miércoles, 31 de agosto de 2016

Albert Rivera, sofista



Pineda de Marx. Concierto de la Orquesta Internacional Maravella, 2016



Albert Rivera: "Estoy dispuesto a no tener credibilidad si es por el bien de España" (1). Extraño razonamiento que no resiste ningún convencionalismo de la lógica formal. Digamos que estamos ante una de esas viejas cuestiones a las que los antiguos griegos eran tan aficionados y que sólo por diversión o curiosidad le dedicaron cierto tiempo de estudio algunos filósofos. Una de las paradojas más conocidas se atribuye al poeta filósofo Epiménides: «todos los cretenses son unos mentirosos». Comoquiera que Epiménides era natural de Creta su aserto siempre estuvo en tela de juicio. Compruébenlo ustedes mismos. La solución no puede ser otra que nuestro filósofo fuera un embustero o bien nos tomaba el pelo para pasar el tiempo.

¿Leyó Albert Rivera alguna vez al bueno de Epiménides? No lo sabemos y, francamente, tampoco importa demasiado. Porque parece ser que la tendencia a la sofistería es natural en algunos personajes de la política, y da igual si es de apolillada estirpe o de aparente nueva planta.

Desde que tengo uso de razón vengo oyendo lo del «bien de España». Lo que siempre me provocó un hartazgo insufrible que he procurado combatir con dosis de bicarbonato y otros productos caseros. De hecho tan abstracto ideolecto nunca desapareció de la política. Lo llevó a la sopa la aznaridad y el rajoyato lo extendió a los postres. Pero como todo lo gelatinoso se contagia, este Albert Rivera lo incluye, además, en los aperitivos de sus comistrajos.

El mandamás de Ciudadanos cambia su credibilidad por el bien de España. Lo que llevado a una lógica extrema conduce a que, falto de materia creíble, su bien de España es una quisicosa extraña y más concretamente un chichinabo para camelarse a una parte de la ciudadanía que sigue angustiándose patológicamente por España. Es la sombra garrula del 98: la de aquellos doctos metafísicos que crearon más problemas que los que pudieron solucionar.

No soy amigo de pronósticos, pero en esta ocasión voy a arriesgarme. La gimnasia que está haciendo Rivera es un entrenamiento que le llevará, andando el tiempo, relativamente lejos, esté donde sea en los secanos de las derechas. Es un entrenamiento arduo: blanquea el parné que es sospechoso, pinta cenefas en las habitaciones llenas de mugre, esparce colonia barata como la de aquellos acomodadores de los viejos cines de barrio, hace de aguaducho del rajoyato y cuanto sea menester por «el bien de España». O lo que es lo mismo, está acumulando los artificios de la vieja politiquería, que disimula con unas gotas de cointreau y otros licores benedictinos. Por eso, ahora está representando óperas ligeras para hacerse ducho en la materia. Por ejemplo, la mozartiana Così fan tutte. No tardaremos mucho en verle acometiendo un papel más redondo, tal vez en el verdiano Falstaff. Siempre por el bien de España

      1) http://www.publico.es/politica/albert-rivera-dispuesto-no-credibilidad.html


Radio Parapanda. Rajoy y los malvados banales en http://japariciotovar.blogspot.com.es/2016/08/rajoy-y-los-malvados-banales.html  Escribe Joaquín Aparicio.


sábado, 27 de agosto de 2016

Bruno Trentin y el sindicalismo europeo




En el noveno aniversario de la muerte de Bruno Trentin.

Antonio Lettieri*


En este frío invierno de Europa les falta a sus viejos amigos el pensamiento y la voz de Bruno Trentin que en el trascurso de su vida de militante político, dirigente sindical e intelectual hizo de la perspectiva europea un constante cuadro de referencia, un ejemplo de discusión y una esperanza para el futuro de la democracia y de los derechos. No podríamos decir qué análisis haría y qué juicio tendría de la actual y atormentada situación de la Unión Europea que tras una década –con el nacimiento del euro--  apareció como el signo de un posible renacimiento de Europa frente a los grandes cambios económicos y políticos en curso y sus relaciones entre las diversas áreas del mundo.

Trentin participó en aquellos tiempos con resposabilidades diversas en la construcción, a menudo controvertida y no lineal, de la Unión tal como se configuró a finales del pasado siglo. Quisiera recordar sobre todo un periodo que fue el tránsitoa la Unión europea en aquel decenio caracterizado por la presidencia de Jacques Delors a partir de la mitad de la década de los ochenta y del papel que jugó Trentin en el debate sobre la “dimensión social” y sobre los nuevos objetivos del sindicalismo europeo. Recordando aquel tiempo no se puede olvidar el papel determinante, probablemente insustituible, de Jacques Delors y la relación de confianza, de estima recíproca y de amistad que reforzaron las relaciones entre Jacques Delors y Bruno Trentin, en su vertiente de dirigente sindical, realmente singular en el panorama europeo.   


Cuando, bajo la presidencia de Delors en la Comisión europea en 1985, se abrió un nuevo capítulo en la historia de la comunidad europea, el mundo occidental (de los Estados Unidos a Europa) atravesaba una fase de cambio destinada a revolucionar los criterios y puntos de referencia culturales, sociales y políticos para muchos años. Con la llegada de Margaret Thacther en Gran Bretaña y Ronald Reagan en Norteamérica, no sólo se modificó el cuadro de referencia económico con el repudio de las políticas keynesianas en América y socialdemócratas en Europa sino que se pusieron en discusión duramente las relaciones de poder a nivel social y, en primer lugar, el poder de los sindicatos. 

No se puede infravalorar la determinación política e ideológica con que la señora Thtacher se propuso poner de rodillas a las Trade Unions, plenas de una historia secular, aunque con errores de análisis y estrategia que minaron su credibilidad y su fuerza. Los primeros años ochenta se caracterizaron porque se propuso la eliminación de las conquistas y del poder de las organizaciones sindicales en las dos orillas del Atlántico. No por casualidad Ronald Reagan ofreció el ejemplo más rotundo dela nueva situación cuando despidió fulminantemente a 12.000 controladores aéreos que osaron desafiar al gobierno haciendo huelga. Ese tránsito no fue menos significativo en Italia donde la Fiat, en otoño del 80, consumó su venganza en su confrontación con el sindicato militante por antonomasia, la FLM, dirigida por Trentin junto a Carniti y Benvenuto. Este era el clima social en el que a mediados de los ochenta se operó el inicio de la integración europea que antes había llevado al mercado único y después al nacimiento del euro. La Comunidad entró en una larga fase de estagnación y apatía, y para relanzarla era necesario reinventar una idea guía, movilizadora y convincente. La intuición de Delors con el proyecto de mercado único se convierte en el resorte del diseño europeo. Para muchos la unificación del mercado constituía el objetivo más orgánico en la nueva fase del capitalismo internacional. Unificar el mercado, rompiendo las barreras que limitaban los movimientos de bienes y capitales, era la clave para salir de la stagnación. Pero era, a la vez, un diseño que se arriesgaba a entrar en la deriva neoliberal. No fue casual que la derecha europea más dinámica viera en la promesa de la integración de los mercados no sólo el resorte de un relanzamiento del crecimiento sino también un modo de importar el nuevo modelo de relaciones sociales que se venía consolidando en el mundo anglosajón. 

No sabemos si este proyecto, inspirado en el viento neoconservador de la época, hubiera pasado fácilmente al continente, pero es un hecho que Delors imprimió una dirección diferente en la construcción de la nueva Europa, esforzándose en buscar un diverso equilibrio entre la liberalización de los mercados y la legitimación del papel de los agentes sociales y, particularmente, del movimiento sindical como equilibirio del mayor poder que la unificación de los mercados garantizaba a los centros de poder económico, libres de la telaraña de las reglas y controles que operaban dentro de los confines de los estados nacionales. 

El modelo social europeo, tan querido por Delors, tenía sentido no como modelo uniforme de regulación de las relaciones sociales, sino como paradigma de un modelo de desarrollo al que las instituciones comunitarias y el sindicato daban vida, cada uno con sus propios medios, con una trama de políticas sociales que debía caracterizar el conjunto de la construcción europea. Es en este cuadro donde Delors, desde los primeros pasos de su presidencia, abre la puerta de las instituciones europeas a los sindicatos, define su papel y los integra en el proyecto europeo. Es nada más llegar a la presidencia que significativamente, tras presentar su programa al Parlamento europeo, convoca el primero de los famosos encuentros de Val Duchesse, inaugurando el “diálogo social” entre los sindicatos y sus contrapartes empresariales. Trentin tomará parte en el curso de aquellos años dedicándose en particular al tema de la innovación tecnológica y la formación, como punto de referencia esencial de un nuevo terreno de encuentro y reelaboración de las políticas reivindicativas del sindicalismo europeo. 

Para Bruno Trentin es la ocasión que finalmente  se presenta para transformar en realidad las esperanzas, muy frecuentemente frustradas, de una efectiva estrategia europea del sindicato. El proyecto siempre se mostró de no fácil solución. El sindicalismo europeo tiene en común muchas luchas y conquistas. Pero sus diversas raices, tradiciones, modelos de representación y negociación –entre negociación nacional y de empresa--  describen opciones y paradigmas muy diversos de comportamiento. Eso sin mencionar la diferencia más evidente entre sindicatos unitarios y sindicatos históricamente divididos como en una gran parte de la Unión a partir de Francia que comprende los paises mediterráneos.  En este cuadro el proyecto de “institucionalización” de una especie de contrapoder sindical respecto al impulso desrregulador, implícito en la liberalización y unificación de los mercados nacionales, representaba una perspectiva más decisiva frente a las nuevas tendencias del capitalismo mundial. Pero, al mismo tiempo, como demostróla experiencia, era algo limitado, con sus luces pero también con muchas y duras sombras.

Trentin era un lider sindical de indiscutida estatura europea. A diferencia de la tradición de muchos sindicatos europeos estaba presente en el trabajo sindical con las características de un militante y de un intelectual. Había dirigido, tiempo atrás, el prestigioso Departamento de Estudios Económicos de la CGIL. Su atención a los cambios económicos y sociales del capitalismo europeo le suministraron los instrumentos para un contraste político, frecuentemente áspero, con las tesis predominantes de la izquierda italiana de la época e, incluso del propio Partido comunista italiano en el que estuvo presente en sus órganos de dirección y parlamentarios hasta la decisión de las incompatibilidades entre cargos sindicales y del partido.

Recuerdo, entre otros que marcaron el debate a principios de los sesenta, con Trentin entre sus protagonistas, el seminario promovido por el Istituto Gramsci, dedicado específicamente a Europa, Tendencias del capitalismo europeo, con una introducción de Maurice Dobb, economista inglés de la escuela marxista, profesor en Cambridge, y la participación de intelectuales del conjunto de la izquierda europea. Trentin presentó una ponencia que analizaba los cambios en curso en las estructuras económicas del capitalismo europeo y en las respuestas del movimiento obrero.  La originalidad, muy típica en su modo de escudriñar los problemas, estaba en la capacidad de tejer el análisis de los grandes cambios en las estructuras económicos que habían acompañado la reconstrucción en la posguerra con las mutaciones en las estructuras productivas, en la organización del trabajo y en la subjetividad obrera.  Esta amplitud de análisis y de visión le permitía discutir con las tesis contrapuestas de la cultura política de tradición marxista en aquellos años. Un debate que veía, de una parte, como ineluctable corolario de la práctica socialdemócrata un proceso de integración de la clase obrera en las nuevas formas de capitalismo; y de otra parte el final de su papel y el paso a la hegemonía a los desheredados del tercer mundo según las tesisis que tuvieron en Marcuse su más celebrado sostenedor.

Sobre estas bases teóricas, y sólo aparentemente alejadas de la problemática sindical, Trentin había elaborado la tesis de la autonomía del sindicato junto a su función política general. Era una posición teórica que se distinguía tanto de la tradición socialdemócrata, fundada en la separación entre la acción reivindicativa propia del sindicato y el programa económico y social de carácter general confiado  al partido y al gobierno como de la tradición comunista ortodoxa que concentraba el papel del sindicato en la tarea salarial y de soporte a la estrategia general del partido. 

No se trataba, respecto a los modelos sindicales europeos, de una teorización abstracta de la posición del sindicato. Esta formaba parte, entre los años sesenta y setenta, de un proceso caracterizado por la afirmación cultural y política de la autonomía sindical con respecto al partido comunista y, en general, del proceso unitario entre las confederaciones sindicales. Fue un resultado original en el panorama de la división sindical persistente en los paises mediterráneos y, en particular, en Francia donde la división entre la CGT, la CFDT y Force Ouvrière parecía imposible de superar. 

El encuentro entre Trentin y Delors a mediados de los años ochenta se basaba en muchos aspectos bajo esa concepción heterodoxa con relación a la cultura sindical que prevalecía en el continente. El sindicato dotado de su  específica autonomía y al mismo tiempo portador de una visión general que le hacía ser un sujeto político y un contrapoder en el equilibrio de las fuerzas sociales en presencia.

Tenían en común puntos de llegada, no de partida. Jacques Delors era un católico y un socialista –“mi-chretien, mi-socialiste”--  acostumbrado a actuar en la actividad de los clubs pero no en la jerarquía de partido. Su más rica experiencia maduró en las instituciones de gobierno, en su rol en el Comisariado de la planificación hasta la función de Ministro de Economía y Finanzas en el gobierno Mauroy durante la presidencia de Mitterrand. Dos trayectorias diversas, contrapuestas en cierto sentido. Pero había un profundo dato común en la constante referencia de Delors a la función del sindicato, aunque no fue un sindicalistas  “de plena dedicación”. Es interesante recordar que, mientras Trentin dirigía el Departamento de Estudios de la CGIL, en los años cincuenta, Delors –funcionario de la Banca de Francia--  fue consejero económico de la CFTC, la Confederation française des trevaillerur chrétiens, bajo cuyo impulso nacerá la CFDT.

La biografía de Delors, no obstante estas relaciones con el sindicato, era más tipicamente la de un “grand commis” del Estado, y desde este punto de vista estaba alejada de la de Trentin. Pero la cercanía al sindicato permaneció sorprendentemente en Delors viva siempre, entrando a formar parte de su cultura política y de su proyecto. En el libro-entrevista (L´Unité d´un homme), dedicado a su biografía intelectual y política, en 1994, estando en la presidencia de la Unión, responde a una pregunta sobre su adhesión al sindicato y lo hace con una cierta emoción: : “Il s’agissait pour moi de lutter contre l’injustice sociale, et le terrain essentiel de l’action était le syndicalisme…C’est l’endroit ou je suis le plus à l’aise…Le syndicaisme, c’est ma vie. Si j’avais pu, je n’aurais fait que cela »[1](Jacques Delors, L’Unité d’un Homme).  Intentad imaginar en nuestro días algo similar en la alta burocracia del eje Frankfurt – Bruselas a quien se le ha confiado la tarea de dirigir la Unión Europea en la  gran crisis de nuestros días.

El decenio de la presidencia de Delors, en el que más implicado estuvo Trentin en la acción del sindicalismo europeo fue el de la gran transformación europea. Fueron los años de la construcción del mercado interior, de la predisposición de la moneda única, de la definición del Tratado de Maastricht. Pero fueron también los años del desarrollo del “Diálogo social” que Delors, como hemos visto, lanzó desde el inicio de su presidencia. Fue aprobada la “Carta social”, y como complemento al Tratado de Maastricht el protocolo social que ponía el sindicalismo en el corazón de las instituciones europeas y del proceso de decisión para los aspectos que se refieren a las competencias de la Comisión sobre los temas de carácter social.

Se trataba de importantes hallazgos que se contraponían a la ideología dominante neoconservadora y profundamente antisindical de aquellos años. No por casualidad la Gran Bretaña se opuso perentoriamente a todos los esfuerzos comunitarios de carácter social.  Pero el rol del sindicalismo europeo no se circunscribió dentro de los confines de las relaciones con las nuevas instituciones económicas. El debate sindical abarcaba en todos sus aspectos las transformaciones en curso en la organización de la producción. Superaba la época fordista que se caracterizaba por masas de trabajadores sin una cualificación particular, a menudo provinentes del campo o de la inmigración. La programación con unos objetivos productivos estandarizados chocaba con los ininterrumpidos procesos de innovación tecnológica y con la creciente turbulencia de los mercados globales.

Al mismo tiempo habían cambiado les dimensiones subjetivas de la fuerza del trabajo cada vez más refractaria a los estándares descualificantes del viejo modelo taylorista. Frente a estos cambios iban decayendo los viejos parámetros reivindicativos de la tradición sindical. El debate se iba orientando –no sin incertidumbres, resistencias y contradicciones— hacia las nuevas formas de control de la organización del trabajo, a la introducción de nuevas formas de flexibilidad, a la reducción y sobre todo a la gestión de los horarios de trabajo diarios, semanales e incluso anuales, a la relación entre cualificación y tarea, al derecho a la formación y hacia diversas formas de participación.

Un debate en muchos aspectos complejo, siendo profundamente desiguales las experiencias y los enfoques culturales, más allá de los modelos contractuales en los diversos países de la Unión.  Algunos sindicatos, especialmente de los países nórdicos, con una larga experiencia de cooperación centralizada a nivel confederal mostraban mayor interés en los temas económicos de carácter general, en la dimensión keynesiana de las políticas de crecimiento y ocupación más que en las políticas de reorganización del trabajo.

En otras ocasiones, como en la experiencia alemana, el primado federativo invertía el ángulo de visión. En otros casos, como el francés, dominado por la división sindical, era más clara la contraposición entre las reivindicaciones salariales y la intervención en los procesos de reorganización del trabajo. El sindicato italiano –dividido y empequeñecido por la dramática ruptura en torno al futuro de la escala móvil, a mediados de los ochenta--  se encontró en la tesitura de presentar una visión de conjunto con la idea de sugerir  fuertes puntos de conexión entre la evolución de las políticas reivindicativas y la dimensión política general de los procesos de reestructuración. Trentin, en su cargo de vicepresidente de la CES, trabajó en este contexto que exigía capacidad de innovación sobre diversos planos de la acción sindical: desde los cambios en la organización del trabajo a los aspectos más radicalmente políticos de las estrategias macroeconómicos, industriales y del mercado de trabajo. Pero también estaba convencido de que la actuación de una plataforma ambiciosa del sindicalismo europeo exigía un reforzamiento institucional de la Confederación europea, aceptando ceder en algunos aspectos de la soberanía de los sindicatos nacionales que la conforman.  Fue un diseño no fácil porque los sindicatos eran muy celosos de las experiencias en las que estaban ancladas sus opciones. Pero era una exigencia que fue haciendo camino y reforzará la capacidad de decisión de la CES, aunque con resistencias. Se puede observar, con el beneficio del tiempo pasado, que para algunos aspectos esta proyección unitaria del sindicalismo europeo podría encuadrarse perfectamente en la visión de Jacques Delors que concebía la Unión europea como una “Federación de Estados soberanos”, una imagen que conjugaba la exigencia insuprimible del Estado-nación con una nueva dimensión supranacional.

Desde el punto de vista de las políticas reivindicativas, el debate entre los sindicatos europeos implica con opiniones a menudo discordantes las nuevas formas de flexibilidad de la prestación laboral contrapuesta a la rigidez típica del modelo fordista. En esto el sindicato italiano fue, en muchos aspectos, el que hizo una elaboración más avanzada con una crítica a la organización taylorista, alienante y descualificadora, acompañándola con reivindicaciones de nuevas formas de trabajo abiertas a los modelos de flexibilidad tanto en la gestión de los horarios  como de las tareas, asumiendo como criterio de referencia de la negociación nuevos parámetros de flexibilidad negociada por el sindicato y controlada colectivamente. Mientras que, a nivel de las políticas macroeconómicas, el viejo debate sobre la política de rentas  tenía como principio una composición en la relación entre una gestión autónoma de la negociación en coherencia con los objetivos generales negociados a nivel tripartito en función de las políticas de crecimiento y ocupación.

Eran temas que partían de un largo proceso de elaboraciónen la biografía sindical y política de Trentin. Y eran también, desde diversos puntos de vista, elementos importantes del modelo sindical que Delors valoraba en el proceso de construcción de un coherente “modelo social europeo” en el que los sindicatos fueran actores principales.   Se dibujaba así una alternativa fuerte a la desestructuración de la acción sindical que en la experiencia americana y, parcialmente, en la británica iba afirmándose en el proceso de desregulación de los mercados y, en particular, en el mercado de trabajo. No importa cuáles fueran los puntos de mayor o menor sintonía. El paradigma sindical que inspiraba a Trentin coincidía con el punto de vista del método y, en muchos aspectos, con los contenidos que Delors consideraba los puntos de “soldadura” entre los diversos ejes de la negociación y la perspectiva de una renovada política económica y social a nivel comunitario.

Era frecuente que Delors interviniera en los momentos más relevantes en las reuniones del comité ejecutivo de la CES que, en aquellos años, dirigía Emilio Gabaglio, y recuerdo la atención y la relación de lealtad que caracterizaban aquellos encuentros. No faltaban los elementos críticos y las desilusiones respecto a políticas concretas comunitarias. Pero la relación con el presidente de la Comisión era un elemento de confianza y de acicate en la dirección de una estrategia comunitaria en muchos aspectos insatisfactoria y contradictoria, pero bajo su impulso estaba abierta a problemas del mundo del trabajo y de la centralidad del papel del sindicato.

Cuando en 1994, en los tres últimos meses de la presidencia, tuvo lugar en Roma un seminario dedicado al Libro Blanco sobre “Crecimiento, competitividad y empleo”, promovido por el Instituto Europeo de Estudios Sociales (IESS), creado por la voluntad unitaria de la CGIL, CSIL y UIL, se mostró con claridad la sintonía de fondo entre la concepción del papel del sindicato que Delors preveía para el futuro de la Unión y la inspiración de fondo de las confederaciones sindicales italianas, entre las que no faltaban elementos de fricción y duros gérmenes de división. Trentin hizo notar en su intervención que el Libro Blanco representaba “un parteaguas entre la opción de Europa y el repliegue suicida hacia políticas monetaristas, gestionadas en el interior de cada país, y vislumbraba “una terapia del desempleo de masas… incluso existe un peligro  mayor: la desarticulación y desregulación de los mercados nacionales de trabajo”.

Para Trentin los sindicatos europeosdeberían estar a la altura de promover una visión de las prioridades contractuales, aunque no con la reducción de un denominador único de perfiles históricamente diverso sino con criterios precisos de referencia en los procesos de innovación, participación y control de la organización del trabajo, los horarios, la formación y la protección social. Pero al mismo tiempo Trentin no escondía las sombras que frenaban al sindicalismo europeo; éste en muchos aspectos consideraba la coordinación de la acción sindical era “un atentado a la soberanía contractual de cada confederación en su estado nacional”.

A pesar de muchos elogios formales dirigidos por las fuerzas políticas y sociales al Libro Blanco, “La batalla (afirma) no se ha conseguido vencer … [todavía] habrá la fuerte tentación en muchos gobiernos –y tal vez no sólo en muchos gobiernos— de arrojar al cesto de los papeles el Libro Blanco y la nueva cultura de crecimiento y del trabajo que contiene”. 

Trentin tiene presente el enfrentamiento abierto a nivel cultural y político en Europa sobre el trabajo. La OCDE publicó casi simultáneamente con el Libro Blanco su Jobs Study, una investigación encargada por los gobiernos sobre los temas del crecimiento y el desempleo. Las conclusiones de la OCDE no dejaron lugar para la duda ya que la impronta era explícitamente neoliberal.  El himno a la desregulación del mercado de trabajo se acompaña a la condena sin paliativos de las políticas de intervención macroeconómica de raiz keynesiana de apoyo a la demanda y al empleo.

Sabemos que en años sucesivos la línea Delors del Libro Blanco será sacrificada en el altar del nuevo americanismo clintoniano que, en realidad, era la continuación, enriquecida por la retórica “neo democrática”,  de la revolución reaganiana que ve en la intervención del estado “no la solución sino el problema”. No fue casual que Bill Clinton condujera su campaña electoral bajo la bandera de dos principios que volveremos a ver en Europa en el “neo laborismo” de Tony Blair: la reducción de la intervención del Estado (Big governement is over) y las restricciones en el welfare state, esto es, el repudio del “welfare as we know”, según el eslogan de Clinton.

Trentin deja el sindicato en 1994 cuando también concluye el decenio de Delors. Llevará adelante su batalla por una Europa socialmente responsable desde los escaños del Parlamento europeo. Conserva relaciones de investigación y diálogo con la parte más viva del sindicalismo europeo, en primer lugar los franceses, españoles y alemanes. Los encuentros de Paris, cerca de Lasaire, el centro de investigaciones dirigido por Pierre Heritier, provinente de la CFDT, le mantienen en vilo. Conserva y desarrolla el mismo tiempo las viejas relaciones con el sindicalismo americano a través de sus exponentes y, en estrecho contacto con un grupo de intelectuales próximo a Bob Reich, ministro de Trabajo durante el primer mandato de Clinton.

A finales de los noventa Trentin, en el Parlamento europeo, se implica en el debate y elaboración de la estrategia que será adoptada a principios de 2000 por el Consejo europeo en Lisboa. Efectivamente, su informe sobre el sindicalismo europeo que se manifiesta particularmente en el “intergrupo” de los parlamentarios de origen sindical, es coherente con el esfuerzo que animó su vida de sindicalista que sitúa la autonomía y el proyecto del sindicato en el trasfondo de las estrategias políticas que condicionan el papel social del trabajo y los derechos de los trabajadores. En el cruce del viejo y el nuevo milenio el cuadro se presenta propicio.

A finales de 2000, con la Declaración del Consejo europeo extraordinario de Lisboa parece renacer el espíritu del Libro Blanco. El crecimiento y el empleo vuelven al centro de la escena. Italia y Francia jugaron un papel de primer orden en su elaboración. La declaración final del Consejo europeo dibuja el inicio de una estrategia coordinada en política económica y social con un doble objetivo: un crecimiento sostenido con un promedio anual del 3 por ciento y la consecución del pleno empleo a finales de la década.

Sabemos cómo ha ido la cosa posteriormente. El euro debía ser un instrumento de reforzamiento del crecimiento en un cuadro de políticas coordinadas de desarrollo. Por el contrario, la política monetaria del BCE se centró obsesivamente en el control de la inflación, incluso con la ausencia de amenazas inflacionistas.  Las reglas del presupuesto de Maastricht se convirtieron en una jaula, frecuentemente violadas por sus guardianes que no distingueron entre la contención del gasto corriente dentro de los parámetros fijados y el espacio para las políticas de inversión nacional y de la Unión. El crecimiento económico fue una quimera igual que el pleno empleo. Cuando estalló la crisis financiera americana del 2008, la Unión europea podía poner el incentivo de entrontrar una plataforma común de respuesta a la crisis utilizando la moneda única de la eurozona para una política conjunta. Ocurrió lo contrario. El euro se convirtió en el banderín de la desarticulación. La crisis griega, que inicialmente podía resolverse con unas intervenciones ordinarias de apoyo, fue exasperada por medidas punitivas para hacerla incontrolable, de fuente de contagio y crisispara toda la eurozona y, en cualquier modo, para toda la construcción europea. Sería un momento de desilusión para Bruno Trentin, como también para Jacques Delors. Dos europeistas por convicción profunda, no por un abstracto y retórico conformismo.  Pero, más allá de los motivos y las desilusiones que habrían afectado a Trentin por las ocasiones perdidas y las amenazas obligadas que pesan sobre el futuro de la Unión, no podemos sino lamentar  la falta de su reflexión, lúcidamente crítica y de su imaginación política. En la crisis actual, caracterizada por el ataque al mundo del trabajo y a los sindicatos, en una Europa paralizada por el dominante conservadorismo de los gobiernos de derechas –por no hablar de Italia, saqueada por un gobierno sin principios y sin credibilidad--  la reflexión de Bruno Trentin nos sería, ciertamente, de gran ayuda en la lucha por la defensa y el impuso por los derechos sociales y de las conquistas de poder que, con todas sus variantes, están en aquel “modelo social europeo” que las políticas neoconservadoras, bajo la ola de la crisis, intentan desarticular y que, con todos sus límites, el resto del mundo continuará envidiandonos.




*   El texto original se encuentra publicado en INSIGTH, la revista príncipe del sindicalismo europeo. Ha sido  traducido al castellano por la Escuela de Traductores de Parapanda.      Bruno Trentin e il sindacalismo europeo Antonio Lettieri





[1]“Se trataba para mi de luchar contra la injusticia social, y el terreno esencial de esta acción era el sindicalismo…es el lugar en el que me encuentro más  a gusto…el sindicalismo es mi vida, si hubiera podido no habría hecho más que eso” (N.d.T. )

jueves, 25 de agosto de 2016

El pacto gallináceo entre el PP y Ciudadanos



Salsa de ajilismójilis


En las negociaciones para la investidura de Rajoy entre el Partido popular y Ciudadanos están apareciendo novedades no tan  sorprendentes en torno a la regeneración democrática y, más exactamente, sobre la corrupción que dan la impresión de ser una marcha atrás por parte de los de Albert Rivera. La pregunta acerca de si en Ciudadanos está apareciendo un proceso de entropía parece tener sentido. El intento de aclarar la cuestión por parte del hombre fuerte de Rivera, el triste Villegas, ha causado estupefacción: «No es lo mismo meter la pata que meter la mano en la caja», digna de un parroquiano con los codos en el mostrador de la taberna de cualquier esquina. «¡Qué claridad de confusión!», en palabras de El Roto.

En realidad da que pensar lo que se está vendiendo como pacto. Ayer mismo el facundo Girauta decía sentirse consternado por la «intransigencia» del Partido Popular ante todas las propuestas de Rivera y sus almocafres. Por lo que es de cajón preguntarse si los apostólicos de Rajoy  quieren llegar o no a un acuerdo. De manera que, puestos a escarbar en la olla de las suposiciones, podríamos establecer esta hipótesis: el PP lo único que quiere es aparecer como flexible, esto es, que negocia, sabiendo que Rivera y sus parciales tienen un buche lo suficientemente dilatado para ingerir sapos a granel. De paso situaría a Ciudadanos como una organización cuya capacidad para bajarse los pantalones es inagotable. De hecho, Ciudadanos lo tiene muy difícil, porque si rompe las negociaciones el riesgo de nuevas elecciones le significaría una considerable pérdida de consenso electoral. Por lo que el objetivo de los apostólicos es: o cooptar a Ciudadanos para que vaya de bracete de ellos o debilitarlos de manera sostenida. Estamos, así las cosas, ante una questio cornuta. Que, como el sabio lector conoce, no estoy llamando cornudo al grupo dirigente de Ciudadanos: los lógicos antiguos denominaban silogismo cornudo al dilema que lleva a donde no se desea ir, sea cual fuere el camino que se decide escoger. 

Digamos, pues, que dicha cornamenta se concreta en: o se acepta un pacto gallináceo disfrazado de pavo real o se rompen las negociaciones.  Si es lo primero Ciudadanos queda como un satélite de Rajoy; si es lo segundo se repiten las elecciones y Rivera podría quedarse en pelotas. Ese es el agrio ajilismójilis para acompañar la ingesta de sapos de Ciudadanos.

No obstante, esto son suposiciones.   





miércoles, 24 de agosto de 2016

Ada Colau y sus vaivenes



El todo Barcelona comenta, todavía por lo bajinis, que Ada Colau está preparando la creación de un nuevo partido. Sería, más o menos, una conjunción de las fuerzas que integran En Comú Podem más las agregaciones que se sumaran al experimento. La impresión que se tiene es la siguiente: parece más una operación de élites, que no acaba de pisar tierra ni siquiera en el interior de las fuerzas que configuran los actuales comunes.  

Este ´no pisar tierra´ se complica porque, según yo veo las cosas, por el carácter de En Comú Podem. Yendo por lo derecho: es un conjunto de retales que tiene una gran dificultad para conformar un vestido. O, si se prefiere, se trata de una organización que se caracteriza por una disparidad de criterios, algunos de ellos de gran importancia. El más visible de todos es la posición ante el soberanismo catalán. Cada componente de En Comú Podem tiene, además, en su interior posiciones muy diversas en torno a dicha cuestión. Lo que, como es natural, acaba perturbando un intento de proyecto, especialmente el urgente que se necesita ahora, que signifique un útil banderín de enganche popular. Con lo que corren el riesgo de no ser un barco de gran cabotaje.

No estamos hablando de matices, sino de desencuentros. Ahora, con motivo de los preparativos de la Diada del 11 de Setembre, han vuelto a aparecer nítidamente: el grupo dirigente de ICV afirma «sentirse excluido (por el carácter) de la convocatoria», abundando en lo manifestado por Lluis Rabell; Ada Colau, tras una serie de aparentes meandros, es partidaria de asistir «en defensa de las instituciones catalanas». Una y otra posiciones son difíciles de compatibilizar.

Si entiendo bien ambos argumentos se podría llegar a estas conclusiones: sentirse excluido de la manifestación quiere decir estar al margen de todo lo que la rodea y explica; en cambio, la presencia en ella va más allá de las contingencias del apoyo a las instituciones catalanas y del uso que actualmente están haciendo sus responsables.

Joan Coscubiela ha dado respuesta a Colau atribuyendo su posición a un «sentido institucional» y ha recordado que hay un «rechazo unánime» a la hoja de ruta independentista que defienden Junts pel Sí, la CUP y el gobierno de Puigdemont (1). No hay motivos para no creerle. No obstante, nos permitimos dos chucherías: una, ¿por qué necesariamente la posición institucional de Colau tiene que ser de seguimiento de lo que expresa la presidencia de la Generalitat?; dos, ¿el rechazo a esta hoja de ruta es sinónimo de un rechazo a todo itinerario secesionista o un desacuerdo a esta hoja de ruta? También aquí valdría lo improductivo de «nadar y guardar la ropa». Que siempre tuvo sus límites… 

En resumidas cuentas, del equívoco al embrollo hay un trecho muy corto. Por lo que es deseable que ese «rechazo unánime», hoy un tanto gaseoso, pase a solidificarse. 



domingo, 21 de agosto de 2016

Georges Séguy y Comisiones Obreras



Geroges Séguy con 17 años, tras su liberación de Mauthausen.

Ha muerto George Séguy, el mítico secretario general de la CGT francesa a los noventa años: toda una vida fecunda al servicio del movimiento organizado de los trabajadores, del sindicalismo y de la izquierda Aquí en 
https://fr.wikipedia.org/wiki/Georges_S%C3%A9guy,  tiene el lector la oportunidad de acercarse a la biografía de nuestro compañero y amigo. En todo caso, hay cosas que añadir para tener una idea más cabal de lo que fue este padre noble de la izquierda francesa. He aquí algunas muestras.

Georges afirma en su autobiografía (Lutter  Editorial Stock, 1975, reeditada y completada en 1978, Le livre de poche) que debía la vida a un anarquista catalán que, en el campo de concentración de Mauthausen, le daba media ración del terroncillo de azúcar que le correspondía a diario. Séguy tenía 16 años. La relación de Séguy con España, y especialmente con Barcelona, fue una constante a lo largo de toda su vida. Hasta tal punto que la primera visita que hizo a nuestro país fue a Barcelona a entrevistarse con nosotros, Comisiones Obreras de Cataluña. Lo recuerdo emocionadamente porque tuvo el detalle de ir al viejo hospital de Mataró a visitar a mi primera esposa, Conxita Roig,  que estaba ingresada por un problema pulmonar. Era a finales de 1977.

Es posible que fuera el dirigente sindical europeo que más ayudara a los trabajadores españoles y concretamente a Comisiones Obreras. Apoyó entusiásticamente –con recursos logísticos—a la famosa delegación exterior de CC.OO en París, la famosa DECO. Que dirigían Angel Rozas y Carlos Elvira.

Georges es una figura legendaria del sindicalismo francés, como Giuseppe Di Vittorio en Italia y Marcelino Camacho, y si seguimos a Plutarco fueron «vidas paralelas». Los tres, somos testigos de ello, no podían dar un paso por la calle sin que la gente se les acercara a saludarlos respetuosamente. En ellos están una parte de nuestras frondosas raíces.


Gloria a Georges Séguy. 

jueves, 18 de agosto de 2016

Organización, Negociación e Industria 4.0



Victor , da recuerdos a las amistades allá arriba. 


Escribe Pedro López Provencio



Uno.- Aseveraciones iniciales


Perded toda esperanza quienes busquéis un empleo fijo, estable, seguro y bien remunerado. Eso pertenece al siglo XIX. Han venido a decir al alimón, este mayo pasado, el jefe de la patronal, Juan Rosell, el ministro del interior del PP, Jorge Fernández Díaz, y el gobernador del Banco de España, Luis María Linde.

A la vez, coincidente en el tiempo, la secretaria de Juventud de CCOO, Tania Pérez Díaz, escribe que impiden el desarrollo de un proyecto de vida autónomo los contratos a tiempo parcial no deseados, el abuso de la temporalidad, las formulas no laborales (becas, prácticas, etc.) y la inadecuación de la formación al puesto de trabajo. ¿Qué puesto de trabajo? ¿Qué formación? ¿Qué empleo de calidad?

Estas declaraciones se producen en un contexto en el que la alienación de los elementos de control del proceso productivo ya está en fase de completarse. La materia prima y el producto acabado a manos del mercader. Los medios de producción, la cantidad a producir y el conocimiento para producirlo, a manos del capitalista (1). En el que la reducción de costes y la maximización del beneficio privado han de conseguirse a toda costa. Y en el que el ninguneo del trabajador empieza a aplicarse con saña.

Sin perjuicio de esas evidencias, podemos recordar que Karl Marx nos dijo que el trabajo dignifica al hombre y Benjamín Franklin lo repitió frecuentemente. Algunos maestros de mi adolescencia nos impulsaron a ser primero un buen Oficial Ajustador y después un buen Maestro de Taller. Porque decían que el ser es permanente y el estar y el tener es contingente. Y la segunda ponencia del 11º Congreso de CCOO de Catalunya empieza diciendo “El trabajo determina la posición social del individuo y sigue siendo uno de los elementos más importantes de socialización de la persona”. Sin embargo, lo cierto es que la organización del trabajo que se viene implantando nos lleva por derroteros muy distintos.


Dos.- La organización capitalista del trabajo.

Conscientes de todo esto, durante los años 70, la posición socio-laboral del trabajador, el control del trabajo y el diseño del proceso productivo, ocupó buena parte de las preocupaciones directas de algunos sindicalistas.

Al final de esa década, los trabajadores de la SEAT, estábamos muy esperanzados. Acabada la dictadura, habíamos conseguido la amnistía laboral. Reingresamos todos los despedidos por causas político-sindicales. Nos sentíamos fuertes. Capaces de alcanzar buena parte de nuestras reivindicaciones. De avanzar hacia la emancipación. Se habían firmado los Pactos de la Moncloa. Pero la patronal no aceptó lo que se estipulaba sobre la masa salarial bruta. Y en cuanto a la organización del trabajo, pretendían mantenerla como facultad exclusiva de la Dirección de la Empresa. Limitaciones estas que nos impusieron un sobreesfuerzo en el binomio negociación-movilización.

Por aquel entonces era generalmente aceptado que los resultados que obtenía una empresa, cualquiera que fuese su naturaleza, siempre eran consecuencia directa del comportamiento de las personas que la componían. Ellas eran su principal activo, su más preciado elemento. Aseguraban el funcionamiento regular, sea cual fuere el grado de automatización o mecanización existente. Una empresa sería lo que fuesen sus trabajadores.

También se sabía que los objetivos se alcanzan siempre a través de los procesos que se ponen en marcha. Con independencia del grado de formalización que tengan. Y para conseguir la máxima eficacia y eficiencia, estos procesos, debían ser adaptados a las competencias que pudiesen ejercer las personas que los habían de impulsar y ejecutar. Y con su concurso. La ergonomía despuntaba. El diseño del puesto de trabajo debía subordinarse a las características fisiológicas, anatómicas, psicológicas y, sobretodo, a los conocimientos y capacidades del trabajador que tenía que realizar el trabajo.

Implícitamente, las normas ISO 9000 y las del premio europeo a la calidad EFQM, declaraban caducos los principios derivados del taylorismo (el cerebro en la oficina y el brazo en el taller). Y propugnaban decididamente la participación y el bienestar de los trabajadores, como condición imprescindible para el buen funcionamiento de la organización y la mejora de la calidad.

Sin embargo, en la práctica, se continuaba con el antiguo análisis de métodos, la determinación de los tiempos y la valoración de los puestos de trabajo. Que, bajo el poder exclusivo y excluyente de la patronal, resultaban claramente contradictorios con los valores postulados.

Con el análisis de los métodos de trabajo se busca la forma más económica, rápida y sencilla de realizarlos. Apropiándose casi siempre de los conocimientos y de la experiencia del trabajador. Porque ningún ciclo de trabajo es capaz de prever, previamente, todas las circunstancias y requisitos necesarios para desarrollar todas las tareas. Son los trabajadores los que suplen las insuficiencias y las carencias imprevistas. La prueba es que, cuando se decide trabajar a reglamento, es decir, cumplir exactamente con las indicaciones contenidas en los ciclos de trabajo y en las hojas de operación, se produce lo que llamamos una huelga de celo y se paraliza la producción.

Una vez fijado el método, se procede a su descomposición en partes elementales. Y a determinar los tiempos de ejecución de los trabajos. En unas pretendidas condiciones óptimas de efectividad y con los medios previstos en cada caso. Que luego raramente se dan. Los tiempos se obtienen cronometrando repetidas veces las distintas tareas, productivas o improductivas pero inevitables. Posteriormente se nivelan con la apreciación de la actividad observada en el trabajador mientras se le cronometra. Y se le agregan también unos determinados coeficientes de fatiga, necesidades personales, penosidad, tensión mental, monotonía, tedio y otros.

La subjetividad en la determinación de tiempos de trabajo es de difícil superación. En primer lugar dependerá del tamaño de la muestra y de si ésta es representativa. Después, de la apreciación de la actividad que haya observado el cronometrador. Lo que depende de su pericia, estado de ánimo y capacidad del trabajador para confundirlo. Y, al final, de los más o menos coeficientes que se apliquen.

Se dice que la actividad normal es la que puede desarrollar un obrero, entrenado en la tarea que realiza, haciendo un esfuerzo equivalente a caminar a una velocidad de 4,5 km/h. O a repartir 48 naipes en 30 segundos sobre las cuatro esquinas de un folio. Es decir, para hacer un trabajo “normal” un obrero ha de desarrollar un esfuerzo equivalente a caminar unos 32 Km en una jornada de 8 horas. O de unos 42 km para obtener el rendimiento óptimo. Intenten caminar 160 Km en cinco días. O 210 Km, si intentan desarrollar la exigible actividad óptima. Semana tras semana. (Ver Art. 98 del XIX CC SEAT)

Se completa el trípode con la Valoración de los Puestos de Trabajo. (En adelante VPT). Esta técnica nace como consecuencia del uso de criterios tayloristas, llevados al límite, en el diseño de los métodos de trabajo. Tiene por objeto conseguir que los aparatos organizativos obtengan mayor control del trabajo y, sobretodo, de los trabajadores. Para ello hay que liberarse de gran parte de la jerarquía de valores (profesionales, culturales, sociales) vigentes en la Sociedad. Hay que conseguir que los trabajadores se amolden con facilidad a los requisitos de funcionalidad productiva y de movilidad en los puestos de trabajo. Para poder llevar a las personas de aquí para allá sin limitaciones, independientemente de sus capacidades. Y poder cubrir los fallos en la programación, las calamidades y los despilfarros inherentes a ésta forma de organización industrial. A la vez que se crea inseguridad.

Repetir indefinidamente tareas parciales desconectadas de su finalidad, durante toda la jornada laboral, días, meses, años, es algo antinatural. Y eso, a principios de los 80, afectaba ya a trabajos de alta cualificación. Conseguir que los trabajadores se adapten a ello no es tarea fácil. Hay que encontrar la forma de obligarles subliminalmente a que accedan a la reducción de su autonomía, en lo que se refiere a la utilización de los medios y a la elección de los métodos. Para eso se necesita romper con las líneas de carrera profesionales que se adquieren fuera de la fábrica y que, en ella, ni se utilizan ni se mantienen. Y ahí es donde actúa la VPT.

Para proceder a la valoración de un puesto de trabajo primero hay que tener descritas las tareas previstas en él. A continuación se le asignan unas puntuaciones de acuerdo con unos criterios preestablecidos (2). Después, para subsanar las incongruencias y las contradicciones más flagrantes, se procede a “comparar” y “equilibrar”. Y finalmente en la Comisión de Valoración, con participación de representantes de los trabajadores que legitiman la ocurrencia, se acaban redondeando. El resultado suele corresponder, normalmente, a las distintas presiones que ejercen los miembros de la Comisión en función de los intereses que representan. En realidad no importa mucho la puntuación que se le dé a cada puesto, siempre que el global sujete la masa salarial en las magnitudes previstas.

La VPT se realiza prescindiendo total y absolutamente del trabajador que ocupe o pueda ocupar el puesto de trabajo que se “valora”. Así, los trabajadores resultan intercambiables y se puede prescindir de ellos con facilidad. Al tiempo que se produce un gran despilfarro en conocimientos, méritos, capacidades y experiencia. Pues los trabajadores suelen estar “sobradamente preparados” para lo que “requieren” los puestos de trabajo en los que se les coloca.

Una vez implantada la VPT, ya no somos peones, especialistas, oficiales, maestros o ingenieros. Ahora estamos en un puesto de nivel 7, 11, 15 o 19. Del ser al estar. Estar en el lugar que se nos asigne haciendo lo que se nos mande. Pronto y casi siempre desde una pantalla y puede que desde casa. Aportando conocimiento “gratis et amore”. Obedeciendo sin rechistar. Que hay muchos esperando. Y da igual que sean peores, igual o mejores, si tienen la formación básica y son sumisos.

Para asentar el sistema, los salarios y la promoción profesional de los trabajadores ya no están en función de lo que se es, ni de su potencial, sino de lo que se les hace hacer, según decida la organización de la empresa. Que cada vez simplifica, divide y automatiza más para pagar menos y no depender del trabajador cualificado. Ya puede uno estudiar y adquirir conocimientos y experiencia que si no le cambian de puesto de trabajo no habrá promoción ni mejora posible. Y cada vez los diseñan más simples y elementales.

Para nada importa que sea caballo, burro, buey, cabra o perro. No importan ni sus cualidades ni sus habilidades. Lo que interesa es que, uncido al palo de la noria, de vueltas sin parar extrayendo agua. Sin saber para qué. O tire del carro. A 4,5 Km/h. O más, si aspira a tener una ración extra de pienso. Con la zanahoria de señuelo. La promesa de un nuevo producto a fabricar. Para que no se lleven la fábrica. Los amos. Ya sin límite para hacer lo que les dé la gana.

También puede que contribuya a la desconexión empresa-sociedad las enseñanzas de formación profesional y la rama técnica de las universitarias. Pues no parece que hayan tenido la capacidad y la rapidez necesaria para adelantarse, o enfrentarse, al ritmo de transformación tecnológica y a los criterios productivos que se instauran en la industria. Ir por detrás y al servicio del sistema financiero, no es lo que deberíamos esperar del sistema educativo. Lo que antes era Oficialía y Maestría Industrial es ahora FP1, FP2, FP3. ¿Quién quiere ser un “Efepedos”?

Al sentimiento de pérdida de identidad individual y colectiva, que todo esto supone, ya nos han ofrecido culpables propiciatorios: la inmigración y el otro. Que nos pueden quitar el puesto de trabajo. O que nos impiden acceder. Puesto de trabajo que han hecho independiente de la persona que lo ocupa y más fácil de ocupar por cualquiera, en cualquier parte del mundo. Intentan hacer creer que el conflicto principal lo traen quienes huyen de la guerra o de la miseria. O los que aún tienen un contrato fijo. Las soluciones son sencillas. Cerrar las fronteras a las personas. Pero no para capitales, servicios y mercancías. Y el contrato único, que nos hará más precarios a todos y facilitará la eliminación o la sustitución. Ante este cataclismo, hay quien busca un ilusorio refugio en su Fábrica, que no es suya, o en su Nación, imaginada. Aun a costa de perder derechos y libertades. La ultraderecha cabalga.


Tres.- Negociación del convenio colectivo.


En una situación contradictoria, parecida e intuida, continuamos en 1978 con la negociación del VIII Convenio Colectivo de la SEAT. Además del salario, la jornada laboral y demás aspectos habituales en toda negociación laboral, había dos asuntos en los que teníamos especial interés. Las condiciones de trabajo de los compañeros que trabajaban en las empresas prestamistas, hoy denominadas “de contrata”, y la organización del trabajo.

Empezamos planteando que todos los trabajadores y sus empresas, que trabajasen en la SEAT, se acogiesen al Convenio que estábamos negociando. La representación de la patronal se negó en redondo. Anunciándonos que algunos servicios, como comedores, orden y vigilancia, mantenimiento y engrase, asistencia sanitaria, limpieza técnica, etc., serían externalizados inmediatamente para que, pagando menores salarios, les saliese más rentable. Este primer escollo se saldó cuando se aceptó, como precedente, la adhesión de FISEAT a nuestro convenio. Dejando esta importantísima discusión para cuando se negociase el apartado de control de gestión en la negociación abierta. Éramos conscientes de la desigualdad que se proponían implantar siguiendo el estilo japonés. Hermosa fábrica de montaje final. Deplorables talleres y empresas suministradoras que se autoexplotasen compitiendo a la baja.

En la actualidad, la “externalización” se ha seguido tratando en punto 4 de las materias acordadas no incluidas en el XIX Convenio de la SEAT. Han conseguido el compromiso de que se arbitrarán medios de información sobre si se cumplen las condiciones laborales mínimas en las empresas proveedoras y contratistas. Después de 38 años, aquí hemos llegado.

La organización del trabajo y la industrial fue tratada entonces, con intensidad, en una de las subcomisiones. Al principio mantuvieron, férreamente, lo de “atribución exclusiva” de la Dirección. Les amenazamos con continuos trabajos a reglamento y huelgas de celo si no llegábamos a acuerdos satisfactorios. Nos creyeron muy capaces. Por eso aceptaron que fuese uno de los primeros temas a tratar en la negociación abierta. Y se acordó el siguiente principio por el que regirse:

Art.- 45. La Empresa, al crear nuevas estructura en el futuro, lo hará prestando especial atención a las aptitudes de todo el personal de sus plantillas, con el fin de aprovecharlas al máximo y dar oportunidad a los trabajadores de desarrollarlas.

Al poco de firmarse el convenio supimos que ya se estaban valorando los puestos de trabajo. Habían empezado por los de los ingenieros y demás personal que no estaban amparados por el Convenio. Nuestra protesta cayó en saco roto. Lamentablemente aún no habíamos logrado que se asumiese colectivamente este tipo de reivindicaciones para poder oponernos con suficiente fuerza.

En el XIX Convenio Colectivo de la SEAT ya han desaparecido todas las categorías profesionales de los trabajadores. Permanecen, aún, las especialidades. Los salarios ya no corresponden a los trabajadores, según su categoría profesional, sino a los puestos de trabajo, según el nivel asignado. Y en cuanto a la organización del trabajo se dice:

 Art. 86.- Nuevo sistema de organización del trabajo
Ambas partes se comprometen a analizar y establecer, mediante acuerdo, nuevos sistemas de organización del trabajo, tales como la implantación del cuarto turno, miniturnos y otras medidas de flexibilidad, en los casos en que se produzca un incremento de la demanda que requiera una mayor capacidad productiva de la fábrica. Ello, con el objeto de llegar al mercado de una manera más rápida, eficaz y precisa, y, por tanto, también mantener y fomentar el empleo.

Ole. Solo es mentira la última frase. Tal vez, alguien debiera reflexionar sobre el camino recorrido en estos 40 años. Y, en su caso, adoptar las acciones correctivas correspondientes.

Cuatro.- Industria 4.0


Ahora empieza otra fase. Van a poner en marcha lo que se apunta en la “Iniciativa industrial conectada 4.0” (3). Con ella pretenden que, en la denominada fábrica inteligente, los seres humanos, las máquinas y los recursos entren en comunicación mutua y directa. Como en una red social. Que se identifiquen por radiofrecuencia, sensores o aplicaciones de teléfonos móviles. Que interactúen entre ellos y cooperen con los “componentes inteligentes” del entorno. Entre los que no se cita a las personas. Para alcanzar los objetivos a través de esquemas de guiado específico. El motor digital será clave. Dicen que permitirá la generación de nuevos modelos de negocio. Mediante un sistema de gobernanza que implique a muchas instituciones sociales. Entre las que no se mencionan expresamente a los sindicatos.

Para ello tendrán que ir ajustando los procesos. Adaptándolos a las nuevas necesidades del entorno digital. Y a la mayor obsolescencia tecnológica que pueden sufrir los componentes. Tanto de medios como de productos. Porque les parece que el ciclo de vida, de los componentes de automoción por ejemplo, tiene unos plazos demasiado largos. Ahora, desde la fabricación del producto hasta el final de su vida útil, pueden llegar a los 12 años. La nueva era digital no va a admitir tiempos tan amplios. De los objetos que duraban casi para siempre, a los 10 a 12 años actuales, se pasará a los 3 o 4 futuros. Mayor rapidez en la renovación. Con la consiguiente generación de beneficio, desechos industriales y ampliación del vicio de “usar y tirar”. La información que generará el sistema servirá para anticipar las “necesidades” del cliente. Y para predecir las ventas con la información histórica y las variables de mercado. Los datos personales que se obtengan posibilitarán e incrementarán las utilidades de control y de manipulación del trabajador y del comprador.

La obsolescencia, incluso programada, alcanzará también a las empresas, cuya longevidad media se reducirá considerablemente. Hasta a 1/3 de la actual. Se acortarán los ciclos de renovación. La inseguridad laboral será una característica esencial del sistema. El desempleo ocasional o habitual alcanzará a casi todos los trabajadores, tengan la cualificación que tengan.

Para que funcione el nuevo sistema se necesitará la máxima implicación posible de los trabajadores en el proceso de innovación. Al menos inicialmente. Pues el cambio de paradigma hombre-máquina, que puede generar Industria 4.0, propiciará nuevas formas de trabajo en las fábricas. Algunas susceptibles de ser realizadas en el domicilio y en otros lugares de trabajo móviles y virtuales. En cualquier punto del Globo.

Tienen previsto seguir expropiando la sabiduría de los trabajadores. Aprovechando que las personas somos creativas, proactivas y flexibles. Para ello considerarán alguna forma de participación en las estrategias de acción y en las variables de gobierno. Y para que fructifique la creatividad, dicen, van a fomentar un ambiente organizativo basado en la confianza, en la equidad, en la justicia social, en la delegación de poderes y en la responsabilidad aceptada. Ya. Lo que pasa es que el significado de esas palabras, a la hora de convertirlas en acciones, no es el mismo para todos. Y ya nos advirtió  Santiago “de buenas intenciones está en infierno empedrado”. Para avanzar en esos propósitos deberían participan ya en el diseño, con poder y bien asesorados, representantes sindicales sin domesticar. En otro caso no será creíble. Ni podrá ser real.

Evidentemente la tecnología es útil. Pero no será capaz por sí sola de superar los problemas que conllevan dos objetivos contradictorios: atraerse la inteligencia de los trabajadores, por un lado,  y el de controlar sus prestaciones disminuyendo su dignidad, por otro. Y será una tentación irresistible forzar la segmentación de la fuerza de trabajo, al comprobar que se trata de un vínculo social independiente del tecnológico.

También se proponen crear nuevas estructuras sociales en los centros de trabajo. Que gestionen la salud, la organización del trabajo, los modelos de aprendizaje permanente y los planes complementarios de estudios. En función de sus intereses y sin control público. Probablemente diferenciados de los que existan en la Sociedad.

Y también se prevé diseñar un nuevo sistema de puestos de trabajo diferenciados. Que permita la utilización de inmigrados y de trabajadores de baja cualificación, intercambiables, baratos y prescindibles. Aunque eso ya no será novedad. Pues ya ha llegado el día en que personas sin ocupación laboral, incluso con buena formación, solo tienen acceso a empleos mal pagados, con condiciones de trabajo deficientes y gran inestabilidad. Y se consagrará esta situación si los sindicatos y el poder público no toman cartas en el asunto.

Todo esto contribuirá  a ampliar las desigualdades. Especialmente las de renta. A las que se refieren las nuevas clases sociales (alta, media, baja) que pretenden sustituir a las tradicionales (obrera-trabajadora, campesina, burguesa, capitalista-financiera). Ya se puede comprobar que, desde hace tiempo, se están creando oportunidades desproporcionadas para pocos. Trabajadores altamente cualificados, de clase alta, que puedan permitirse el lujo de pagarse una enseñanza especializada de élite.

Estas tecnologías radicalmente innovadoras, disruptivas, y las nuevas formas de trabajo pueden generar consecuencias socialmente peligrosas, que convendría indagar más y adoptar las adecuadas acciones correctivas. Por ejemplo. Cuando el reponedor y el cajero del supermercado sea sustituido por automatismos guiados por el chip del producto. Y solo sea necesario un vigilante con porra y perro. Como ya sucede en el metro de Barcelona, donde incluso se ha suprimido al conductor en alguna línea.  Cuando nuestras enfermedades y dolencias se las tengamos que contar al teléfono móvil. Cuando se sustituya a los técnicos por algoritmos y a los trabajadores que realicen el trabajo menos cualificado por máquinas automáticas. Habremos entrado en una dimensión desconocida.

Un nuevo estudio (4), de la Oficina de Actividades para los Empleadores de la OIT, indica que la era de la robótica ya es una realidad, incluso en los países del sudeste asiático (ASEAN). Las tecnologías avanzadas, tales como la impresión 3D, la robótica y el Internet de las cosas, ya son apreciables. Estas tecnologías, dicen, que son positivas para aumentar las ventas, la productividad laboral y el empleo de trabajadores muy calificados. Sin embargo, los puestos de trabajo para los que se requieren menos cualificaciones son particularmente vulnerables a las tecnologías disruptivas, que se irán introduciéndose paulatinamente a fin de sustituir principalmente empleos poco cualificados, cuando su coste se reduzca y las innovaciones estén al alcance incluso de las pequeñas empresas.

Un antiguo compañero de estudios, directivo de una multinacional antes de jubilarse, me reprochó que solo vea la parte negativa. Y no. Que el trabajo penoso, simple y repetitivo lo hagan las máquinas automáticas es fantástico. Y los avances científico-técnicos en materiales, mecánica, neumática, hidráulica, electrónica e informática, me parecen tan maravillosos como imparables.

El problema está en el reparto de los beneficios y las cargas. En la Sociedad que se dibuja. De quién programa, dirige y controla el proceso productivo y la posición que en él ocupamos las personas. Porque ¿han de seguir dirigiendo esos que no han tenido ningún escrúpulo en modificar los sistemas del coche que fabrican? Para que no se detecte que envenenan más de la cuenta el aire que respiramos. ¿O de los que recomiendan a la mujer profesional que congele sus óvulos, para poder tener hijos en un momento “más propicio” que no interfiera en su rendimiento? ¿O de los que elevan a “dogma de fe de la ciencia industrial” lo que solo son posibilidades que admiten prueba en contrario? ¿O de los que ofrecen a nuestros hijos vivir peor que sus abuelos, con menos derechos, menos servicios sociales y más restricciones a la libertad? ¿O de los que han implantado un sistema que deteriora las condiciones de vida, cercena la igualdad de oportunidades y ataca a la dignidad?


Cinco.- Consideraciones finales (por ahora)


Ahora en CCOO han decidido repensar. Y hasta es posible que se renueven y acceda la generación de nuestros hijos a la dirección del Sindicato. Podría ser un momento adecuado para dedicar más atención al proceso productivo, al trabajo, a sus condicionantes y a sus consecuencias. A fin de cuentas esa es la base de su origen y la razón de su existencia.

Hay que intentar impedir que sigan desquiciando más a esta Sociedad. Con el casi único objetivo de seguir haciendo más ricos a los especuladores financieros y a sus directivos. A los que les importamos un bledo, el trabajo, los trabajadores y la gente en general. A esos directivos, que les sirven, es a los que hay que controlar de forma constante y exhaustiva.

Como más pronto que tarde se irán apercibiendo de que el trabajo en grupo y cooperativo es mejor que el del trabajador aislado con tareas fragmentadas, podría ser la ocasión de recrear la célula que recuperase la acción sindical de otro tipo en la fábrica. Al tiempo de organizar a los trabajadores sabiendo que el vínculo con la empresa o fábrica será perecedero. Por lo que la negociación colectiva deberá enfocarse preferentemente hacia ámbitos superiores de sector o comarca y con referencias a los tiempos de desocupación.

Para eso el Sindicato ha de arrebatarle la hegemonía del discurso a la Dirección de la Empresa. Y lograr que un trabajo libremente elegido vuelva a ser un atributo de ciudadanía. Que las personas puedan insertarse en una actividad útil y profesionalmente gratificante. En un entorno donde el talento pueda emerger y practicarse. Tutelando la elección de los responsables y portavoces de los grupos de trabajo donde se vayan implantando. En línea con el enunciado de la segunda ponencia del 11º Congreso de CCOO de Catalunya que dice “El trabajo determina la posición social del individuo y sigue siendo uno de los elementos más importantes de socialización de la persona”. Para avanzar en la utopía de exigirle a cada uno según sus posibilidades y darle a cada cual según sus necesidades, como mínimo.

Agosto de 2016