lunes, 31 de agosto de 2020

¿Qué final del trabajo? (10)


 

Nota.--- Seguimos editando una nueva entrega del libro ´No tengáis miedo de lo nuevo´.  Otro capítulo más de la segunda parte a cargo de

Javier Tébar Hurtado

 

La evolución desde hace unos años de las teorías y de las ideologías, que de todo hay, sobre el “Fin del trabajo” suelen presentar a las tecnologías automatizadas como elemento de sustitución del trabajo humano, no sólo en las empresas, también en los domicilios a partir de la llamada domótica. La calificada cada vez más frecuentemente como “4ª Revolución Industrial” tiene como innovación característica la Inteligencia Artificial, la digitalización, la machine learning y los sensores avanzados. Con frecuencia se insiste en que hoy la multiplicación de las innovaciones y su expansión hace que los avances tecnológicos no tengan un carácter y una dimensión equiparables a aquellos asociados a las anteriores revoluciones industriales. No obstante, los discursos sobre la cuestión nos hablan a menudo de esta sustitución del trabajo humano por el robot como la causa de un mundo donde el trabajo como actividad humana constituirá un bien escaso. Esta visión, que no dibuja otra alternativa y se presenta como una dirección única, goza de un amplio arraigo en la sociedad –por ejemplo, el 52,1% de la población española cree que los empleos serán sustituidos por robots— y su repercusión mediática es cada vez mayor[1]. Existen algunos datos que podrían avalarla. En un estudio, basado en fuente proporcionadas por el Banco Mundial, se sostiene que la hipotética automatización de los empleos de baja cualificación y susceptibles de ser sustituidos por robots, harían desaparecer porcentajes elevadísimos de puestos de trabajo en términos globales. El mercado de los robots, se nos asegura, podría alcanzar a nivel mundial en 2019 el valor de 135.000 millones de dólares. Se ha calculado que con el proceso de esta revolución tecnológica a nivel global se destruirán 5,1 millones de puestos de trabajo netos entre 2015 y 2020. En febrero de 2016 la multinacional taiwanesa Foxconn -el mayor fabricante de móviles del mundo, ensamblando para Apple, Samsung, Acer, etc.- anunció que sustituirá al 55% de su plantilla (60.000 empleados) por robots. Otras informaciones nos hablan de que a la cabeza en la reestructuración de su mercado laboral estarían China y Japón. Algunas estimaciones, habitualmente citadas, pronostican que debido al creciente uso de la computarización el 47% de los puestos de trabajo en Estados Unidos se encontrará en riesgo en las próximas dos décadas. En el caso español los “análisis prospectivos más prudentes auguran una desaparición de hasta el 12% de las ocupaciones debida a la automatización, que repercutirá con mayor intensidad en los trabajos que requieren menor cualificación. Este fenómeno agravaría la dualidad, la polarización, la sobrecualificación y los altos niveles de desempleo que caracterizan nuestro mercado laboral[2]. En fin, de llevarse a cabo esta eliminación masiva de puestos de trabajo, sin duda, tendría graves consecuencias tanto para las economías desarrolladas con Estados del Bienestar como para las economías periféricas del sistema. Esta predicción se corresponde con la imagen de un mundo con ribetes de utopía liberadora del trabajo, aunque, al mismo tiempo, combina elementos propios de una lectura distópica al estilo orwelliano: la dominación de una minoría, aquella que tiene en sus manos el poder del conocimiento y la tecnología, sobre una mayoría sumisa. Si finalmente se impone esta realidad lo cierto es que “a diferencia del trabajo humano las máquinas no se enferman, no cobran salario, no hay que pagarles seguridad social ni se afilian a sindicatos[3].        

         Ante este cuadro general parece necesario introducir algunos matices e interrogarse, aunque sea sumariamente, sobre tres cuestiones como mínimo. En primer lugar, la insistente afirmación del “trabajo como bien escaso” contrasta con las cifras que se tienen desde una perspectiva del empleo global, estas cifras indicarían que aquel no parece haberse reducido, sino todo lo contrario[4]. La fuerza de trabajo que produce en y para el mercado capitalista se duplicó entre 1980 y el año 2000[5]. Una cuestión diferente es que la reestructuración global del empleo producida desde inicio de siglo XXI haya propiciado una eliminación de puestos de trabajo en las economías desarrolladas -como la de EE.UU., Francia y Japón-, al mismo tiempo que ha favorecido un efecto de expansión del empleo en el exterior -en particular en las economías asiáticas- a partir de las inversiones de esos mismos países[6]. En definitiva, una reubicación del capital industrial. Esta es la justificación de los eslóganes de campaña de Donald Trump sobre su idea de recuperar la industria norteamericana. En segundo lugar, efectivamente el trabajo asalariado con estabilidad en el empleo y con derechos tal como se ha conocido durante buena parte del siglo XX comienza a escasear en las economías ricas, mientras crece el número de trabajos precarios, inestables, inseguros y sin derechos laborales. En tercer lugar, un análisis en perspectiva histórica muestra la variedad de estrategias que el capital ha utilizado de manera combinada para afrontar la crisis de rentabilidad y control de la fuerza de trabajo a lo largo de los últimos cien años de historia. Una de las estrategias desplegadas, efectivamente, ha sido la “solución tecnológica”, pero no cabe olvidar que también ha recurrido a otro tipo de  soluciones estratégicas como son la “solución espacial” -hoy conocida como “deslocalización” de centros productivos o de partes del proceso productivo-, la utilización del “lanzamiento de nuevos productos” -que alienta el desplazamiento de nuevas industrias y líneas de producción-  y la “solución financiera”, es decir, una tendencia del capital a alejarse del comercio y la producción en períodos de intensa y generalizada competencia, con manifestación de episodios agudos de conflicto laboral, optando por dedicarse a las finanzas y a la especulación. Esta última opción estratégica se convirtió en un mecanismo clave para el desarrollo de la crisis de sobreacumulación de la Belle Époque, entre finales del siglo XIX y 1914, cuando se inició la 1ª Guerra Mundial. De una forma parecida, aunque adoptando el carácter de una solución financiera todavía más masiva, habría constituido el mecanismo clave de la crisis de sobreacumulación de finales del siglo XX e inicios del siglo XXI[7], a cuenta de la expansión del capitalismo de la globalización.

         Al margen de estas precisiones es conveniente atender los matices en el debate sobre este asunto y el nuevo paradigma que representa, así como los escenarios que plantean las diferentes interpretaciones sobre la llamada revolución de las nuevas tecnologías. Durante la década de los noventa del pasado siglo XX, frente al boom tecnológico y de la llamada “Nueva Economía” surgió en EEUU una posición de “fobia tecnológica”, identificada con los “nuevos luditas”, que ha sido defendida por sectores que van desde el anarquismo individualista a determinados grupos ecologistas. Pero en lo fundamental la variedad de lecturas sobre los efectos de estos cambios y cómo afectan a la automatización en el empleo se presenta una oposición hasta cierto punto binaria entre los discursos de los “escépticos” y los “tecnólatras”. Los primeros relativizan los efectos de los cambios tecnológicos, mientras que entre los “tecnólatras” uno grupo abrazan de manera optimista lo que estos cambios representan y sus consecuencias (“tecnoptimistas”) y otro grupo pronostica el fin del trabajo[8].

         Al adoptar una cierta perspectiva histórica para analizar el nuevo paradigma en que nos sitúa la tecnología de la información y la comunicación y sus aplicaciones en la nueva revolución digital, por decirlo resumidamente, surgen otras cuestiones relacionadas con el trabajo y el empleo en una “Nueva economía”. Resultan frecuentes las afirmaciones sobre la “eliminación del trabajo” que no se sostienen de ninguna de las maneras. Así, es conocido que la sustitución de algunas tareas automatizadas no conduce necesariamente a la eliminación del puesto de trabajo que reúne otras tareas no sustituidas. Pero sobre todo el determinismo tecnológico desde el punto de vista de la organización del trabajo es un error a corregir, dado que el cambio tecnológico no corresponde siempre a cambio organizacional. Por ejemplo: el paso de la máquina de escribir al ordenador no modificó la organización del trabajo, la novedad introducida fue en esta ocasión la conectividad, un caso evidente de esto es la actividad laboral en los conocidos como servicios de “Call Centers”, que hoy representan la forma del “infotaylorismo”. En este sentido, no está más recordar que el ingeniero Taylor a principios de siglo XX no introdujo tecnología sino división de procesos de trabajo, encarnando la llamada “Organización Científica del Trabajo”. Esto representó un tránsito “del poder sobre los hombres a la administración de las cosas” -concibiéndose al trabajador como “cosa administrada”- y con el correlato de la enajenación de su conocimiento, tal y como bien sintetiza la frase “El brazo en el taller y el cerebro en la oficina”[9]. Así, pues, intentar analizar el trabajo humano pasando de la OCT taylorista a la tecnología es hacerlo prescindiendo de la actividad de los propios trabajadores. De esa forma lo que tiene lugar es una “simetría apresurada”, tal como alertó ya hace años Ubaldo Martínez Veiga[10].   

         A esta consideración podría añadirse que el efecto del cambio tecnológico en el trabajo no está exento de elementos nuevos y viejos, de contradicciones, de manera que abre posibilidades a que convivan dos realidades cada vez más distantes. La posmodernidad y arcaísmo al parecer no se excluyen mutuamente: se dice que no hay trabajo para los jóvenes y esto convive con la existencia de explotación laboral severa[11] y un crecimiento del trabajo forzoso, formas modernas de esclavitud y trata de seres humanos[12]. Al mismo tiempo que se dibuja el dominio tecnológico en el mundo del trabajo continúan realidades, por ejemplo, como el maltrato a las mujeres que trabajan como porteadoras en la frontera de Ceuta[13]. Estas realidades contradictorias aconsejan asumir que nuestras vidas ya se están desarrollando baja la “membrana tecnológica” -en particular en los países ricos- y que no tiene sentido negar sus potencialidades, pero parece razonable no confiar en que constituyen una nueva solución mágica y curativa a nuestros problemas. Es más, determinadas aplicaciones de estas tecnologías plantean dilemas en el terreno de la ética –la biotecnología, los usos tecnológicos en las “nuevas guerras”, etc.-, así como discusión sobre sus consecuencias sociales y los efectos medioambientales que pueden producir. En cualquier caso el cambio tecnológico y el aumento de trabajo en términos globales, un tipo de trabajo marcado por oficios menos cualificados, hace pensar que el sindicato debe tratar el asunto del trabajo más allá del empleo y más allá del empleo fijo y asalariado.

         Dicho todo esto, finalmente no cabe descartar que estemos emulando a los ciudadanos decimonónicos carentes de claridad y de perspectiva respecto a la revolución industrial que estaban viviendo hace dos siglos, y sobre las que hoy a nosotros no nos cabe la menor duda[14].

 



[1]           Lluís Torrents & Eduardo González de Molina Soler, “La garantía del tiempo libre: desempleo, robotización y reducción de la jornada laboral (parte 2), sinpermiso, 12/12/2016 [http://www.sinpermiso.info/textos/la-garantia-del-tiempo-libre-desempleo-robotizacion-y-reduccion-de-la-jornada-laboral-parte-2]

[2]           Ibidem.

[3]           Mariano Aguirre, “Ascenso de los robots, ¿adiós al trabajo humano?” 13 septiembre 2016 [https://www.esglobal.org/ascenso-de-los-robots-adios-al-trabajo-humano/]

[4]           Datos de la OIT en http://www.ilo.org/global/about-the-ilo/newsroom/news/WCMS_368305/lang--es/index.htm

[5]           Francisco Louçà, “El trabajo en el ojo del huracán: economía digital, externalización y futuro del empleo”, Gaceta Sindical núm. 27 (diciembre 2016), p. 75.

[6]           Guy Standing, Precariado una carta de derechos. Capitán Swing, Madrid, 2014, pp. 55-56.

[7]           Beverly J. Silver, Fuerzas del trabajo. Los movimientos obreros y la globalización desde 1870. Akal, Madrid, 2005, pp. 51-53.

[8]           En base a la diferenciación propuesta por Lluís Torrents & Eduardo González de Molina Soler, “La garantía del tiempo libre: desempleo, robotización y reducción de la jornada laboral (parte 1), sinpermiso, 06/11/2016 [http://www.sinpermiso.info/textos/la-garantia-del-tiempo-libre-desempleo-robotizacion-y-reduccion-de-la-jornada-laboral-parte-1]

[9]           Una reflexión personal, que vale la pena conocer, sobre este proceso entre los años sesenta del pasado siglo y la actualidad es la de Pedro López Provencio, “Formación, promoción y cualificación profesional” [http://theparapanda.blogspot.com.es/2016/12/formacion-promocion-y-cualificacion.html (3-12-2016)]

[10]         Ubaldo Martínez Veiga, “Tecnología y organización del trabajo. El peligro de la simetría apresurada”, Cuadernos de Relaciones Laborales núm. 3 (1993), pp. 136-137.

[11]            Un ejemplo cercano a nosotros es el tratado por Daniel Garrell, La explotación laboral severa de extranjeros en el trabajo agrícola en Cataluña, Fundació Cipriano García de CCOO de Catalunya, 2014, realizado en el marco del Proyecto AGREE de la UE,[http://www.ccoo.cat/pdf_documents/Recerca%20AGREE%20complert%20versi%C3%B3_22_05_15.pdf]

[12]            La OIT el pasado mes de noviembre de 2016 ha aprobado nuevas normas del protocolo para combatirlo [http://ilo.org/wcmsp5/groups/public/---ed_norm/---declaration/documents/publication/wcms_534399.pdf]

[13]         http://www.apdha.org/media/APDHA-10-vulneraciones-DH-2016.pdf

[14]          Un resumen sobre la tendencia de la sociedad industrial del siglo XIX en Zygmunt Bauman, Memorias de clase. La prehistoria y la sobrevida de las clases. Nueva Visión, Buenos Aires, 2011, pp. 139-152. “Es posible que estemos en plena revolución”, entrevista de Justo Barranco en “Magazine” de La Vanguardia, Barcelona, 2 de noviembre de 2014 [http://www.mgmagazine.es/historias/entrevistas/zygmunt-bauman-es-posible-que-ya-estemos-en-plena-revolución], citado por Joan Fontcuberta, La furia de las imágenes. Notas sobre la postfotografía. Galaxia Gutemberg, Barcelona, 2016, p. 20.

domingo, 30 de agosto de 2020

Oído Gobierno: dejémonos de zascandileos


 

Se están acumulando demasiados desencuentros en el gobierno. Y lo más preocupante es que tales fricciones aparecen en público. ¿Transparencia? Más bien exhibicionismo. Es –aventuro tal vez de manera imprudente esta conjetura— un intento de presionarse mutuamente, mostrando a la intemperie las respectivas vergüenzas húmedas. No son, en mi opinión, los gajes de una precaria cultura de coalición, sino el abuso del funcionamiento de un torniquete en la ingle del otro. Ahora, en puertas de la discusión de las cuentas públicas, aparece otra grieta.  

1.--- Ya lo saben ustedes: Unidas Podemos, a través de algunos de sus portavoces parlamentarios, viene a decir que no se cuente con ellos, si Pedro Sánchez tiene también en cuenta a Ciudadanos en la cuestión presupuestaria. Lanzamiento de un gancho cuando en el ring donde todavía no ha sonado la campana. Lo que no sabemos –y en estas cuestiones tan delicadas nos prohibimos especular--  es si se trata de una advertencia o un aspaviento de consumo interno. En todo caso, digamos que el horno no está para bollos. Especialmente porque seguimos en una situación de complicada anormalidad, que está siendo gestionada sanitariamente a trompicones por las Comunidades autónomas. Con diversas crisis simultáneas y superpuestas, de las que hemos hablado en otras ocasiones. Es el momento más inoportuno –en realidad quiero decir contraproducente--  para practicar repetidamente la esgrima del postureo. 

La primera consideración: no sabemos cuánto tiempo durará está anormalidad. De hecho ninguna autoridad sanitaria tiene elementos para establecer una hipótesis fundamentada sobre la duración de la pandemia. Y mientras ello dure, la situación económica irá pareja a aquella. Se podría decir, pues, que tenemos anormalidad para rato. La segunda consideración: así las cosas, tiene sensatez intentar ampliar la base parlamentaria que pueda aprobar holgadamente los Presupuestos generales del Estado. Y no sólo para la aprobación de las cuentas públicas, sino para todo el proceso de gestión de los fondos europeos. 

Lo primero es lo primero: exactamente lo primero es aprobar las cuentas públicas. Sin ello todo lo demás son castillos en el aire, retórica de mostrador de taberna. 

Algunos comentaristas han hablado de que el interés de UH es «marcar perfil propio en el gobierno». Es cierto. Pero la forma elegida –la exhibición de las diferencias en el lavadero público— es perjudicial para el gobierno, ciertamente, pero igualmente para Unidas Podemos. Y, peor todavía, fomenta un clima de desasosiego que perturba las relaciones entre las bases socialistas y podemitas. Y más peor: favorece a las derechas que se crecen anímicamente. 

La mejor manera de «marcar perfil propio» es la gestión eficaz de cada departamento ministerial. Como se decía antiguamente: «su fama le precede».  Así lo han entendido principalmente Salvador Illa y Yolanda Díaz. Dos personas clave en esta situación. Tienen tanto trabajo que ni siquiera les preocupa el «perfil propio». Lejos de ambos el narcisismo que, me parece a mí, acumulan algunos de sus colegas.   

2.---  Dos flancos pueden inquietar al gobierno de Pedro Sánchez: las enfermizas reacciones del Partido Popular y el zascandileo entre los partidos de la coalición gubernamental. Lo primero no parece que realmente tenga importancia, al menos por lo que siguen dando de sí las encuestas de opinión. Sin embargo, lo segundo –esto es, el estúpido pugilato--  puede ir erosionando el clima político y provocar desconfianza –no sólo en uno u otro partido de la coalición--  en el gobierno. Más todavía, agrietando la necesaria confianza que requiere abordar, por ejemplo, la crisis económica, derivada de la pandemia. Me permito un dato muy significativo: Barcelona ha bajado 56 puestos en el ránking de competitividad de las ciudades europeas entre 2010 y 2019. No hace falta decir por qué, pero el caso es que ahí está esa situación que es necesario revertir. 

3.--- Me acojo a la sabiduría de un prestigioso dirigente sindicalista aragonés de CC.OO, Julián Buey Suñén, que propone:  «Presupuestos. Ahora el gobierno progresista necesita más unidad y cohesión que nunca. Deben elaborar unos presupuestos que den respuesta a los graves problemas que hay que afrontar, en línea con el programa de gobierno acordado, con las adecuaciones necesarias a la nueva situación de crisis sanitaria y económica. Tendrán que negociar en el Parlamento y llegar a acuerdos para sumar. En mi opinión, lo sustancial no es con quien se pacta, sino el contenido de lo que se pueda acordar.» Tranquilidad, mejor no confundirse con las liturgias y apostar por la capacidad interna y externa de acuerdo del gobierno. No es momento de volver a reproches, sospechas, prejuicios ni de desempolvar viejas descalificaciones entre las forofadas de las izquierdas. Hay que mantener la calma y reclamar cohesión, unidad, coherencia, flexibilidad, lectura adecuada del momento y objetivos claros en las politícas... Una vez más lo van a poner difícil, pero hay que tirar para adelante». 

Post scriptum.---  Don Venancio Sacristán formuló su «Lo primero es antes» con un tono sugerente, no dogmático.

 


sábado, 29 de agosto de 2020

¿Adiós a la clase obrera? (9)

 

Nota.— Seguimos con las entregas, ahora de la segunda parte, del libro ´No tengáis miedo de lo nuevo´

Javier Tébar Hurtado.

 

El “Adiós al proletariado” de principios de los pasados años ochenta del siglo XX nos habló también de despedidas que, de algún modo, tiene relación con las honras fúnebres al trabajo y al sindicato[1]. O dicho de otra forma: ¿Si el proletariado se había ido, cuál era el trabajo que permanecía? André Gorz sostenía ya entonces que el capitalismo había hecho nacer una clase obrera o en un sentido más amplio un conjunto asalariado cuyos intereses, capacidades y cualificaciones estaban en función de las fuerzas productivas, a su vez, funcionales con relación a una única racionalidad existente, la racionalidad capitalista. El autor constataba la reducción del componente obrero-industrial dentro del sistema de la fuerza de trabajo y en el propio sistema social. El proletariado industrial de antaño se despedía, dado la marcada tendencia de los efectos de trabajadores y los procesos de desindustrialización en curso. Estos eran temas fundamentales para el futuro de la izquierda pensando, tal como lo planteaba Gorz, en una “izquierda futura”. Desde luego, cualquiera que conozca su obra sabe que aquella afirmación no tenía un tono celebrativo sino propositivo. Sintéticamente puede decirse que apuntaba hacia la imperiosa necesidad de pensar en aquello que se hace y por qué, a partir de un agudo y en algunos aspectos novedoso análisis sobre la metamorfosis del trabajo[2].

         Lo que venía produciéndose durante aquellos años era una ruptura respecto al invocación de una clase obrera unificada, atravesada ya durante los años setenta por diferentes identidades e intereses que fundamentalmente emergían a partir de los sectores de los trabajadores de la administración pública, de “técnicos y cuadros” -como se definía en aquella época-, pero también de las mujeres, que entraban con fuerza inusitada en el mercado de trabajo regulado -porque nunca estuvieron fuera del trabajo, en los ámbitos del trabajo informal o de la economía sumergida- y de los jóvenes trabajadores. Esta es una primera ruptura de la noción de “clase obrera” que era signo de identidad del movimiento sindical. La progresiva fragmentación y división de la condición asalariada afectó a sus discursos y prácticas y fue el pórtico de una nueva etapa. Entonces es cuando parece haberse dado el tránsito de una “clase obrera heroica” a loshéroes de la clase obrera”, a los que hoy se les identifica con los asalariados de determinados sectores propios del fordismo-taylorismo. Para que este paso se produjera mediaron grandes transformaciones históricas a partir de los procesos de “modernización” y democratización iniciados en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, así como a la posterior quiebra del “pacto fordista” iniciado a finales de los años setenta. En aquel momento se producía un final de ciclo de la protesta obrera en el ámbito europeo. En el caso español aquella etapa coincidiría con los años del final de la dictadura del general Franco y la consolidación de la democracia en un contexto de crisis durísima. Podría decirse como hipótesis que la evolución de nuestro país durante este periodo constituiría un contra-ritmo europeo en comparación con otros países de su entorno. Su incorporación llegó a destiempo para encajar plenamente en el modelo que caracterizó los años dorados del capitalismo occidental, con la rúbrica del pacto social de posguerra. De la misma forma, y a diferencia de otros países, se llegó con suma rapidez a la asunción de una relectura del liberalismo económico hoy hegemónica, y presentada a la sociedad como única alternativa[3].  Algo que no cuestiona necesariamente el hecho de que entre finales de los años setenta y 2008 se diera lo que López Bulla define como el “ciclo largo” para el caso español a la hora de referirse a una etapa de consecución de bienes democráticos y materiales.

         No obstante, en el conjunto de las sociedades occidentales durante los años ochenta se daría la progresiva alteración, cuando no “invisibilidad”, de lo que se denominó durante las anteriores décadas la “clase obrera”. Este desvanecimiento se manifestó tanto en su acepción de categoría económica para el trabajo productivo como en su uso como concepto político movilizador, ambos con un origen presente en la obra de Karl Marx. De esta forma, se abría paso la impresión de que el trabajo manual entraba en decadencia simplemente porque el trabajo obrero, que tradicionalmente era su imagen más difundida, lo estaba. Pero lejos de desaparecer, el trabajo manual experimentará incluso un crecimiento en diversos ramas del sector terciario donde ocuparán gran mano de obra[4]. Simultáneamente se estaba produciendo en la sociedad un progresivo desfiguramiento del mundo obrero tal como había estado definido hasta entonces, de sus culturas propias y de sus organizaciones sociales y políticas. Asimismo, también se venía manifestando una continuada pérdida del valor socialmente reconocido al trabajo -entendido como trabajo asalariado-, a los vínculos sociales que estableció y a su centralidad social y política. Al calor de todo se hacía presente la progresiva y aparentemente “extraña” evanescencia de una identidad colectiva, construida social y culturalmente, surgida en y a través de las ciudades industriales y vinculada a la izquierda europea.[5] Posteriormente, las razones tradicionales para la solidaridad con la causa obrera se vieron alteradas, manifestándose la ruptura con las lealtades forjadas hasta entonces, y provocando efectos nuevos tanto en los partidos de la izquierda como en el terreno del sindicalismo y, por tanto, en la propia sociedad. Ante el rampante neoliberalismo, la historia de la “clase obrera” como identidad colectiva parecía plantearse como un fundido en negro.

         No obstante, un nuevo ciclo de protestas laborales nada más iniciarse el siglo XXI, así como otros ciclos posteriores de conflictividad, ponen en cuestión los apresurados y definitivos adioses dados al trabajo, a la clase trabajadora y al sindicato. Ante esto cabe decir que así como la clase obrera, según la conocida expresión del historiador británico E.P. Thompson, estuvo en su propio nacimiento, debería estar en su propia defunción. Esto es algo que no entenderán aquellos que la conciben como un hecho dado y no como el producto de las acciones humanas.



[1]           André Gorz, Adiós al proletariado (Más allá del socialismo). El Viejo Topo, Barcelona, 1981.

[2]           André Gorz, Metamorfosis del trabajo. Búsqueda del sentido. Crítica de la razón económica. Editorial Sistema, Madrid, 1995.

[3]           Javier Tébar Hurtado, “El movimiento obrero durante la transición y en democracia”, en C. Molinero y P. Ysàs (Eds.), Las izquierdas en tiempos de transición. PUV, València, 2016, p. 193.

[4]           Aris Accornero y Nino Magna, “El trabajo después de la clase obrera”, REIS núm. 38 (1987).

[5]           Rafael Cruz, “El órgano de la clase obrera: los significados de movimiento obrero en la España del siglo XX”, Historia Social núm. 53 (2005)

 

viernes, 28 de agosto de 2020

Ada Colau o la izquierda atolondrada


 

Es la izquierda disparatada a fuer de intempestiva. Es la izquierda desnortada sin una brújula que llevarse a las manos. Es la izquierda imprudente patológicamente ambigua, que ha llevado siempre en su cerón de esparto una asimétrica equidistancia, siempre aparente, entre independentistas y constitucionalistas. Ada Colau que, en esta ocasión, quiere acompañar a un políticamente decrépito Ernest Maragall, necesitado de cuota de pantalla y fuegos artificiales y, así, recordar a sus parciales que la nissaga familiar sigue pintando algo en Cataluña. Una izquierda infantilmente alocada que prefiere las comparsas pijas al gobierno progresista, del que indirectamente forma parte. Es –dicho en términos aparentemente antiguos— la expresión del radicalismo pequeñoburgués. 

Lo han intuido todos ustedes. Me refiero al sucedido de ayer en la sesión plenaria del Ayuntamiento barcelonés. Las minorías independentistas plantean una moción que censura al gobierno y al rey emérito. Acusa al gobierno de Pedro Sánchez de organizar la huida de Juan Carlos de Borbón y a este de corrupción. Los detalles de lo primero son, con toda probabilidad, fruto de la angustiada imaginación del portavoz en las Cortes, Jaume Asens. 

El arma de doble  filo que lanza la moción es captada  a medias por los de Colau: se suman a la crítica al emérito y no comparten la censura al gobierno. Pero en esto de las mociones no vale la retórica verbal, sino los gestos. Colau y su gente se abstiene, es la enfermiza equidistancia, se quitan plomo de las plumas frente a los indepes. Dígase las cosas por su nombre: esta izquierda atolondrada ha votado vergonzantemente su abstención al gobierno. 

Hay quien opina que esta actitud  es mero electoralismo, también yo pensé tiempo ha lo mismo. Sin embargo, entiendo que esa patológica equidistancia es consubstancial con ese partido, los Comunes, y que la ambigüedad está en su genoma. Pedro Sánchez  tiene un problema; Pablo Iglesias tiene un problema. Nosotros tenemos un problema. Hoy el gobierno es menos fuerte: el perro del hortelano se empeña en ayunar y no dejar comer. 

Post scriptum.---  Todo lo anterior se reduce a lo siguiente: Colau no conoce la enseñanza de don Venancio Sacristan.  Padre del actor Pepe Sacristán que enseñaba que «Lo primero es antes».


jueves, 27 de agosto de 2020

Volver al trabajo, volver al sindicato (8)




Nota introductoria.— Entramos en la segunda parte del libro ´No tengáis miedo de lo nuevo´. 

 

Javier Tébar Hurtado

Director del Arxiu Històric de CCOO de Catalunya

 

Esta especie de ferocidad del presente es una de las obsesiones que aparece en muchos de mis libros. Si apuestas por la memoria te quedas obsoleto y si apuestas por la utopía eres un demente o un individuo peligroso porque estás apostando por un futuro perfecto cuando todos los futuros son imperfectos. Sólo eres una persona normal si te quedas en el presente. Para mí el gran triunfo ideológico de la derecha no ha sido el venderte un cuerpo doctrinal, ha sido el extirparte la capacidad de recordar, de reinventar y de repensar” (Manuel Vázquez Montalbán entrevistada por Rosa Mora, “Si apuestas por la utopía eres un demente”, El País Babelia, 19-11-1994).

 

Volver al trabajo, volver al sindicato es situar a ambos en el centro de las preocupaciones de la sociedad. La expresión podría resultar provocativa en los códigos del mundo laboral para aquellos que entienden una vuelta al trabajo como el fin del conflicto huelguístico, sin caer en la cuenta que el conflicto no desaparece. En el contexto de la huelga de La Canadiense en Barcelona, que duraba casi un mes, el dirigente sindical Salvador Seguí, recién excarcelado por las autoridades, tomó la palabra el 19 de marzo de 1919 y se dirigió a más de 20 mil asistentes reunidos en la plaza de toros de Las Arenas para explicarles que: "Pese a los sentimentalismos, pese a las generosidades, pese a las impetuosidades que aquí se manifiestan, mañana hay que volver al trabajo, como un solo hombre, porque esta huelga ya dura mucho y las huelgas que duran más de ocho días, fracasan". El conflicto no desapareció y en aquel acto probablemente se forjó el mito del Noi del Sucre entre la clase trabajadora.

Volvamos al trabajo” es lo que propone el historiador Fernando Díez en la presentación de su necesario y brillante estudio Homo Faber. Historia intelectual del trabajo, 1675-1945. La propuesta ni es inocente ni está lastrada por la ingenuidad, ni mucho menos por una mirada nostálgica sobre el ayer. Nos habla de las diferentes formas de pensar e imaginar el trabajo a lo largo de cerca de tres siglos. Analiza los proyectos de pensadores sobre el significado y papel del trabajo en las sociedades que les tocó vivir, situándolos y relacionándolos con los sucesivos contextos históricos. En habitual encontrar en todos estos autores, tal como subraya Fernando Díez, “la idea de que una buena sociedad, una sociedad con la imprescindible decencia (la expresión es de George Orwell), necesita, además de otras cosas, del trabajo; no de cualquier trabajo, pero sí del trabajo”. Esta es una historia intelectual y social que nos enseña sobre la densidad histórica del concepto y nos alerta al mismo tiempo sobre la necesidad de pensar desde el presente nuestra relación con eso que llamamos “trabajo”[1].

        Por eso mismo, la apuesta de Volver al trabajo, volver al sindicato no pasa por una mera operación de retorno al pasado con el fin de retroceder, al menos en apariencia, a un orden anterior y habitualmente idealizado. Nada más lejos de aquello que se nos propone en “No tengáis miedo de lo nuevo”. Su respuesta, por el contrario, es pensar y proyectar en clave de futuro una sociedad “con la imprescindible decencia” y capaz de ofrecer un trabajo humanizado. No se trata de volver a empezar sino, como tantas otras veces en el pasado, de comenzar de nuevo, tal y como hace ya casi un siglo Salvador Seguí supo transmitir en aquella multitudinaria asamblea. De modo paradójico, además, esa vuelta al trabajo y al sindicato es condición necesaria para orientar las transformaciones que tanto uno como otro están viviendo.

        Me parece que José Luis López Bulla también nos habla de esto. Los interrogantes, las hipótesis y propuestas que formula seguro que provocan coincidencias y manifiestas discrepancias. Que el autor haya elegido la forma del ensayo para su escritura tiene las virtudes propias de este género, con el que no se pretende dar respuesta cerrada a todas las cuestiones y temas que se ponen a discusión. De este modo se aleja por completo de la filosofía escolástica en la que todo está discutido de antemano. Si se apunta en una dirección determinada es para tratar de conducirnos a un espacio adecuado donde iniciar un debate abierto. En definitiva, es una reflexión sobre qué es el sindicato y cuál es hoy su papel. Todo ello en tiempos poco soleados para el sindicalismo. A nadie que conozca al autor puede sorprenderle que las conjeturas formuladas y las conclusiones a las que se llega sean hechas de manera crítica y extrovertida. El contenido es, en todo caso, una reflexión que viene acompañada de proposiciones concretas.     No está de más advertir que desde hace años López Bulla no ocupa cargos de responsabilidad ni en el sindicato ni en la política. Nos habla desde su posición de peatón de la historia, de afiliado de base, de persona inquieta y no indiferente al actual escenario político. En su blog “Metiendo bulla” (http://lopezbulla.blogspot.com.es/) nos proporciona, casi a diario, comentarios, reflexiones y debates que así lo confirman. Aun debo añadir que la lectura de su ensayo me lleva a sostener que ha sido y sigue siendo un sindicalista. Desde mi punto de vista -y no sé si él estará de acuerdo conmigo- su concepción “de” y “sobre” la sociedad o dicho de otra forma su idea de estar “en” sociedad” (la política, las formas de gobernar, el papel de la economía, la importancia del conocimiento y la cultura, etc.) está atravesada por su propia visión de la función social del sindicato. 

Por último, me parece que proponerme participar en este libro, junto con Antonio Baylos, habla de la propia valoración que su autor tiene del estudio del pasado para la comprensión de la sociedad. La historia mantiene una función social que tiene mayor importancia, si cabe, en estos tiempos de crisis y de transformaciones, de rupturas y continuidades. Por esta razón, este epílogo sólo adquiere sentido como una reflexión sobre el presente en clave histórica. Una perspectiva en la que tanto ha venido insistiendo el historiador Jaume Suau para explicar el mundo actual, y que se contrapone a esa otra mirada utilitarista, cada vez más extendida, que amolda el pasado a sus cuitas en el presente como manera de justificar su actuaciones y decisiones en él.



[1]           Ibidem. pp. 11-12.


 


Profecías funerarias y spams 

Trabajo y sindicato en un mundo global son las palabras clave que subtitulan este libro. El trabajo en sus diferentes facetas como actividad humana porque, más allá de los debates sobre sus mutaciones, la categoría conserva centralidad para la vida de las personas. El sindicato porque su evolución en los últimos casi cuarenta años describe una parábola que parece adoptar en la actualidad su curso descendente, después de alcanzar su etapa dorada a partir de la mitad del pasado siglo XX. ¿Para qué negarlo? La posibilidad de pensar y proyectar un trabajo humanizado en un mundo global es un planteamiento que se sitúa a contracorriente. Porque la propuesta no pasa sólo por visibilizar el binomio trabajo y sindicato en los nuevos escenarios sociales y ecológicos donde se inserta. El reto implica la necesidad imperiosa de imaginar y proponer de manera concreta formas de estar y actuar del sindicato en un mundo del trabajo en profunda transformación. Todavía más cuando ambas cuestiones tratan de ser interesadamente situadas, cuando no enterradas, en el pasado.

        A lo largo de las últimas décadas se han ido sucediendo múltiples y variados rituales de defunción dedicados tanto a uno como a otro. En el caso del trabajo las profecías sobre su final arrancan en la década los años noventa del pasado siglo XX. Es el momento en el que se inició el impacto de una nueva revolución asociada a las tecnologías de la información y la comunicación.  Los efectos de esta “Tercera Revolución Industrial” se presentaban con una doble faceta: de potencial liberación del trabajo humano, por un lado, y, por otro lado, de su elemento de alteración definitiva en las formas de organizarlo. Buena parte de las izquierdas quedaron atrapadas por aquel discurso en forma de “final” o bien de “extinción” del trabajo. Sin embargo, también es conveniente alertar que el concepto de “trabajo” del que se hablaba era entendido exclusivamente como trabajo subordinado o asalariado, y que para nada tenía en cuenta otros tipos de trabajos relacionados con la actividad productiva y reproductiva. En cuanto al escaso recorrido futuro pronosticado para el sindicato los rituales mortuorios han sido también persistentes en el tiempo. Algunos incluso han llegado a ser excéntricos y sobreactuados. En ocasiones han emulado al popular “entierro de la sardina”, propio de la tradición hispana carnavalesca. Pero tras los miércoles de ceniza, con su correspondiente quema -celebrada por algunas fuerzas políticas y los poderes económicos y con notable resonancia en los medios de comunicación- y después de tan simbólico entierro no se ha cumplido el paraíso soñado por algunos de un mundo sin sindicato.

        Que algunas profecías funerarias se hayan convertido en plegarias incumplidas, no niegan ni las incertidumbres abiertas ni la necesidad de despejar las incógnitas de un futuro para el trabajo y el sindicato. Aunque entre las numerosas propuestas que se plantean, cabría discernir entre aquellas que ofrecen argumentos de fondo para la discusión y aquellas otras que, con tono publicitario, son enviadas masivamente por los spammer protegidos por el anonimato. Estas últimas debemos eliminarlas casi a diario.

        Al establecer una comparación con el pasado, se constata que los cambios producidos hace más de cien años hicieron que algunos de los observadores de las transformaciones asociadas al fordismo de comienzos de siglo XX estuvieran seguros de que aquellos suponían la muerte del movimiento obrero. Además de quebrar las habilidades de los obreros más sindicalizados, aquellos cambios permitieron a los patronos recurrir a nuevas formas de trabajo, propiciando una clase obrera que se juzgaba de manera irremisible dividida por la etnicidad y otras diferencias, y atomizada por “un espantoso conjunto de tecnologías fragmentadoras y alienantes”. Sin embargo, en los resultados de aquel proceso no dejó de haber cierta ironía si tenemos en cuenta que lo que se produjo fue el éxito de la sindicalización en masa y, tiempo después, llegó a considerarse que el fordismo reforzaba intrínsecamente a los trabajadores, más que debilitarlos. Como ha planteado la historiadora norteamericana Beverly J. Silver cabe preguntarnos: ¿Podría suceder que estuviéramos en vísperas de otro cambio de perspectiva ex post facto? [1]



[1]           Beverly J. Silver, Fuerzas del trabajo. Los movimientos obreros y la globalización desde 1870. Akal, Madrid, 2005, p. 20.