miércoles, 22 de abril de 2020

Nuestros profesionales de la salud




Es sorprendente que los políticos, periodistas y otros géneros de la fauna pública hayan descubierto ahora  la profesionalidad y eficiencia de nuestros profesionales de la Sanidad. Por lo que se ve desconocían ese patrimonio científico y técnico. Sí, estaban ahí, nos atendían porque era su obligación y ya está. Ahora –más vale tarde, incluso muy tarde que nunca--  se ha descubierto un universo que estaba sumergido. Pero no se ha recalcado que siendo eso una gran verdad todavía no es toda la verdad. Lo que nos falta decir es el enorme componente  humanista de nuestros profesionales. Que, según parece, tarda en afirmarse. Paciencia, no pocos comentaristas están por la leña a un mono hasta que hable sánscrito. De esa condición humanista puedo hablar con conocimiento de causa: he pasado por los quirófanos de los hospitales de Calella y Mataró.

Cuando yo era niño chico mis mayores decían que los mejores médicos de España estaban en Granada y que los mejores practicantes –antes se llamaba así a los actuales diplomados en enfermería--  estaban en Santa Fe. Era una brizna de localismo inocente que no amenazaba la unidad de España y sus regiones. Tampoco era excluyente ya que se reconocía que fuera de la Vega del Genil había médicos y practicantes casi, casi tan buenos como en Granada. Aquellos practicantes santaferinos eran gente formidable: mi tío Alejandro Bulla, hermano de mi madre; Paco Pepinico, mi tiastro; y Manolo Isla, sobrino del muy afamado maestro confitero  Ferino Isla, que hacía las veces de padre adoptivo. Para mí los practicantes eran las personas más importantes del mundo. Así que yo estaba rodeado de practicantes por todas partes menos por una que me unía a un confitero.

De aquellas antiguas generaciones vinieron los profesionales de hoy. Con la novedad de que aquellos saberes de oficio se han convertido hoy en conocimientos científicos.

Decididamente, los aplausos a las 8   –a las 8 en punto de la tarde--   no son rituales. 

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