Hasta
antes de la guerrita verbal de Gibraltar el debate político y mediático se
centraba en el escupitajo, virtual o real, de un diputado de ERC al ministro
Borrell en el Parlamento. En todo caso digamos que en el acta arbitral –el
Diario de Sesiones-- no consta tan
insólita acción. Es una lástima que el gran Luis
Carandell no esté con nosotros.
Nadie me llevará la contraria: hubiera hecho una crónica salpimentada de
ironía. O el mismísimo maestro Vázquez Montalbán,
que hubiera hablado, es un suponer, de las diversas tipologías del bólido gelatinoso: a) la tout court, es decir, la que denominaríamos gargajo, y b) aquella
que se disfraza de lanzamiento de huesos de aceituna para no infundir
sospechas.
Suerte
que tenemos a Antoni Puigvert, que hoy nos deleita
en La Vanguardia con una breve historia del escupitajo. Se remonta nada menos
que a la baja Edad Media y, concretamente, a los pendencieros condottieri italianos. Gente bravía, que
alquilaban sus mesnadas por un quítame allá esas pajas. Con Florencia contra
Pisa, hoy; y mañana con Pisa contra Florencia. La mercenaria política de
alianzas. Doña Correlación de Fuerzas en manos
del parné. Gente bravía que por lo general eran un almacén de cultura y
refinamiento.
Puigvert
nos refiere un sucedido del famoso condotiero proto renacentista Castruccio Castracani, un
capo que merecería haber nacido en Granada por la contundencia de su malafoyá,
o sea, la refinada retranca que exhibía a diestro y siniestro. Puigvert nos
relata que Castracani hizo una visita a un tal Taddeo Bernardi y «notando una flema en su garganta le escupió en la cara de su
anfitrión que quedó lógicamente turbado. Castracani se explicó: ´No sabía dónde
escupir para ofenderte menos´». (Lo
relata Maquiavelo en su "Vita de Castruccio
Castracani"). Una respuesta de malafoyá cum laude, granadinamente cruel.
No
vamos a reírle las gracias al bravío Castracani, simplemente queremos
significar la diferencia de estilo entre el hombre renacentista, que se
mantiene en sus trece y quienes, hoy, tiran sus ponzoñas y esconden la mano. Por
cierto, si la política se transforma en escupitajos la decadencia está cantada.
Ustedes verán.
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