martes, 21 de abril de 2020

Esquerra Republicana de Catalunya está escondida




La clase política independentista no está a la altura de la situación. De hecho, nunca lo estuvo, pero en estas condiciones críticas esa torpe inmadurez es escandalosa. De un lado, los de Waterloo acumulando temeridades; de otra parte, los de Junqueras en silencio prolongado desde que estalló la pandemia. Unos y otros, en todo caso, sólo parecen preocuparse de la atosigante cuestión de cómo aprovechar esta crisis (sanitaria, económica y social) para conseguir la (quimérica) república catalana. Ayer habló, desde las páginas de El País, el número dos del govern de la Generalitat, Pere Aragonès, mano derecha de Oriol Junqueras (1).

El artículo en cuestión es una muestra de: (a) la ausencia de proyecto por parte de ERC de cómo abordar esta dramática situación; (b) el uso de la retórica de baratillo para esquivar la falta de iniciativa política; y (c) lo que importa en este artículo es la insistencia en la independencia, ahora como bálsamo de Fierabrás, que podría curarlo todo. En resumidas cuentas, ni una propuesta concreta que no sea la metafísica al uso; por lo que estamos ante un artículo atemporal, pues su gramática podría ser utilizada en cualquier otro momento de normalidad con la misma inutilidad que en esta ocasión.

El pícaro Aragonès parte de un argumento conocido: la ´traición´ que supusieron los pactos de la Moncloa. Como si eso –completamente falso, además— tuviera alguna relevancia para abordar el gran problema de nuestros días. Con lo que –a partir de ese guiño--  busca la simpatía de quienes lamentan que la transición no se hizo ahorcando a los guardias civiles con las tripas de los curas. Y, a la par, el guiño se amplía con este mensaje subliminal: ahora se pretenden reeditar aquellos pactos. Que es la excusa que utiliza para decir: «No vamos a ser cómplices –tampoco lo fuimos entonces--  de soluciones que beneficiaron a la minoría de siempre. Como en los parches de 2008». Picardía caballuna cuando equipara a cosica hecha aquellos pactos de la Moncloa y los «parches del 2008». Pactos de la Moncloa como un tropel de palabras enfermas (parole malate) que diría Alberto Moravia.

Es posible que ERC esté atribulada. Se ve, por lo que parece, muy inquieta porque toda la parafernalia de Waterloo le atosiga. Atribulada e incapaz de mantener el rumbo de aquella sobrevenida maduración que se le atribuía, que no era otra cosa que ser menos tóxica que el independentismo cátaro. Y atribulada porque no puede reconocer su error cuando, en el acuerdo de investidura de Pedro Sánchez, propuso que Torra presidiera y fuera el portavoz de la parte catalana en la mesa de diálogo o del reencuentro. ERC sin quererlo resucitó a Torra. Atribulados y, encima, torpes. Ni una mención al dolor humano.

Con todo lo más preocupante es que Aragonès  –acompañando a Waterloo-- vuelve al mito. A la panacea tantas veces reclamada y ahora grotescamente formulada por esa Meritxell Budó, portavoz del govern catalán: «Con la independencia no tendríamos tantos muertos y afectados».  La pregunta: ¿Aragonés se lo cree o hace como que se lo cree?


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