jueves, 24 de abril de 2008

EL CAMBIO DE PATRON PRODUCTIVO


LA FACUNDIA DEL MINISTRO MIGUEL SEBASTIAN


De los periódicos: El ministro de Industria, Turismo y Comercio, Miguel Sebastián, presidió ayer la toma de posesión de los altos cargos de su departamento, con el que, según afirmó, "se abre una nueva etapa con el reto de completar el cambio de patrón productivo iniciado hace cuatro años”.


Sorprendentes estas declaraciones de Miguel Sebastián. Lo son por sus disparatados conceptos y por el anacoluto que expresa su conclusión. En todo caso, algo me dejaré en el tintero (perdón por el alogicismo, quiero decir en el ordenador) dado que soy un analista chusquero.


Primero veamos el uso de “cambio de patrón productivo”. ¿A qué se está refiriendo el Ministro de Industria? No lo dice. Es más, desaprovecha una buena oportunidad para explicar coram Deo, clero et populo que se ha dado un cambio en el patrón productivo. Por lo demás, resulta un tanto sorprendente que tan espectacular cambio no fuera informado a su debido tiempo, esto es, hace cuatro años. Me pregunto que cómo es posible que un cambio (cualitativo, decíamos cuando Miguel Sebastían estudiaba quinto de bachillerato) de esas características no hubiera sido anunciado a bombo y platillo por el presidente Rodríguez Zapatero. Una cesura de esas características `epocales´ no hubiera pasado desapercibida a los siempre quisquillosos --como melífluamente se dice ahora-- agentes sociales. Porque...


... Porque ¿acaso el cambio de patrón productivo se debe a una reorientación del modelo industrial español en dirección a unos patrones inscritos en el paradigma medioambiental? ¿o, tal vez, a un salto algo más que `cuantitativo´ en la innovación tecnológica? Es inútil seguir lanzando preguntas retóricas porque don Miguel Sebastián describió la cosa con seca austeridad expositiva.


Veamos ahora el anacoluto de don Miguel. Pero antes, aclaremos con un ejemplo a qué podemos llamar, con aproximada propiedad, un anacoluto. Se trata de la siguiente frase que, de niño, me maravillaba: “Era de noche y, sin embargo, llovía...”. Mi carácter entrometido, mucho menos en aquellos entonces, me hacía interpelar a los mayores: “¿A qué viene ese sin embargo? [“Cállate, enterao”, era la atinada respuesta].


Pues bien, el anacoluto sebastianista es el siguiente, que para mayor precisión se recomienda volver al orador: en el caso hipotético que el cambio de patrón productivo hubiera empezado hace cuatro años (aunque nadie se hubiera enterado, ni menos todavía hubiéramos sido informados) no es ahora cuando “se abre el cambio de patrón productivo”. Porque el cambio no es cuando se completa sino cuando arranca el tan repetido (e ignorado) cambio.


Comoquiera que las tomas de posesión de altos cargos se hacen antes de comer, no es plausible pensar que don Miguel estuviera achispado; es más, nos consta su sobriedad en la cosa del bebercio. Es facundia, simplemente facundia, una verborragia estridente. La pregunta –o una de las preguntas—podría ser: ¿cómo es posible que los chusqueros seamos más templados que algunos académicos? Lo que me lleva a contar una anécdota de mis tiempos infantiles. Un jovenzuelo santaferino, tras jurar bandera en Madrid, volvió al pueblo, de permiso, hablando fino (esto es, sin cecear: algo de mal gusto en la Vega). Yo le espeté iracundo: “Toa tu vida comiendo pepinos torcíos y con tres meses de ausencia vienes hablando fino”. [Que, como anacoluto, tiene sus rasgos surrealistas].


Pues bien, el ministro Sebastián se ha pasado la vida comiendo pepinos derechos y, a las primeras de cambio, deja de hablar fino. Lo que viene a recordar una de las máximas que, en la Edad Media, eran moneda corriente: Rex illiteratus quasi asinus coronatus. Cuya aproximada traducción es: un Ministro analfabeto es un borrico en su ejercicio. Más o menos.

martes, 22 de abril de 2008

EL DIA DE SANT JORDI, LOS LIBROS Y EL MERCADO: Contraste entre un sindicalista y un poeta

Casi al final de mi mandato como dirigente sindical fui invitado a participar en un congreso sobre la calidad que organizaba una asociación empresarial en Lleida. Una de las sesiones del evento era una mesa redonda. En ella intervenía un servidor junto con algunos mánagers de empresas vinícolas de la comarca, moderando la sesión Vicenç Villatoro, reputado periodista barcelonés y, para mi gusto, mejor poeta todavía. Siguiendo el uso de estos encuentros, la tarea del moderador era animar el cotarro. Cosa que Villatoro cumplió de manera brillante.


Comoquiera que siempre llevé mi cuaderno de notas (cosa que conservo, naturalmente) repaso lo dicho en aquel encuentro. Y, para mejor ilustración (con menor aburrimiento del lector), doy cumplida referencia del contraste que tuve con el periodista-poeta.


Villatoro. El mercado es quien crea la calidad de los productos...


Un servidor. Estimado Vicenç, ¿no estás exagerando un poco?


Villatoro. De ninguna de las maneras, José Luis. Lo que ocurre es que vosotros todavía no habéis superado algunas cosas... Es el mercado, repito, el mercado la fuente de la calidad de los productos.


Un servidor. Así pues, estimado poeta, en ese caso el mercado decide que hay más calidad en el producto Corín Tellado que en el producto Petrarca. ¿Estoy equivocado ahora?


Villatoro. Pues, pues...


Un servidor. O que los vinos pirriaques tienen más calidad que los grandes caldos que se hacen en estas comarcas, porque según lo que has dicho como los pirriaques se venden más, los vinos de Lleida tienen menos calidad.


En ese momento, la sala –repleta de cosecheros— se puso en pié y aplaudió, tal vez corporativamente, a un servidor. No exagero, las palmas echaban humo.


Madre mía, lo que hay que hacer para matizar a Don Mercado. [Bibiana Bigorra fue testigo excepcional de este singular debate]


Cuando acabó el congresillo se me acercaron unos empresarios y me pidieron las señas: dos días más tarde recibí unas cajitas de botellas de los vinos, cuya calidad yo había puesto de manifiesto. Por lo que pude saber más tarde, al poeta no le regalaron nada. Conclusión: Roma no paga a los exagerados.

Nota final. No tengo nada que objetar personalmente a doña Corín Tellado.