martes, 7 de julio de 2020

Alberto Garzón, Pablo Iglesias y otro: el bueno, el feo y el malo




Los silencios de Alberto Garzón valen su peso en oro. La sombra del PCE de Santiago Carrillo es alargada. Llegan también a Yolanda Díaz, la arquitecta de la reconstrucción social. Como contraste a estos silencios de Garzón aparece la facundia de Pablo Iglesias que, en ocasiones, se deja llevar por el radicalismo de postureo. («Radicalismo de postureo» es una perla que debemos a la potente prosa de Sergi Pàmies). Una hipótesis arriesgada que podría explicar los contrastes entre los dos dirigentes de Unidas Podemos sería el peso de la historia, que procura mayor sensatez a Garzón que a Iglesias.

El caso es que Pablo Iglesias es consciente de que van por él. Mejor dicho, de que no son pocos los que quieren romperle el espinazo al gobierno progresista. De ahí que haya aquilatado algunas de sus más llamativas propuestas programáticas y, de esa manera, mantener la gobernanza. Algunos dirán pragmatismo, otros dirán realismo. Pero, sea como fuere, el caso es que dicho aquilatamiento –hay quien le llama tuneo--  está permitiendo que el gobierno siga gobernando con solvencia y sacando adelante propuestas de gran envergadura. En ese sentido, estaría trabajando porque la «utopía sea una verdad prematura», según dejó sentado Alphonse Lamartine, que paradójicamente era muy conservador.  A los críticos de izquierdas de Iglesias no debería importarles el tuneamiento de algunas propuestas sagradas, sino el itinerario. Que hasta la presente constituyen un buen plantel de realizaciones.

Sin embargo, Pablo Iglesias tiene una costumbre que nos inquieta a algunos: ese afán por la palabra extemporánea que, en ocasiones importantes, le resta argumentos. Ciertamente, frenar la gestualidad sobreactuada no se enseña en la Facultad de Ciencias Políticas. Por eso hay momentos en que Iglesias se parece más a un sobreactuado Jack Nicholson que un sobrio y temperado Pepe Sacristán.  

Por lo demás, algo que todavía deberá superar Iglesias es el tipo de respuesta que da a los del colmillo retorcío de sus propias filas. Tras los diversos aquilatamientos de la política de Unidas Podemos, que le permiten seguir haciendo transformaciones, le da un golpe al péndulo y, como queriendo decirle a los suyos «que seguimos siendo los de siempre», arma el taco. Distinto, como hemos visto, de la templanza de Alberto Garzón.

Garzón fue el primero en dar la bienvenida a los de Ciudadanos a la negociación y a la posible aprobación de las cuentas públicas de los Presupuestos Generales del Estado. No tiene por qué alicatar la reforma laboral y para compensar el tuneo soltar lo contrario en relación a Ciudadanos. Iglesias todavía no es así. Por ello en Bilbao quiere contentar a los retorcíos y les espeta: «¿Alguien en su sano juicio piensa que una formación política que gobierna con Vox y con el PP en Madrid va a apoyar unos presupuestos de un gobierno en el que está Unidas Podemos? Eso no se lo cree nadie». Naturalmente, eso es lo que quieren oír no pocos de los seguidores de Unidas Podemos. Eso es retórica de los padres dominicos, oradores eficaces para los temerosos de Dios.

Me permito el siguiente sarcasmo: es como si Iglesias estuviera inquieto de estar en el Gobierno.

Addenda. Alberto Garzón, el bueno. Pablo Iglesias, el feo. Sánchez Llibre, el malo; otro que va de postureo: «oposición frontal a la subida de impuestos», ha dicho el presidente de la patronal catalana.  
Gloria al maestro Ennio Morricone.  

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