Pablo Casado está
probando diversas recetas para, de un lado, resistir el embate de Vox y, de otro lado, impedir el adelanto de Ciudadanos en las próximas elecciones andaluzas. Pablo
Casado vocifera a destajo. Son recetas de granítico retorno al pasado. Al
tiempo de las violetas imperiales. “España no colonizó a América. Gibraltar
español”. De vuelta a lo que hemos ido dejando atrás de una manera fatigosa. No
tardará en reivindicar los Tercios de Flandes.
«España y yo somos así, señora», que dijera Eduardo Marquina. El macizo de la raza. Olor a chotuno
de aquella asignatura tóxica que padecimos en mis tiempos de adolescente: la Formación del Espíritu Nacional.
No
hace falta decir que esta verborrea de Casado tiene un interés no disimulado:
rebañar votos en todos los sectores del microcosmos de las derechas ultras
buscando hacer un pleno al catorce. Desde los que siguen cantando Montañas nevadas
hasta los que gritan el «¡A por ellos, que son de regadío!».
Es
de juzgado de guardia la inculta intromisión de Casado en la historia. Pero,
todavía, lo es más la ofensa a los pueblos latino--americanos. Hasta la
presente, nadie de su partido le ha llamado al orden. Ni nadie le ha hecho ver
la convergencia entre su revisionismo histórico y las fábulas de cierta
historiografía independentista.
Pero
son peores los problemas que puede crear este caballero. Especialmente con
Europa. Precisamente en unos momentos de tensión entre la Unión Europea a
propósito del brexit, el presumible
candidato a la presidencia del gobierno español se descuelga con el castizo
«Gibraltar español». Por no decir con el Reino Unido. En suma, el caballerete
está creando más problemas a una convulsa Europa, que sólo le faltaba esto.
Éramos pocos y parió la abuela.
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