El palo de Cospedal está aguantando su propia vela y el
hierro que ha aplicado a los demás se ha vuelto en su contra. Los potingues de
la política tienen esas cosas: hoy te quiero menos que ayer y mañana será otro
día. Sobre chispa más o menos es lo que le ha dicho Pablo Casado, que aprieta pero no ahoga. Mientras
tanto, el señorito Javier Arenas exhibe una sonrisa que está a punto de
convertirse en mueca. Y Soraya, lejos del mundanal ruido, lo celebra
en la intimidad.
Cospedal ha caído por sus relaciones con las alcantarillas,
siempre amigas hasta donde dé de sí el parné. En su caída no se ha podido
resistir a transformar la sintaxis en puro dialecto de Bigote Arrocet. No hubo corrupción en el partido, pero mandó
investigar a unos cuentos. Clandestinamente, y al no fiarse de la mitad de la
cuadrilla encargó los contactos a su hombre de confianza, su marido. La famiglia como instrumento de
investigación parapolicial. En fin, cuando las cosas no están claras es de
obligada referencia acudir al embrollo lingüístico. Bigote Arrocet como
asesor de estilo para situaciones apuradas.
Bigote que parece haber asesorado también a Lesmes, primer espada de la fracción Parné
del Tribunal Supremo. El caballero togado recurre, de igual manera, al anacoluto
y al quebrantamiento del silogismo. Igual
que Cospedal, antes y después de la caída. Lesmes, zarandeado por todas las
tribus judiciales, políticas y periodísticas se descuelga afirmando que la
sentencia del Alto Tribunal es consecuencia de una ley confusa. O sea, más toneladas
de extravangacia.
Un periodista ponderado y respetado como Lluis Foix se hace cruces de la jerigonza de
Lesmes. Y, educadamente, le espeta: ¿Ley confusa, dice usted? Y así las cosas,
usted dicta esa sentencia. Pues bien, eso les ocurre a Cospedal y Lesmes por no
seguir los consejos del gran Manquiña: «Oiga, el conceto
es el conceto?». De ahí que, también
nosotros, recomendemos a Lesmes que acompañe a Cospedal en su retiro
formidablemente remunerado.
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