Nota.--- La prensa ha informado que un
numeroso grupo de intelectuales norteamericanos ha firmado una carta—manifiesto
en defensa del libre intercambio de ideas. Dichos medios han publicado
solamente fragmentos. Metiendo bulla edita íntegramente el documento. En apretada síntesis, los
intelectuales denuncian la progresiva intolerancia de importantes sectores de
la derecha extrema y de ciertas corrientes reivindicativas que se reclaman de
izquierdas. La carta se publicó originariamente en Harper´s.
Noam Chomsky y 149 más
Nuestras instituciones culturales afrontan un momento decisivo.
Poderosas protestas por la justicia racial y social conducen a demandas
largamente esperadas de reforma policial, junto a llamamientos más amplios en
pos de mayor igualdad e inclusión en nuestra sociedad, y también en la
educación superior, el periodismo, la filantropía y las artes. Pero esta
revisión necesaria también ha intensificado un nuevo conjunto de actitudes
morales y compromisos políticos que tienden a debilitar nuestras normas de
debate abierto y tolerancia de las diferencias en favor de la conformidad
ideológica. Mientras aplaudimos el primer elemento, también alzamos nuestras
voces contra el segundo. Las fuerzas del iliberalismo ganan terreno en todo el
mundo y tienen un poderoso aliado en Donald Trump, que representa una verdadera
amenaza a la democracia. Pero no se puede permitir que la resistencia se
convierta en su propia forma de dogma o coerción, algo que los demagogos de
derecha ya están explotando. La inclusión democrática que queremos solo puede
alcanzarse si hablamos en contra del clima intolerante que se ha instalado en
todas partes.
El intercambio libre de información e ideas, el fluido vital de
una sociedad liberal, está cada día más constreñido. Si hemos llegado a esperar
eso de la derecha radical, el espíritu censor también se extiende de forma más
amplia en nuestra cultura: una intolerancia a las visiones opuestas, una moda
de la vergüenza pública y el ostracismo, y la tendencia a disolver complejos
asuntos políticos en una certeza moral cegadora. Defendemos el valor del
discurso contrario robusto e incluso cáustico. Pero ahora es demasiado
frecuente oír llamamientos a una retribución rápida y severa en respuesta a lo
que se percibe como transgresiones de discurso y pensamiento. Todavía resulta
más perturbador que los líderes institucionales, en un espíritu de control de
daños atenazado por el pánico, estén entregando apresurados y desproporcionados
castigos en vez de reformas meditadas. Se despide a editores por publicar
textos polémicos; se retiran libros por una supuesta falta de autenticidad; se
impide que los periodistas escriban de algunos temas; se investiga a profesores
por citar obras literarias en clase; se despide a un investigador por difundir
un estudio académico con revisión de pares; y se expulsa a dirigentes de
organizaciones por lo que a veces solo son torpes errores. Sean cuales sean los
argumentos en torno a cada incidente particular, el resultado ha sido una
constante constricción de los límites de lo que puede decirse sin la amenaza de
sufrir represalias. Ya estamos pagando el precio en una mayor aversión al
riesgo entre escritores, artistas y periodistas que temen por su forma de vida
si se alejan del consenso, o incluso si carecen del celo suficiente a la hora
de sumarse a él.
Esta atmósfera sofocante acabará por dañar las causas más
vitales de nuestro tiempo. La restricción del debate, sea a manos de un
gobierno represivo o de una sociedad intolerante, daña invariablemente a
aquellos que carecen de poder y hace a todos menos capaces de la participación
democrática. La forma de derrotar las malas ideas es a través de la exposición,
el argumento y la persuasión, no intentando silenciarlas o deseando que no
existieran. Rechazamos cualquier falsa elección entre la justicia y la
libertad, que no pueden existir una sin la otra. Como escritores necesitamos
preservar la posibilidad de un desacuerdo de buena fe sin terribles
consecuencias profesionales. Si no defendemos aquello de lo que depende nuestro
trabajo, no deberíamos esperar que el Estado o el público lo defiendan por
nosotros.
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