hacer pronósticos, porque no es cosa competir
furtivamente con los arúspices. No obstante, me reservo esta pequeña osadía:
sea cual fuere el resultado de las elecciones no se conseguirán los deseos
estratégicos de los independentistas. Pero el conflicto seguirá. De donde
infiero que se precisan los cambios necesarios y suficientes para bajar
considerablemente los grados de esta olla a presión.
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