No
hace falta decir que la derecha de Casado no está por la labor de llegar a un
acuerdo de reconstrucción nacional cuando pase la pandemia. «Igualico, igualico
que el defunto de su agüelico», decía la vieja de la familia Ulises en aquellas tiras del TBO
que ahora los chorras han impuesto que se llame cómic. Recuerdo
perfectamente aquellos tiempos de los Pactos de la Moncloa, pues siempre he
auxiliado mi memoria con una buena dosis de rabillos de pasas. El agüelico de Casado fue Manuel Fraga Iribarne.
Permítaseme un inciso: Fraga siempre fue llamado Fraga Iribarne bajo el
franquismo tanto en las emisoras de radio como en las de la televisión. Se
seguía, de esa manera, el mandato bíblico de «Honrarás a tu padre y a tu madre» (Éxodo 20:12; Deuteronomio 5:16; Mateo 15:4; Efesios 6:2, 3) Como
debe ser.
Los
aires más laicos de la democracia aflojaron el mandato y el Iribarne materno
desapareció de las ondas y las pantallas. Aunque hay quien afirma que, con la
evaporación del apellido materno, se despotenciaba la agresividad franquista de
don Manuel, a secas. Fin del inciso. Hasta aquel Maynat de La Trinca, que hoy milita en el
independentismo cátaro, le hizo un pasodoble a «Manolo, Manolo Fraga». Maynat
está penando ahora este pecadillo musical de juventud.
Pues
bien, Fraga Iribarne se opuso tajantemente a los Pactos de la Moncloa. Llegó a
decir, en un arranque prototuitero, que «es un programa de centro izquierda que
nos lleva al socialismo». Exageraciones, naturalmente. Fue un pacto que
pretendía reparar los enormes desperfectos que la economía española fue
acumulando tras la crisis del petróleo de 1973, de la que también me acuerdo.
Otro inciso: de hecho he pasado más tiempo de vida del que ya me queda por
vivir. Se cierra este inciso con optimismo. «Reparar» los desperfectos y
desconchones, reparar las vigas y algunas paredes, reparar los techos y la
fachada. Es la diferencia de aquella situación con lo que previsiblemente
tendremos cuando pase la pandemia. Ya no será reparar sino reconstruir.
Sin
embargo, Fraga Iribarne que ya era un viejo galápago sacó el dedo índice mojado
para ver de dónde venía el viento, y –como quien no ha roto un plato en su
vida-- acude a la firma de aquellos
pactos de 1977. Fraga (siempre Iribarne también) era un político –a veces
ingenioso, a veces tosco-- que supo
disfrazar su biografía franquista. Pablo Casado, su nietecico, es un bronquista
de colegio de pago, un ´aprovechategui´ con título suvbencionado en la
disciplina de don Bártolo de Sassoferrato.
El
letrado subvencionado que dirige el Partido Popular ha declarado que no apoyará
los pactos que se proponen si se deroga la reforma laboral. Y, efectivamente,
dará por saco todo lo que pueda y más. Casado, con estrabismo divergente,
mirará qué hace la CEOE
(la CEOE también se opuso a los Pactos de la Moncloa) y observará las cabriolas
del caballo blanco de Santiago. Todavía es pronto para saber qué pasará, pero
algo es seguro: a la derecha española le importa más su saya que la devastación
que podrá venir.
Mientras
tanto, sigan siendo prudentes. No salgan de casa. Sepan que vienen curvas.
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