miércoles, 24 de septiembre de 2008

COMISIONES OBRERAS DESDE 1977 AL VERANO DE 1978



LOS PRIMEROS ANDARES DE LA CAMINATA SINDICAL EN DEMOCRACIA: desde la legalización en 1977 hasta el Primer congreso de Comisiones Obreras en 1978


Argumento central de mi intervención en la Universidad Internacional de Andalucía. Baeza 8 de Octubre de 2008.


José Luís López Bulla
(Secretario general de CC.OO de Cataluña 1976 – 1995)




Me parece conveniente iniciar estos comentarios con una observación obligada: no se trata de historiar aquellos momentos del protagonismo sindical en los primeros andares de la recién estrenada democracia española; eso es cosa de los historiadores. Aquí se trata, lisa y llanamente, de reflexionar –también con los ojos de hoy y, digamos, a toro pasado— sobre una etapa fascinante. Fascinante porque estrenábamos el traje de la democracia y sus institutos; fascinante, por otra parte, porque éramos treinta años más jóvenes. Y, porque para eso me han llamado a participar, quiero agradecer a los organizadores que hayan pensado en un servidor; posiblemente la mano larga y amable de Eduardo Saborido está detrás de ello.

Llevo algunos años intentado convencer a los historiadores de que en España se dio una neta ruptura sindical. El sindicalismo putativo del franquismo, después de un tiempo de estado vaporoso, desapareció rotundamente: tampoco ningún jerarca de aquella organización jugó papel alguno en la vida sindical ya en democracia. Es más, la mayoría de las grandes líneas del diseño de cómo tenía que ser el edificio se cumplieron con muy buena aproximación. Tan sólo nos falló un gran deseo: la unidad sindical orgánica, esto es, la creación de un sindicato unitario. No es la ocasión para abundar en las razones que lo explican, a menos que se suscite en el coloquio. En todo caso, diré que, a pesar de que ese sueño nuestro no se cumplió, no es menos cierto que pusimos en marcha una potente institución unitaria de todos los trabajadores: el comité de empresa y, posteriormente, las Juntas de Personal en la Función pública.

1.-- Los primerísimos andares del sindicalismo confederal español, ya en democracia, se caracterizaron por una vorágine espectacular. Porque simultáneamente –casi en tiempo real, como diríamos hoy—teníamos que realizar toda un conjunto de tareas que no se podían dejar para el día siguiente: atender a los convenios colectivos era urgente y no esperaba demora porque era nuestra función de tutela del conjunto asalariado; estructurar la casa sindical era igualmente urgente porque era el referente de la representación de los trabajadores a quienes urgíamos para que se afiliaran; aclarar formalmente los grupos dirigentes al tiempo que dibujar un esbozo de orientación programática requería, así mismo, la (también urgente) celebración de nuestros propios congresos. Y, por si faltara poco, la urgencia de la convocatoria y desarrollo del conflicto social ante cada situación de reivindicaciones no satisfechas. Vale la pena traer al recuerdo que tantos ajetreos urgentes, con unas responsabilidades a cubrir a “tiempo real”, se desarrollaron en un clima de gran inestabilidad: de un lado, la crisis económica caballuna, y, de otro lado, el sangriento terrorismo (el de ETA y otras bandas por el estilo) que apuntaba contra las instituciones de la jovencísima democracia. También a lo uno y lo otro se enfrentó, con las escuálidas herramientas que tenía, el sindicalismo confederal. Todo ello lo hicimos de manera natural y sin ningún tipo de ostentación trascendente, ni tampoco, por lo general, como santones laicos ni monjes urbanos.

Pero, ¿quiénes eran aquellos hombres? Aclaro, no se trata de un desliz: en mi sindicato hablábamos enfáticamente de los “hombres de Comisiones” siguiendo acríticamente los constructos del histórico lenguaje machista del que, también, éramos responsables. Pues bien, aquellos dirigentes sindicales de los primeros andares del sindicalismo en democracia seguían siendo esencialmente las personas de la generación fundadora de Comisiones Obreras. Que tenían tras de sí un bagaje “de fábrica” y una probada capacidad negociadora y movilizadora. La mayoría eran cuarentones y ocupaban un lugar destacado en el proceso productivo y de administración que, dado el carácter taylorista de la gran empresa, favorecía la capacidad de representación de los trabajadores. Se trataba de algo curioso: de un lado, el puesto jerárquico del ingeniero, técnico o de gestión administrativa era una “garantía” para el resto de los trabajadores; de otro lado, esa jerarquía se democratizaba en el lugar central de la toma de decisiones: la asamblea, como instituto de participación radicalmente democrática, donde todo el mundo podía decir y decía la suya. De hecho, la mayoría de los primeros dirigentes sindicales tenía responsabilidades de mandos intermedios en los centros de trabajo. No pocos de ellos formados en la Universidad, en las Escuelas de Formación Profesional o en los centros de aprendices que tenían algunas grandes empresas.

Son paradigmáticos, en ese sentido, los casos madrileño, andaluz y catalán: Camacho y Ariza, Fernando Soto y Eduardo Saborido, Rodríguez Rovira, Carles Navales, y Gómez Acosta, entre otros. En concreto, dirigentes sindicales que, más allá de su reconocida militancia en el Partido comunista o en el PSUC eran la expresión social y cultural del conjunto asalariado emergente en nuestro país. En ellos se concretaba la naturaleza del fuerte reformismo que es el sujeto sindical.

La gran aportación que esta gente hace a la izquierda es de gran envergadura. Porque van produciendo un itinerario que es una rotunda discontinuidad con las (tan venerables como nocivas) tradiciones que presidían las relaciones entre los partidos obreros y el sindicalismo democrático. Tradicionalmente los partidos de matriz lassalleana (contra quienes polemizó el mismísimo Karl Marx) y también los leninistas consideraban imprescindible una drástica diferenciación de roles: el partido era, por así decirlo, Dios padre; el sindicato era su enviado en la Tierra, aunque severamente controlado. El partido se reservaba el proyecto de transformación, al sindicato se le encomendaba la “resistencia” que, en el fondo, era una guerra de resistencia contra la derrota. En esas condiciones, el conflicto social debía funcionar sobre la base de las contingencias políticas. Esta era la tradición del partido lassalleano (socialista, socialdemócrata y laborista) y del leninismo. O sea, el sindicalismo era, así las cosas, una mera prótesis de papá-partido.

La gran paradoja es que, en España –también en Italia con Giuseppe Di Vittorio, Luciano Lama y Bruno Trentin— fueron los comunistas quienes gradualmente van poniendo en entredicho estos estropicios de la izquierda. Y, a la chita callando, Comisiones Obreras entra en el juego de la democracia con una aproximada ración de independencia sindical. Es la potente herencia del documento aprobado en la Asamblea del barrio madrileño de Orcasitas en plena clandestinidad: allí se deja tajantemente claro que estamos por un sindicalismo independiente de los poderes económicos, de todos los partidos políticos (incluidos los obreros) y del Estado, con independencia de su carácter social. Así pues, un buen cacho del sindicalismo confederal se estrena en democracia con tan significativo acervo cultural.

Las consecuencias de ese cambio de metabolismo fueron, como mínimo, las siguientes: 1) la asunción de responsabilidades en torno a cuestiones sociales que tradicionalmente se reservaban para sí las organizaciones políticas, 2) el ejercicio del conflicto social era gobernado por el sindicalismo para la buena utilidad de los trabajadores y sus familias. O, lo que es lo mismo: las reformas en materias sociales de todo el universo del Estado de bienestar (empleo, enseñanza, sanidad, entre otras) también eran materias a negociar por el sindicalismo confederal. Se trataba de islas emergentes en lo que podríamos calificar como un incipiente “sindicalismo de los modernos” frente al “sindicalismo de los antiguos”, por utilizar una metáfora, referida a la democracia, de Benjamín Constant en su famosa conferencia parisina de 1819
[1].

Tal vez lo que voy a decir sea consecuencia de una “pasión de padre”, pero sostengo que, junto al sindicalismo italiano, nosotros fuimos lo más renovador de Europa. Porque incluso con nuestras imperfecciones y errores estábamos indiciando un proceso radicalmente nuevo, laminando no pocos mitos que la izquierda europea ha mantenido a lo largo y ancho del siglo XX. Lo chocante del asunto es que aquella generación de sindicalistas aprendió a capar matando gorrinos. Quiero decir que el más viejo del lugar no tenía experiencia de dirigir un sindicato en democracia. La falta de experiencia se suplió con una considerable cultura de fábrica, viendo –a veces con gafas de poca graduación— una parte de las gigantescas transformaciones que estaban en curso.

2.— De hecho el principal problema general con que nos enfrentamos fue el de la crisis económica, caracterizada por uno rápido crecimiento del desempleo, unos altísimos niveles de inflación y sucesivas devaluaciones de la peseta. Debo decir con claridad que aquellos grupos dirigentes –de una reconocida cultura de fábrica— no estábamos suficientemente preparados para intervenir adecuadamente en aquella situación. Tampoco existían las mejores relaciones entre los sindicatos: las dos grandes organizaciones no supimos entrar en el juego democrático con la suficiente y necesaria unidad de acción. Es más, de manera no infrecuente hubo algo más que asperezas y contrastes. Por lo general se entendía que estaba en juego qué modelo sindical iba a llevarse el gato al agua; esa disputa comportó una más que notable laceración en el sindicalismo, al tiempo que debilitaba la capacidad de respuesta a los problemas inéditos que apuntaba la crisis económica.

Una crisis que llevó al Presidente Adolfo Suárez a proponer un acuerdo político-económico con dos objetivos centrales: afrontar la crisis y poner en marcha una serie de reformas legislativas “de interregno” hasta la aprobación de la Constitución Española. Entre nosotros, el grupo dirigente de Comisiones Obreras, la idea era aceptable, entre otras cosas porque la idea basilar de Marcelino Camacho era la intervención de los trabajadores en los problemas generales del país y cuadraba con la distinción que, en aquellas épocas, caracterizaba a Comisiones: un sindicato sociopolítico.

Los pactos de la Moncloa fueron el primer sobresalto de, al menos, mi sindicato. Sólo habían sido llamadas a la elaboración del acuerdo las fuerzas políticas; el sindicalismo no fue tenido en cuenta a pesar que una gran parte de los contenidos anunciados eran materia de directa gestión de lo que hoy se llama los agentes sociales: política de rentas la contención de la inflación. Francamente no era sólo un torpedo simbólico al movimiento organizado de los trabajadores y sus organizaciones sindicales; era un primer aviso o una insinuación de que, en adelante, no íbamos a tener las cosas fáciles.

Tuvimos que hacer de tripas corazón. Es más, Comisiones aceptó el contenido final de los Pactos de la Moncloa porque abrían una hipótesis de lenta salida de la situación de crisis económica, como así fue. Pero hay algo más que no se ha dicho hasta la presente: nosotros no teníamos un planteamiento con cara y ojos, de carácter general, para abordar la crisis económica, salvo la “resistencia”, con más o menos acierto, en cada empresa, donde ya había empezado un proceso de innovación y reestructuración de los aparatos productivos y de servicios.

Ese déficit de proyecto sindical intentó suplirlo Marcelino Camacho con una propuesta que él mismo bautizó con el nombre de Plan de solidaridad contra el paro y la crisis. Sus confusos contenidos eran evidentes: establecer un fondo de solidaridad financiado por el trabajo (una hora) de los trabajadores y (dos horas) por las empresas. Hoy es fácil sonreír ante este ingenuo welfare cáritas. Pero era, aproximadamente, el resultado de un proyecto serio y la expresión de hasta qué punto los problemas agobiaban enormemente la concreta condición de los trabajadores y sus familias. El primer congreso de Comisiones Obreras tuvo una elegancia exquisita y no desairó a Marcelino Camacho: no aprobó ni rechazó la propuesta, se limitó con buenas palabras a pedir que se reelaborara. Cosa que nunca sucedió.

3.— Antes, al hablar de los cuadros dirigentes del sindicato, se ha insinuado de refilón las grandes líneas de la “estrategia” de aquellos primeros andares de Comisiones en libertad. Las recuerdo: a) la intervención en la negociación colectiva, b) el diseño de la estructura organizativa, c) la clarificación de la representación en el centro de trabajo y d) la marcha hacia el primer congreso del sindicato. Cosa que, como se ha dicho más arriba, se hizo en el tiempo de un año.

3.1.-- La negociación colectiva. En otras ocasiones he escrito que el modelo de negociación colectiva que adoptamos fue la mera continuidad, salvo la existencia de la representatividad institucional y democrática de los protagonistas, de la que existía en tiempos de nuestra acción colectiva en tiempos de la dictadura y contra el sindicato putativo del franquismo. Es verdad pero, pensando detenidamente en ello, me olvidé de algo singular: ello fue así –ese `continuismo´-- porque el movimiento organizado de los trabajadores aprovechó y, parcialmente, corrigió la Ley de Convenios colectivos de 1958. O lo que es lo mismo, no pocos convenios territoriales también fueron el resultado de movilizaciones democráticas en plena dictadura. Por citar tan sólo dos ejemplos llamativos: así nacieron convenios colectivos metalúrgicos como los de la comarca del Bajo Llobregat y los de Manlleu, una población cerca de Vic. O sea, quienes verdaderamente negociaban, ejerciendo el conflicto social, éramos nosotros, dado que los jerarcas del sindicato franquista eran la terminal de los intereses de la patronal y de la línea política de mando.

3.2.— El diseño de la estructura organizativa. En realidad el proceso organizativo más llamativo que desplegamos, durante los primeros andares del sindicalismo en democracia, fue la apertura de sedes en él mayor número de ciudades que pudimos. Vale la pena reseñar que llegamos a tener más casas sindicales que los que dispuso el sindicalismo putativo del franquismo. Las sedes se abrieron o bien por alquiler o de compra, bajo el aval personal de los dirigentes sindicales. Lo que indica el desprendimiento y generosidad de tales personas, algunas de las cuales tuvieron sus problemas económicas y, no hace falta decirlo, sus complicaciones familiares. En todo caso, la inauguración de las sedes fueron fiestas, auténticos acontecimientos populares de alta significación política y cultural: recuerdo la inauguración de la sede de Barcelona con la participación de las conocidas vedettes del Molino con sus plumeros y sus canciones picantes ante la perplejidad de Marcelino Camacho.

Organizamos el sindicato sobre una base dual: por un lado el territorio, llamado Unión de sindicatos; por otro lado, la agrupación de la profesión de ramo, tanto de industria como de los servicios, conocida oficialmente como Federación. Pero en realidad, el sindicato descansaba en el organismo unitario que eran los comités de empresa, dado que las secciones sindicales –esto es, la organización del sindicato, en tanto que tal, en el centro de trabajo eran prácticamente inexistentes.

3.3.-- De hecho poco se explica del sindicalismo de Comisiones sin la existencia de los organismos unitarios de los comités. Dicho sea de paso, estas instancias eran vistas por los compañeros de Ugt con mucha menor simpatía.

Vale la pena decir que nosotros pusimos todo el acento en los comités por varias razones: a) por la unidad social de masas que representaron los organismos en el centro de trabajo bajo el franquismo donde nosotros teníamos una amplia presencia; y b) porque, fracasada nuestra aspiración de compartir con Ugt y Uso la construcción de una central sindical unitaria, queríamos preservar que, al menos en la fábrica, existiera un organismo de todos los trabajadores. Ahora bien, no es menos cierto que la competencia entre los dos sindicatos mayoritarios, CC.OO. y Ugt, por la mayoría en los comités no dejó de ser una fuente de problemas.

3. 4.— La marcha hacia el primer congreso de Comisiones se hizo, también, de manera simultánea a todo lo que anteriormente se ha relatado. No hace falta que diga que el principal rasgo de todo ese proceso fue “de exaltación” y, excepto algún que otro chispazo, estuvo presidido por un elevado tenor unitario. En el fondo lo que nos proponíamos era oficializar la legitimidad social que se había alcanzado en el itinerario anterior: a ello, lógicamente, había que darle el rigor institucional, la creación de las convenientes normas internas (los Estatutos) y la elección de los dirigentes.
Más allá de las limitaciones (a decir verdad fueron muchas) de las propuestas congresuales, la novedad era evidente: un movimiento organizado de trabajadores adquiría la plena personalidad de sujeto sindical cuya aportación a la defensa y promoción de los intereses de los trabajadores ha sido decisiva a lo largo del tiempo que llevamos en vida democrática. Un acontecimiento que formula dos elementos que, aunque no aprobados en dicho congreso, indician una aportación moderna a la acción colectiva: la incompatibilidad de los dirigentes sindicales de ejercer responsabilidades de orden institucional mientras están en el ejercicio de sus cargos y la duración de los mandatos. En sucesivos congresos se aprobaron tales medidas.


[1] Benjamín Constant: “La democracia de los antiguos y la democracia de los modernos”.

jueves, 11 de septiembre de 2008

MOVIMIENTO SINDICAL Y CATALANISMO POLÍTICO



Artículo que me han publicado en el diario Avui hoy 11 de Setiembre.


El movimiento de los trabajadores y el catalanismo político han tenido en los últimos cien años una serie de avatares que, en buena medida, connotan la historia del país. En mi opinión dicho itinerario tendría dos fases visiblemente diferenciadas: una, la anterior a la guerra civil; dos, desde la posguerra hasta nuestros días. La primera, clarísimamente marcada por la potente influencia de la CNT, se caracteriza, de un lado, por unas relaciones ásperas y, a menudo violentas, entre el sindicalismo y la política y, de otro, por un teorizado (y practicado) abstencionismo de los confederales en los asuntos de la política y las instituciones. Los intentos de, por ejemplo, Francesc Layret de conducir a los trabajadores hacia un catalanismo político de izquierdas no cambiaron la situación. Los sindicalistas de la época, a cuyo frente estaban personalidades tan representativas como Salvador Seguí, Joan Peiró, Angel Pestaña y otros, fueron celosamente valedores de la idiosincrasia anarcosindicalista, no ya del apartidismo sino del apoliticismo más contundente. Además, todos ellos fueron testigos del estrabismo del catalanismo: frente al ejercicio del conflicto social, los políticos pactaban con “Madrid” para aplastar violentamente la presión obrera y popular.

La guerra civil española, en lo que se refiere a lo que estamos tratando, provoca una situación distinta: la CNT se implica directamente en la política –con características de excepción, parecen decir-- y asumen incluso altas responsabilidades en el Govern de la Generalitat, también en el gobierno republicano español. (A efectos de lo que nos traemos entre manos no es relevante las relaciones de Pestaña con la política y la creación del Partido Sindicalista, dado su carácter extremadamente minoritario).

La segunda fase representa una clara discontinuidad. La lucha antifranquista cuenta con un sujeto social nuevo: el nuevo movimiento obrero, privado de todas las libertades, crea un sindicalismo de nueva planta. Con no pocas fatigas pone en marcha una difícil caminata que vincula las reivindicaciones sociales con la exigencia de las libertades políticas y, por primera vez, asume rotundamente la exigencia de las libertades democrático-nacionales del pueblo de Catalunya. Deja en la cuneta el apoliticismo, aunque intuye al principio, y después lo consolida, que su relación con la política es de plena independencia. Trabajadores catalanes de toda la vida y los provinentes de otros lugares de España protagonizan esa discontinuidad, y contagiados por el catalanismo político de izquierdas (comunistas, socialistas y cristianos) reorientan la historia en otra dirección. Mucho se ha hablado, por ejemplo, de la propedéutica del PSUC en todo ello.

Ese nuevo movimiento es, básicamente, Comisiones Obreras que tiene la originalidad de actuar públicamente, esto es, no esencialmente de manera clandestina. Que busca fatigosamente amigos, conocidos y saludados en el cuadro político antifranquista. Y que relativamente pronto decide encuadrar el ejercicio del conflicto social en el marco de una praxis de sindicato-de clase-y-nacional: una novedad parcialmente intuida por nuestro Francesc Layret.

Desde la recuperación de las libertades el sindicalismo confederal catalán (para entendernos, Comisiones, UGT y USO) se ha caracterizado por ejercer su acción colectiva en pos de la creación de un marc català de relacions sociolaborals extrovertido y tendencialmente global. En resumidas cuentas, ese vínculo potente entre el sindicalismo y los problemas de Catalunya, de un lado, y la acción global, de otro, explican el rotundo fracaso del catalanismo político de derechas siempre a la búsqueda de sindicatos-probeta concebidos como su propia fiel infantería. Pero que, así mismo, connota un sindicalismo que no es sujeto subalterno de la izquierda, aunque efectivamente esté en la izquierda.

domingo, 7 de septiembre de 2008

LOS SINDICATOS ANTE LA CRISIS ECONÓMICA




Me imagino al grupo dirigente de la Confederación Europea de Sindicatos (CES) dándole vueltas a la cabeza con relación a los problemas de la crisis económica. Ahí es nada que países como Alemania, Francia y el Reino Unido estén en la antesala de la recesión, y en lo que a nosotros nos afecta más directa también España. Esta es una situación que no se veía desde hace no se cuantos años: una crisis horizontal y simultánea. En otras épocas, Alemania había entrado en una fase preocupante, pero el resto de los “grandes” mantenía su ritmo. Ahora las cosas han cambiado de manera radical. Como era de esperar las economías más modestas son las que se están apretando el cinturón. Así pues, me imagino a los compañeros de la CES –el amigo Walter Cerfeda, entre otros— devanándose la sesera para, mientras se capea el temporal, ir pensando de qué manera se aborda una salida a esta crisis con un proyecto sostenible e inclusivo; sostenible en su vinculación con la defensa y promoción del medio ambiente, inclusivo para el mayor nivel de personas, especialmente las menos protegidas. Por supuesto, en cada Estado nacional los grupos dirigentes sindicales están también por la labor, y no es cosa de recordarles –por suficientemente sabida— la necesidad de mantener la más convincente unidad de acción de las organizaciones sindicales.

Ahora bien, leyendo atentamente la literatura del sindicato europeo (CES) como las de las organizaciones de los Estados nacionales (la abundante literatura contenida en webs de unos y otros), caigo en la cuenta de: primero, todavía la Confederación europea está en un evidente retraso a la hora de proponer medidas que no signifiquen sólo planteamientos genéricos; segundo, que los sindicatos de los Estados nacionales, hasta la hora presente, sólo plantean medidas que se refieren al limitado espacio del propio territorio nacional que, aunque por muy atinadas que sean, no tienen en cuenta el carácter “horizontal” y simultáneo de esta crisis económica; de ahí que cada organización sindical `nacional´ vaya por su lado y sus propuestas apenas si tienen algo que ver con un proyecto general: cada una en su casa y la crisis en la de todos.

Estimo que la Confederación Europea de Sindicatos debería convocar urgentemente una conferencia cuyo objetivo sería la elaboración de un proyecto a negociar con la Unión europea y el empresariado, esto es, unas líneas de intervención urgente para afrontar el chaparrón que está cayendo. Porque, de no hacerlo, podría correr el peligro de zurruscarse, salpicando de manera desagradable la concreta condición de vida de los trabajadores y sus familias. Por difícil que sea la elaboración de esas propuestas, estimo que no hay otra salida. Y por complicado que fuere la metodología que se plantea, también creo que es necesariamente urgente que se metan en harina.

¿De dónde parten tamañas dificultades? De las diversas condiciones de cada país. Porque, aunque la crisis sea `horizontal´ y simultánea, el peso de las inercias de la tradición y de los idiotismos de oficio de cada organización cuenta lo suyo. Pero especialmente por la decisión absolutamente intencionada de la patronal de no desear una organización propia a nivel europeo digna de ese nombre: organización europea, pues solo les interesa el provinciano “modus variandi” en cada Estado nacional. Amén de que las autoridades de la Unión europea van por un lado poco proclive a la concertación económica y el Banco Central Europeo que –matarile, rile, ro— tiene las llaves en el fondo de su mar y no deja que nadie se acerque a ellas.

Pero la CES no puede considerar que estas dificultades (tan reales como la vida misma) son un punto de llegada, de manera que –recurriendo ramplona aunque apropiadamente al tópico— diremos que dichas dificultades sólo son de partida. Más todavía, la CES (más allá de las dificultades “de partida”) puede poner orden en su casa megaconfederal. Y, armonizando los retales útiles de cada propuesta nacional, construir un conveniente proyecto de urgencia. Si están en ello, me callo y me voy con la música a otra parte.

Diré que esta es una propuesta “de urgencia”. Lo deseable es poner en el orden del día la construcción de un sindicato europeo con sus poderes reglados. Seguir manteniendo la CES en sus actuales términos de voluntarista coordinadora es algo tan gelatinoso como un conjunto de retales que, cada cual por separado, sólo lucen su palmito en el cajón de un sastre.

Punto final: no me atrevo a decirle cuatro cosas a la política europea de izquierdas ya sean los partidos socialistas o los que se proclaman de la izquierda antagonista. Porque si mi casa sindical europea todavía sigue siendo un chambao ¿a qué llamarles la atención a la tienda de campaña política?