jueves, 28 de junio de 2007

GRAMSCI, BAYLOS Y LA POLEMICA SINDICAL


A Eduardo Saborido no le gusta mucho la foto de Manolo Amor Deus que puse el otro día. Me manda ésta: Manolo aparece el primero a la derecha, según se mira. Añade Eduardo que no se me olvide que nos la hicimos cuando Tueros, Manolo y un servidor fuimos a Sevilla a dar apoyo al referéndeun del Estatuto de Autonomía hace ya un montón de años.


Al abnegado amanuense tecnológico que gobierna el blog de mi sobrino Antonio Baylos –una bitácora de, a mi entender, obligada lectura para gentes inquietantes-- ha “colgado” un texto que, sobre Antonio Gramsci, elaboró en su día el profesor Francisco Fernández Buey. Que, como se verá, se encuentra en:

http://baylos.blogspot.com/2007/06/un-texto-de-gramsci-para-recordar.html


El mencionado amanuense parece tener la intención, y así lo dice formalmente, de celebrar el Año Gramsci. Bien pensado y bien hecho. Pero tengo un cierto barrunto: ¿no será que el tito Ferino, el amanuense, nos está azuzando a Antonio Baylos y a un servidor a continuar la polémica sobre “el modelo de representación” en el centro de trabajo o, para entendernos, la utilidad de los comités de empresa, defendida por Baylos, que es contestada abiertamente por un servidor? Es decir, ¿hay gato encerrado, con la excusa del merecido homenaje al maestro sardo en la pluma, siempre autorizada de Paco Fernández Buey? Comoquiera que conozco la retranca del amanuense, me pienso que los tiros van por ahí: por volvernos a meter en la gresca en tan vieja como necesaria polémica.


Iré por partes. Mi sobrino Baylos y yo mismo podemos coincidir en que los tiempos de Gramsci y los actuales son distintos. Ambos también convenimos en que los consejos de fábrica en sus diversas versiones (Gramsci, Bordiga, Korsch, Luckács y Pannekoek) poco tienen que ver con el carácter y la personalidad de los actuales comités de empresa. Sobre el resto de la exposición gramsciana no me atrevo a afirmar si mi sobrino y yo estamos en sintonía. De manera que lo que viene a continuación no se dirige adversamente a Antonio Baylos.


El primer problema que se me aparece con relación a la exposición del maestro sardo es: “los sindicatos, han periclitado como instrumentos revolucionarios a consecuencia, por una parte, de las modificaciones de la composición de la fuerza de trabajo ocurridas en el capitalismo y...”, que afirmara Gramsci en sus tiempos. La frase --se recalca para quienes lean “en diagonal”— relaciona el `periclitado´ sujeto sindical con (dice) su inutilidad como `instrumento revolucionario´. La pregunta, entonces, no puede ser otra que la siguiente: ¿no se excedió el maestro sardo en definir el sindicalismo como sujeto revolucionario en su tiempo?

Veamos, cuando Marx polemiza con los lassalleanos sobre la relación entre el partido y el sindicato, nunca el barbudo de Tréveris habla del carácter revolucionario del sindicalismo. Por otra parte, Lenin habla del carácter “tradeunionista” de los sindicatos. Pero, hasta donde todos sabemos, el tradeunionismo fue, por naturaleza, reformista. Ahora bien, Lenin no podía de ninguna de las maneras calificar al sindicalismo de esa manera [reformista]. La razón es simple: en plena polémica con el `renegado´ Kaustky hablar de reformismo hubiera provocado una inmensa confusión en las filas leninistas. Pero, por otra parte, hablando de `tradeunionismo´ estaba soltando un cogotazo a la CGT francesa que, en la Carta de Amiens, se había declarado revolucionaria. Conclusión provisional: ni Marx ni Lenin concebían a los sindicatos como sujetos revolucionarios. Tampoco lo pensaba Trostky. Los sindicatos para Lev Davidovich eran la fiel infantería del partido, los encargados de que la producción tuviera unas características cuartelarias. Por otra parte, existe la suficiente literatura para sospechar que Nicolás Bujarin (“la joya del partido”, según Lenin) y Mijail Tomsky (el primer dirigente de los sindicatos soviéticos y miembro de la vieja guardia bolchevique) no pensaban tampoco en el carácter revolucionario de los sindicatos. (Bujarin y Tomsky, al igual que Trostky, como es bien sabido, fueron asesinados por don José Stalin).



Ahora bien, los “argumentos de autoridades” (Marx y Lenin) no son necesariamente un argumento que indique quién tenía razón: si éstos o Antonio Gramsci. Pero sí nos invitan, por lo menos, a pensar en que –en un tema de estas importantes características-- no había acuerdo. Con lo que cada cual puede seguir la vereda que estime más conveniente. Ahora bien, sorprende que pocos maîtres à penser hayan sacado a colación las meditaciones de Marx en su polémica contra los lassalleanos o los del propio Lenin acerca del carácter tradeunionista del sindicalismo. Y, todavía es sorprendente, que pocos –se cuentan con los dedos de media mano-- hayan revisitado ciertas cosas importantes que dejó dicho el maestro sardo. Por ejemplo, sólo cuatro y el cabo han referido la extraña exaltación de Gramsci acerca del “americanismo”, esto es, el fordismo y el taylorismo. No quiero tirar el agua a mi molino, pero lo cierto es que tanto Trentin como Juan Ramón Capella (el primero en “La città del lavoro”, en Feltrinelli, y el segundo en “Entrada en la barbarie”, Trotta) han puesto los puntos sobre las íes. Por lo que a mi respecta, Gramsci no atinó en lo que nos traemos entre manos. Pregunto: ¿por qué Gramsci iba a estar siempre en lo cierto?


Puede que me haya pasado de quisquilloso pensando que el amanuense baylosiano intentara provocarnos con motivo de la reedición del debate acerca del modelo de representación. Pero lo dicho, dicho está. En todo caso, sigo pensando en la necesidad de no demorar más la necesaria controversia pública acerca del mencionado asunto. De ahí que para provocar los jugos gástricos insista en que el comité de empresa es ya un freno para la acción colectiva del movimiento de los trabajadores y un mecanismo que tapona el imprescindible incremento de la afiliación a los sindicatos, entendida ésta como fuerza estable. Y quien quiera saber más, ahí tiene la polémica entre mi sobrino y un servidor en:
http://theparapanda.blogspot.com/2007/02/una-conversacion-particular.html






lunes, 4 de junio de 2007

UN HOMENAJE A MARCELINO CAMACHO




Ya se ha informado en este blog de una importante iniciativa que Comissions Obreras de Catalunya y la CGIL la Campania (Nápoles, para entendernos aproximadamente) han organizado para el otoño próximo en torno a la figura del gran sindicalista Giuseppe Di Vittorio. Precisamente para que el público empiece a familiarizarse con este hombre, se puso en marcha el blog Alumnos de di Vittorio que, posiblemente, acabe teniendo el tradicional formato de libro convencional. Buena iniciativa que pretende engarzar con el año Di Vittorio como un elemento más de la conmemoración del Cincuenta Aniversario de la muerte de nuestro amigo italiano. Importa resaltar que Catalunya coprotagonice con la Campania la organización y desarrollo de este homenaje a la figura de Giuseppe Di Vittorio.


Pues bien, en base a lo anterior y, especialmente, por todo lo que se ha escrito –y se seguirá escribiendo-- sobre la memoria histórica, la pregunta es: ¿cuándo la dirección confederal pondrá en marcha un homenaje del mundo del trabajo a Marcelino Camacho? En todo caso, retiro la propuesta si es que en las altas esferas sindicales de la CS. de CC.OO. de España hay algo en marcha.


Es ocioso argumentar esta propuesta. Porque lo cierto es que no se entiende la historia de la acción colectiva del movimiento de los trabajadores y del sindicalismo español sin Marcelino Camacho. Y, por lo demás, no se entendería la importantísima labor de Comisiones sin la obra de Marcelino. Tres cuartos de lo mismo acostumbran a decir los amigos italianos acerca de Di Vittorio.


Cojamos el toro por los cuernos: es posible que nadie haya caído en la cuenta de recuperar la figura de Marcelino debido a las últimas posiciones que este dirigente tuvo que, ciertamente, no sólo no fueron afortunadas sino gratuitamente agresivas contra el grupo dirigente confederal. Pero eso no invalida, de ninguna de las maneras, la muy relevante obra de Marcelino al frente del sindicato. Más todavía, la praxis camachiana como defensor de las libertades democráticas y de los derechos sociales del universo del trabajo.


Y si grande fue su obra, mayor fue el prestigio y, sobre todo, el afecto que concitaba su persona entre todo el mundo. Cuando Marcelino iba por las calles de Barcelona (o de otro lugar), era saludado, tocado y celebrado por los transeúntes. Ese afecto no lo ha tenido ninguna figura de la política española en los últimos cincuenta años. Podrá haber políticos respetados, pero respetados y queridos yo no los he conocido, al menos con la fuerza que se tuvo con Marcelino Camacho.


No estoy planteando cubrir un expediente administrativo o un revival. Hablo de un deber hacia uno de los padres nobles de la izquierda española.