La
comidilla de estos días es la necesidad de salir de esta situación de
emergencia («sanitaria, económica y social», según un sindicalista tan avezado
como Gaetano Sateriale) a través de una vía
negociada. La literatura periodística más influyente insiste en la conveniencia
de unos nuevos Pactos de la Moncloa. El nombre, que es lo de menos, es
solamente un reclamo mediático y, a la vez, un intento de pedagogía. Este blog
hace días que se viene pronunciando también por la utilidad de ese método. A mi
entender no debería ser sólo un momento sino un itinerario de pactos en torno a
un acuerdo—marco, que establecería los vínculos y compatibilidades de los
contenidos de esos pactos. Deben evitarse, pues, los desaliños que suelen venir
de las urgencias del aquí te pillo y aquí te mato.
Casado no quiere pactos. Así
empezó Fraga cuando los pactos de la Moncloa para, finalmente, cargar la pluma
y estampar la firma con todo su desparpajo. Pero, recordémoslo, Fraga Iribarne y su Alianza Popular eran, en
aquel otoño de 1977, irrelevantes. Inés Arrimadas desde su minifundio vive sin vivir en ella. Sabe
que puede haber pacto y no es cosa de quedarse fuera.
Una
cosa me parece evidente: tras las recientes medidas del Eurogrupo es más
necesario el pacto. Todavía no sabemos qué idea le ronda al presidente del
Gobierno acerca de la morfología del acuerdo. Lo único que sabemos es que el
Gobierno será el principal actor. Pero nada se ha dicho acerca de si los
partidos, en tanto que tales, estarán presentes en la mesa de negociaciones. Lo
que sí está claro es la voluntad de los sindicatos de formar parte de dicha
mesa. Así lo ha dejado claro Unai Sordo.
Los
de Casado no quieren pactos porque temen que se refuerce la autoridad y el
predicamento de Pedro Sánchez. De momento, la
negativa de Casado parece reforzada por la postura de la CEOE, que no está
demasiado por la labor, pero el líder del PP sabe que los empresarios van a su aire y no
son muy de fiar. En todo caso, me digo para mi coleto que la presión –incluida la que venga de Bruselas— puede
obligar a abrir unas negociaciones. De manera que la exigencia de las derechas,
así las cosas, es que Unidas Podemos no figure
en esa operación. De una parte, con la idea de que no aparezca en el cartapacio
ninguna cláusula potente; y, de otra parte, para provocar un sonoro broncazo en
el interior de la izquierda. En definitiva, la derecha quiere mutilar la
posibilidad de pacto y, si se da la circunstancia, de achicar sus contenidos.
Preparados
están ya los paniaguados de Casado, el letrado con título subvencionado, para
cargar contra todo lo que huela a racionalidad. La cuestión está en ¿qué fuerza
organizada de carácter estable tiene el Gobierno para forzar los necesarios
pactos? Todavía no lo sabemos.
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