Hasta
hace un tiempo la poquedad política se expresaba mediante una jerga
aproximadamente cantinflesca. Lo que provocaba el estupor de la ciudadanía que
se echaba las manos a la cabeza ante tanto sofisma. Ahora las cosas han cambiado
rotundamente. Del cantinfleo se ha pasado a un temerario lenguaje tabernario a
destajo. La regla, en todo caso, se mantiene: ayer, a más falacia vertida,
menor capacidad de dirección política; hoy, a más insultos, menos proyecto. Es la
hora del diputado jabalí. Esa expresión, «jabalí», nos viene de un discurso de
don José Ortega y Gasset en las Cortes
Constituyentes de la II República española: «Es de plena evidencia que hay, sobre todo,
tres cosas que no podemos venir a hacer aquí: ni el payaso, ni el tenor, ni el
jabalí». Estamos en tiempos de los jabalíes. Son unos tiempos en los que, a
cosica hecha, los jabalíes a falta de poder explicativo se han instalado en el
eructo retórico. Lenguaje de graderío. Que entiende que Doña Correlación de Fuerzas se mueve en torno a
bravuconadas de estos jabalíes de moqueta.
Es un lenguaje cañí
que ni siquiera es antipolítica. Tiene, ante todo, la estética de los matones. Es
el ataque ad hominem como resultado de una considerable pobretería intelectual.
La sesión parlamentaria de ayer haría sonrojar a cualquier miembro del patio de
Monipodio. La gente del bronce suele ser más comedida.
La presidenta del
Parlamento, ante tan descomunal batahola,
decidió tirar por la calle de en medio. Se borrarán del Diario de
Sesiones las palabras fascista y golpista que profieran los diputados. No lo
comparto. Lo que se dice, dicho está. Es más, ese lenguaje no es el problema de
fondo. La clave la da Paco Rodríguez de Lecea: «Mucho me temo que Sor Virginia sea
impotente para reducir la hinchazón virulenta del mal político que aqueja a un
país cuyos representantes electos consideran la agresión verbal y el desplante
pinturero como el complemento más adecuado del ejercicio de la soberanía y el
mejor método para ejercer su función» (1).
Efectivamente, es un
parche sor Virginia, cuyas facultades milagreras nunca fueron suficientemente
probadas, ni siquiera por la Madre Superiora de su congregación.
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