sábado, 24 de noviembre de 2018

¿Aznar, el cirujano de hierro?


José María Aznar se encuentra en una fase de enloquecimiento político progresivo. Lleva un tiempo de forzada auto emulación. Se diría de retorno a las nieves de antaño cuando exhibió, en sus años mozos, sus ataques furibundos a la Constitución y su orgullo como «falangista independiente». Eran sus tiempos como inspector de Hacienda junto a su amigo Blesa.
Miren estos siete artículos publicados en La Nueva Rioja donde tiene a gala declararse «falangista revolucionario». Nunca se retractó de lo escrito. Ahora camina en busca del tiempo perdido. Aznar, como diría Baroja, es ansí.

Este hombre se nos auto propone como el nuevo «cirujano de hierro», capaz de evitar que España se rompa. El cirujano de hierro fue un planteamiento recurrente en Miguel Primo de Rivera, padre de José Antonio, el fundador de la Falange, y considerada por don Enrique Tierno Galván como claramente protofascista.  Primo de Rivera retomó la idea original de Joaquín Costa y la desnaturalizó todo lo que pudo. 

La nueva aznaridad es, pues, el potente tóxico del momento. Su propósito es conformar un frente nacional ultraderechista, no una derecha ilustrada.  Se aprovecha de que la derecha ilustrada ha dimitido de hacer política. Aznar o el granito escurialense: o yo o el caos. 

Ahora bien, ¿cómo explicar la reaparición de Aznar en el tablero político español? Esbozo la siguiente hipótesis: se debe al fracaso del Partido Popular, en quien había puesto todas sus complacencias,  en el problema fundamental: la «cuestión catalana». Un problema que le ha llevado a ser irrelevante en Cataluña con unas expectativas más mediocres todavía, y, quizá, a perder la condición de partido alfa de las derechas españolas.

En todo caso, su indisimulada obsesión en ser el cirujano de hierro choca hoy, dicho esquemáticamente, con ciertas interferencias: de un lado, choca con el mundo de la globalización y, de otro lado, topa con los poderes autonómicos. Lo máximo que puede aspirar la nueva aznaridad es a impedir que pueda gestarse una derecha civilizada. Lo que, de hecho, no es poca cosa. No sería ya el cirujano de hierro sino el veterinario de guardia de las derechas asilvestradas.

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