Es
sorprendente que los políticos, periodistas y otros géneros de la fauna pública
hayan descubierto ahora la
profesionalidad y eficiencia de nuestros profesionales de la Sanidad. Por lo
que se ve desconocían ese patrimonio científico y técnico. Sí, estaban ahí, nos
atendían porque era su obligación y ya está. Ahora –más vale tarde, incluso muy
tarde que nunca-- se ha descubierto un
universo que estaba sumergido. Pero no se ha recalcado que siendo eso una gran
verdad todavía no es toda la verdad.
Lo que nos falta decir es el enorme componente
humanista de nuestros profesionales. Que, según parece, tarda en
afirmarse. Paciencia, no pocos comentaristas están por la leña a un mono hasta
que hable sánscrito. De esa condición humanista puedo hablar con conocimiento
de causa: he pasado por los quirófanos de los hospitales de Calella y Mataró.
Cuando
yo era niño chico mis mayores decían que los mejores médicos de España estaban
en Granada y que los mejores practicantes –antes se llamaba así a los actuales diplomados en enfermería-- estaban en Santa Fe. Era una
brizna de localismo inocente que no amenazaba la unidad de España y sus
regiones. Tampoco era excluyente ya que se reconocía que fuera de la Vega del
Genil había médicos y practicantes casi, casi tan buenos como en Granada. Aquellos
practicantes santaferinos eran gente formidable: mi tío Alejandro Bulla, hermano de mi madre; Paco Pepinico, mi tiastro; y Manolo Isla, sobrino del muy afamado maestro
confitero Ferino
Isla, que hacía las veces de padre adoptivo. Para mí los practicantes
eran las personas más importantes del mundo. Así que yo estaba rodeado de
practicantes por todas partes menos por una que me unía a un confitero.
De
aquellas antiguas generaciones vinieron los profesionales de hoy. Con la
novedad de que aquellos saberes de oficio se han convertido hoy en conocimientos
científicos.
Decididamente,
los aplausos a las 8 –a las 8 en punto de la tarde-- no son rituales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario