jueves, 31 de diciembre de 2015

El Diablo creó los números y la CUP hizo el resto.



«Esto es cosa de unas matemáticas diabólicas», exclamó un sorprendido Antonio Baños, tras conocerse el famoso empate de 1515 a 1515 en la asamblea de la CUP. Es una extraña y novedosa idea pues hasta la presente quienes habían relacionado dicha ciencia con lo sobrenatural (los pitagóricos y los cantorianos rusos, entre otros) siempre la vincularon con lo divino, sea esto lo que fuere. De manera que podemos atribuir a Baños una inflexión entre las Matemáticas y lo diabólico. Si ello es una primera explicación a los resultados de la asamblea de marras o no, es cosa que se verá en breve plazo. Y tal vez la decisión final que adopte la CUP –investir a Artur Mas o no--  no será de las Matemáticas del más acá, sino de las del más allá.

En todo caso, Baños reabre un histórico debate, a saber, ¿quién creó los números: Dios, Lucifer o eso que genéricamente se entiende como el hombre?  Leopold Kronecker hizo un síntesis pastelera, posiblemente para guardarse las espaldas: «Dios creó los números enteros; la humanidad hizo lo demás». Ahora bien, si seguimos esta idea podemos convenir en lo siguiente: Dios creó los números y la CUP organizó el empate. Que Lucifer estuviera detrás o no, sólo tiene como creativo valedor a Antonio Baños, que es arte y parte en esa historia.

Por lo demás, en ese debate historicista --¿quién creó el número?--  yo mismo fui testigo de un sucedido en mis lejanos tiempos de estudiante: tuve un profesor, don Miguel Cañadas, seglar, que nos decía que el número era obra de Dios; en cierta ocasión me atreví replicarle que el cura don José Rodríguez afirmaba que los números eran una construcción social. La respuesta de Cañadas fue la que sigue: «Don José Rodríguez, el cura de Santa Fe, ¡ese sí que sabe!». Con lo que nos quedamos a dos velas: no sabíamos si creer a un laico o a un cura de olla que efectivamente sabía más del particular que Henri Poincaré. Pronto llegué a una conclusión, no necesariamente cierta: Cañadas no quería problemas con el arzobispo, y el cura Rodríguez iba por libre: la matemática es una ciencia positiva y racional. O sea, bastantes problemas tiene Dios en torcer el mundo para preocuparse por estas minucias (contrariando a Kronecker)  y  con los males de cabeza que tiene el Diablo en arreglar el mundo ¿por qué se va a meter en esos jardines?, anticipándose a las antipáticas formulaciones de Antonio Baños.

Ustedes se preguntarán a qué viene lo que he dejado escrito. Muy fácil. Hace días el profesor Gregorio Luri publicitó un hermoso libro desde las páginas del Café de Ocata: http://elcafedeocata.blogspot.com.es/2015/12/hoy.html.
Se trata de El nombre del infinito, escrito por Loren Graham y Jean-Michel Kantor, dos reputados matemáticos. Oído cocina: no confundan a Kantor con el celebérrimo George Cantor, padre de la teoría de conjuntos que tantos dolores de cabeza nos dio.

Dicho entre nosotros: recomiendo vivamente la lectura de este libro, que edita El Acantilado. Se trata de las trifulcas entre el misticismo religioso y la creatividad matemática, de las discusiones entre las escuelas francesa y rusa, de las pugnas entre los monjes ortodoxos de los monasterios del monte Athos, en Grecia, a principios del siglo XX con el Zar de todas las Rusias. Que acabó aquello en una escabechina descomunal. Total, que te mantiene en vilo. Más o menos lo mismo que ese vilo que aprieta a Artur Mas en el forro del escroto. Como hipótesis les diré que, mediante este libro, tal vez puedan establecer una conexión entre el misticismo de la política catalana con lo que encarte. 


martes, 29 de diciembre de 2015

Democracia participativa y asamblea de la CUP




Primera observación

Algunos analistas, no necesariamente de garrafón, han empezado a tirar de la cartuchera contra «la asamblea» como práctica de la democracia participativa. El motivo más reciente ha sido el  resultado de la ya famosa asamblea de la CUP del domingo pasado. Naturalmente los más directamente damnificados, la orden mendicante de  Artur Mas y sus costaleros, han sido los primeros. Si el resultado de dicho encuentro les hubiera sido favorable habrían callado y estarían agradecidos a «la asamblea». Pero estos no son los únicos y, ni siquiera, los más importantes.

Este ejercicio de redacción tiene un objetivo: hacer ver que el carácter asambleario de la CUP y, por tanto, el    misterioso «número CUP», no son los responsables del insólito resultado de dicho encuentro. Cuestión diferente es la lectura apriorística que de ello se haga en unos u otros mentideros políticos o cofradías sociológicas.

 

El quid de la cuestión estriba, en mi modesta opinión, en que la CUP –como otras formaciones políticas--  es un conglomerado de partidos, asociaciones (y hasta un  sindicato cuya representación no queda reflejada en lugar alguno) que actúan a la remanguillé, cada cual con sus propuestas y proyectos. Sólo les atraviesa un hilo conductor: la independencia de Cataluña. Lo que sirve de tenue amalgama para tan endebles costuras. Por supuesto, las paradojas y las desavenencias estallan más visiblemente en las grandes solemnidades de «la asamblea» donde lo que prima es la voz discordante de cada aparato político que actúa como correa de transmisión. Así pues, lo que se oye en cada encuentro es la voz en diferido de los comisarios políticos de todas las obediencias partidarias. Es decir, realmente lo que existe es un paradójico interés fragmentado, sea esto lo que fuere.

Segunda observación

No sólo es la CUP la única organización que tiene ese pathos. Pero ha sido en ella donde el resultado de la asamblea ha sido más espectacularmente chocante. Así las cosas, «la asamblea» queda mutilada y demediada por los trujimanes de cada particularismo. De ahí la negativa nunca explicitada pero real a que la asamblea tenga normas que regulen su funcionamiento: quórums obligatorios para determinadas decisiones, no necesariamente iguales según la ocasión, y otras formas de funcionamiento. Que, en cualquier caso, no acabarían con las componentes internas siempre enquistadas y cristalizadas ante todo. Que nada o poco tienen que ver con  aquellas corrientes que varían ante uno u otro tema como expresión de un pluralismo variable.

Tercera observación

La democracia participativa es una hipótesis, no la única, de dar el salto de una democracia envejecida y controlada por los latifundistas de cada organización a una democracia donde lo que se delibera y, posteriormente, se decide es la congruencia que recorre a todos los reunidos que buscan un interés aproximadamente general. Lo que, según parece, no es el caso de la asamblea cupaire. Ni tampoco el de otras parecidas. Así pues, mantener esos estilos sería como echarle agua de colonia a la vieja política. Una vieja política que es disfrazada de noviembre para no infundir sospechas.

Radio Parapanda. Que retransmite los estudios de diversos matemáticos en torno al cálculo de probabilidades de que saliera el empate en la asamblea cupaire: http://www.lavanguardia.com/politica/20151228/301071423295/probabilidad-empate-cup.html


lunes, 28 de diciembre de 2015

El misterioso «número CUP»





Las Matemáticas tienen algunos números de alto copete. Está el número π  (pi) que fue anotado en un papiro en tiempos de los antiguos faraones, siendo su valor más popular 3,1416, aunque algunos científicos que no tenían otra cosa que hacer le han calculado centenares de miles de decimales. Digamos que es el decano y el príncipe de los números famosos. Otro número famoso es el e (en homenaje a Euler) que es irracional, su valor es 2,7182818284590452353602874713527 (y sigue...), que es más aristocrático, por irracional, que el pí. Y hay otros que, comparados con estos dos, son calderilla.


El resto de las ciencias humanas siempre tuvo una envidia insana a las Matemáticas, porque no tenían ningún artificio intelectual que llevarse a la boca: ningún teorema, ningún algoritmo para lucir el palmito. Donde se pongan las cuatro reglas y la de tres simple no hay en ninguna otra ciencia que cuente con algo semejante en belleza y prestigio. Hasta el día de ayer.

Fue en Sabadell donde la política ha descubierto un número que estaba sumergido: el número cup. No es otro que el 1515. Aunque de una aparente pregnancia tiene el inconveniente de ser un número entero, sólo es divisible por 5 y por 3 y poco predicamento para los aficionados a la lotería, el «número cup» puede pasar a la historia de la politología por su azarosa irrupción en la asamblea de ayer en la que se trataba, por parte de 3.030 personas, un asunto de cierta importancia, a saber, si Artur Mas debía ser investido como presidente de la Generalitat de Cataluña.

Los asambleístas realizaron tres votaciones. Las dos primeras ganó por una millonésima de voto la opción hostil a Mas. En la tercera se produjo el empate: 1.515 a 1.515.  Algo digno de ser estudiado matemáticamente: ¿qué probabilidades había de que se diera ese, y no otro, resultado? Se lo encargamos al estudiantado para que lo resuelva.

Algo quedará para la historia: el padre abad de esa orden mendicante de Junts pel Sí, Artur Mas, que ha dividido Cataluña y su partido, ahora parte en dos a las órdenes menores conventuales de la CUP. Un persona que es simultáneamente «flagelo y gloria» de la politología porque rompe todo lo que agarra pero provoca la aparición de un número, el cup, del que se oirá hablar bastante en lo sucesivo. Y, si ustedes me lo permiten, podríamos decir que el hallazgo del «número cup» justifica el tragicómico embrollo que ha creado un personaje que, en estos momentos, vive sin vivir en él.   


domingo, 27 de diciembre de 2015

El Psoe y su «razón bronquista»




Los dirigentes del PSOE con mando en plaza tal vez no hayan caído en la cuenta de que su partido necesita un tiempo relativamente largo de estabilidad si quiere ser un factor determinante en la vida política española. Que en un plazo tan breve hayan paseado su soledad los equipos de Zapatero, Rubalcaba y ahora Pedro Sánchez no parece que les esté preocupando demasiado. Es cierto que no puede entenderse la renovación o puesta al día del Psoe a golpe de recambios en las alturas, pero en un partido tan verticista como él no parece irrelevante la figura del secretario general. Y sin embargo vuelven a correr vientos de fronda en el campo socialista.  Ahora esa estabilidad parece más necesaria.

El Psoe se había acostumbrado a la irrelevancia de los partidos que estaban a su izquierda. Y en esa rutina se instalaron sin mover las paredes del edificio. Según ellos, en la izquierda española todo estaba definitivamente dado. Según esa lógica el resto de la izquierda era  un minifundio de secano. Hasta que apareció un correoso competidor. Se trata de un nuevo sujeto político que, aunque todavía debe demostrar una biografía consolidada, propone la inquietante y probable posibilidad de adelantar al PSOE, el llamado sorpasso.

Cuando el sistema bipartidista ha recibido un zarpaz y cuando el Psoe ha cosechado unos resultados muy insatisfactorios, los socialistas están reaccionando con su tradicional «razón bronquista». Que choca de bruces con la «razón pragmática» que indica que, sin estabilidad, las organizaciones se van despeñando paulatinamente por el barranco hacia la irrelevancia. Ni qué decir tiene que no equiparamos la estabilidad a las aguas estancadamente pantanosas, sino al necesario sosiego interno para crecer y multiplicarse. La «razón bronquista» es esa situación hobbesiana de casi todos contra todos.

Cada vez que Pedro Sánchez habla –por lo general con inanes tautologías--  responde el susanato (una institución que va más allá de la señora baronesa) recordando que ella es ella y sus circunstancias. Ahora, no obstante, con motivo de la pomposamente llamada “política de alianzas” el susanato se ha visto acompañado de otras baronías. Según parece el redentorismo andaluz cuenta ahora con más acompañantes.

Pero hay una novedad: al parecer se ha quebrado un tanto la situación de Westfalia. Como es sabido, en tiempos muy antiguos en Westfalia se acuñó un dicho: el famoso «cuius Regio, eius Religio». Que traducido para lo que comentamos sería aproximadamente: los afiliados socialistas de una región deben tener la misma fe y creencias que su barón. Algo que, con sus más y sus menos, regía hasta la presente con pocas complicaciones.

La novedad, decimos, es la siguiente: los barones que acompañan al susanato están siendo parcialmente contestados por otros jefes de sus propias mesnadas. Lo que amplía la razón bronquista hasta unos recovecos que, hasta la presente, estaban en una pacífica expectativa.

Conclusión: quien se alegre de esa zahúrda está en la inopia.

  

viernes, 25 de diciembre de 2015

Elecciones sindicales en Cataluña




Primer tranco

Los muertos que algunos matan siguen vivos. Lo que viene a cuento por el resultado de las elecciones sindicales en Cataluña. Según las cifras oficiales la cosa ha ido de esta guisa: Comisiones Obreras ha alcanzado el 41,39 % y UGT ha conseguido el 39,33 por ciento. Una lectura meramente cuantitativa puede decir que son unos resultados positivos, y a fe mí que lo son. Ahora bien, esa justa interpretación debe ir acompañada de otros elementos. Es lo que nos proponemos hacer en este ejercicio de redacción.

Los últimos años han sido extremadamente duros para los trabajadores y sus familias, que siguen sufriendo los efectos devastadores de la crisis. Ni que decir tiene que han sido años de plomo para el sindicalismo confederal: interrupción del ciclo de conquistas sociales, deconstrucción de derechos y poderes sindicales. Nunca en la España democrática el sindicalismo había sido desafiado con tanta adversidad y enemistad. Y, sin embargo, ahí están esos resultados en Cataluña.

Es obvio que los grupos dirigentes de cada ámbito, federativo y territorial, deberán hacer escrupulosamente su particular balance. Pero, a la espera de los datos pormenorizados, ¿cabe alguna duda de lo positivo del resultado que han alcanzado los dos principales sindicatos? Cualquier organización política se daría con un canto en el cielo del paladar si hubiera obtenido en unos comicios estos resultados. Lo que sorprendentemente se niega al movimiento organizado de los trabajadores. A este se le sigue negando el pan y la sal: la innegable representatividad que le dan las urnas en el ecocentro de trabajo.

Una lectura cualitativa de los resultados electorales debe acompañar forzosamente la interpretación cuantitativa. Estos resultados, en esta larga fase de crisis económica y sus consecuencias, van más allá de la rotundidad de los números. Al tiempo que nos proponen nuevas reflexiones: a pesar de todos los pesares, los trabajadores siguen confiando en el sindicalismo confederal. Cierto, podríamos decir que dicha confianza tiene una componente de resignación. Tal vez, pero si fuera de esa manera ¿cómo explicar que ambos sindicatos suman cerca del 81 por ciento de la representatividad total? Las interpretaciones son libres, pero si quieren tener una aproximada lógica deben partir de que ese 81 por ciento está ahí desafiando cualquier legítimo subjetivismo, por legítimo que sea. En todo caso, estas interpretaciones chocan abruptamente con los datos, esto es, con la «utilidad sindical» que perciben esas amplias mayorías de trabajadores, incluso –todo hay que decirlo--  de aquellas organizaciones que han conseguido menor relieve electoral.

Segundo tranco

Y sin embargo, hay no pocos sindicalistas atribulados por el ninguno y, en no pocos casos, el ataque sistemático al movimiento sindical en los que participan determinados sectores de una izquierda mustia y chuchurría. Comoquiera que son casos diferentes iremos por partes.

Desde determinados ámbitos políticos y mediáticos el ataque al sindicalismo tiene una raíz clasista. Es un viejo problema que nos acompañará por los siglos de los siglos y, en ese sentido, poco hay que decir, salvo el amén protocolario. Pero en otros casos, el ninguneo tiene otra raíz: le negativa del sindicalismo a ser la prótesis de partidos y movimientos. Fíjense en este detalle: allá donde el sindicalismo es un sujeto independiente concita el mayor ataque y el más espeso ninguneo. Allá donde la alteridad sindical es más débil –o no existe--  el sindicalismo es tratado como un sujeto venerable.

Cuestión diferente es el antipático tratamiento que, desde la izquierda chuchurría –un magma invertebrado de mil colores distintos--  se hace con relación al movimiento sindical realmente existente. En ese caso, se produce una concordancia entre esos sectores y la derecha más cavernaria.  Cosa que, por lo demás, no representa novedad alguna digna de tenerse en cuenta. Es la confluencia entre los enragées de diversa condición.  Aquí la palabra escénica, en el sentido que le daba el maestro Giuseppe Verdi,  es la recurrente  "traición" de los dirigentes sindicales que, para hacerla más creíble, debe ir acompañada por la inefable pureza de las bases santas, santas, santas. Locos de atar. 

Tercer tranco

El 81 por ciento de la representatividad expresa que el sindicalismo confederal representa a centenares de miles de asalariados de la más diversa condición. Se trata de un tejido asociativo como quizá no exista otro en el círculo de lo social en nuestro país. Ahí está la base objetiva que puede crear e impulsar cambios profundos en el sindicalismo. Es justamente este mantillo lo que puede transformar la maceta sindical, regada convenientemente, en un sujeto propulsor de reformas desde el ecocentro de trabajo y estudio.

Último tranco

Tras lo dicho, quiero significar que no he cambiado mi posición sobre los comités de empresa. La mantengo con la misma firmeza de siempre. Pero, tras los resultados,  ¿cómo iba a dejar pasar la ocasión de expresar mi alegría por los óptimos resultados de las elecciones sindicales? ¿Por qué iba a callarme cuando, desde la mayor parte de las cofradías mediáticas, no han dicho ní mú sobre el particular? Oigan, que uno no es de piedra. Así pues, alzo mi copa de cava y canto el famoso brindis de La traviata.


jueves, 24 de diciembre de 2015

De partidos políticos y coaliciones, de burocracias viejas y nuevas




En la foto, Bruno Rizzi



Esta no es una pregunta inocente: ¿dónde está el centro de la decisión en aquellas coaliciones políticas  que dan cobijo a un determinado número de partidos? ¿Está en los necesarios acuerdos por arriba –esto es, en las direcciones de los partidos que conforman dicha coalición— o en un lugar imprescindible, unitario, donde la decisión se toma autónomamente, esto es, en la asamblea? Una respuesta cauta podría ser: mientras se es coalición, no hay más remedio que tomar las decisiones (al menos, las importantes) como acuerdo de las cúpulas de sus componentes? La respuesta más audaz –no tiene que ser necesariamente  la más conveniente— sería: los acuerdos más importantes serían tomados en un consejo general o asamblea representativa de la coalición, mediante reglas escritas vinculantes.

En el primer caso, entiendo la cautela. Ahora bien, ¿durante cuánto tiempo? Porque, de no precisarlo con cierta aproximación política, la necesaria cautela se iría convirtiendo en una actividad rutinaria que se iría transformando en cabildeos y apaños cupulares sin vinculación alguna,  incluso con el activo de la militancia de cada grupo. No se trata de una abstracta tendencia a la burocratización de matriz weberiana sino el resultado de instalarse en lo acomodaticio y en la vida muelle que fatalmente se convierte en el verticalismo del líder. Dígase con claridad: también estas coaliciones tienen el riesgo a degradarse, a la burocratización. Sería una estupidez pensar que ellas están inmunizadas de ese virus. En cierto modo, Bruno Rizzi   (La burocratización del mundo, Península 1977) ya nos avisó que, en menos que canta un gallo, la burocratización se mete en el tuétano.  Por ejemplo, la propuesta de ayer mismo de Íñigo Errejón que inmediatamente ha hecho suya el mismísimo Pablo Iglesias: que una personalidad independiente forme gobierno. Es una miaja de burocratización, entendida ésta a como la concebía Rizzi.

 

Aunque esa posibilidad –la posibilidad de que una persona que no es diputado pueda ser presidente del gobierno-- está prevista en la Constitución, dicha por un alto dirigente de Podemos es un soberbio dislate. Es decir, después de toneladas de teoría sobre el empoderamiento de masas y, a pocas horas del cierre de los colegios electorales, Errejón y Pablo Iglesias ponen encima de la mesa tan extraña hortaliza. O sea, tres cuartos de lo mismo de lo que planteó Giorgio Napolitano que, finalmente, consiguió que Mario Tronti fuera investido presidente del gobierno italiano. Lo que motivó una fundada crítica de Podemos y otras fuerzas de izquierda.


La propuesta de la dirección de Podemos tiene además un cuarto de quilo de tecnocratismo, porque a las primeras de cambio, inmediatamente de un proceso de elecciones, hurta a la política de ser política y a los políticos de hacer política. Es como si los estudiantes de Matemáticas, ante la dificultad de resolver una ecuación diofántica, enviaran el problema a que lo resolviera el maestro armero.    

Postata. Estaría pensando en las Batuecas cuando puse Mario Tronti; es como me han indicado diversos amigos Mario Monti. Disculpen. 

miércoles, 23 de diciembre de 2015

¿La CUP versus Artur Mas?




La CUP sabe perfectamente que las propuestas económicas y sociales que le ha enviado Junts pel Sí para que Artur Mas sea investido president de la Generalitat no se van a cumplir. Junts pel Sí igualmente sabe que ella no lo cumplirá.  Los que han echado cuentas de una u otra familia también lo saben. Y sin embargo, la orden mendicante sigue sosteniendo que Artur Mas debe subir al primer peldaño del podio. La CUP, por su parte, sigue las enseñanzas del legendario sindicalista italiano Luciano Lama, un auténtico culo di ferro, que nunca fue el primero en romper cualquier negociación. Por lo demás, la CUP ya fue avisada cuando, en el segundo pleno del Parlament de Catalunya, Junts pel Sí se negó a tratar monográficamente el problemón de la pobreza.  Sorprendentemente, la CUP apoyó dicha negativa por entender que eso interfería sus negociaciones con Mas.

De todas formas, tengo para mí que estas negociaciones son un artificio al haberlas situado ambas formaciones políticas como la variable dependiente del procés soberanista por la independencia y no como un intento de  solución para paliar los gravísimos efectos de la crisis económica. Son, en esa lógica, una apariencia. Lo saben los viejos galápagos de Convergència (o como se llame ahora), pero no lo saben los polluelos de la CUP, aunque intuyen que, si no dan el brazo a torcer, podrían aparecer como el chivo expiatorio que ha mutilado el famoso procés.

Ahora bien, entiendo que este temor de la CUP es exagerado. Porque los costaleros de Artur Mas han menguado y están algo precarios de altavoces y resmas de papel. Este caballero tiene también su propia parábola descendente: los resultados de las recientes elecciones que, barrocamente se han disfrazado de éxito, lo demuestra a las claras. Y es que las Matemáticas tienen una razón con su estatuto epistemológico que la politiquería con su razón andrajosa no quiere conocer. Una conjetura, aunque sea la de Goldbach, no es un teorema.

Conclusión, así las cosas, si la CUP se pliega a la obcecación de Mas no tendrá ni siquiera la excusa de la bisoñez y podría ser que su futuro fuera incierto. Máxime cuando ha aparecido En Comú-Podem que no se anda con chiquitas.  



lunes, 21 de diciembre de 2015

Resultados electorales y sindicalismo confederal



Homenaje a Antifonte de Atenas


Primer tranco

Analistas de la más variada zoología racional intentarán darnos luz sobre lo ocurrido el día de ayer que, con el paso del tiempo, podrá ser famoso. Los dirigentes de los partidos con, poco o mucho mando real, se afanarán así mismo en la cuadratura del círculo mediante el método matemático de la exahución. De momento, dejemos que los responsables políticos consuman, según los casos, botellas de cava o de litines. Mientras tanto, sí estamos en condiciones de seguir la corriente a quienes han hablado de que se entra en un nuevo curso. Un servidor, no obstante, preferiría añadir un suave matiz que no desdice lo anterior: nos acostamos con el Tenorio, de Tirso de Molina y nos levantamos con el don Juan, según Zorrilla. Don Juan Tenorio sigue siendo el protagonista, pero el escenario, los segundones y los figurantes han cambiado.

El escenario, decimos, ha cambiado: ya no estamos en la tierra firme de las grandes mayorías sino que nos encontramos afortunadamente en el territorio ambiguo del equilibrio de debilidades. Que puede ser propenso para ciertas alquimias o para una sólida cultura del pacto. Un elemento ha aparecido con claridad: cada partido tradicional (de los dos grandes) tiene un competidor estratégico que le irá soplando en el cogote. Lo que podría traducirse en querellas por la disputa del espacio vecino o por la geometría de los pactos. Ya veremos qué movimientos se insinúan y, andando las semanas, cómo se van concretando.

Segundo tranco

En principio diría que este nuevo escenario parece favorecer al sindicalismo confederal. Cierto, siempre y cuando se coloque con la mayor sabiduría y su consecuente razón pragmática.

La experiencia nos dice que, en los años de mayorías absolutas, el sindicalismo confederal ha tenido no pocos problemas. Una de ellas, no irrelevante, ha sido el áspero choque entre la legitimidad de la autonomía sindical y la legitimidad institucional de la mayoría electoral. Que nunca maridaron adecuadamente. En esas condiciones el sindicalismo ha tenido no pocas dificultades. Y comoquiera que los partidos que tradicionalmente tuvieron una relación de (relativa) amistad con los sindicatos sólo hicieron política en las cumbres borrascosas de la Torre del Homenaje, el movimiento de los trabajadores tuvo las de no ganar en esas asperezas, el gallo de Morón fue perdiendo algunas de sus bellas plumas.

El nuevo escenario podría abrir nuevas expectativas. Siempre y cuando tome buena nota de que se ha producido una serie de cambios que también le afectan a él: el deseo indiciado por el cuerpo electoral de avanzar a grandes reformas (dignas de ese nombre)  no puede ser ajeno al sindicalismo confederal. Tanto si se da en el cuadro político como si éste, obviando aquel deseo indiciado, se encoje de hombros y vuelve a la molicie que caracterizó el viejo bipartidismo.

En resumidas cuentas, el sindicalismo confederal debe actuar como un sujeto propulsor de reformas tanto en el ecocentro de trabajo como fuera de él. En ese sentido, es la hora de la puesta al día de las relaciones laborales, de los contenidos de las prácticas contractuales, de la reforma de la representación y de la adormecida cuestión unitaria. Y aquí cabe, como anillo al dedo, la lúcida observación de Fernández Toxo, que vale más que nunca para la nueva situación:  «No podemos seguir haciendo lo mismo para conseguir los mismos resultados. Si el sindicato no se reinventa, el viento de la historia se lo llevará por delante».Pues sépase que, de cara al día de ayer, ha habido alguien que no ha seguido haciendo lo de siempre y, por eso, ha tenido su premio correspondiente.   


En consecuencia, el sindicalismo confederal tiene un enorme desafío pendiente: expresar su alteridad propositiva en el nuevo contexto. Ahora bien, lo que decimos es válido siempre y cuando convengamos que las cosas, tras el día de ayer, entran en otro curso. Entonces celebraremos adecuadamente el intento de la cuadratura del círculo del viejo Antifonte de Atenas. Si no es así, lo que hemos dicho no tiene sentido alguno.  

domingo, 20 de diciembre de 2015

Jarabe de Palo y su famoso “depende”: una crónica de la campaña




Un analista ha escrito que, durante la campaña electoral, se ha producido una «repolitización de masas». Un servidor, sin embargo, ha visto las cosas de una manera más sobria. Yo he notado que se ha producido una relación más directa con la política partidaria en ciertos sectores de la sociedad. El uso del concepto de repolitización me parece un tanto exagerado. Sin embargo, cabe la posibilidad de que yo mismo no haya sabido captar las novedades que, sin duda, se han producido en los últimos quince días.

Entiendo que esa relación más directa se ha notado en los escenarios, abarrotados por lo general, de los actos públicos, en las significativas audiencias televisivas de los debates (o lo que haya sido) entre los respectivos dirigentes de unos u otros partidos. Se diría que no sólo llenan los estados los líderes de los partidos que tradicionalmente gobernaron el país, también lo han hecho los llamados emergentes, y de qué manera. Esta noche sabremos cómo se traduce la prédica en trigo. Como diría Rafael El Gallo ante un circunspecto Ortega y Gasset «aquí hay gente pa tó».

Ahora bien, tanto si se ha producido esa repolitización o una relación más directa con la política partidaria estamos ante un hecho sociológico que, sin duda, será comentado con profusión. Pero en primer lugar nos encontramos ante algo que debe ser estudiado concienzudamente por las diversas formaciones políticas. En primer lugar, por quienes aprietan las espuelas camino de una nueva política. Lo decimos porque pueden caer en la tradicional molicie de, pasadas las elecciones, seguir con la modorra de la vieja política cupular. De que solo la acción política se hace en la Torre del Homenaje de las instituciones. A decir, verdad incluso los emergentes han prometido nuevas formas de participación en la cosa pública.

De las redes sociales poco hay que decir. Han vuelto a ser el patio de vecindones donde el personal se ha comportado como auténticos hoolingans de sus amistades políticas. Nuevamente esa especie zoológica del cibernauta ha vuelto a desaprovechar las oportunidades de las redes para hacer de esa trama el patio hospitalario del insulto al por mayor.

Por lo demás, no me ha sorprendido la nula relación de todos los contendientes con la cuestión europea. Todos ellos se han comportado como los habitantes de la ínsula Barataria, aislada, como si el mundo de la interdependencia fuera un cuento chino o una invención de cuatro indocumentados. Ha sido otra campaña aldeana donde el campanario –y sólo el campanario— era lo único que se ventilaba.


¿Qué ocurrirá mañana? La primera respuesta tiene el celebrado grupo musical Jarabe de Palo: «depende». Pero tras dejar cantado aquello de «¿de qué depende», nos dejaron con la miel en los labios. Precavidos fueron aquellos muchachos.  

sábado, 12 de diciembre de 2015

La mafia china "catalana" y sus relaciones con El Corte Inglés y otras compañías de postín




Cada vez que se habla de la moderna esclavitud hay quien arruga la nariz en señal de asombro y desconfianza. ¿Cómo es posible? Eso es cosa de los sindicatos que siempre están dando la tabarra, parecen decir. Sin embargo, ahí está. No sólo en tierras lejanas sino aquí, en nuestro patio, en la mismísima Cataluña. ¿Han leído ustedes el amplio reportaje de El País de hoy: Talleres de la mafia china de Cataluña cosieron ropa de las grandes cadenas? Ya lo ven, no es una maledicencia de los sindicatos para incordiar, es la verdad judicial de una dramática historia que viene del 16 de junio de 2009 en la ciudad de Mataró.

Ese día los Mossos d´ Esquadra registraron 71 locales de confección de ropa regentados por chinos. Encontraron un cuantioso número de etiquetas identificativas, lo que demuestra que no pirateaban los productos sino que trabajaban para grandes firmas comerciales, tales como El Corte Inglés, Zara, Inditex y otras no menos acreditadas. En total, unas 633 marcas españolas. El mecanismo es el siguiente: las marcas españolas contratan a proveedores nacionales quienes subcontratan a intermediarios chinos y estos distribuyen los pedidos a los talleres clandestinos.

La verdad jurídica acredita lo siguiente: «se trabaja de lunes a domingo, sin festivos, durante quince (15) horas al día … dormían en sótanos  cuatro horas, comían sólo espaguetis y arroz, no tenían ventanas ni higiene». Ganan 25 euros al día.  Un total de medio millón de personas en toda Cataluña, la gran mayoría de ellos en situación irregular. Todo ello delante de nuestras pacatas narices. Como en los tiempos de Dickens.

¿Entienden ustedes por qué siempre desconfié de esas baratijas de la responsabilidad social de la empresa que se inventaron para no infundir sospechas? Tales grandes compañías con la mano diestra firman esos protocolos mientras que con la siniestra negocian con las mafias, de allende y aquende los mares, para la sobreexplotación de centenares de miles de personas. Son unas empresas que –imitando la gramática de la gangpolítica--  han afirmado que «no nos consta» que eso sea, también, cosa de ellas.

Oigan: que no es un infundio de esos incordiantes sindicalistas. Véanlo en http://economia.elpais.com/economia/2015/12/11/actualidad/1449866439_022916.html  Que no recuerdo que haya sido referido en las campañas electorales pasadas o presentes. Vaya, vaya…  



jueves, 10 de diciembre de 2015

Pablo Iglesias, la gran rectificación





¿En qué se parece Pablo Iglesias el Joven al mítico Garrincha, extremo derecha y al no menos legendario Paco Gento, extremo izquierda? Se asemeja al primero en la sofisticación de su regate y se parece al segundo por la velocidad de su recorrido. Más todavía, los dos extremos eran brillantemente capaces de imprimir un cambio de juego en menos que canta un gallo. Intentaré justificar tan sorprendente comparación. Esta viene a cuento tras mi sosegada lectura –los jubilados tenemos tiempo para leer sin prisas ni atolondramientos--  de todo lo que nos parezca de interés. Y, en concreto, el artículo con titular berlingueriano tout court  Un nuevo compromiso histórico, de Iglesias (1). Un ruego: no se pierdan su lectura y estudio donde el primer dirigente de Podemos hace mismamente una rectificación en toda la regla.

Esta rectificación se caracteriza por: 1) la Transición y la Constitución no son ya las responsable de las plagas de Egipto, 2) crisis económica y corrupción aparecen desvinculadas de la Transición y de la Carta Magna, y 3) la irrupción de los movimientos sociales, que son la expresión de Podemos, es comparada a la emergencia, en su día, de la propia Constitución. Así pues, la Constitución aparece en diversas ocasiones como una «cita de autoridades». Ni Garrincha, con ser Garrincha, ni Paco Gento, con ser Paco Gento, driblaron tan espectacularmente.  Es cierto, Iglesias venía indiciando, con mucha prudencia y parsimonia, algunas de estas cuestiones. Ahora aparecen de manera contundente: toda una svolta, diríamos en homenaje al gran Enrico Berlinguer.

Quede claro: esto es un elogio, después de tanta crítica que en este mismo blog se le ha propinado, al primer dirigente de Podemos. Que dicho artículo haya provocado algunos aspavientos entre sus parciales, ya es harina de otro costal. Pero así son las cosas; no las que nos han contado sino las que hemos leído detenidamente.

Doz botones de muestra expresan este giro de manera elocuente.

Pimero.  «La degradación de los servicios públicos y de los derechos sociales junto a la corrupción permitieron que se rompiera el gran acuerdo (sic) de la Transición que aseguraba la igualdad de oportunidades y una mínima prosperidad para las mayorías sociales».

Segundo. «El llamamiento del día 6, al expresar la idea de fraternidad en términos políticos y electorales, es por ello histórico Habrá que remontarse a la Transición para encontrar un momento de encuentro semejante». Precisamente algunos nos hemos quedado afónicos predicando, desde hace mucho tiempo, eso mismo. 

Ni siquiera en la famosamente célebre ópera Cavalleria rusticana (de Pietro Mascagni) hay un ajuste de cuentas de esta envergadura. Entiéndase: un ajuste de cuentas de Iglesias consigo mismo y con la biografía de Podemos. El caballero Iglesias ha hecho, pues, un acto de extrema caballerosidad.

Ahora empezarán las cavilaciones. ¿Este nuevo Pablo Iglesias el Joven se ha caído del caballo como el viejo Saulo de Tarso? ¿Está buscando una determinada ´respetabilidad´ en determinados caladeros electorales?  ¿Se trata de una inversión a corto y largo plazo? Respondo: ¿a mí que más me da? Francamente, hubo quien tardó más tiempo en reconocer los valores democráticos y la democracia después de haber echado mil pestes contra ella.  Por ejemplo, ¿dijeron lo mismo Trilla, Adame y Bullejos que Pepe Díaz  sobre la democracia? Pues, no.

Sea como fuere no se puede minusvalorar el giro de Pablo Iglesias, ni despachar el asunto como irrelevante, ni siquiera –a mi entender--  como un espasmo electoralista. Lo que no quita, en efecto, que con este nuevo impacto rebañe votos en los marjales tradicionales de Izquierda Unida y en el PSOE dada, por así decirlo,  la respetabilidad  sobrevenida.

¿Qué echamos de menos en el mencionado artículo? Algunas cosas. En primer lugar nada se nos ha dicho del por qué de tan gran giro, esto es, qué razones han llevado al primer dirigente de Podemos a variar tan sensiblemente su posición tradicional. Y en segundo lugar nos falta lo siguiente: ¿a qué se refiere con el «nuevo compromiso histórico»? Más todavía, ¿hacia dónde se encamina dicho compromiso, qué fuerzas desea que le acompañen?  Se trata de importantes interrogantes que, tal vez algún día, nos sean desvelados por un más sosegado Pablo Iglesias. Le sugerimos, por ejemplo, que no tarde en reconocer el importante papel de los sindicatos. Parece que le cuesta fatiga. 



lunes, 7 de diciembre de 2015

Ese Rufián de Esquerra Republicana de Catalunya



Homenaje a Ana Terriente Félix




Ya es un lugar común, sobradamente conocido, que la vieja política es responsable de todos los males de la sociedad. No diré que no, siempre y cuando que en el concepto estén incluidos los poderes tóxicos de todo tipo. Ahora bien, debo decir que algunos políticos jóvenes parece que rivalizan, con sus andrajos, con su incompetencia y estolidez con aquellos a quienes denuncian. Pongamos que hablo de ese Rufián, que es el primero de la lista de ERC para las próximas elecciones generales.

Este --joven de biografía y de estilo vejancón--  ha arremetido contra la Constitución, sabedor de que hay sectores de la ciudadanía hostiles a ella, conocedor de un cierto predicamento que la hace responsable de todas las miserias pasadas, de las actuales y de las que esperan ver las generaciones venideras. Rufián ha declarado campanudamente, más o menos, que el carácter perverso de la CE «es que fue firmada por fascistas». Pues bien, no seré yo quien polemice con este caballero, dejaré que una joven granadina, Ana Terriente Félix, doctora en Biomedicina, dé una respuesta convincente y desparpajada: «Si tenemos constitución hoy día es porque hubo gente que puso todo su empeño en hacer que este país tuviera una democracia. Si luego ha dejado de ser actual y útil, e imposible de cambiar, se ha fastidiado por culpa de los avatares económicos de los años 80 a nivel europeo, con la Thatcher imponiendo un modelo económico individualista y depredador; y los avatares políticos de este país por otro lado, con una derecha que ha usado la Constitución como escudo contra cualquier proceso democrático para cambiar las instituciones del Estado. Entonces, que no me culpen a la constitución per sé, ni a la gente que la defendió en su momento. Es necesario hacer que la constitución corrija sus defectos importantes (la Iglesia, el ejército, referéndum, el rey), e incluso su propia flexibilidad, pero sin dejar de reconocer cómo se fraguó y quien la hizo posible. No fue ejército, no fue la iglesia, ni el rey, fueron los activistas de aquella época y merecen nuestro reconocimiento». Lo ha hecho en su cuenta de facebook.

¿Qué la Constitución fue firmada por algunos fascistas? ¿Y qué? Porque la pregunta esencial es otra, Rufián: ¿quién salió beneficiado de aquel almacén aquellos bienes democráticos? Digamos coloquialmente: ¿quién se tragó el sapo? A menos que este Rufián considere que hay pactos bienaventurados como los que propicia su partido y pactos prostituidos que son los de los demás.


Conclusión: hay emergentes de secano como Rufián y emergentes de regadío como Anita Terriente. 

sábado, 5 de diciembre de 2015

La Constitución y los nuevos tiempos



José Luis López Bulla
(Mataró, Salón de Actos del Ayuntamiento, 4.12.15)


Primer tranco


Quiero agradecer al Señor Alcalde  el detalle que ha tenido con un servidor al invitarme a hablar en esta ocasión, máxime cuando hace tantos años que estoy afortunadamente retirado del patio de butacas de la política partidaria. Me han encargado que hable de la Constitución Española, y a eso voy sin más protocolos.

La Constitución representó algo tan esencial que, de ella aproximadamente,  hubiera dicho Hegel que fue «lo completamente otro» con relación a la dictadura franquista. Para ser más exacto, fue antagónicamente lo otro. Eso vivencialmente lo podemos afirmar los que sufrimos la Dictadura, pero deberían saberlo políticamente quienes no vivieron aquel horror. Para decirlo con breves palabras: la Constitución es el mayor almacén de bienes democráticos más importante, cuantitativa y cualitativamente, de la historia de España.  

Vista con sosiego, la Constitución se encuentra hoy con dos problemas. El primero –sé que voy a contracorriente con estos argumentos--  es el acelerado desfase que está sufriendo con relación al actual paradigma de la reestructuración del orden mundial –no sólo de los aparatos productivos y financieros--  de la globalización. El segundo es, que fruto de la conquista de los contenidos de la misma Carta Magna, los poderes territoriales se han ido desarrollando hasta tal punto que hoy están constituyendo una serie de interferencias a una lectura mecánica del texto. Que esto, en mi interpretación, constituya una paradoja es ya harina de otro costal.  Uno y otro problema o, si se quiere, interferencias exigirían la necesidad de una reforma del texto constitucional.

Entiendo que de estas interferencias no se ha enterado la política instalada que siempre hizo una lectura administrativa de la CE. Su falta de pedagogía explicaría parcialmente la aparición de una corriente crítica –minoritaria pero mediáticamente potente en las redes sociales-- hacia la Constitución y, por extensión, a la Transición española.  No comparto sus, en algunos casos, ingenuos argumentos. Tal corriente de opinión ha venido a decir que los males de nuestro tiempo están vinculados a la transición y, como he dicho antes, a la Carta Magna. No han tenido en cuenta, en el mejor de los casos, que a mediados de los años ochenta se va consolidando en España y en el patio de vecinos europeo una espectacular innovación y reestructructuración globalizante, una acentuación de la crisis de los Estados nacionales, bajo la hegemonía de las políticas neoliberales que van golpeando, fudamentalmente, la condición de vida y trabajo, aunque no sólo, del conjunto asalariado en sus diversas tipologías. Aquí está el problema central, no en las ingenuas o interesadas razones que aducen los críticos de la Constitución y de la transición españolas. Quienes, desde sectores de la izquierda, formulan tales quejas están exculpando las políticas económicas que se imponen, así  desde Madrid como de la Plaça Sant Jaume a mano derecha, desde hace un lustro, provocando un empobrecimiento de masas.   

De manera que el  reclamado planteamiento de un nuevo proceso constituyente, tiene el defecto de apoyarse en una justificación, que me parece infundada. Quienes planteen la necesidad de poner en marcha ese nuevo itinerario constituyente deberían basarlo en una argumentación radicalmente nueva. En todo caso, al final de mi intervención recuperaré este planteamiento del llamado proceso constituyente.  


Segundo tranco


Vivimos en lo que se ha dado en llamar un «cambio de época» o, tomando prestado el título de un gran libro de Karl Polanyi, una «gran transformación». Se trata de una gigantesca transformación, de reestructuración e innovación de los aparatos productivos y de servicios de carácter global, que ha cambiado el trabajo y la economía, que ha puesto en crisis al tradicional Estado-nación, que ha cambiado la ciudad y producido importantes discontinuidades y cesuras en las formas de vida en las que algunos nos hemos criado. Ello ha sido producido mediante un desarrollo aparentemente objetivo de la ciencia y la técnica, pero también por una serie de decisiones conscientemente subjetivas de los poderes económicos y políticos. Ahora también estamos ante lo «algo completamente otro» con relación al periodo que representó la elaboración y aprobación de la Carta Magna. La CE ya no es exactamente lo mismo en la globalización que cuando el Estado nacional parecía estar en forma. Déjenme decirles que si tales cambios globales han interferido los tradicionales poderes de los Estados nacionales, ¿cómo no iban a interferir en la Constitución? Si no se reforma continuará desubicándose de los procesos en curso, que no han hecho más que empezar.

Ya nos lo avisó Jürgen Habermas en su famosa «constelación posnacional»: las decisiones que toman los Estados, en virtud de sus competencias legítimas en sus territorios, coinciden cada vez menos con las personas. A ello el filósofo alemán le llama «agujeros de eficiencia».

Sostengo, como he referido antes, que la crisis territorial –mejor dicho, de los poderes territoriales entre sí y de ellos, unos más que otros, con el poder central--  es el resultado del desarrollo positivo de la Carta Magna. Cierto, también de decisiones subjetivas de los intereses políticos. De unas decisiones que chocan entre sí, que tienen como elementos principales la pugna entre el centralismo y, en nuestro caso, Cataluña. Ahora bien, soy del parecer que esos elementos principales están en clave nacionalista. Ambas tienen, en mi opinión, una misma raíz: la desubicación del actual paradigma de la globalización con la exaltación solipsista del campanario.

Lo diré por lo derecho: tanto el nacionalismo carpetovetónico como el catalán son la expresión de que sus gestores políticos están desubicados de las grandes transformaciones en curso: es una querella de antiguos, que no perciben este cambio de época. Que eso se disfrace de otra cosa, no impugna lo que intento decir. Que las izquierdas políticas y sociales, en un grado desigual, no lo hayan percibido es algo tan sorprendente para lo que no tengo explicación.

Por ambas razones –vale decir, el radicalmente nuevo paradigma y la cuestión territorial--  es necesaria la reforma del texto constitucional. Con las actuales normas, ya que es sabido que «leyes hacen leyes». Francamente, no veo otra solución que en clave federal. Hay, en mi opinión, dos problemas en este sentido, y ninguno tiene nada que ver con que haya pocos o muchos federalistas en España y/ o que se llegue tarde a la cuestión. El primero es que la parte política que se declara formalmente federalista tiene vértigo de ensartar la aguja; el segundo, es que, ligado a lo anterior, nadie sabe de qué manera hay que darle contenido físico a toda una serie de cuestiones que, castizamente, llamaré las cosas de comer: la fiscalidad, como alma nutriente de las políticas de Estado de bienestar y otras. Mientras no haya un mayor acercamiento a tales cuestiones, mucho me temo que estaremos haciendo retórica, academicismo.

Con relación al universo de los derechos me resulta conveniente traer a colación una de las enseñanzas de mi maestro, Bruno Trentin, que considera que «cada revolución industrial –y lo actual es algo más que eso—cuestiona los equilibrios de poder y las formas de subordinación en el trabajo». Por ello, considero que el texto reformado debería llevar parejo una aproximación al nuevo paradigma de la globalización y a la nueva fase de innovación tecnológica. De ahí que consideraría imprescindible la fijación de una serie de derechos de ciudadanía social vinculados al hecho tecnológico, porque los que se recogen actualmente están referidos al sistema fordista y taylorista que ya, desaparecido o a punto de extinción ese sistema, son pura herrumbre.

Con toda seguridad –dadas las actuales circunstancias y el impacto de los atentados terroristas de matriz yihadista--  es de suponer que se intentará un endurecimiento del texto o, peor todavía, a su desnaturalización. Me refiero al manoseado binomio «libertad» y «seguridad». Sobre ello siempre se ha insistido en un debate que yo tengo por trucado. ¿Por qué no se puede equiparar libertad y seguridad? Por esta sencilla razón: la seguridad es una variable dependiente de la libertad. O, si se prefiera de esta manera: diremos que la seguridad no es una variable independiente de la libertad. Lo que quiere decir lo siguiente: la libertad es una función y la seguridad es una variable de aquella. Más claro todavía: la seguridad, con ser importante,  es sólo la prótesis de la libertad.

¿Quieren ustedes un ejemplo que, dicho por un reformista como un servidor no despierta sospechas de bakuninismo? Este: la confusión entre libertad y seguridad ha llevado a las izquierdas políticas y sociales desde hace más de un siglo a una cierta impotencia emancipatoria poroque su radicalidad democrática aparecía un tanto mellada, mientras se iba desarrollando el diapasón de los colmillos retorcidos de las derechas. Entiéndase bien: cada vez que se ha suscitado ese debate, las izquierdas se han ido empequeñeciendo –especialmente la que el profesor Alain Supiot llama la izquierda homeopática.

¿Quieren un ejemplo?

La praxis del fordismo-taylorismo, que es algo más que un sistema de organización del trabajo, ha querido imponer este dilema: a cambio de la seguridad se debe renunciar a una importante parcela de libertad en el centro y puesto de trabajo, una formulación  que fue convertida por el ingeniero Taylor en “científica”. Por lo general, el movimiento sindical no cayó en ese cepo –como lo prueba su constante itinerario de conquistas sociales en el centro y puesto de trabajo--, pero efectivamente estuvo condicionado. Lo que le lleva a nuestro amigo italiano a afirmar rotundamente que «lo primero es la libertad». Que es precisamente el título de su último libro La libertà viene prima (Riuniti, 2004).

El discurso que sitúa la seguridad en el mismo eslabón de la libertad no sólo es truculento sino que, sobre todo, es una expresión más de una democracia autoritariamente demediada.  Más todavía, porque las derechas –mediante dicho artificio--  quieren recuperar el terreno que fueron perdiendo a lo largo de los últimos doscientos años. Por lo menos, desde que la libertad, igualdad y fraternidad, con todas sus imperfecciones y límites, fueron ganando terreno. Ahora, entrados en el nuevo paradigma de la nueva revolución industrial, la derecha –volvemos a Trentin-- cuestiona los equilibrios de poder y las formas de subordinación en el trabajo en todos los ámbitos. Provocando no sólo la paralización de conquistas sociales sino –por primera vez--  la regresión de derechos sociales en el ecocentro de trabajo. Porque lo cierto es que, por primera vez, nos encontramos en una fase de la parábola descendente de los derechos de ciudadanía social.

Con todo soy del siguiente parecer: ¿es posible una reforma de la Constitución sin la auto reforma de la política, esto es, de los partidos, sujetos sociales y operadores económicos? Teóricamente, sí. Pero en la práctica estaríamos ante un desfase entre la Constitución reformada y la vetustez y estancamiento de los partidos y la vida política, neutralizándose ambos.  


Tercer tranco


Permítanme revisitar el terreno más familiar que he pisado a lo largo de mi vida pública: el sindicalismo confederal. Que es consagrado en nuestra Carta Magna como una pieza fundamental del orden constitucional. Lo hago, en parte, para seguir el hilo de la pregunta anterior sobre la tan manoseada cuestión de la reforma de la política.

Déjenme hacer una breve digresión. No me parecen convincentes no pocas de las propuestas que en esa dirección hacen dirigentes de ciertos partidos y bastantes politólogos. Más o menos, plantean aspectos importantes de la vida política e institucional. Sea. Pero, si ustedes se han fijado bien habrán notado que poco o nada se dice sobre la auto reforma de los partidos. Es como si pudiera coexistir una reforma de las instituciones dejando intacta la talabartería y la intendencia de los partidos políticos.
Eso sería darle sólo una mano de pintura a las instituciones. Diré más, no creo que la actual forma-partido pueda ser útil en una Constitución federalista. Ni tampoco con esa mano de pintura. Entiendo que hay mucha tela que cortar. Y es ahora cuando entro en el terreno del sindicalismo confederal.

Ignacio Fernández Toxo, ha razonado de esta manera sobre CC.OO: «no podemos seguir haciendo lo mismo para conseguir los mismos resultados. Si el sindicato no se reinventa, el viento de la historia se lo llevará por delante». Yo haría extensiva esta idea al conjunto de los sindicatos.  Y en muchas ocasiones he escrito que esa reinvención del sindicato debería pasar por los siguientes ejes: a) la readecuación de la acción colectiva al nuevo paradigma de la innovación y reestructuración global de la economía, porque ya hemos dejado atrás el largo sistema de organización fordista y taylorista; b) la apertura de un debate que, con sosiego y pragmatismo, debería conducir a la unidad sindical orgánica, esto es, a un sindicato unitario.

De lo primero se desprende la necesidad de un Pacto social por la innovación tecnológica que contemplara el universo de las relaciones industriales y de servicios en la fase posfordista en la que nos encontramos, con los derechos de ciudadanía que se corresponden con el masivo y cambiante hecho tecnológico, que genéricamente deberían estar sancionados en la Constitución. Un pacto social por la innovación tecnológica como elemento central de la modernización de las relaciones laborales, de los agentes sociales y los operadores económicos.

De lo segundo se entiende la unidad sindical entre, por lo menos, Comisiones Obreras y UGT; por estas razones: las divisiones sindicales de antaño, que estaban en clave ideológica y de subordinación a los partidos que le daban aliento, ya han sido superadas.  Hasta tal punto han sido superadas que la celebrada unidad de acción entre los sindicatos nos parecen ya una pareja de hecho.

Ahora bien, ¿cuáles son las enemistades de los reformadores, de la necesidad de proceder a amplias reformas, incluída la de la Constitucón? En primer lugar, la falta de liderazgo que siempre tiene miedo de cuestionarse a sí mismo, este sería un miedo antropológico. Pero también hay un miedo político del que ya avisó Maquiavelo: «Porque el que introduce innovaciones tiene como enemigos a todos los que se beneficiaban del ordenamiento antiguo, y como tímidos defensores a todos los que se beneficiarán del nuevo», que es el eterno dilema de los reformadores.

Por supuesto, estamos hablando de reformas con sentido, de carácter progresista. Porque también es verdad que esa palabra se ha prostituido y, por lo general, se ha dado y se está dando mucho gato por liebre.

Cuarto tranco

Hace tiempo que venimos oyendo hablar de la necesidad de un «proceso constituyente» en España.  Es una palabra escénica –en el sentido que Verdi le daba a ello-- que repiten algunas fuerzas de izquierda. El colofón de dicho proceso sería –se supone-- o bien una reforma substancial de la Constitución o una nueva Carta Magna.  No obstante, para mi paladar todavía está por concretarse qué carácter, qué contenidos, con qué sujetos políticos y sociales y qué itinerario tendría el mentado proceso para llegar a buen puerto. Mi impresión es que se trata de la propuesta de un estuche estético del que sus promotores no mencionan el contenido de su interior. O sea, epígrafes sin desarrollo, eslóganes mediáticos, y poca cosa más.

Me parece, aunque corro el riesgo de meter el remo en el corvejón, que en dicha propuesta hay una idolatría a la ley. Una especie de culto de que la ley lo puede todo. Los más precavidos dirían que casi todo. Lo que me parece algo muy atrevido. Por lo que, aunque sea tartamudeando, me atrevo a formular las siguientes interrogaciones. ¿Qué sentido tiene ir a una reforma parcial o total del texto constitucional manteniendo intactas las actuales patologías políticas y sociales? ¿No sería más útil caminar en una gran operación reconstituyente, cuyo itinerario –largo o corto— no soy capaz de precisar con aproximada concreción? Utilizo la expresión «reconstituyente» como aquello que devuelve al organismo condiciones de salud, fortaleza y vigor.

O hay reformas profundas en el carácter y la forma partido (y sindicato) o el proceso constituyente, tal como me da la impresión que está concebido, sería agua de borrajas. Así pues, soy del parecer que la coexistencia entre un texto reformado o un nuevo texto constitucional sin un proceso reconstituyente sería un cero a la izquierda. Reconstituyente en el sentido vitamínico que, en este caso, equivaldría a regeneracionista.

Con lo que, en apretada conclusión, lo fundamental, aquí y ahora, es la regeneración de la vida política española. Mi amigo y maestro Bruno Trentin llegó a escribir –y repetir hasta el agotamiento--  sobre la necesidad de la «reforma de la sociedad». Entiendo al maestro: no pocas patologías sociales están también en la base de los problemas de la política. No es cierto que la sociedad sea santa, santa, santa y los políticos sean tan desvergonzados y sin referencias a la misma sociedad. Digamos que, en buena medida, los políticos y la política son aproximados trujimanes de la base social.

Reitero, nuevamente, mi agradecimiento que me posibilita predicar toda una serie de suposiciones escasamente compartidas por su heterodoxia o por ser aproximadamente descabelladas.