domingo, 27 de enero de 2013

NEOLIBERALISMO CARPETOVETÓNICO, NEOLIBERALISMO CATALÁN


Catalunya registra ahora el mayor número de parados de su historia. Sin embargo, la situación política está monopolizada por el tema del derecho a decidir su relación institucional con España. O lo que es lo mismo: la cuestión social está fagocitada por la politique politicienne.  Mientras tanto, el gobierno de la Generalitat, aprovechando que el Besós pasa por Sant Adrià, pone en marcha un conjunto de medidas que (como en el caso del troceo del Institut Català de la Salut) significa una especie de pasaporte para el tránsito hacia la privatización o –como sostiene Lluís Casas--  “a ser colonizado por las empresas multinacionales o simplemente inversoras”.  Pregunto: ¿no había figurado en los pactos públicos entre CiU y Esquerra Republicana de Catalunya algo así como el freno a esas privatizaciones? ¿O es que hay algunas cláusulas, secretas o reservadas, que estipulan la contrario? Pregunto otra vez: ¿qué énfasis está poniendo la izquierda política y la izquierda social en contra de todo ello?

Y, mientras se está dando esta situación –el mayor número de desempleados de la historia de Cataluña y en ese contexto de cambio de metabolismo de la sanidad catalana--  sigue la pertinaz y autoritaria reestructuración de los aparatos productivos en las empresas que tienen sus instalaciones en Cataluña? Pongamos que hablo de Nissan, que es sólo un ejemplo entre tantos. ¿Dónde está la propuesta de la izquierda política y social de Cataluña? ¿Dónde se encuentra su capacidad de intermediación política que pueda ayudar a quienes, en los centros de trabajo, defienden sus nobles intereses?

Digamos las cosas por lo derecho: la izquierda política (y en otro orden de cosas, la izquierda social) está atrapada en la revolución pasiva –de gramsciana factura-- que lidera la derecha nacionalista y sus proveedores. La revolución pasiva entendida así: el proceso político, social y cultural, cuya dirección está en manos conservadoras.

Cierto, el choque entre las derechas políticas (Partido popular y CiU) tiene una importante componente sobre, dicho de manera esquemática, el modelo de distribución de los poderes en España. No hace falta decir que se trata de una áspera batalla que viene de antiguo. Pero ambas derechas están empeñadas, y eso les une, en la exportación del modelo neoliberal norteamericano, que en nuestro país tiene menos controles y más impudicia. Un modelo que se va implantando, además, de la mano de una turbia promiscuidad entre el dinero y la política. Ahora bien, existen percibo ciertos contrastes en el neoliberalismo español: el que podríamos denominar de matriz carpetovetónica con un personal toque chusquero –el que está poniendo en marcha el Partido Popular--  y el de matriz académica de los proveedores de la derecha catalana. Ambos se orientan a romper las cuadernas del arca de Noé, ciertamente. El primero lo hace de manera prusianamente cuartelaria; el segundo en clave de power light, en el sentido que le da Joseph S. Nye. Es decir, el PP intenta su operación, podríamos decir, manu militari; la derecha catalana lo hace a través de oro, incienso y mirra donde cada cosa de estas tres tiene su propio cometido con el objetivo de cooptar sujetos sociales.  El primero arremete cual fiel espada toledana; el segundo intentando diluir el conflicto social e, incluso, mistificándolo, es decir, publicitando indecorosamente que es un apoyo al liderazgo de Artur Mas.  

Ahora bien, ¿en qué coinciden? En algo que, para otro menestar, dice el profesor  Juan Laborda: “en que las políticas que nos están imponiendo [los neoliberales]  son pura ideología y no economía” (1).   Sin embargo, el carácter de uno y otro neiliberalismo (y, sobre todo, su puesta en funcionamiento) tiene sus diferencias. Pero eso lo dejaremos para otra ocasión. No conviene agobiar demasiado a quien tiene la amabilidad de leer ese ejercicio de redacción. 

(1) LAS FALSEDADES DE LA ORTODOXIA NEOLIBERAL, publicado en el blog hermano Ciudad Nativa.




sábado, 26 de enero de 2013

VIOLENCIA Y NO VIOLENCIA

  


Nota editorial. Seguimos pegando la hebra Paco Rodríguez de Lecea y un servidor, ahora en torno a Hundimientos y promesas (1)




Querido Paco, debo decirte que me gustan las respuestas de Fausto Bertinotti al amigo Dario Danti. Es más, entiendo que Fausto eleva la discusión a cotas que, hasta donde yo sé, me eran desconocidas. Ya ves, en este tema de la violencia yo había estado bastante distraído desde siempre. Lo diré sin ambages, nuestro hombre atina y lo hace de una manera sobria. 
    
Lo primero: la humildad responsable de Fausto cuando reconoce que sobre determinados asuntos “no sabe”. Lo que no deja de ser una anomalía, ya que la mayoría de los dirigentes políticos parecen ser un almacén de conocimientos que van desde su oficio hasta los más aspectos más intrincados de la física cuántica pasando por la reproducción del ganado caballar en los Apalaches. En esta ocasión me refiero a al no sabe sobre determinados aspectos de la conducta humana. Por otra parte, su no saber lo relaciona con las limitaciones de la política, que no es, en su opinión, la política no es omnipotente, “no es ilimitada ni lo abarca todo; por el contrario, la alta política es la que acepta el límite para ella misma, incluso porque asume el hecho de que el hombre es un ser limitado”. Como debe ser.  Desde luego, tendremos que convenir que el nivel de lecturas de, al menos nuestra clase política doméstica, es baste precario.

Lo segundo: hay un giro conceptual y lingüístico en Bertinotti al final de este capítulo. Tras la experiencia de Génova 2001, y situándose ya en la perspectiva, ya no habla de movimiento anti globalización sino de movimiento alterglobalización. El giro no es irrelevante. De negar la globalización se pasa a construir otra globalización: otro mundo es posible.

Por último, sólo tengo un contraste con Fausto. Concretamente cuando dice que ese movimiento “es el primer movimiento posnovecentista que puede abrir una brecha tras la derrota histórica del movimiento obrero. Después de la respuesta que se dio a la Cumbre de Seattle en 1999, el movimiento y sus razones se expandieron por todo el planeta (las cursivas son mías). Me parece que la expresión –derrota histórica (sconfita storica)--  es desproporcionada. En primer lugar, por lo caballuno del término; y, en segundo lugar, porque la derrota, dicha de ese modo, da la sensación de que es definitiva.

Bueno, de todas estas cosas hablaremos el sábado largo y tendido. Mientras tanto, como decía el gran Anselmo Lorenzo, tuyo en la Idea. JL 


Habla Paco Rodríguez de Lecea

Derrotas históricas, querido José Luis, el movimiento obrero ha sufrido muchas, incluso sonadas. Yo intuyo que cuando Fausto habla de ‘la’ derrota histórica, la derrota digamos por antonomasia, se está refiriendo al derrumbe del socialismo real, a la desaparición de la URSS del mapamundi.

Y es cierto que, aunque el movimiento obrero en el mundo sigue activo y capaz por consiguiente de acumular nuevas derrotas en su currículum, aquel acontecimiento ha marcado una divisoria, un antes y un después en muchos aspectos cruciales. En las coordenadas geopolíticas, por supuesto, pero también en otras facetas más sutiles del modo de ser de las izquierdas. Uno de los valores que han emergido con fuerza es el del pacifismo. Hoy es un elemento incluido con entera naturalidad en cualquier manual de cambio social, revolucionario o no. Supongo que eso ha ocurrido a partir de que incluso los más recalcitrantes tomaron conciencia de que nunca iban a ver aparecer los tanques rusos por los pasos pirenaicos; porque no hace tanto tiempo que Gandhi, al que Fausto recuerda con respeto, nos lo vendían como un bobo iluso y desfasado.

La terrible hecatombe de las torres gemelas ha dejado al descubierto también las falacias implícitas en posturas como la de Sartre en torno al terrorismo. La violencia terrorista puede ser explicada y comprendida racionalmente, pero no justificada. Por muchas razones, pero en primerísimo lugar porque la espiral agresión - reacción tiene un efecto paralizador en la conciencia de las personas y acaba por representar un retroceso para los esfuerzos emancipadores. Fausto lo señala con razón al referirse al nivel unitario y combativo alcanzado por el movimiento alternativo a la globalización en Génova 2001, y a cómo la voladura de las torres apenas unos meses después no sólo abrasó aquellos ‘brotes verdes’ sino que dio la excusa idónea al imperialismo para llevar la guerra y la destrucción a Irak y Afganistán, con la adhesión explícita o implícita de muchas gentes de buena fe que meses antes se habrían opuesto rotundamente.

El punto más problemático del razonamiento de Fausto lo encuentro yo en la naturaleza y el posible crecimiento y desarrollo de los ‘brotes verdes’ aludidos. ¿Eran capaces de verdad aquellas plataformas, por sí solas, de abrir una brecha en el sistema global neoliberal? De paso, ¿qué hemos de entender por ‘abrir una brecha’, igual que por tantas otras metáforas que utilizamos cada día tomadas del léxico militar (tomar la ofensiva, asaltar una trinchera o las casamatas, emprender una retirada estratégica, etc.), desde el momento en que nos declaramos pacifistas y preconizamos la no violencia? Y más allá de cuestiones léxicas, si el movimiento obrero ya no es un elemento significativo en el tablero de juego, ¿cuáles son las fuerzas concretas que han de cambiar la sociedad existente, y qué política de alianzas es posible establecer entre ellas?

Pensaba en estas cosas la otra noche mientras visionaba la rueda de intervenciones que ofreció Radio Parapanda, promovida en Sevilla por el blog En campo abierto, sobre las soluciones de la izquierda a la crisis. Debo decir para empezar que me habría gustado que las tres opciones políticas participantes se hubieran puesto de acuerdo previamente entre ellas para ofrecernos un programa unitario coherente. Presentar cada cual su receta particular no es, creo yo, de recibo en esta coyuntura, y puede tener un tufillo electoralista. Después, la reivindicación enfática de la política no deja de ser un gesto vacío. Política lo es todo, el hombre es un animal político según dejó dicho Aristóteles hace ya un montón de años, y uno no puede evitar la sensación de que quienes hablan así en el vídeo lo que de verdad reivindican no es la política sino la figura del político profesional, por un lado, y la labor de los partidos políticos por otro. Ahora bien, si no abordamos la salida de la crisis desde una reconsideración a fondo de nuestro propio modo de estar en la izquierda y de los errores, deslices y desventuras que nos han llevado paso a paso a la posición nada envidiable en la que nos encontramos, las recetas para la salida de la crisis serán voces en el desierto.

Vuelvo a la cita de Foa que me pareció importante incluir en mi anterior intervención. No sólo Vico, también la experiencia nos dice que el mejor programa de salida a la crisis que podamos elaborar no se realizará nunca, o se realizará de un modo distinto y a veces contrario a como fue previsto. Pero eso es algo que debemos dejar en manos de la historia. La política es otra cosa, ya que estamos reivindicándola. Y la política nos exige hacer planes; y definir de forma concreta cada etapa del itinerario que queremos seguir, a ser posible con pelos y señales; y especificar quiénes, y de qué manera, y en base a qué alianzas, van a protagonizar cada uno de los pasos que hemos previsto. Por más que a fin de cuentas todo transcurra de otra manera.

Por lo menos esa es la Idea en la que yo, querido José Luis, comulgo contigo. Paco.



viernes, 25 de enero de 2013

MEMORIA HISTÓRICA Y RECUERDOS PERSONALES



Nota editorial. El historiador Javier Tébar entra en la conversación sobre EL PROCESO “ADAPTATIVO” DE LA IZQUIERDA





La historia en acto o el recuerdo verdadero

Javier Tébar Hurtado
Historiador

Preguntarse por el “momento” (¿tal vez por el “momento justo”?) de la “separación que conduce a la mutación genética del Partido Comunista Italiano”, tal como lo plantea Dario Danti, sin duda es una cuestión que suscita interés en su conversión con Fausto Bertinotti publicada recientemente. No obstante, ese mismo interrogante sobre el “cuándo” puede despistarnos sobre un tema que, en mi opinión, es posiblemente más central, me refiero al “cómo” (1). Bertinotti articula tesis variadas que han ido proponiéndose, todas ellas conducentes a la explicación de ese “cómo”, es decir, del “proceso” y no del “momento” por el cual se habría producido lo que denomina “mutación genética” del proyecto del comunismo italiano. De esta manera se centra la posible discusión sobre el asunto y se ofrece una respuesta: ese proceso del PCI tiene una naturaleza “adaptativa”, viene de lejos, no es una reacción al derrumbamiento del referente de la URSS. Y es una operación adaptativa, realizada desde el partido-organización-dirección, distante del partido-comunidad de militantes, que, más adelante, “iría acompañado”, dice, de la “mutación genética”, que no es difícil entenderla como la culminación del mencionado “proceso”. Sólo a la luz de este planteamiento, uno trata de explicarse la respuesta de Bertinotti a la pregunta de Dante respecto al hundimiento de la URSS. Y, es necesario subrayarlo, es una respuesta que sorprende, en la medida que fija una “memoria vaga”, como ha señalado López Bulla:
            
D. Danti.- En el año 1991 el final de la Unión Soviética señala el fin del mundo dividido en dos bloques contrapuestos. ¿Cómo recuerdas aquel hundimiento?
            
F. Bertinotti.- Siempre he intentado comprender por qué mis recuerdos de aquel año son tan confusos. No se trata de un banal proceso de abandono. Son confusos porque me es difícil rastrearlo. En realidad podría parecer una paradoja porque es un año en el que sucede casi todo; y, sin embargo, no es así.

            Indudablemente, el epicentro es el hundimiento de la Unión Soviética. ¿Qué sucede, entonces, cuando no se tiene memoria concreta de un acontecimiento que, según las tesis de Hobsbawm, clausura el siglo breve?  ¿Por qué este verdadero final de un mundo no es perceptible por naturaleza? Probablemente, para los de mi generación, aquella experiencia la habíamos considerado antes como concluida. El hundimiento de la URSS no produce emoción. Naturalmente, produce una percepción del fenómeno, pero no una emoción. Por el contrario, tengo un recuerdo nítido de la invasión de Checoslovaquia: el 20 de agosto de 1968 mientras repartía octavillas en una fábrica textil, en Verbano. Se me acercó un sindicalista quien me dijo que había tanques soviéticos en Praga. Inmediatamente me quedé consternado, tuve la percepción de una tragedia. Como la secuencia de una película: aquello podría ralentizar esa historia. Del hundimiento soviético no recuerdo nada; tendría que repasar la crónica de aquellos acontecimientos. Es porque aquello ya se había consumado antes en nuestras cabezas.
            
Si la memoria, en este caso individual, siempre es el resultado de la tensión entre recuerdo y olvido, la asimetría en el recuerdo de Fausto Bertinotti entre los acontecimientos de Praga en 1968 y el hundimiento de la URSS en 1991 constituye, por así decirlo, un arco temporal que enmarca y, al mismo tiempo, ofrece la lógica de un relato personal sobre la progresiva crisis y el proceso “adaptativo” del PCI, como, con variantes, del resto de los partidos comunistas occidentales. Contiene todo un ello una determinada “economía memorial” –que el historiador Ricard Vinyes para otros menesteres ha definido como “el sistema de administración de bienes morales y simbólicos, de datos, fechas y actos”- en la que la “memoria buena”, la de 1968, contrasta, y de qué manera”, con la “mala memoria”, en este caso la falta de recuerdo, respecto a 1991.

            Pero además, en la entrevista se pasa del plano de los recuerdos personales sobre el hundimiento de la URSS a la propuesta de una interpretación sobre el pasado del comunismo italiano. La interpelación a la memoria de Bertinotti se ha transmutado, de manera abrupta,  en otra cosa distinta, su aproximación abandona una de las vías de relacionarse con el pasado, para situarse en la vía de la historia política e intelectual del PCI. Nos ofrece una interpretación: no hubo hundimiento (“Es porque aquello ya se había consumado antes en nuestras cabezas”, afirma Bertinotti) -ni mucho menos implosión-, sino un “arrumbamiento” (dice el diccionario de la RAE: “Poner una cosa como inútil en un lugar retirado o apartado”, “Desechar, abandonar o dejar fuera de uso”). El nervio central de este relato está en lo que llama “mutación genética”. Un fenómeno que, al parecer, sólo afectaría al grupo dirigente al “partido-iglesia”, desde cuyas alturas se diseñaron y tomaron decisiones al margen del “partido-comunidad”.    Sin embargo, se señala muy poco sobre las respuestas del “pueblo comunista”, de esta comunidad, de sus respuestas, de los cambios en su seno, ya sean de actitudes o bien de naturaleza generacional. Si no hubo cambios, es decir, si la militancia comunista mantuvo una naturaleza inmutable a lo largo del tiempo, o si los hubo, estos cambios en ella sólo fueron aquellos inducidos por los dirigentes del partido, podría decirse entonces que las políticas “adaptativas” fueron realmente eficaces y efectivas hasta el último momento, hasta el giro occhettiano. Por lo tanto, es una historia clásica sobre los dirigentes como protagonistas de la historia y los dirigidos como simples figurantes en ella. En esta presentación de la historia política e ideológica, por supuesto, la sociedad es un paisaje de fondo.

            En mi opinión, una interpretación tan rectilínea sobre la evolución del comunismo italiano en la segunda mitad del siglo XX, deja de lado, con excesiva premura, el cambio “molecular”, imperceptible, en el que tanto empeño analítico puso Antonio Gramsci: las formas de un cambio imperceptible, por medio de cual las personas responden a los cambios históricos, antes de que éstos constituyan una nueva realidad. En este terreno hubiera sido interesante que Bertinotti entrara en el terreno de la “autobiografía” al ser preguntado sobre 1991, en la medida que ésta puede potencialmente relacionar la vida personal con la social, acercar los límites de la historia a los de la vida de las personas. Tal como el mismo Gramsci reflexionó de manera contra-intuitiva en sus notas de justificación de la “autobiografía”, solamente a través de las “autobiografías” puede atisbarse en acto, es decir, encarnado en individuos reales, el “mecanismo” de los hechos históricos. El relato autobiográfico constituiría, de esta forma, una fuente histórica de enorme potencial, “en cuanto que muestra la vida en acción y no sólo como debería ser según las leyes escritas o los principios morales dominantes (…)  sólo a través de las autobiografías se ve el mecanismo en acción, en su función real que muy a menudo no corresponde para nada a la ley escrita. Y sin embargo la historia, en sus líneas generales, se hace sobre la ley escrita: cuando luego aparecen hechos nuevos que transforman la situación, se plantean cuestiones vanas, o por lo menos falta el documento de cómo se ha preparado el cambio “molecularmente”, hasta que ha explotado en la transformación”.
           
Podría pensar que de esta manera se está sosteniendo aquí que la memoria es el instrumento para la exploración del pasado, y no es así. Es una forma distinta a la historia, como disciplina, de relacionarse con el pasado, algo sobre lo que no cabría insistir demasiado. Pero ya que Bertinotti hace referencia a otro marxista ilustre, vale la pena traer a colación la concepción de Walter Benjamin sobre este asunto, cuando plantea, en un lenguaje metafórico de gran potencia sugeridora, que la memoria solamente es un medio para la exploración del pasado: “Así como la tierra es el medio en que yacen enterradas las viejas ciudades, la memoria es el medio de lo vivido. Quien intenta acercarse a su propio pasado sepultado tiene que comportarse como un hombre que excava. Ante todo no debe temer volver siempre a la misma situación, esparcirla como se esparce la tierra, revolverla como se revuelve la tierra. Porque las “situaciones” son nada más que capas que sólo después de una investigación minuciosa dan a la luz lo que hace que la excavación valga la pena, es decir, las imágenes que, arrancadas de todos sus contextos anteriores, aparecen como objetos de valor en los aposentos sobrios de nuestra comprensión tardía, como torsos en la galería del coleccionista. Sin lugar a dudas es útil usar planos en las excavaciones. Pero también es indispensable la palada cautelosa, a tientas, en la tierra oscura. Quien sólo haga el inventario de sus hallazgos sin poder señalar en qué lugar del suelo actual conserva sus recuerdos, se perderá lo mejor. Por eso los auténticos recuerdos no deberán exponerse en forma de relato sino señalando con exactitud el lugar en que el investigador se apoderó de ellos. Épico y rapsódico en sentido estricto, el recuerdo verdadero deberá, por lo tanto, proporcionar simultáneamente una imagen de quién recuerda, así como un buen informe arqueológico debe indicar ante todo qué capas hubo de atravesar para llegar a aquella de la que provienen los hallazgos” (Fin de la cita).

De manera que si el ejercicio “arqueológico” que se nos propone está bien realizado, es probable que su resultado no sea una galería de héroes y villanos, y sobre todo no constituya un homenaje a las piedras.

(1) HUNDIMIENTOS Y GIROS (2)


jueves, 24 de enero de 2013

TRANSFORMISMO POLÍTICO


Paco Rodríguez de Lecea añade un comentario a lo ya dicho en  HUNDIMIENTOS Y GIROS (2)   

Caro maestro,

Releo lo que dejó escrito Antonio Gramsci sobre la ‘revolución pasiva’. En la prosa telegráfica y alusiva propia de los Quaderni, comenta cómo el conservador Cavour desvía hacia sus propios fines el proyecto revolucionario de Mazzini, hasta el punto de que Vittorio Emmanuele, con su estilo cuartelero –dice Gramsci– de ‘sargento mayor’, se exclama jubiloso: «¡Me he metido a Mazzini en el bolsillo!» Gramsci relaciona la ‘revolución pasiva’ en este texto con la guerra de posición (Cavour, dice, era un experto en ese tipo de guerra, mientras que Mazzini sólo entendía la guerra de movimiento); de forma más amplia y política, con un proceso de ‘revolución-restauración’, y en un comentario incidental con la categoría del transformismo, que Dario Danti ha preferido designar con el nombre más científico y por tanto menos peyorativo de ‘mutación genética’.

Dejo en el aire ese debate. Pero encuentro una reflexión paralela, y creo que muy valiosa, en el libro de Vittorio Foa  que me prestaste hace un par de meses y que voy leyendo con esfuerzo y provecho. Foa, oh casualidad, relaciona la svolta del post-Risorgimento con la reconstrucción política de Italia en 1945. Después añade lo siguiente (la traducción es mía): «Quiero detenerme un momento para señalar la mutación en el tiempo de las mismas categorías analíticas de “continuidad” y “ruptura”. Pienso en cómo cambian los juicios con el paso del tiempo. Lo que primero se presenta como ruptura, después se revela como continuidad. La dimensión temporal podría ser el fundamento de la heterogénesis de los fines de Gian Battista Vico, según la cual los proyectos no se realizan  del modo esperado o deseado, pero sí se realizan en definitiva, aunque de forma distinta.»
[...]
«Surgen entonces dos preguntas: ¿por qué fracasan los proyectos? ¿Y cómo es que, en cambio, se realizan de una forma diferente, por ejemplo en el caso específico del postfascismo? ¿Por qué fracasa un proyecto concreto? ¿Sólo porque no es posible prever todas las variables? Si fuera así, el perfeccionamiento y la difusión de los ordenadores resolvería los problemas de la humanidad; se trata de una tesis muy extendida en la cultura tecnológica, y siempre desmentida por los hechos. Puede ser que, cuando proyectamos, consigamos en cierta medida calcular el cambio de los otros, pero no calculemos lo suficiente el cambio en nosotros mismos. Puede ser que el fracaso del proyecto se deba a una sobrecarga debida a nuestro modo de ver a los otros, por no legitimarlos en medida suficiente, por un exceso de iluminismo. No se me ocurren respuestas, sino más preguntas aún. ¿Por qué se proyecta si nunca va a haber una realización, por lo menos del modo como deseábamos? Y luego, ¿ha habido un proyecto de la Resistencia? ¿O más bien hablamos de él pensando en nuestro proyecto? Y este último, ¿era sólo un instrumento para conseguir un fin, o era más bien otra cosa, por ejemplo un instrumento para realizarnos a nosotros mismos, para hacer sentir nuestra presencia en la historia? Debemos distinguir entre historiografía y política: el proyecto como simplificación de una realidad compleja es necesario en la política, pero no tiene lugar en lo que atañe a la comprensión histórica.» Vittorio Foa, Il Cavallo e la Torre. Riflessioni su una vita. Torino, Einaudi 1991, pp. 161-62.

Pido disculpas por la extensión de la cita. Entiendo que no sólo es útil en la polémica abierta por Fausto sobre la svolta  de 1991 (curiosamente, el mismo año de publicación del libro), sino sobre nuestra transición democrática y, más allá, sobre nuestras propias expectativas actuales de salida de la crisis.

Tuyo en la Idea, Paco



lunes, 21 de enero de 2013

EL PROCESO “ADAPTATIVO” DE LA IZQUIERDA


Nota editorial. Sigue la conversación con Paco Rodríguez de Lecea en torno al libro de nuestro amigo Fausto Bertinotti Las ocasiones perdidas. En esta ocasión comentamos lo expuesto en  HUNDIMIENTOS Y GIROS (2) Ruego atención a la addenda que emite, al final, Radio Parapanda




Querido Paco, me he quedado un poco sorprendido del planteamiento que hace Fausto Bertinotti. Me permito transcribirlo porque, tras su lectura, sigo como antes:

En otras palabras, ¿por qué, con el hundimiento del socialismo real, se disuelve también el Pci? Y, más en profundidad, ¿cuándo se dilapida la historia del Partido comunista italiano?  ¿Hay un momento en que esa historia cambia? Para ayudarnos a buscar la respuesta se podría hacer la comparación con el Partido comunista francés. El Pcf, más implicado en la historia de la Unión soviética, no se disuelve. Hoy, este partido –desde el punto de vista de la organización y de la comunidad política (basta ver la fiesta de su periódico, L´Humanité)-- es todavía consistente. Sin embargo, electoralmente, es ya poca cosa con relación a los apoyos que registró en el pasado. Digo esto para significar que el destino de un sujeto político –el nombre que lo identifica--  no está ligado mecánicamente  a la continuidad de la organización que históricamente se consolidó en el tiempo” (Fin de la cita).


Creo que Fausto tiene una interpretación muy bondadosa de la fuerza del Partido comunista francés, cuyo declive es, además, anterior al de los comunistas  italianos. Por otra parte, observo un cierto desorden expositivo: de un lado, se nos dice su fuerza “es todavía consistente”; de otro lado, se afirma que,   “electoralmente, es ya poca cosa con relación a los apoyos que registró en el pasado”. ¿Dónde está, pues, la consistencia de esta argumentación? 


A la pregunta de Dario Dante, “¿cuándo podemos localizar esta separación que conduce a la mutación genética del Pci?, nuestro amigo da tres avances: a) la Cesco Chinello con la impreparación del partido ante los cambios que provoca en neocapitalismo; b) la de Pietro Ingrao con los avatares del XI Congreso; y c) la de nuestro amigo Riccardo Terzi con lo referente al compromiso histórico. Francamente, yo veo las cosas de otra manera. Estos tres elementos, aunque muy importantes (a lo dicho por Chinello hemos de añadir las reflexiones de Bruno Trentin que también señaló a mediados de los cincuenta el retraso del partido ante el fenómeno del neocapitalismo) no producen la “mutación genética” del comunismo italiano. La mutación genética no es achacable a Toglitatti, Longo y Berlinguer, los tres máximos pontífices del partido-curia. La clave de los tres es comunismo puro. Que lo que analizan Chinello, Ingrao y Terzi sea cierto, no niega que el partido siguiera siendo comunista. Y te diré todavía más: todavía en el primer Ochetto no atisbo, ni siquiera, indicios de mutación genética. No obstante, comparto con Bertinotti que   la svolta se hace totalmente en el terreno de la politique politicienne. Es, sin ningún género de dudas, una operación que se hace desde arriba. La operación adaptativa que iría acompañando la mutación genética se produce más adelante.

Siempre pensé que hubo mucha precipitación en la creación de Rifondazione. De hecho –y creo que Fausto Bertinotti no me lo negará— estimo que el nuevo partido era exactamente igual que el que abandonaron. Lo prueba su grupo dirigente: Armando Cossutta y el amigo Sergio Garavini, dos leones comunistas de toda la vida, aunque muy diferentes entre sí. El primero en la curia; el segundo en el sindicalismo con puestos de alta responsabilidad; Cossutta, manifiestamente pro soviético; Garavini, en otra onda. Dos personalidades que tenían pocas cosas en común. Así lo demostraron, por ejemplo, en sus intervenciones en el Comité central del partido comunista cuando la discusión, 11 y 13 de enero de 1982, del informe de Berlinguer sobre los acontecimientos polacos. Cossuta acusa a Berlinguer de haber roto con la URSS (strappo), Garavini comparte el informe del secretario general. Si te interesa el debate completo el libro te está esperando cuando vengas a casa el sábado. 


Que el uno y el otro no se entendían lo pureba el hecho de que, consumada la separación que da vida a Rifondazione, más tarde aparecen entre ellos unas tensiones muy fuertes que acabaron (por parte de Cossutta, no de Garavini) en la creación de otro partido, y Bertinotti pasa a dirigir Rifondazione.  

Me parece de interés la reflexión de Bertinotti sobre la revolución pasiva en el partido. Y entiendo que sugiere importantes lecciones para la izquierda, política y social, de nuestros días. Es más, tengo para mí que no podremos salir de la actual situación si la parte más importante (cuantitativamente hablando) de la izquierda no sale de ese proceso adaptativo en el que está instalado desde hace décadas. Entiendo que la salida de ese escenario es un prerrequisito para que la izquierda abra un diálogo sostenido con los movimientos sociales viejos y nuevos. Por lo demás, no estaría mal que alguien se soltara el pelo y empezara a decirnos lo que parece ser tan querido por Dario Dante, es decir, en qué momento (¿cuál es el proceso que lleva a ese momento?) se entra y por qué en el proceso adaptativo.

Hasta la próxima, ¡choca esos cinco! Como decía Anselmo Lorenzo: Tuyo en la Idea, JL    


Querido José Luis,
Fausto es un parlamentario con mucho oficio y un polemista aguerrido. En tiempos tú y yo le oímos refutar con un discurso lleno de agudeza, erudición y mala leche, una argumentación débil de un compagno de la “tendencia socialista” de la Cgil que la dirección colocó a su lado en las tareas, no recuerdo cuáles, que le habían traído a Barcelona.

Lo digo porque en en este capítulo utiliza una y otra vez un ‘truco’ dialéctico, un mecanismo de analogía o de trasposición, que me incomoda. Por ejemplo, en el tema de la guerra. Danti le da la apertura con una referencia a la guerra del Golfo, un acontecimiento próximo en el tiempo, pero sin ninguna relación lógica con la ruptura del Pci. Fausto reflexiona sobre el tema de la siguiente manera: «Los oprimidos han heredado de los opresores una parte de la cultura prevalente. En gran medida han aceptado la tesis de que la victoria, conseguida de cualquier modo, tiene un valor en sí y la derrota es un disvalor.» Alude de pasada a la vulgata del maquiavelismo más que al propio Maquiavelo, y concluye su razonamiento con una cita de Walter Benjamin, en la que se llama a recuperar las razones de los “vencidos justos” a lo largo de la historia como una propuesta renovada para la liberación. Todo lo cual es irreprochable, y valioso desde un punto de vista ético. Pero sin solución de continuidad aparece en la conversación la crisis del Pci y entonces me entra la sospecha de que Fausto, en lugar de referirse al problema de la guerra justa, estaba tirando antes por elevación contra lo que ahora va a calificar con otro término de tradición ilustre, tomado también en préstamo: la ‘revolución pasiva’.

Vamos pues a la crisis del Pci. Ninguna objeción a tu análisis, José Luis. Como bien dices, tendremos ocasión de volver sobre el tema en general, y más en concreto sobre la gramsciana revolución pasiva, que puede dar alguna pista sobre lo que nos ha ocurrido y sobre cómo salir del atolladero. Pero me importa insistir, de entrada, en la incomodidad que me produce la forma como Fausto presenta los acontecimientos. Después de afirmar que el comunismo se despeña “después de haber alcanzado el cielo”, describe (en realidad es Danti quien avanza la expresión, pero Fausto la acepta sin protestar) la crisis del Pci como una “mutación genética”, y contrapone su historia (“dilapidada”) a la del PCF, que habría encajado de una manera más normal el derrumbe del PCUS y la desaparición de la Unión Soviética como modelo y guía. Hay en todo ello un análisis sesgado y trufado además de metáforas desaforadas. La ruptura del Pci (porque hubo una ruptura) fue, yo así lo creo firmemente, una oportunidad perdida para las izquierdas plurales de reutilizar un patrimonio rico en experiencias prácticas, en construcciones teóricas y en sugerencias de todo tipo, para abrir una nueva reflexión y replantearse a fondo los presupuestos para salir de aquel impasse tanto geopolítico como económico y social. Porque la izquierda, la izquierda vincente, estaba en esos momentos, y desde mucho antes, “distraída” en la expresión de Trentin. (Cosa bastante distinta, dicho sea entre nosotros, a una ‘mutación genética’.)

El caso es que Occhetto se propuso honestamente llevar a cabo el esfuerzo que la situación requería: abrió el proceso de reflexión, redefinió objetivos, estrategias y alianzas. Con una objeción importante, y ahí Fausto pone el dedo en la llaga: «Hubiera sido necesario un gran baño de humildad: poner en el centro los anhelos y deseos del pueblo del Pci para fundar una nueva subjetividad.» Occhetto propuso su svolta a la clase política politicienne, a la ‘curia’ y no a la feligresía. Si me permites un comentario arriesgado y posiblemente injusto, querido José Luis, veo en su actitud el reflejo deformado del taylorismo del que hablamos no hace mucho: la soberbia de los managers que reclaman para sí la exclusiva de pensar y decidir por el pueblo llano.

Pero esa objeción no excusa a Rifondazione. ¿Qué aportó al panorama de las izquierdas italianas, que no fuera politique politicienne, reafirmación en los principios, más de lo mismo? Y la escisión provocó, como provoca siempre, como ya habíamos vivido hasta la saciedad en nuestras coordenadas y sobre nuestras espaldas, una devaluación de todo el conjunto de la opción política implicada, de modo que la suma de las partes resultantes nunca llegó ni de lejos al valor total de lo que antes existía.

A mi entender fue luego, con la ascensión de los dalemas y los veltronis, cuando la revolución pasiva infectó el pensamiento político de los ahora llamados demócratas de izquierdas. Pero en este punto, querido amigo, te devuelvo la palabra. Aún queda mucha tela por cortar. Paco. 

Radio Parapanda:  http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=pP7dlWrPzeE#!







viernes, 18 de enero de 2013

¿POR QUÉ SE HUNDIÓ LA URSS?


Nota editorial. Ya hemos informado que Paco Rodríguez de Lecea y un servidor estamos traduciendo el nuevo libro de Fausto Bertinotti, que titulamos Las ocasiones perdidas (Le occasioni perdute). Al igual que hicimos con Bruno Trentin hemos abierto un blog donde irán apareciendo los capítulos a medida que se vaya traduciendo la obra. De momento, está a disposición en LAS OCASIONES PERDIDAS (Fausto Bertinotti).
Sito en http://faustobertino.blogspot.com.es/   En esta ocasión ofrecemos un fragmento del segundo capítulo donde Dario Danti le plantea a Fausto una serie de interrogantes sobre las razones del hundimiento del comunismo en la Unión Soviética.




HUNDIMIENTOS Y GIROS. (Primera parte)

Diálogo con Fausto Bertinotti


En el año 1991 el final de la Unión Soviética señala el fin del mundo dividido en dos bloques contrapuestos. ¿Cómo recuerdas aquel hundimiento?


Siempre he intentado comprender por qué mis recuerdos de aquel año son tan confusos. No se trata de un banal proceso de abandono. Son confusos porque me es difícil rastrearlo. En realidad podría parecer una paradoja porque es un año en el que sucede casi todo; y, sin embargo, no es así.

Indudablemente, el epicentro es el hundimiento de la Unión Soviética. ¿Qué sucede, entonces, cuando no se tiene memoria concreta de un acontecimiento que, según las tesis de Hobsbawm, clausura el siglo breve?  ¿Por qué este verdadero final de un mundo no es perceptible por naturaleza? Probablemente, para los de mi generación, aquella experiencia la habíamos considerado antes como concluida.  El hundimiento de la URSS no produce emoción. Naturalmente, produce una percepción del fenómeno, pero no una emoción. Por el contrario, tengo un recuerdo nítido de la invasión de Checoslovaquia: el 20 de agosto de 1968 mientras repartía octavillas en una fábrica textil, en Verbano. Se me acercó un sindicalista quien me dijo que había tanques soviéticos en Praga. Inmediatamente me quedé consternado, tuve la percepción de una tragedia. Como la secuencia de una película: aquello podría ralentizar esa historia. Del hundimiento soviético no recuerdo nada; tendría que repasar la crónica de aquellos acontecimientos. Es porque aquello ya se había consumado antes en nuestras cabezas.

Recuerdo incluso una animada discusión con Vittorio Foa. Vittorio sostenía que, con el hundimiento de la URSS, se había resuelto una nueva era, la de la democracia en el mundo. Yo, por el contrario, incluso considerando necesario y provechoso aquello para la historia de la humanidad  no conseguía reconocer una consecuencia mecánicamente orientada a la liberación; me parecía, sin embargo, que paralelamente se estaba afirmando un nuevo capitalismo portador de unas inéditas formas de explotación y alienación.  Este juicio se apoyaba en un hecho anterior al hundimiento: la primera guerra del Golfo. Una guerra de nuevo tipo en un mundo que no se estaba prefigurando como el reino de la libertad, sino como un nuevo orden de contradicciones no menos dramáticas que las anteriores.  


Causas endógenas y causas exógenas llevaron a la caída de la URSS. Según Bruno Buongiovanni, había más necesidad de Estado (entendido como normas que den seguridad jurídica, ciudadanos responsables, comportamientos uniformes de las Administraciones) con respecto a un no-Estado totalitario y arbitrario que se ha ido consolidando con el tiempo. ¿Compartes esta tesis?  


No me convence esta tesis. Creo que la dialéctica principal para analizar la historia de la URSS no es la de Estado-mercado-sociedad civil, sino otra: entre “socialismo o no”. Yendo por lo derecho: en mi opinión, había más necesidad de socialismo, no de menos socialismo.

La opinión de Buongiovanni es una crítica propia de la escuela liberal. Se quiere afirmar substancialmente que en la URSS faltaba el estado de derecho: ausencia de elecciones y de pluralismo político, inexistencia de las libertades de prensa y religiosa. Son unos temas a los que soy muy sensible y no miro con ninguna arrogancia. Pero no me parece el filtro prevalerte para analizar aquella experiencia.  Para sacar buen provecho, el filón crítico de Buongiovanni estaría conectado con otra tesis: el reconocimiento del carácter revolucionario y constructor de nueva civilización que representó la ruptura de Octubre, donde la reivindicación de la superación de la sociedad capitalista y la afirmación de la revolución propone el socialismo como nuevo orden económico y social. Reivindico la primacía de esta lectura. En suma, quisiera comprender sobre qué cosa y cómo se ha encallado la hipótesis revolucionaria. En este sentido, me interesan todas las culturas críticas que se han movido en la historia: desde el obrerismo derrotado en Kronstadt hasta las tesis que Trotsky elaboró contra la burocracia que se transforma en Estado y cancela el empuje de transformación y liberación. Para entendernos, en la URSS hubo un exceso de estatalización versus la necesidad de socialización, de socialismo.       


En los regímenes del socialismo real el exceso de estatalización significó incluso una especie de sacralidad del poder. El comunismo, como sostiene Marcello Flores, fue desahuciado por el Partido-Iglesia, por el paraíso en tierra a defender con todos los medios necesarios. ¿Se ha traicionado la revolución de ese modo?


Intentaré diferenciar algunos aspectos. El Novecento empieza en 1917, y –como sostiene Alain Badiou--  con la precipitación de la Revolución rusa se determinan una ruptura y un acontecimiento: la innovación de Lenin del cuerpo teórico del marxismo llevará al nacimiento de un proyecto, de una realidad y una cultura política que definirán a todo el movimiento obrero. En ese sentido, estamos poniendo la atención en la derrota que siguió a la escalada al cielo operada mediante la construcción de un sujeto político –el partido--  que habría debido materializar la misión histórica del proletariado y de la clase obrera. Primero fue la escalada al cielo y después vino la derrota.

Los puntos de observación y de lectura de la derrota son seguramente el partido y los conflictos internos en el partido. Es decir, afrontar el papel de las luchas fraticidas y de la represión, que fue advertida por Antonio Gramsci. Lo hizo en su célebre –como ocultada--  carta al grupo dirigente del partido bolchevique. El PCUS, a través de una feroz lucha interna, pierde progresivamente la posibilidad histórica de realizar la tarea de la construcción del socialismo. Es la lucha por el poder: el partido ya no se define en relación al objetivo que persigue sino por las burocracias que se instalan y deterioran irremediablemente la posibilidad de realizar la misión. Estas democracias, como diría  Robert Michels, van configurando, cada vez más, según la sociología del partido. Burocratización, pues, pero también esclerotización y transformación de la ideología como elemento progresivo a elemento negativo, justificativa de la existencia del partido (una especie de falsa consciencia). Sin excluir el dominio del partido sobre la sociedad civil.  

De un lado, el partido y su inspiración; de otro lado, el partido que traiciona esa inspiración. La tesis de Flores estaría cogida con pinzas. Incluso conteniendo un núcleo de verdad, no explica la derrota. Recordemos que la Iglesia, al contrario del comunismo realizado, desde hace dos milenios está conjugando trascendencia e inmanencia, dimensión ultramundana e intramundana, perspectiva y realidad, sin haber sido submergida por la historia.


El paraíso no se puede secularizar. El mensaje evangélico de la Resurrección de la humanidad en Cristo tiene un carácter mesiánico y de espera. Que es congénito con este proceso, y puede atenuarse solamente mediante la fundación de la comunidad de los creyentes, o sea, de la iglesia. Es evidente que Lenin es deudor de Pablo de Tarso. Pero no hay una transposición tout court del  paraíso en la tierra. Más bien, es la realización de un sujeto –el partido--  que, haciéndose iglesia, es conjuntamente una construcción de comunidad, organización y jerarquía. Jerarquía de una organización y estabilidad de la jerarquía en la organización.

En este cuadro, es totalmente inapropiado criticar al partido porque se asemeja a la Iglesia. Hay que criticarlo laicamente por aquello que es en sí mismo. La semejanza con la Iglesia, paradójicamente, debería ser un elemento de fuerza y no de debilidad. La liturgia es necesaria: un sujeto comunitario tiene necesidad de ello al igual que todos los procesos revolucionarios. ¿En la Revolución francesa, Robespierre y los jacobinos no organizaron, acaso, un calendario diferente? ¿No pensaron en una diferente ritualización? Si se quiere fundar un nuevo orden, sus manifestaciones deben estar, a su modo, a la altura de la nueva dimensión simbólica. El espacio de la política no puede, no debe tener solamente el perímetro de la racionalidad.

La política es un gran proceso y su punto más alto es la categoría de revolución: ésta pone el objetivo más ambicioso, aunque relativamente, en la historia. Vuelve otra vez el equívoco del “paraíso en la tierra”, sobre todo si se piensa –con la revolución--  asignar al hombre un objetivo ilimitado, que esté a la altura de evitar su propio carácter finito. El gran desafío está, pues, en la finitud del hombre: una finitud que es, simultáneamente, complejidad personal, material, espiritual, afectiva, de memoria. Por todas estas razones, los elementos que llamamos simbólicos son parte consciente del proceso revolucionario y del proceso político. Incluso en el movimiento obrero ha habido demasiada poca liturgia, demasiada poca capacidad autónoma de auto representación y autonomía simbólica a excepción de los periodos inmediatamente posteriores de la revolución. Desafortunadamente, hemos sido mucha curia y demasiado poco iglesia.




(1)                                                           Nota del Traductor: http://archiviostorico.unita.it/cgi-bin/highlightPdf.cgi?t=ebook&file=/archivio/uni_1989_12/19891224_0036.pdf&query=bianca%20di%20giovanni (Traducción de José Luís López Bulla) 
       

miércoles, 9 de enero de 2013

LA ECONOMÍA COMO CIENCIA. Y como telón de fondo: Duran "Dedos largos"


En los primeros andares de la economía, entendida como ciencia, se consideraba que esta disciplina debía versar sobre “lo que no debe hacerse”. Más adelante, y ya con mejor criterio, se dio el salto de cualidad: había  que hablar de “lo que debería hacerse”. Sin embargo, visto lo visto, no estaría de más incorporar a “lo que debe hacerse” unas cuantas arrobas de “lo que no debería hacerse”.  No se trata de volver a los orígenes, por supuesto, pero sí de frecuentar la cordura y la consciencia de los límites de esta disciplina económica.

“Lo que debería hacerse” comportó, además, una especie de mandato bíblico hasta el punto que Alfred Marshall se obligó a llamar la atención a su pendenciera cofradía afirmando que la economía “más que un conjunto de verdades es un ´motor de análisis´ que él denominó organon (palabra griega que significa herramienta). Lo que nos lleva a  considerar que este gran hombre tenía la virtud de la modestia y, por eso, fue un gran sabio. Y “lo que debería hacerse”, en su mejor fase, se tradujo en el sentido en que la economía debería servir la economía, según Keynes, para “resolver el problema político de la humanidad, la combinación de los tres principios: la eficiencia económica, la justicia social y la libertad individual”.

 

El mismo Keynes, también desde su modestia, tuvo que salir al paso de la tendencia, consolidada ya, de verse los economistas (y querer ser vistos) como auténticos deus ex machina.  Y les rebajó los humos: los artistas y los escritores son los custodios de la civilización, mientras que los economistas somos los custodios de la posibilidad de civilización”.

 

Los economistas instalados de nuestros tiempos han echado a la cesta de los papeles los tres principios keynesianos, han elevado a la categoría de ciencia exacta su disciplina y la han convertido en autoritarismo, como instrumento de dominio, que --cada vez más-- se desvincula de la democracia. Mi amigo Riccardo Terzi describe ese movimiento como “la idea y la práctica tecnocrática en nombre de una presunta objetividad de las leyes económicas para las que existe una única solución, una sola agenda posible, a la que se debe someter totalmente” en Democrazia e partecipazione nella crisi del sistema político.   La ética, así las cosas, no sólo estorba sino que es un impedimento. Algunos de estos economistas instalados están dirigiendo, directa o in directamente, los destinos de no pocos países; otros, de medio pelo, haciendo de chupacharcos y chamarileros de los poderes.

 

Ahora bien, hay una pléyade de grandes economistas, keynesianos o no, que se rigen por los tres famosos principios del maestro británico. Son muchos, por eso no diré nombres… No sea que me olvide de alguno y me lo echen en cara. Vale.         


 

Radio Parapanda. En mis tiempos de diputado en el Parlament de Catalunya me tocó, desde la oposición, sacarle los colores a la coalición gobernante, CiU, (y, concretamente, a Unió Democrática de Catalunya, el partido de Duran i Lleida) por sus implicaciones directas en el tristemente célebre Caso Pallarols: una millonada de pesetas que se desviaban a las arcas de dicho partido de los fondos de empleo; se trataba de dineros que venían de la Unión Europea para cursos de formación de parados. Mis interpelaciones y denuncias (junto a las del diputado socialista Josep Maria Rañé) era calificadas como calumnias. Nosotros desmontamos el enconfrado de lo que, con malafoyá granaína, denominé the Cantipalo´s connection, esto es, Andorra – Barcelona (Pallarols y UDC). Aquello acabó en los tribunales. Ahora los cantimpalos están negociando con el fiscal para evitar el juicio.  



           

lunes, 7 de enero de 2013

EN EL CENTRO DE TRABAJO


Nota editorial. Tercio en la conversación que abrió Matteo Rinaldini, seguidas por Miquel Falguera e Isidor Boix. Me permito, en esta ocasión, intercalar algunas consideraciones a lo que hasta ahora han manifestado mis tres amigos. Es como si, en el transcurso de esas tres intervenciones, les hubiera interrumpido educadamente y, en el aspecto que se indica, hubiera reforzado sus opiniones. Comoquiera que Isidor Boix me dijo en un correo electrónico podemos hacer una segunda vuelta para ver en qué momento está nuestra conversación. Naturalmente, serán bienvenidas las aportaciones que nos hagan otros amigos, conocidos y saludados. A quienes se les invita genéricamente a escribir. No sean remolones.  


José Luis López Bulla

 

 

1.-- Nuesto amigo Matteo Rinaldini nos dice en EL MODELO EUROPEO DE EMPEORAMIENTO DEL TRABAJO que … “la Unión Europea no ha representado un proceso paralelo y autónomo con relación a las dinámicas que se han descrito más arriba sino, ante todo, un decisivo apoyo institucional para que pudiesen realizarse los procesos de re-articulación del tejido económico y social de los países miembros. No se trata solamente del rechazo –descontado, por otra parte--  de la neutralidad tecnocrática de las políticas económicas y sociales de la UE; no se trata, ni siquiera simplemente, de la constatación, rechazada además, de que Europa represente hoy un escenario supranacional imprescindible para poner en marcha estrategias inter escalares de cambio económico y social”. A partir de ese texto estamos conversando, de momento, Miquel Falguera, Isidor Boix y un servidor.

 

Podemos estar con mayor o menos aproximación de acuerdo con esta observación de Rinaldini. Pero no hubiera estado mal que, de seguida, se hubiera dicho que, en ese mismo contexto, la Confederación Europea de Sindicatos hubiera estado más al tanto de lo que iba ocurriendo. Porque, a fin de cuentas, en aquellos tiempos, tan próximos todavía, el sindicalismo europeo -–mejor dicho, los sindicatos de los Estados nacionales--  estaban, por decirlo educadamente, bastante distraídos de aquellos procesos. No quisiera tener demasiada mala intención, pero –desde estas mismas páginas--  algunos avisamos con vehemencia de, por ejemplo, algunos aspectos puntuales. Vale decir,   Miquel Falguera: SOBRE LA (fatal) SENTENCIA DEL TRIBUNAL DE JUSTICIA, EL ATAQUE AL CONFLICTO SOCIAL: VIKING (3), que yo mismo escribí, BAYLOS, EL DERECHO DE HUELGA EN EUROPA PUESTO EN CUESTIÓN:. VIKING.  o en EL BLOG DE EDUARDO ROJO: La sentencia Viking: algo más que ...  Fueron, efectivamente, años de descuido de la CES cuyo grupo dirigente, en aquellos entonces, estaba bastante destartalado.

2.--  La novedad de estos tiempos, especialmente desde el Congreso de la CES en Atenas, es la capacidad de movilización de los sindicatos europeos. Podríamos hablar, con toda propiedad, que estamos ante un proceso de revitalización de la acción de masas frente a las políticas de desregulación de las condiciones de trabajo, desforestación de los derechos sociales, ataque sistemático a las políticas de Estado de bienestar en cada Estado nacional. Ahora bien, este proceso de movilización sostenida en cada Estado nacional no acaba de girar en torno a un eje auténticamente europeo. Por la sencilla razón de que, todavía, no dispone de un proyecto europeo. Aunque, a mi juicio, no se traten de movilizaciones dispersas y a pesar de que tal presión, en el espacio y el tiempo, contiene importantes elementos comunes … todavía no conforma un todo orgánico de carácter europeo. En resumidas cuentas, se ha sobrepasado la fase de dispersión, pero no se ha llegado aún a la explicitación formal en torno a un proyecto europeo.

3.--  Matteo Rinaldini y Miquel Falguera hablan del papel revitalizador del sindicalismo europeo para girar el actual estado de cosas. El primero señala que “las organizaciones sindicales pueden tener un papel central para “reabrir el juego” en el interior de la Unión y una nueva estructuración del escenario”; el segundo –elevando el listón para superar el eurocentrismo--  afirma que “be añadir que, hoy por hoy, sólo el sindicato es capaz de crear esa alteridad, porque sigue siendo el depositario, por definición, del mundo del trabajo y sus valores. Porque es el único viejo instrumento que puede sumar “lo viejo” y “lo nuevo”. Y porque, en definitiva, no hay civilidad sin trabajo”. 

Naturalmente, ambos analistas ponen una condiciones para que ello pueda ser así. Esto es, la profunda renovación del sujeto social: volver a pensar las dimensiones territoriales de la acción sindical y la rearticulación de los sistemas organizativos del movimiento de los trabajadores son elementos imprescindibles para que se pueda verificar una transformación del modelo de desarrollo que ya se ha consolidado (Rinaldini); la salida del paradigma fordista, especialmente desde el centro de trabajo, y la plena asunción del internacionalismo (Falguera). Es decir, por un lado “la rearticulación del movimiento organizativo de los trabajadores” o, lo que es lo mismo, desde la forma de la representación sindical en la empresa; el carácter de las reivindicaciones y plataformas de negociación, que ya no pueden seguir en clave fordista.

No sé si estoy retorciendo los argumentos de Rinaldini y Falguera, pero me parece captar este mensaje: atiendan ustedes más a los actuales procesos de reestructuración de los aparatos productivos desde el centro de trabajo, no descuiden esa tarea básica del sindicalismo y dispongan de las estructuras organizativas de representación y representatividad del conjunto asalariado en todas sus diversidades. Porque es en ese centro de trabajo donde se está dando la gran transformación. Es más, ahí tienen el potencial de mayores agregaciones de fuerza, de mayor afiliación estable. Más todavía, añadiría enfáticamente un servidor: sólo (y solamente) desde esa atención principal a las grandes transformaciones en el centro de trabajo, con los instrumentos adecuados, podrá el sindicalismo hacer frente a las grandes cuestiones de reconstruir, sobre bases nuevas, un Estado de bienestar más tuitivo e incluyente. Sólo (y solamente) desde el centro de trabajo podrá ser más fuerte sociopolíticamente.    

Ahora bien, Isidor Boix –con un lenguaje similar--  nos llama la atención sobre “una perversa tentación sindical ya presente en muchos casos, la de considerarse como únicos, o principales, depositarios de la necesaria respuesta social, lo que puede llevar, lleva, a esconder detrás de la acción “sociopolítica” las carencias de la necesaria acción “sindical”, en la que los sindicatos han de ser, y pretender ser, los únicos protagonistas”. Una observación que no debería echarse en saco roto.

4.--  Quisiera acabar con una observación: hasta la presente todas nuestras observaciones se han centrado en la industria. Queda un escenario pendiente en nuestra conversación que todavía no ha concluido: el de los sectores de servicios, incluidas las administraciones públicas. ¿Hace?