lunes, 26 de noviembre de 2018

El escupitajo o la política por otros medios




Hasta antes de la guerrita verbal de Gibraltar el debate político y mediático se centraba en el escupitajo, virtual o real, de un diputado de ERC al ministro Borrell en el Parlamento. En todo caso digamos que en el acta arbitral –el Diario de Sesiones--  no consta tan insólita acción. Es una lástima que el gran Luis Carandell no esté con nosotros.  Nadie me llevará la contraria: hubiera hecho una crónica salpimentada de ironía. O el mismísimo maestro Vázquez Montalbán, que hubiera hablado, es un suponer, de las diversas tipologías del  bólido gelatinoso: a) la tout court, es decir, la que denominaríamos gargajo, y b) aquella que se disfraza de lanzamiento de huesos de aceituna para no infundir sospechas.

Suerte que tenemos a Antoni Puigvert, que hoy nos deleita en La Vanguardia con una breve historia del escupitajo. Se remonta nada menos que a la baja Edad Media y, concretamente, a los pendencieros condottieri italianos. Gente bravía, que alquilaban sus mesnadas por un quítame allá esas pajas. Con Florencia contra Pisa, hoy; y mañana con Pisa contra Florencia. La mercenaria política de alianzas. Doña Correlación de Fuerzas en manos del parné. Gente bravía que por lo general eran un almacén de cultura y refinamiento.

Puigvert nos refiere un sucedido del famoso condotiero proto renacentista Castruccio Castracani, un capo que merecería haber nacido en Granada por la contundencia de su malafoyá, o sea, la refinada retranca que exhibía a diestro y siniestro. Puigvert nos relata que Castracani hizo una visita a un tal Taddeo Bernardi  y «notando una flema en su garganta le escupió en la cara de su anfitrión que quedó lógicamente turbado. Castracani se explicó: ´No sabía dónde escupir para ofenderte menos´».  (Lo relata Maquiavelo en su "Vita de Castruccio Castracani"). Una respuesta de malafoyá cum laude, granadinamente cruel.

No vamos a reírle las gracias al bravío Castracani, simplemente queremos significar la diferencia de estilo entre el hombre renacentista, que se mantiene en sus trece y quienes, hoy, tiran sus ponzoñas y esconden la mano. Por cierto, si la política se transforma en escupitajos la decadencia está cantada. Ustedes verán.

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