martes, 28 de abril de 2020

«España nos mata» y "Los rojos no usaban sombrero"




El independentismo cátaro ha pasado del «España nos roba» al «España nos mata». Un salto de tenebrosa cualidad que se lanza adrede porque sus emisores saben que hay gente que se lo cree o, más bien, traga lo que le echen al buche. Ese nuevo mensaje es la madre de los que hasta ahora se han lanzado, es decir, si Cataluña fuese independiente tendríamos menos contagios y menos muertes. Por lo general hay quien cree que los mensajeros se han vuelto locos, que han perdido el oremus. Vale decir lo siguiente: no es descartable que más de uno –incluso y especialmente de los que tienen mando en plaza— esté loco de atar. Pero esa no es la cuestión.

Como dicen los vigilantes de la ortodoxia de los escritos «no nos engañemos». Vale, me acojo preventivamente al no nos engañemos. Quienes lanzan esos mensajes tenebrosos están cuerdos, clínicamente cuerdos. Aunque políticamente deberían residir en el manicomio o como se le llame ahora. Son mensajes exquisitamente elaborados por sociolingüistas de alta factura y, tal vez, en negro, a través del fondo de reptiles ad hoc. Estos creadores tienen referentes y, en los faldones de esas referencias, han hecho sus noviciados a distancia.  El carácter de esos mensajes es, por ejemplo, la contundente acusación  que espera el feligrés de misa diaria. «España nos roba» fue en todo caso un plagio de lo que propaló la Lega del Norte en aquellos tiempos: «Roma ladrona». El «España nos mata» es rotundamente de cosecha propia. Made in Waterloo.

La gran mayoría de los referentes de estos publicistas a tiempo completo son los movimientos de las derechas más aguardentosas. Algunas de ellas oriundas de las dehesas mesetarias. Que no por ser de secano hemos de negarle tétrica brillantez y dominio de la insinuación mendaz. Hubo, tras la guerra, un anuncio publicitario que insinuaba una cesura en los estilos publicitarios. Fue aquel impactante anuncio de «Los rojos no usaban sombrero». Falso como lo demuestran mil testimonios de las altas personalidades republicanas que usaban dicha prende. Debo decir, según se contaba en mi casa santaferina, que mi tio Rafael Ruiz, del partido de don Diego Martínez Barrios, se compró dos sombreros para no dar que hablar. Mi padre adoptivo, el maestro confitero Ferino Isla, no pasó por el tubo y siguió provocativamente con su chapela, la única que había en el pueblo. Seguro que Franco La Muerte (como le llamaba Léo Ferré) cobraba una comisión por cada sombrero que se vendía. Francó La Muegté.

Pero en todo caso esta inspiración sombrereril es una referencia inocente, comparada con las enseñanzas que estos sociolingüistas han recibido de otros maestros que vinieron de Alemania. No están solos los independentistas cátaros, sino que convenientemente acompañados por los primeros hermanos de aquellos alemanes compiten entre sí a ver quién es más caballunamente mendaz.

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