La
clase política independentista no está a la altura de la situación. De hecho,
nunca lo estuvo, pero en estas condiciones críticas esa torpe inmadurez es
escandalosa. De un lado, los de Waterloo
acumulando temeridades; de otra parte, los de Junqueras en silencio prolongado desde que
estalló la pandemia. Unos y otros, en todo caso, sólo parecen preocuparse de la
atosigante cuestión de cómo aprovechar esta crisis (sanitaria, económica y
social) para conseguir la (quimérica) república catalana. Ayer habló, desde las
páginas de El País, el número dos del govern de la Generalitat, Pere Aragonès, mano derecha
de Oriol Junqueras (1).
El
artículo en cuestión es una muestra de: (a) la ausencia de proyecto por parte
de ERC de cómo abordar esta dramática situación; (b) el uso de la retórica de
baratillo para esquivar la falta de iniciativa política; y (c) lo que importa
en este artículo es la insistencia en la independencia, ahora como bálsamo de
Fierabrás, que podría curarlo todo. En resumidas cuentas, ni una propuesta
concreta que no sea la metafísica al uso; por lo que estamos ante un artículo
atemporal, pues su gramática podría ser utilizada en cualquier otro momento de
normalidad con la misma inutilidad que en esta ocasión.
El
pícaro Aragonès parte de un argumento conocido: la ´traición´ que supusieron
los pactos de la Moncloa. Como si eso –completamente falso, además— tuviera
alguna relevancia para abordar el gran problema de nuestros días. Con lo que –a
partir de ese guiño-- busca la simpatía
de quienes lamentan que la transición no se hizo ahorcando a los guardias
civiles con las tripas de los curas. Y, a la par, el guiño se amplía con este
mensaje subliminal: ahora se pretenden reeditar aquellos pactos. Que es la
excusa que utiliza para decir: «No vamos a ser cómplices –tampoco lo fuimos
entonces-- de soluciones que
beneficiaron a la minoría de siempre. Como en los parches de 2008». Picardía
caballuna cuando equipara a cosica hecha aquellos pactos de la Moncloa y los
«parches del 2008». Pactos de la Moncloa como un tropel de palabras enfermas (parole malate) que diría Alberto Moravia.
Es
posible que ERC esté atribulada. Se ve, por lo que parece, muy inquieta porque toda
la parafernalia de Waterloo le atosiga. Atribulada e incapaz de mantener el
rumbo de aquella sobrevenida maduración que se le atribuía, que no era otra
cosa que ser menos tóxica que el independentismo cátaro. Y atribulada porque no
puede reconocer su error cuando, en el acuerdo de investidura de Pedro Sánchez, propuso que Torra presidiera y fuera el
portavoz de la parte catalana en la mesa de diálogo o del reencuentro. ERC sin
quererlo resucitó a Torra. Atribulados y, encima, torpes. Ni una mención al dolor
humano.
Con
todo lo más preocupante es que Aragonès –acompañando a Waterloo-- vuelve al
mito. A la panacea tantas veces reclamada y ahora grotescamente formulada por
esa Meritxell Budó,
portavoz del govern catalán: «Con la independencia no tendríamos tantos muertos
y afectados». La pregunta: ¿Aragonés se
lo cree o hace como que se lo cree?
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