La
ciudadanía se está portando con disciplina en todo este periodo de
confinamiento. Con responsabilidad y solidaridad. La más visible es la ovación
colectiva que, a las ocho en punto de la tarde, sale de los balcones y
ventanas. No es un acto folclórico, es el sentimiento de agradecimiento y apoyo
a los profesionales de la sanidad y a todos aquellos que directamente se están
enfrentando a la epidemia. Es --¿quién sabe?--
una necesidad de sentirse vivo ´todavía´. Es la responsabilidad y
disciplina de millones de personas confinadas en sus casas y pisos. Las
excepciones confirman, también en este caso, la regla. No importa que unos
miles de echaos p´ alante hayan roto
adrede la norma. Unos lo han hecho para joder la marrana, otros por figurar y
los ha habido por inconsciencia. Unos pocos miles solamente. Y no le demos más
vueltas a ello.
Entre
estos echaos p´ alante están dos
figurones de alto copete: el hombre de Marbella y el hombre de Pontevedra. El
primero huyó despavorido de Madrid, junto a su esposa, con destino a las playas
mediterráneas. Echaba de menos, a buen seguro, la mar salada que tanto le cautivó en las Azores. Nadie,
dentro de la prensa de casino, le ha afeado el gesto de la peregrinación a
Marbella. Ese tipo de prensa está para los grandes movimientos y no para en
tales minucias. El segundo ha sido pillado in fraganti repetidas veces –chándal
de mercadillo, zapatillas color azul gaviota pepera— saltándose el
confinamiento sin que, en los alrededores de su casa, haya kiosko, estanco,
pizzería o taberna. Se salta el confinamiento porque le sale de los
güitos. Tampoco en este caso la prensa
de casino ha informado de ese particular. Son fruslerías que solo interesan a los
chafarderos. No obstante, hay periodistas campeadores que, cuando preguntan a
la Diosa del Partido Popular ´lo´ de ese
auto-des confinamiento del hombre de Pontevedra, Ella responde: «Respeten la
intimidad de Rajoy». Habría dicho lo
mismo si alguien le hubiera requerido por la trama Gurtel: «Respeten la destreza
de manos que tiene el Partido Popular».
Vale
la pena decir que el hombre de Marbella es reincidente en su quebrantamiento de
las normas, de lo que se vanaglorió en su día: «¿Quién me va a decir a mí a qué
velocidad debo conducir y cuántos vasos de vino debo meterme en el cuerpo, conduciendo
o no?». Todo un mesetario disfrazado de
libertariano yanqui. El hombre de Pontevedra es la primera vez que se pone la
ropa de insumiso. Porque lo suyo siempre ha sido una obediencia de Boletín
Oficial del Estado.
Debe
haber una explicación que nos acerque a entender la insolencia de estos dos
hidalgos: el primero de bragueta, el segundo de gotera. Tal vez un contagio
´monarquizante´ de sentirse o creerse inmunes si no respetan la ley. O quizá
algo menos sofisticado: ser unos echaos
p´alante. En cualquier caso el llamado principio de parsimonia o, de manera
más vulgar, la navaja de Occam, nos diría que siempre es preferible la
hipótesis más simple. A saber, solo respetan las normas que ellos dictan,
aunque ese respeto es en apariencia; las reglas que marcan otros se las pasan
por la cruz de los pantalones. Esto es una democracia, pero yo la respeto conforme
a mis intereses.
Pregunto:
¿se sabe si al hombre de Pontevedra le ha caído alguna multa?
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