La
crisis de Podemos en
Madrid puede agravarse si una mano ducha no lo remedia. Es un barullo
considerable del que sólo sabemos la espuma de su superficie. Hay más gatos
encerrados de lo que nos ofrecen las informaciones de una y otra amura de la
nave podemita. De momento, lo que resulta chocante es la inversión de los
planos: se ha empezado por la onomástica en vez de comenzar por la discusión
del programa.
La
situación no es amable. No lo es por el carácter de este nuevo litigio, por el
momento en que se produce y porque puede generalizarse a otros territorios. Hay
que hablar sin descanso. Con el sosiego debido y poniendo las cartas sobre el
tapete.
De
Manuela Carmena ha hablado apropiadamente Almudena Grandes: Es lo mejor que nos ha pasado a los madrileños
en muchos años, una alcaldesa tan admirable que, con todo lo que yo amo a esta
ciudad, ni siquiera estoy segura de que se la merezca». Digo lo mismo. Séame
permitido que explique brevemente el origen de mi admiración por Manuela. Data
de las visitas que nos hacía a los presos políticos en Barcelona en el año 1967
en el locutorio de Jueces, como defensora de mi maestro Ángel Rozas.
Ahora
bien, confieso que, durante esos días, no acabo de entender a Carmena. Está
hablando como si la cosa no fuera con ella. Vuelve a exhibir, además, algo tan
innecesario, por sabido, que ella no tiene obediencia a Podemos. Es, por lo
tanto, una exhibición sobrera. Es más, o Carmena se implica directamente en un
intento de solución de la crisis o el quilombo puede ir a más. Por lo demás,
Pablo Iglesias ha manifestado que va a intervenir «discretamente». Sea, y en
buena hora.
De
manera que el arrebato ocasional de Manuela –dicho sea granadina y
cariñosamente— malafondinga debe dejar paso a su probada y habitual serenidad y
ponderación. Madrid, capital de la Gloria (dijo Alberti)
no puede volver a caer en manos de la
caspa y la brillantina. ¿Estás en lo que es?
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