La
musa del independentismo catalán escribe hoy, en La Vanguardia, un artículo
justificando las palabras de Eduard
Pujol (sector Waterloo) donde tildaba de «migajas» las reivindicaciones
de los médicos en huelga (1). Es normal, de esta manera cumple el mandato
bíblico de «amaos los unos a los otros», siempre y cuando sean de la misma
fracción de partido o cofradía. Ambos, por lo que se ve, están suficientemente
aposentados y no les afecta si las listas de espera (u otras migajas) son largas o cortas.
Eso
sí, la musa debe compensar su amabilidad con Pujol con una advertencia: al
Ejecutivo catalán «le falta relato de gobierno». El relato, en este caso, se
convierte en un concepto pijo, propio de esas expresiones líquidas que rozan lo
gaseoso. Ya no se trata de «acción de gobierno», sino de relato. Que ya es una
palabra que sirve para un cosido o un planchado. Es decir, frente a toda una
serie de problemas, viejos y nuevos, sin resolver lo que se destaca es la
ausencia de un relato de gobierno. O lo que es lo mismo: la república catalana
no tiene un relato que la acompañe.
En
todo caso, haya o no relato, la novedad catalana es la reaparición en la escena
del conflicto social. Precisamente en el corazón del sector de los empleados
públicos. Nos felicitamos de que ayer se llegara a un acuerdo con los médicos
que ha motivado la desconvocatoria de la huelga de hoy. Una lección que, sin
duda, enseñará a los bomberos y el resto de los empleados públicos a seguir apretando.
Con todo, eso de las migajas acompañará toda la vida a ese Pujol que
brutalmente ha dejado claro cuál es el relato que viene de Waterloo. Por lo
demás, este personaje siempre tendrá una mano generosa que le eche un cable: el
significante «independencia» está por encima de las cosas de comer. Siempre
tendrá una musa que contravenga el mensaje de Teresa de Ávila: también en los
pucheros está el Señor. De ninguna de las maneras, Dios está solamente en las
cazuelas de la guilda de estos independentistas.
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