La patronal, que fue arrastrando los pies a la mesa de negociaciones, está incómoda en ese menester. Cierto es que la dirección de la CEOE está siempre oscilando entre la responsabilidad de Escila y el desinterés de Caribdis. Ahora, da la impresión que se les ha atragantado la Mesa de Igualdad social. Esta batalla la tienen perdida, pero se resisten de manera testimonial. Porque no pueden enfrentarse permanentemente al signo de los tiempos. Dos son los elementos que han motivado el ataque de alferecía: uno, la equiparación salarial; otro, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres.
Hay matices entre esos dos elementos. La equiparación salarial es técnicamente un problema de costes. Pero debemos decir a continuación que cada vez más, aunque de manera insuficiente, hay empresas que aplican la equiparación y, según ellas mismas afirman, les va viento en popa. Es más, sabemos a ciencia cierta que dicha equiparación ha comportado mayor competitividad de la empresa. Dicho en prosa: a más derechos sociales se corresponde más eficiencia.
El otro problema –esto es, la plena igualdad en el ecocentro de trabajo, esto es, la isonomía social-- es más duro de tragar por el empresariado. Porque, hay que decirlo sin pelos en la lengua y sin subterfugios, es una cuestión de poder. Del poder de unos sujetos que hasta ahora no lo han ejercido o lo han hecho de manera esporádica: las mujeres. Para el empresariado es un poder de consecuencias desconocidas.
Digamos, pues, que la contraparte había elaborado un manual de instrucciones tras dos siglos y pico de enfrentamientos con uno u otro diapasón. Los comportamientos del conflicto social eran, por lo general, previsibles. Ahora las mujeres reclaman –digamos la verdad: con el sindicato hombre a remolque— la total equiparación. No sólo frente a la contraparte, sino también al sindicato—hombre. Es una reclamación –¡oído, cocina!—que no sólo se refiere a las cuestiones categoriales y al conjunto de la condición asalariada, sino también al gobierno del conflicto social. Lo que provoca apoplejía en el empresariado y una cierta resignación en sectores cada vez más minoritarios del sindicalismo.
Conclusión, ahora no provisional: se alcanzará la plena igualdad social en el ecocentro de trabajo cuando la patronal entienda que es un despilfarro económico esa mutilación de derechos.
Nota.--- Este es un homenaje a Nati Camacho, fundadora de CC.OO. Todavía me estremezco cuando,
clandestinamente, pasamos la frontera estando ella embarazadísima.
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