miércoles, 24 de junio de 2009

AQUELLA DETENCIÓN DE MARCELINO CAMACHO: LOS DIEZ DE CARABANCHEL



Ayer hizo la friolera de 37 años (treinta y siete) que se produjo la detención de diez dirigentes sindicales de Comisiones Obreras en Madrid, concretamente en el Convento de los Oblatos de Pozuelo de Alarcón, Madrid. De hecho el grupo constituía la dirección de aquel movimiento de trabajadores y, entre sus figuras, estaban compañeros como Marcelino Camacho, Nicolás Sartorius, Juan Muñiz Zapico (el inolvidable Juanín), Eduardo Saborido, Fernando Soto, entre los de más nombradía. Por los pelos nos escapamos la delegación catalana: Cipriano García, Armando Varo y un servidor. Como detalle anecdótico diré que yo iba con la pierna izquierda escayolada porque días atrás tuve un accidente de trabajo en una obra de Sant Pol de Mar: cuando hay cambio de tiempo todavía me pica el dedo gordo del pie.


Mi maestro Cipriano García y un servidor tomamos el ten en la Estación de Francia, en Barcelona. Armando Varo, que iba acompañado de su compañera, utilizó otro medio de transporte que ahora no recuerdo. Durante el trayecto Cipriano y yo estuvimos repasando los argumentos que íbamos a debatir en aquel encuentro. De hecho, el tema a debatir era “la unidad sindical”, sobre la base de un documento que había preparado Nicolás Sartorius. Como nota curiosa diré que había aparecido una versión pública, conveniente matizada, en la revista Cuadernos para el diálogo, firmado por NSA, esto es: Nicolás Sartorius Álvarez.


Nosotros habíamos estudiado el papel y teníamos algunos desencuentros sobre lo que allí se planteaba. Nos parecía que, siendo una brillante aportación a la cuestión unitaria, no ponía el énfasis suficiente (ni siquiera necesario) en el papel de los “enlaces sindicales”, es decir, los representantes de los trabajadores en la empresa. El documento abordaba la negociación “por arriba”, a saber: con las cúpulas de UGT y USO y, sólo de manera abstracta, hablaba del papel de los trabajadores y sus representates. Íbamos, pues, a Madrid a intentar convencer a nuestros compañeros de que la declaración necesitaba una buena mano de pintura. Cipriano dejó en mis manos (siempre intentaba que los jóvenes asumiéramos un papel relevante) la argumentación, al tiempo que insistía en que fuera lo menos petulante posible. Agotada la conversación se puso a nombrarme (recordando sus años mozos de cabrero en tierras manchegas) las estrellas del firmamento. Y, como quien no quiere la cosa, llegamos a la estación de Atocha.


Tomamos el autobús con dirección a Pozuelo (Armando Varo tenía que reunirse con nosotros en la plaza del pueblo) y, allí, alguien vendría a recogernos para ir al convento. Todo perfecto, de momento. Llegamos a la plaza del pueblo: cuatro o cinco furgonetas con policías hacían guardia. Lagarto, lagarto.


Un albañil, al lado de una hormigonera, comentaba con otros del oficio –aunque observándonos a nosotros— que la presencia policial se debía a una redada de traficantes de droga de toda España. Sorprendentemente explicó: “A la policía les falta detener a los de Barcelona”. Lagarto, lagarto. Cipri nos llevó a desayunar, haciendo tiempo para que viniese el autobús que nos llevara a Madrid y dejar de lado la reunión. A punto estuve de meter la pata en la taberna de la plaza del pueblo; un poco más y pido un bocadillo: el pan con tomate. No lo hice porque un sexto sentido me lo impidió.


Volvimos a Madrid: el convento de los Oblatos estaba tomado por la policía. Total que, ya en la capital, Cipri llamó a un camarada del Partido, llamado Sastrón. Desde su casa llamó por teléfono a Josefina, la esposa de Marcelino, que ya estaba al tanto. Salimos pitando. Sastrón nos metió en una furgoneta y nos dejó en Guadalajara. Y desde allí salimos para Barcelona, dando vueltas y revueltas.


Cipriano llegó a tiempo para corregir lo que hubiera podido ser un contratiempo para nosotros tres. Las máquinas de imprimir del PSUC se disponían a dar cuenta de todas las detenciones, e ignorando que nosotros no habíamos “caído” daban también nuestros nombres. Menos mal que se corrigió.


Días más tarde, hablando con los compañeros de Mataró, yo intentaba minimizar la gravedad de lo sucedido. Como no estaba Cipriano para recordarme la sobriedad en la exposición, dije altaneramente a la selecta concurrencia: “Sólo ha sido un rasguño”. Pero aquello no coló: la detención había sido importantísima. O, en otras palabras, tener excesivo desparpajo no siempre es conveniente.



Radio Parapanda. A la memoria del maestro Cipriano García. Cantan:
LEO NUCCI y LUCIANA SERRA, "SÍ VENDETTA”.