lunes, 29 de junio de 2015

RELEER A TRENTIN, RELEER A GRAMSCI

Nota editorial.-- El 21 de noviembre de 1997 Bruno Trentin dio en el Istituto Gramsci de Torino la conferencia que ponemos ahora al alcance del lector, traducida al castellano por Javier Aristu. Habló como invitado en un “Convegno” (seminario) dedicado a «El joven Gramsci y el Turín de principios de siglo». Su intervención fue recogida en Quale Stato, n. 3/4, septiembre-diciembre 1997, pp. 41-60.
“La ciudad del trabajo”, la obra principal de Trentin, estaba ya concluida en esa fecha, a falta tan solo de unas semanas para su publicación. Trentin invirtió tres años intensos (prácticamente desde que dejó el cargo de secretario general de la CGIL) en la escritura del libro. El 20 de mayo de ese mismo año de 1997 había escrito en su diario: «El esfuerzo ha acabado.» Sin embargo, siguió corrigiendo el original a lo largo de todo el verano. «Un trabajo de Sísifo», escribió en otro momento.
El “convegno” turinés de noviembre fue para Bruno Trentin una ocasión inmejorable de poner a prueba las tesis, flagrantemente heterodoxas para una cierta izquierda, sostenidas en el libro. En un texto denso, bien trabado y de un enfoque tan original que puede llegar a aturdir, el autor resume los temas principales de la “Ciudad…” a través del desarrollo argumental de tres paradojas: las dos primeras, relacionadas con el hecho de que las dos transformaciones más sensacionales del sistema productivo en las sociedades industriales avanzadas del siglo XX, el fordismo-taylorismo y el estado del bienestar, apareciesen con un marchamo de origen exterior a las concepciones y las tradiciones del movimiento obrero; la tercera, el hecho de que la adhesión a tales novedades llevara al movimiento socialista en su conjunto y a la teoría marxista oficial en particular, a una nueva concepción del Estado «como sujeto de la historia y como momento creador de la sociedad civil.»
Como acompañamiento del texto de Trentin, que se irá presentando capítulo a capítulo a medida que la traducción esté lista, se incluirán en  Metiendo Bulla las notas, ya habituales en este medio, de José Luis López Bulla y Paco Rodríguez de Lecea, sin perjuicio de que el propio traductor Javier Aristu y otras personas se asomen también al debate, o a la cháchara, con sus propios comentarios y puntos de vista.

Cuál lectura de Gramsci, hoy


1.

La reflexión sobre la crisis, muy avanzada ya, de lo que se suele definir como el «modelo fordista de economía y sociedad», y sobre la crisis, mucho más lenta y tortuosa, de la «organización científica del trabajo» (el sistema de Taylor) que había sido, en cierta manera, su partera, me ha llevado en varias ocasiones a plantearme dos grandes interrogantes; o, si se quiere, dos grandes paradojas que han marcado la historia de los movimientos sociales en el siglo XX. Y, a partir de ahí, a medirme, una vez más, con la  búsqueda que Antonio Gramsci llevó a cabo en el Turín obrero, después de la primera guerra mundial.

Dos grandes paradojas. Por un lado, y en primer lugar, el hecho de que, un siglo después de la aparición de las grandes asociaciones políticas y sindicales que asumieron la emancipación del trabajo —sobre todo a través de la redistribución de los recursos en favor de los débiles y de los excluidos— como su objetivo estratégico, dichas organizaciones no hayan alcanzado en este terreno (con o sin ruptura revolucionaria) más que unos resultados relativamente modestos en términos de mayor igualdad y de una más equitativa distribución de rentas. Y que en esos resultados haya influido más el crecimiento impresionante de los recursos globales, que el impacto duradero de la acción reivindicativa de los sindicatos y de la iniciativa legislativa de la izquierda. De hecho, incluso una gran conquista política y social como fue el Estado del bienestar ha estado más marcada, en Europa, por los nombres de un  conservador autoritario como el canciller Bismarck y de un liberal reformador como Lord Beveridge, que por el recuerdo de una gran lucha reivindicativa de los trabajadores destinada a conseguir ese objetivo. Y las normas por las que se rige el Estado del bienestar llevan aún la impronta de las dos personalidades citadas, y no la de los ideólogos del movimiento obrero.

Por otro lado, choca el hecho de que las conquistas más duraderas arrancadas a lo largo de un siglo de luchas obreras y de legislaciones sociales, antes y después del trágico fracaso de los regímenes del «socialismo real», se refieren a algo que la “vulgata” marxista consideraba medios, instrumentos (inevitablemente contingentes e incluso ocasionales), susceptibles de hacer más eficaz la lucha por la redistribución de los recursos y por la reducción de las desigualdades. Me refiero a los derechos fundamentales, individuales y colectivos; a la ampliación progresiva del ámbito de la ciudadanía. Con la circunstancia añadida de que tales derechos de ciudadanía se han detenido por lo general a las puertas del lugar «privado» donde se produce materialmente la prestación de trabajo de las personas contratadas al efecto.

La segunda paradoja para la “vulgata” marxista y socialista consiste en el hecho de que, una vez más, ha cambiado en la sociedad civil, antes incluso que en la esfera de la política (entendida esta como el ámbito de actuación de una categoría separada de personas, que ejercitan una profesión especializada sirviéndose de la maquinaria del Estado), el escenario económico y cultural que había presidido el siglo. El desarrollo de las fuerzas productivas ha cambiado el rumbo al que parecía predestinado, y lo ha hecho antes de «haber agotado todos sus efectos» (lo que contradice uno de los cánones fundamentales de cierta teoría marxista). El «progreso», en definitiva, está una vez más cambiando de curso, sin que por otra parte las «relaciones de producción» —no solo y no tanto las relaciones de propiedad sino, sobre todo, las relaciones de poder— hayan sufrido una transformación de igual importancia, en primer lugar en los lugares donde se producen bienes y servicios.

Resulta difícil (aunque muchos, sobre todo los «neopositivistas» de «derecha» y de «izquierda», lo intentan todavía) dejar de plantearse la pregunta siguiente: ¿cuáles son las raíces de estas paradojas? Y, ya de paso, ¿cuáles son las raíces de esta crisis errática del fordismo y del taylorismo? ¿Solo se debe a la aparición y la difusión de las «nuevas tecnologías» basadas en la informática y en los sistemas digitales de las comunicaciones, en la medida en que estas tecnologías facilitan y demandan una organización más flexible y menos fragmentada de las personas que trabajan? ¿No se deberá también —así lo asumimos nosotros— a una «compresión» y una desarticulación, insostenibles a la larga, del crecimiento cultural y civil de los recursos humanos y de las potencialidades creativas que todavía siguen inscritas en los genes de las fuerzas productivas cuyo desarrollo habría tenido que conducirnos a los umbrales del socialismo?

Pero si admitimos como cierta, aunque sea solo parcialmente, la segunda de las respuestas posibles, ¿no deberíamos entonces pensar que también antes, en años más lejanos, fueron posibles otras vías para la valorización del trabajo y de su papel creativo? ¿Acaso no se dieron, antes del inicio de la decadencia del sistema taylorista y fordista —esa gran «racionalización» del trabajo, de la sociedad y del Estado—posibilidades, descartadas y sin embargo siempre abiertas, de situar el trabajo concreto en todas sus formas (tanto la prestación del trabajo y los derechos de la persona en la prestación del trabajo, como las relaciones que se definen entre los hombres y las mujeres cuando organizan y dividen el trabajo) como una de las grandes cuestiones centrales de la polis, de la política y de la ciudad, entendida esta como el lugar sin límites donde se definen las relaciones que tutelan y vinculan a tantos seres diferentes que viven en comunidad?

Responder esta pregunta y explicar las causas profundas que han llevado a los movimientos reformadores de occidente a evitar plantearse ese interrogante, nos lleva inevitablemente a  tratar de entender las razones de la extraordinaria influencia hegemónica (sobre todo en el plano cultural, pero desde luego también con la ayuda del endurecimiento de las características opresivas de la relación de trabajo subordinado) que grandes revoluciones sociales, como lo han sido el taylorismo y el fordismo, han ejercido no solo en el mundo de la empresa, en las clases dominantes y en su personal político, sino también (y en un momento determinado de forma muy especial) en el movimiento socialista y en los movimientos sindicales de todos los países industrializados.

Ha sido una gran «revolución pasiva», según término acuñado por Gramsci, y sin duda ha tenido como objetivo fundamental las clases sociales subalternas, pero ha encontrado además sus «pífanos» y sus apologetas en numerosos intelectuales que en diversos momentos ligaron sus destinos y sus suertes a la «misión histórica» de la clase obrera.

En la pista de esos interrogantes investigaremos, precisamente a través de Gramsci —que representó sin duda, por lo menos en Italia, el testimonio más elevado, más complejo y más sufrido y consciente de esa «revolución pasiva»—, alguna explicación posible (que será, ciertamente, “a toro pasado”) de otra paradoja aun, la tercera que provoca esta investigación: la representada por el hecho de que una revolución social y cultural madurada por «intelectuales del capital» en el corazón de la sociedad civil («desde abajo» se decía entonces), como fue el taylorismo, vino a marcar el tránsito, ante todo en la cultura del movimiento socialista, hacia un redescubrimiento del papel taumatúrgico del Estado, como fuente de legitimación de la organización de la sociedad, y como «motor» de la historia. Y, finalmente, el tránsito al redescubrimiento de la «política en el Estado», como momento creador de la misma sociedad civil.



sábado, 27 de junio de 2015

SOPLONES DE ALTO COPETE EN BARCELONA


«El escritor y enigmista Màrius Serra estaba sentado el otro día en una terraza de la Rambla, y escuchó casualmente cómo otro escritor, Ferran Toutain, hablaba en la mesa vecina con una editora, en contra de la independencia. Serra se hizo un selfie en el que aparece al fondo la pareja que conversa, y tuiteó las opiniones expresadas por Toutain, la foto y algún comentario de condena de las posiciones “anticatalanas”». La noticia nos la da Paco Rodríguez de Lecea con otros adobos más en   OTRA CATALUÑA.


Pasado un ratico alguien debió decirle a ese fifiriche que justificara su selfi o algo por el estilo. Y como es normal en estos casos, el asunto se cierra pidiendo perdón. Algo que ya es irritantemente reiterativo.

Alguien podrá justificar la actitud de ese Serra como la consecuencia de un acto espasmódico, irreprimible de poner en circulación lo que ve y oye a su alrededor. Sin embargo, mucho me temo, que este selfi no es otra cosa que la denuncia y la advertencia de que un tal Ferran Toutain «no es de los nuestros». Y, siguiendo la peculiar doctrina Romeva, «no es un demócrata».


¿Qué les lleva a Serra y Romeva a ser dos soplones? ¿Acabarán esos acusicas formando un somatén? ¿Acabará siendo legal esta actitud de los acusadores populares?   

viernes, 26 de junio de 2015

Podemos e Izquierda Unida

Pablo Iglesias el Joven ha vuelto a decir que no a Izquierda Unida. Esta vez ha sido de forma taxativamente áspera. Sin la más mínima cortesía. La respuesta es indudablemente definitiva.

La formación de Cayo Lara se caracteriza por la búsqueda de alianzas y de entendimiento con las fuerzas políticas que cree le son más cercanas.  Hasta tal punto se ha distinguido que apostó por Alberto Garzón como líder social y cabeza de cartel de las próximas elecciones generales en tanto que  elemento de relación con las organizaciones emergentes. Sin embargo, hay que convenir con realismo que ni IU ni Garzón han conseguido sus objetivos. De ahí que si IU continúa rondando a Podemos corre el peligro de ser vista como una orden mendicante. Debe apechugar, pues, con la rotunda negativa de Pablo Iglesias y prepararse sin más dilación a concurrir casi en solitario. Y llamando a la ciudadanía para que esta le evite el naufragio.

Alberto Garzón ha afirmado que «no está en entredicho que IU tenga grupo parlamentario en las próximas elecciones». Mejor que sea así, por supuesto. Pero, tal vez, no ha tenido en cuenta que en las próximas Cortes es posible que no puedan disponer de los parlamentarios de ICV –EUiA.  Precisamente mientras Pablo Iglesias iba acumulando negativas a IU estaba en negociaciones con Iniciativa, sin ir más lejos esta noche pasada. Este es un cuadro que puede llevar a IU a una situación todavía más difícil, aunque –todo sea dicho--  puede ser una tabla de salvación para Iniciativa.

Conclusión: Izquierda Unida no debería perder el tiempo. Y, si me apuran, deberían tomar una urgente decisión: dejar sin efecto la sanción colectiva a la Federación madrileña y su militancia.  Porque seguir existiendo bien vale una misa.



martes, 23 de junio de 2015

Demócratas y antidemócratas en Cataluña

Raül Romeva, ex europarlamentario, ha afirmado que «el país ya está dividido entre los que están por la democracia y los que no» (1).  Primera consideración: habló este Romeva, punto redondo, que sería la versión castiza de un viejo apotegma: Roma locuta causa finita.

Un servidor ya estaba acostumbrado a que en ciertos bazares se expendieran carnets de buenos y malos catalanes; que en determinados camaranchones se revendieran diplomas de patriotas y anti patriotas. Ahora, tal vez por cosas de la competencia, ha aparecido un nuevo concesionario de títulos: los que son demócratas y los que no lo son. Son demócratas quienes están por la independencia de Cataluña; no lo son quienes no lo están. Esta nueva expendeduría está dirigida por este ex europarlamentario. Que se ha atribuido una legitimación particular para decidir quiénes son una cosa y quiénes su contraria.

Esto puede contemplarse en claves diversas: o bien es cosa de un botarate o bien es la expresión de un sectarismo acumulado desde tiempos antiguos. O tal vez se trata de un desesperado intento de desmarcarse de su antigua formación política. Sean unas u otras las razones, todo indica un chocante y enfermizo modo de pensar. Ahí quedaría la cosa sin más problema si no fuera porque esos diversos concesionarios de titularidades están generando conscientemente un clima inédito en Cataluña, unas nuevas «guerras de barretinas».

Me importa una higa que se me considere buen o mal catalán, y todavía me importa menos que ciertos hijos de papá crean que soy un antipatriota. Más aún, viniendo de quien viene me es irrelevante que me considere que no soy demócrata. Pero, a buen seguro, estoy convencido que no pocos amigos y conocidos de mi cofradía democrática se han sentido vilipendiados por ese caballerete. A ellos les digo: no se lo tomen en serio, este Romeva tiene que hacer méritos. Y, como todos los viejos marranos, necesita eructar para dar la impresión de que come cerdo.




jueves, 18 de junio de 2015

Cataluña o la guerra de las barretinas



Ya lo saben ustedes: el viejo matrimonio se ha roto. En todo caso, falta el formalismo de que Artur Mas devuelva el rosario de la madre de Duran i Lleida. La pareja se ha roto formalmente por arriba que es como acostumbran a partirse las formaciones políticas. Digo formalmente porque desde hace lustros las costuras renqueaban por arriba, por abajo y por en medio. Se ha roto porque este matrimonio de conveniencia –a saber, Convergencia i Unió--  nunca tuvo un proyecto: era el resultado de un zurcido de retales diversos que, gradualmente, se fueron haciendo antagónicos. Primera consideración: las dos principales fuerzas políticas del panorama catalán (CiU y los socialistas) hace tiempo que entraron en una convulsión espasmódica.

La crisis de CiU es un dato importante. Pero hay algo que tiene todavía más envergadura: la crisis del sistema de partidos de Cataluña que ha venido aumentando tras la puesta en marcha del famoso procés  hacia la independencia que en apariencia lidera Artur Mas. Que ha llevado a Cataluña a un tremendo descosido social y político. La mayoría de las fuerzas políticas han entrado en crisis: unas, abruptamente; otras, por goteo; y el resto en estado de latencia. Y en lo atinente a un proyecto de país cada una por su lado y, cual nueva guerra de barretinas, todos contra todos. Entre paréntesis: ciertos abrazos del oso no dejan de ser chicoleos para simular una inexistente unidad.

Segunda consideración: Artur Mas ha fracasado estrepitosamente. Porque hoy Cataluña está desjarretada en su propio seno y sin ninguna influencia en el resto de España.  Ha perdido cohesión social e influencia más allá del Ebro. El gran argumento es la sistemática agresión desde Madrit. Pero, desde Giuseppe Di Vittorio sabemos que nuestro tanto por ciento de responsabilidad en las cosas (el genuinamente propio)  se convierte en nuestro cien por cien.


En definitiva, todo esto sucede cuando no se hace política sino propaganda.  De manera que no estamos, a mi entender, ante un equilibrio inestable sino ante un desequilibrio estable.   

martes, 16 de junio de 2015

Nuevos ayuntamientos, sindicatos y movimientos sociales



Años después de las primeras elecciones municipales en democracia volví a Santa Fe, capital de la Vega de Granada. No daba crédito a mis ojos: limpia como los chorros del oro, sus placetas llenas de flores, todo un cambio espectacular. Voces amigas me dijeron: «Es cosa del ayuntamiento de la democracia». Así fue, en efecto, en la ciudad de los Cuatro Arcos y en un sin fin de lugares. Los primeros ayuntamientos dignificaron sus ciudades y les dieron un toque de modernidad que hacía tiempo estaban necesitando: pasaron del gris al technicolor. Después, vino lo que vino, y no pocas cosas se torcieron en demasía.

Nuevos sujetos colectivos han irrumpido, tras las recientes elecciones, en los ayuntamientos junto a las izquierdas tradicionales. Mi primer deseo: bon vent i barca nova, como dicen los pescadores catalanes. Lo primero: limpiar la pocilga. Tras lo cual cabe la posibilidad de abrir un nuevo itinerario en las ciudades corrigiendo los desperfectos de los últimos años. Y proyectando una amplia reforma del territorio, recabando el protagonismo, activo e inteligente, de los movimientos sociales. Mi segundo deseo: no repitan las fuerzas que han protagonizado los cambios el error caballuno de aquellos tiempos que se caracterizaron por el ninguneo de los movimientos vecinales. Ni que éstos pierdan su autonomía y voz constructivamente propositiva. El asociacionismo fuerte en todos los sentidos es –o puede ser--  una garantía más del necesario éxito de los nuevos ayuntamientos.  Por supuesto, también el sindicalismo en el territorio.

Acierta Antonio Baylos cuando habla [de la necesidad] del «cambio cultural que conduce a una nueva concepción del espacio urbano, pero también del tiempo en este mismo espacio, flexibilizándolo y adaptando su uso a las necesidades personales y cambiantes de diferentes estratos y grupos sociales». Se  trata de un proyecto de gran enjundia que ya no es unas reformas cuantitativas como lo fueron las realizadas en el primer ciclo de los ayuntamientos democráticos sino cualitativa. Ahí es nada esa nueva concepción del espacio urbano. Los consistorios si no están capilarmente conectados con los movimientos sociales no podrán llevarla a cabo. Parece, pues, de cajón que sea preciso una alianza ciudadana del omnia sunt comunia. Se trataría de una alianza que pusiera en marcha un gran trabajo de mediación reconstruyendo pacientemente los hilos de una comunicación entre la esfera social en todas sus diversidades y su insuprimible pluralismo y la esfera institucional.

El sindicalismo, en tanto que sujeto urbano, deberá también decir la suya. Entre otras cosas, porque en el territorio se defiende (y puede ampliarse) el poder adquisitivo de los salarios que se consiguen en sede federativa. Y puede hacerlo porque ha acumulado ciertas experiencias de contractualidad en el territorio. Sería conveniente un análisis crítico de los acuerdos que alcanzó hasta mediados de la primera década. De un lado, con realizaciones en políticas de vivienda; de otro lado, con planes territoriales. De una parte, con logros muy positivos; de otra parte, con acuerdos donde los contenidos eran ni fu ni fa, auténticos perifollos fruto de un pactismo banal. Pero que, en gran medida, todo ello implicó al sindicalismo en la cuestión territorial y le dotó de experiencias.  

El sindicalismo –lo decíamos ayer--  puede ser un sujeto que proponga un cacho muy notable de esa nueva relación del espacio / tiempo urbano (1). Una relación más amable y útil, más racional y eficiente entre los horarios de trabajo y los tiempos de vida puede hacer más vivible y habitable la ciudad.  Sería, por otra parte, una plasmación de que el sindicalismo, como sujeto reformador, cumple con sus funciones al tiempo que renueva su personalidad.    

A todos: bon vent i barca nova.

(1)                            http://lopezbulla.blogspot.com.es/2015/06/quien-teme-la-participacion-propuestas.html


lunes, 15 de junio de 2015

¿Quién teme a la participación? Propuestas concretas

Una de las novedades que, de un tiempo a esta parte, han aparecido en el panorama político y social es el estímulo y el deseo de que la ciudadanía participe. Iniciaremos este ejercicio de redacción aclarando que el hecho participativo no es una técnica contingente sino algo consubstancial a una democracia de nueva estampa. No estamos hablando de participar como un acto de plebiscito sino como elemento enriquecedor que es capaz de protagonizar iniciativas y proyectos. La participación, en fin, es la materialización de saberes y conocimientos en torno a un proyecto y un trayecto concretos. Debe verse, pues, como una profunda interferencia contra el monopolio del ejercicio del poder en todas sus manifestaciones.

Sé de lo que hablo, y ustedes dispensen tan rotunda expresión: no hubiera sido posible el nacimiento y los primeros andares de Comisiones Obreras si no hubiera habido un potente movimiento participativo en los centros de trabajo y estudio en condiciones mucho más difíciles que las actuales. Quienes en la actualidad preconizan la virtud de la participación no pueden ignorar aquel antecedente. Ahora bien, entiendo que es preciso llamar la atención sobre determinados aspectos para, precisamente, darle mayor eficacia a los hechos participativos que se reclaman.

1) La participación no anula el necesario papel de los grupos dirigentes. Corresponde a estos la propuesta y, tras el debate, la síntesis de las diversas posiciones que se han manifestado. Una síntesis que debe recoger, como mínimo, lo mayoritario y las zonas de razón, no contradictorias con la mayoría, que han expresado los sectores minoritarios. Una síntesis, en definitiva, que fuera capaz de de hacer compatible cada propuesta, porque un proyecto no es un zurcido.

Una de las sorpresas que me he llevado en los últimos tiempos ha sido percibir que algunos entienden la participación como dar la palabra a los demás obviando la responsabilidad de quien dirige o coordina el hecho participativo. Eso es  pura desrresponsabilización y, hablando en plata, quitarse de en medio ya sea por cobardía u otras excusas. 

2) La participación debe tener unas reglas escritas, obligatorias y obligantes. Muy en especial el derecho de los participantes a tener información veraz, y sin truculencias, de aquello que se somete a discusión. Porque la participación no es una oclocracia gelatinosa, deben establecerse quórums y ciertas reglas para el debate, muy especialmente la veracidad de la información que se lleva al hecho participativo. No vale que cuatro y el cabo, reunidos en una fantasmagórica asamblea, decidan en nombre de una multitud. Y tampoco vale que unos cuantos monopolicen el micrófono y a ese acto se le llame asamblea y participación.

3.-- Séame permitida una última consideración. Si convenimos que la participación no es algo contingente –o, peor aún, de quita y pon— estimo de gran interés que se ponga en marcha una amplia discusión para vincular los horarios de trabajo y los tiempos de vida con los hechos participativos. En concreto se trata de una reordenación de los horarios en el territorio en función de las características de éste. Esta es una tarea que debería incumbir no sólo a los sindicatos y organizaciones patronales sino también a la sociedad civil organizada. Enlazando todo ello con la participación.


Que podría abordarse por algunos nuevos consistorios municipales recientemente elegidos. No basta con reclamar la participación, hay que organizar, preparar y desarrollar las condiciones concretas que la hagan posible.

  

miércoles, 10 de junio de 2015

Observaciones de una joven sobre el sindicato



Homenaje a la familia Puig - Ortega.



Nota. Gemma Puig nos escribe desde Macao un enjundioso discurso sobre el sindicato. Con este artículo abrimos una serie para que los jóvenes opinen sobre el particular partiendo de su propia experiencia.


Escribe Gemma Puig i Ortega

Cada vez que explico que mis padres eran sindicalistas y que, en concreto mi padre trabajaba en CC.OO (era uno de los dirigentes del sindicato en el Maresme), la gente de mi entorno me mira raro o por lo menos con cierto escepticismo.  

La desafección actual a la política se extiende también al mundo sindical aunque también personalmente creo que el sindicato tiene parte de culpa de esa desafección.

He vivido muy de cerca el movimiento sindical desde niña y recuerdo que mis padres me llevaban a manifestaciones verdaderamente multitudinarias. Existía el sentimiento de unidad y orgullo de pertenecer o simpatizar con el sindicato y se percibía como un servicio de ayuda al trabajador.

Ahora, durante mi experiencia laboral he visto el cambio radical de la percepción que se tiene de los sindicatos, también hay que tener en cuenta que me he dedicado al mundo de la hotelería, principalmente en hoteles de lujo donde existe cierto esnobismo. Durante estos años he visto como entre los mismos compañeros se decía: mira, este se ha presentado al sindicato para no dar palo al agua. O por ejemplo: Claro, este con el rollo de las horas sindicales no da ni golpe y nosotros aquí haciendo mil horas.

Desde la liberación del mercado laboral y posteriormente con la crisis económica los sindicatos lo han tenido bastante más difícil para defender los derechos laborales de los trabajadores, además algunas actitudes de los integrantes de los sindicatos acompañado de los de sobra conocidos escándalos de corrupción no han ayudado a acercar a más trabajadores a sus organizaciones, pero se está estableciendo en la sociedad un sentimiento de resignación que me parece peligroso: tener un trabajo que te obligue a trabajar 12 horas al día, para el que estás sobre-cualificado, cobrando el sueldo mínimo y por supuesto ni sonar en cobrar una sola hora extra nos parece un regalo y nos callamos y tenemos que estar contentos.

Recuerdo cuando mi abuelo, ferroviario de profesión, de izquierdas y muy luchador, veía que yo trabajaba en un hotel de Barcelona y hacia jornadas interminables en el departamento de convenciones cobrando un sueldo algo más de mileurista y me decía: «Niña. y a ti todas esas horas extras te las pagan, no?». Y yo le decía: «No, yayo, eso es parte de mi trabajo, estoy llevando un evento muy grande y tengo que estar allí». Y él me replicaba: «Pero, a ver, niña, tú contrato de cuantas horas es?» Y yo nunca me queje, nunca fui al sindicato a preguntar si tenía derecho a una compensación por el trabajo extra; ni yo, ni la mayoría de mis compañeros. Ese peligroso sentimiento de resignación también me llegó a mí y no me siento especialmente orgullosa de ello.

Mi madre trabajaba de administrativa en una empresa textil y en los 80, durante la crisis del textil luchó junto a sus compañeras para no quedarse en la calle sin nada, llegaron a encerrarse en la fábrica y a vender lo que había dentro para poder cobrar lo que la empresa les debía, recuerdo pasar las tardes dentro de la fábrica jugando con los ovillos  y las telas mientras mi madre luchaba por sus derechos.

Mi padre trabajaba en CC.OO y en aquellos años llegaban los primeros subsaharianos a Mataró, trabajaban en la agricultura y muchos de ellos en condiciones verdaderamente pésimas. Un día mi padre llegó a casa con Aji, un chico gambiano que el agricultor tenía casi desnutrido y durmiendo en el cobertizo donde guardaba las herramientas. Mi padre lo trajo a casa mientras encontraba una solución para él negociando con el agricultor.

Aji llegó a casa y mi padre lo sentó en la mesa a comer con nosotros y mientras le enseñaba que aquí todos somos iguales, todos tenemos los mismos derechos y que todos debemos reclamarlos, también se lo estaba enseñando a su propia hija, yo, una niña sentada en la mesa a la que aún no le tocaban los pies al suelo.

Estas circunstancias se siguen dando quizás de otro modo pero los derechos de los trabajadores se siguen pisando. Si seguimos con ese peligroso sentimiento de resignación acompañado por la desafección a la política y por extensión a los sindicatos (insisto, sin falta de culpa por parte de esas organizaciones) llegaremos a un punto de difícil retorno en el que no nos queremos ver como sociedad cada vez más desigualitaria e insolidaria.

Radio Parapanda.-- De la misma autora véase http://lopezbulla.blogspot.com.es/2015/01/la-pornografia-del-capitalismo.html, La pornografía del capitalismo

miércoles, 3 de junio de 2015

Hechos y no palabras: a propósito de la regeneración democrática

La ya abundosa retórica de la «regeneración democrática» de la política en general o de tal o cual sujeto político o social es pura filfa si no va acompañada hechos, por prácticas regeneradoras. Instalarse en la frase o en otras parecidas --«otra forma de hacer política», por ejemplo— corren el peligro de devaluarse. Es decir, de convertirse en un latiguillo o muleta que amenaza con formar parte de un almacén de tópicos. Así pues, parece conveniente que recurramos al mensaje de los antiguos romanos: facta non verba, esto es, hechos y no palabras.

Me imagino el estupor que en los estados mayores de la diversa zoología hispana ha causado la noticia extremeña: la ronda de negociaciones –o como quieran llamarlo sus protagonistas-- para formar gobierno autonómico, el socialista Fernández Vera y los representantes regionales de Podemos fue grabada en video y dada a conocer una vez finalizado el encuentro.  

Unas primeras reflexiones de urgencia me llevan a plantear lo siguiente: a) se ha abierto un precedente de gran envergadura; b) una propuesta incómoda para la política al uso se ha hecho realidad; c) un partido tradicional, el PSOE extremeño, no tiene empacho en admitir que un planteamiento de Podemos no sólo es hipotéticamente factible sino que adquiere fisicidad concreta. O lo que es lo mismo: la retórica ha dejado de ser, en ese ámbito concreto, el extremeño, palabrería para convertirse en práctica. En concreto, es la aplicación del añojo dicho del movimiento se demuestra andando.

Posiblemente habrá voces que, puestas en entredicho, afirmarán que se trata de un toreo de salón por parte de Fernández Vara, que tiene «hambre de gobernar». Pero esto no es más que una excusa de quien recibe un cogotazo sonoro en su palabreo puesto al desnudo. El candidato socialista a la presidencia de la Junta extremeña, curándose en salud, ha remachado el clavo: «Tiempo nuevo donde el diálogo se hará en la plaza pública».

Por otra parte, estamos ante una práctica que interfiere el oficio de la política como un armario de secretos. Por cierto, caigan en la cuenta de que en todas las organizaciones políticas, viejas y nuevas, el primer dirigente es el «secretario», el secretario general concretamente. Secretario como responsable de los secretos que se almacenan en dicho armario.  El término se deriva de la palabra latina secernere, "para distinguir" o "poner aparte", el significado participio pasivo "de haber sido puesto aparte", con la posible connotación de algo privado o confidencial. 

La reunión extremeña no es algo irrelevante. Cabe, pues, la hipótesis de que esta novedad acabe, más tarde o más temprano, extendiéndose.  Entonces aparecerá como chistosamente arcaico la respuesta del dirigente socialista andaluz, Juan Cornejo,  que, invitado a hacer lo mismo, replicó: «Yo ya estoy muy mayor para hacer esto». Tal vez este caballero ignore que un Euler octogenario todavía seguía construyendo teoremas a todo meter. Posiblemente porque el gran matemático intuía que el ataque de próstata se podía combatir con la renovación. Con la renovación hecha práctica. Y no hablemos de Giuseppe Verdi que, cerca de los noventa años, nos dejó una ópera tan monumental como el Falstaff y con más años que Cornejo compuso Aída y Otello.  No consta tampoco que el Cisne de Busseto tuviera próstata.


martes, 2 de junio de 2015

No demoréis rematar la faena, que sois mujeres


Homenaje a Marciana Blanco, la primera del ángulo derecho: huelga del textil en Mataró, 1976. 


Ciertas fuerzas que, dados los resultados de las recientes elecciones, están en condiciones de formar gobiernos autonómicos y locales nos repiten tan machacona como obsesiva esta idea: «No vamos a intercambiar cromos, lo importante no es el quién sino el qué». Mis queridos amigos, ya nos hemos enterado, lo habéis dicho setenta veces siete. De manera que ya empezáis a resultar cansinos. Y sin embargo seguís con dicha cantinela o cantilena, que también se puede decir.  Esa frase, en todo caso, parece demostrar una cierta prevención a gobernar pues separa y desvincula el qué con aquel que tiene y debe llevarlo a cabo. Pero también es posible que exprese que en esta fase la primacía esté en el toreo de salón, en la estética del postureo. Y, por no descartar ninguna hipótesis, daría la impresión de que se trata de un arma arrojadiza en caso de que, lamentablemente, no consigan un acuerdo. Porque tal vez buscan el acuerdo perfecto, impecable, capaz de justificarse ante los vivos y los muertos. Olvidan que la perfección no existe: ni siquiera en el cuarteto de La figlia dell´ amore (Rigoletto), ni tampoco en Los campanilleros por la madrugá (La Niña de la Puebla).

Tanta repetición del mismo dicho está provocando cierta desazón, algún que otro nerviosismo, una intranquilidad que en apariencia se quería evitar. Ese mensaje tan repetitivo se está convirtiendo en debilidad de quienes lo remachan a diestro y siniestro. Tempos fugit, dijo el clásico. De modo que, si se agota el tiempo y no se llegue a un acuerdo, lo de ustedes puede convertirse en pura y dura bastardía.

Dicho lo cual, tengo una esperanza: la irrupción de las mujeres en este proceso electoral –los casos de Carmena, Colau y Oltra, entre otros--  me hace estar esperanzado en que se llegará a acuerdos fecundos para la ciudadanía que representan y para la izquierda de la que son representantes de una nueva cualidad. Por lo demás, estoy a la espera de que alguien con la cabeza en su mejor sitio nos hable de las novedades de largo recorrido que tiene esa irrupción de las mujeres en la cosa pública.