miércoles, 26 de octubre de 2022

Vagos e indolentes mis primos hermanos


 

Mi desordenada cabeza olvidó en anterior ejercicio de redacción los chicoleos que se traen los alemanes y los chinos. Desde luego es mejor que uno y otro gobierno se lleven bien a que, por el contrario, se tiren los platos a la cabeza. De donde infiero que la declaración europea, de hace meses, de declarar a China como «enemigo estratégico» fue una intencionada estupidez. Una más que podría añadirse a la ´Sistematización de la estupidez´ del sabio famoso.

Los chicoleos alemanes --política a la remanguillé-- en esta ocasión son el tubo de escape de la inexistente diplomacia europea en torno a esta desgraciada invasión de Ucrania por parte de Putín, cuyos daños –dice el Banco Mundial— se elevan a 345.000 millones de dólares. ¿Calderilla? Pues bien, en esas estamos cuando ayer se recordó  en LV que en breve «se procederá a la venta a China de una de las tres terminales del puerto de Hamburgo». (Recuerdo que el puerto de Hamburgo es más grande que el de Motril). La cuestión es que nadie dice nada como anteriormente tampoco han dicho no oxte ni moxte con las ventas de otros puertos no menos importantes de Europa.

Pues bien? La Unión Europea exhibe su elegante mutismo para no infundir sospechas. Pero, ¿a qué se dedican las organizaciones de parte? ¿Qué está diciendo la Confederación Europea de Sindicatos en las homilías que publican? «Silencio en la noche / ya todo está en calma / el músculo duerme / la ambición descansa», que cantara Carlos Gardel. ¿A qué  juega el Partido socialista europea y la Internacional Socialista? A decir verdad, ambas estructuras se han convertido en indolentes zaquizamíes o del retiro de quienes tienen faltas de ortografía.

¿Vagos o indolentes?

lunes, 24 de octubre de 2022

A contracorriente


 

Europa se está convirtiendo, de un tiempo a esta parte, en un conjunto de tapas variadas que no tienen nada que ver las unas con las otras y, encima, no conforman un menú coherente. Depende qué países parece un comistrajo, según otros lugares tiene la pinta de las zahúrdas de Plutón y, no se olvide tampoco, hay terrenos que dan la impresión de ser un socarral. Para decirlo con palabras santaferinas, privadas de toda malsonancia, se diría que Europa es un follaero. Follaero es, según la académica definición del maestro Juan de Dios Calero «el superlativo estado de confusión en el que están las cosas».

Europa azotada en algunos lugares por el populismo y la reaparición de movimientos fascistas, nazis y xenófobos. Inglaterra, sumida en un quilombo político, que provoca más que hilaridad una profunda y angustiosa perplejidad; Italia, a la que han vuelto aquellos que huyeron de la ´citta aperta´, protagonizando una transferencia de poderes mezclada por el blanqueo de la ceniza y el añil, que nos ha dejado estupefactos.

Todo ello en el contexto de una guerra, provocada por la invasión de Rusia a Ucrania. Un terrible conflicto del que hoy por hoy nadie sabe cómo y cuándo salir. Que está provocando –además de la destrucción, en algunos casos masiva— el aniquilamiento de regiones ucranias y el empobrecimiento muy generalizado de los sectores más modestos de Europa.  

Europa es el gráfico de una parábola descendente, que parcialmente está frenada por los mecanismos de contención de la todavía importante fuerza política y económica de Europa. Lo que no sabemos es si la capacidad de freno es igual o inferior a los efectos de corrosión. Dejo esto para los expertos en la materia, ya sean centrocampistas, falsos nueve o talabarteros diplomados.

Pues bien, en este orfelinato que es Europa hace tiempo que se está radicalizando un conflicto entre fuerzas diversas de la sociedad civil de unos países contra otros. Que están azuzados, o no, por la clase política gobernante: recuerden aquella lacerante expresión de los países pigs. Ahora, la confusión británica –un auténtico galimatías de solemnidad— ha dado pie a algo que me parece estúpidamente  desestabilizador: las portadas de The Economist, comparando gráficamente los problemas de Inglaterra con los de Italia. Brytaly. O la portada del Der Spiegel indicando que Inglaterra es una república bananera.  Cuando los grandes medios se explayan en estos comportamientos, las conclusiones son los enfrentamientos en las opiniones públicas y la consolidación del nacionalismo de barra de chigre.

A ese estado de cosas se ha llegado (el follaero) porque la política ha dejado de ser el sujeto guía del país, la argamasa de la convivencia y los mimbres de la solidaridad. El follaero es la consecuencia de la derrota del capitalismo industrial por los poderes financieros, el deslizamiento de las derechas hacia las zonas calientes de lo no ilustrado y la sistemática desatención de las diversas izquierdas, fatigadas de los éxitos de antaño y de desconocer qué nuevas paradojas arrastran tales conquistas, qué nuevas patologías sociales aparecen cuando por la puerta de los derechos se han conquistado nuevas tutelas y mecanismos de protección. No, las izquierdas no acudieron a clase cuando el profesor explicaba el famoso principio de acción y reacción.

Es cierto que, matiz arriba y matiz abajo, este modesto e incompleto recuento de problemas es real, si algún rasgo aparece excesivamente negro es porque tengo la intención de que no se deje al pairo. Más todavía, los problemas son ásperos, pero en Europa quiero creer –me cuesta lo mismo decir lo contrario— que hay mimbres para la reorientación de nuestro viejo continente. Si creyera lo contrario me dedicaría a demostrar que la serie de los números primos no es infinita.    

martes, 18 de octubre de 2022

Aré lo que pude


 

Algunos compañeros, y a pesar de ello amigos, me aturrullan con correos, guasap y eso del messenger preguntándome por qué no escribo, a qué se debe mi silencio en las redes.  Mi respuesta es directa: porque no tengo nada útil, algo que valga la pena de comentar. No es pereza, ni cansancio de la rutina diaria de sentarse ante el ordenador. Es simplemente seguir la norma de Wittgenstein que podríamos vulgarizar como «en boca cerrada no entran moscas». Hablando en plata: mejor, siempre en mi caso, estar callado que llenar la página de gilipollescencias. Por lo que cuando tenga algo útil que decir sobre la guerra de Ucrania, la corrosión de la flema británica, la naturaleza del Alzamiento de las togas carpetovetónicas, las nuevas perplejidades catalanas o la pedagogía de papá Laporta a Laporta Júnior, entonces –y sólo entonces—estableceré un duelo a primera sangre con la página en blanco del ordenador. Y si eso ya no es posible porque las ruedas de mi carreta ya chirrían, siempre podrá presumir moderadamente de que yo aré lo que pudo.

Sin embargo, estoy en condiciones de hablar del próximo día 27 de este mes. Al grano: en el salón de actos de CC.OO. de Catalunya se presentará el libro ´Señoritos, viajeros y periodistas, Miradas sobre la Andalucía del siglo XX´. El libro está prologado por el maestro Antonio Muñoz Molina.

Aunque realmente dicho acto es un homenaje a su autor, Javier Aristu. Se trata de un intelectual que bien pudo haber ejemplarizado la famosa relación de alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura.

La importancia del ensayo de Aristu queda clara cuando sitúa los jaramagos que ha producido la labor de intelectuales, como José María de Pemán, y otros  en ese estrambótico constructo del «alma andaluza». Pero no interesa ahora ofrecer un adelanto –eso que píjamente diríamos hou como spoiler— porque entiendo que el libro debe leerse con atención, los codos encima de la mesa, y el lápiz para tomar apuntes.

Con todo, a pesar de mi mala memoria no me olvido del gran testimonio de Aristu: puso en marcha un movimiento, junto a Javier Tébar, de lo que se dio en llamar los Diálogos catalano—andaluces, que hoy en condiciones diversas podrían reanudarse.    

De esto hablaremos el día 27 de octubre. Me cabe el honor de intervenir en dicho acontecimiento. Les prometo a todos ustedes, amigos, conocidos y saludados,  que procuraré estar en forma ese día. Procuraré que Wittgenstein no me llamará la atención.

lunes, 10 de octubre de 2022

Nuevos tiempos para Esquerra?


Cuando se supo que los post post post convergentes de Junts dieron el portazo a co—gobernar la Generalitat con sus íntimos adversarios, Jordi Sánchez, figura destacada del partido, declaró que «el procés se ha acabado». No comparto esta opinión; a mi entender, las cosas se explican al revés: la muerte lenta del procés es la que llevado a la división interna, casi al cincuenta por ciento, de Junts, abandonando el govern. Junts, sin aquellos viejos leones que todavía eran pujolistas, pasa a la oposición sin tienda de campaña, fusilería y demás paramenta de combate. Nuevos tiempos para Junts donde se procederá a una reconversión del oficinista de negociado a agitador de barricada de pexiglás.

Los post post post convergentes no o tendrán fácil: se supone que las cortesías con el presidente—fugado se convertirán en agua de carabaña  y el reino del eufemismo dará paso a un dialecto tabernario.

Mientras tanto, ERC sofisticará su lifting camino de un peix al cove (republicano, naturalmente) intentando rebañar hasta la última pringue de la cazuela. En todo caso, hay que reconocer que ha trabajado brillantemente esta crisis: ha dejado que Junts enronqueciera con sus particulares berreas y ha guardado compostura en este campo de Bramante. Y para colmo ha logrado que se conformara nuevo gobierno en tiempo record y más de una sorpresa. Intuyo que los nuevos –algunos de ellos con bulimia de mando— serán una interferencia para que las cosas no se desvíen demasiado.

Demasiadas sutilezas para las derechas de secano y pedregal.   

viernes, 7 de octubre de 2022

Cataluña ¿política o calisay?


 

El tiempo que el gobierno independentista  de Cataluña –Esquerra en la sala de máquinas y Junts (o sea, Puigdemont) en la intendencia está valiendo para algo que se ha vuelto en contra de dichos partidos: no es sólo que unos y otros se lleven como los perros y los gatos, tampoco la cultura institucional esté a la altura de una aljofifa. La cuestión de fondo es que son contundentemente inútiles. Cada conseller con su correspondiente  certificado de inanidad política. Tardará mucho tiempo en descubrirse qué ejemplo, de tiempos pretéritos o no tanto, pueda venir al caso. Y como los grandes retos de civilización son de tanta envergadura, se nota todavía más el analfabetismo político del gobierno catalán.

Con todo, sobresale en ese pedregal un pintoresco partido –más bien, una partida—que ha celebrado recientemente su congreso, que ha estrenado a un eterno sufridor, Jordi Turull, como secretario general. Se trata del partido de los post post post convergentes, de antiguos sesentayochistas, de milenaristas que siguen esperando la parusía y de quienes se angustiaron porque el Régimen del 78 no acabó con los guardias civiles ahorcados con las tripas de los frailes: Junts, que como indica su peculiar nombre están dividits.  Lógico, porque todo lo que ha tocado el procés ha quedado desencuadernado.

Jordi Turull, un dirigente rodeado de adversarios de su propio partido por todas las partes, menos por una que nadie sabe ubicar. Así que la habilidad que se supone a este Turull a la hora de hacer albaranes no se compadece con su ineficacia política. Ni esencia, presencia y potencia en el partido. La sombra de Puigdemont le tapona.

Curioso primer dirigente: en el interior de Junts se está votando si continuar en el gobierno catalán o marcharse a Babia. Cada quídam opina. Turull –el primer espada--  no ha declarado qué votará. En suma, la política catalana es una mezcla de kumbayás, monjes templarios y asiduos del calisay.

 

miércoles, 5 de octubre de 2022

Echenique, baturro de adopción


 

Pablo Echenique es un político singular. Es un dirigente que cuadra en los distingos de la oposición; las tareas de gobierno le sofocan. La oposición vendría a ser, según nuestro hombre, el reino de su mundo; estar en el gobierno no sería ya estar en este mundo. Ya lo era de esta guisa cuando actuaba de espolique de Pablo Iglesias, aunque siendo segundón obedecía los cánones de donde manda patrón, no manda marinero.

Echenique puede estar simultáneamente de acuerdo consigo  mismo y al revés, puede coincidir con su partido cuando le pueda interesar y, desde luego, aparenta su acuerdo con el gobierno en los momentos menos trascendentes. Comoquiera que estamos en tiempos de presupuestos generales parece el momento para que Echenique eleve el diapasón de su jota--himno preferido para los momentos de oposición: «Chúpame la minga, Dominga».

Sabes ustedes a qué me refiero: Podemos designa un grupo negociador para consensuar con el PSOE algunos flecos importantes de los Presupuestos generales del Estado. Acuerdo. Los problemas de España y los españoles son de este mundo, los presupuestos también. El contexto es conocido: las derechas de colmillo retorcío y los pijos de bidonville, el complejo mediático de Madrid y sus merindades, que ni siquiera han leído ni la primera página de los PGE, regüeldan y hacen la pedorreta. Los socios, a su vez, afilan la calculadora para mendigar un «jéchame argo», que les lave la cara en su encomienda. Es la cofradía de los lloricas.

Es en ese contexto –y no en otro--  donde Echenique critica los presupuestos  pasadas unas horas del acuerdo de su partido con el PSOE. Una voz caritativa diría: «Son la cosas de Echenique». También en el preciso momento en que se libra una tensa disputa demoscópica que siempre penalizó los episodios de división y bronca personal.

En fin, Echenique y sus ostrogodos sólo han cogido de la izquierda tradicional las disputas por vaciar la vejiga y ver quien mea más largo. Pablo Iglesias lo vio venir y, aparentando una generosidad corsa, colgó los trastos de matar y se cortó la coleta.