martes, 29 de mayo de 2012

SINDICALISMO DE TUTELA, SINDICALISMO DE TRANSFORMACIÓN




Nota editorial. La conversación sobre el libro de Trentin, La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo, entre Paco Rodríguez de Lecea y un servidor, versa sobre el CAPÍTULO 7 (3)  Del “salario político” a “la autonomía de lo político” (Tercera parte) 




Querido Paco, hasta donde hemos comentado el libro de nuestro amigo Bruno Trentin podemos sacar una primera conclusión: no es gratuita la insistente machaconería del autor en torno a las cuestiones de la organización del trabajo y su polémica con los detractores de que el sindicato interviniera en ese terreno. No se dirigía a los intelectuales que esquemáticamente podríamos denominar izquierdistas, también dirigía sus dardos contra el grupo dirigente del PCI –dirigido por Berlinguer-- que, con la excepción de Ingrao, sólo estaba interesado en el conflicto tradicional (horarios y reducción de la jornada) y veía como herejía que la acción sindical rebasara esos límites; tres cuartos de lo mismo podríamos decir del Partido socialista italiano. Por no hablar de la cultura dominante en la CGIL y el resto de las organizaciones sindicales italianas. Por cierto, es necesario recordar que Togliatti nunca vió con buenos ojos el planteamiento de Giuseppe di Vittorio con aquel proyecto del Piano del Lavoro, cuyo objetivo iba más allá de las iniciativas y prácticas sindicales tradicionales. Lo que me trae a la memoria el ninguneo que el Partido Comunista de España hizo del camachiano Plan de solidaridad contra el paro y la crisis. Más allá de las limitaciones y lagunas de este proyecto que intentó poner en marcha nuestro Marcelino Camacho, lo cierto es que el partido --¿te acuerdas, Paco?— nunca estuvo por la labor. Comisiones, de esa manera, podía entrar en un itinerario que se saliera de los modelos canónicos en que papá-partido había decidido confinarle.

Comoquiera que nuestros amigos italianos del sindicalismo dieron de lado las reivindicaciones sobre la organización del trabajo y otras anejas; y, dado que nosotros en España, nunca lo abordamos, hemos consolidado un sindicalismo de tutela, ¡lo que no es poca cosa! No sólo no es poca cosa sino que, incluso, es necesario que lo sea todavía más “de tutela”. Pero no es de transformación del trabajo. Y, entiendo yo, esta es una de las limitaciones que tenemos. Más todavía, una de las gangas que los sindicalistas de nuestra generación hemos dejado a los que nos siguieron. Pero que éstos mantienen no como ganga sino como un tesoro. Así pues, del sindicalismo de tutela (que no es poca cosa) se desprende el conflicto de tutela, pero no el conflicto por la transformación del trabajo. 

Entiendo que no tiene nada de sorprendente la convergencia de “los izquierdas” con los grupos dirigentes de la izquierda en torno a la inmutabilidad sagrada del taylorismo. Todos los que se salieron de esa órbita eran vistos como sospechosos: desde la Luxemburgo hasta Trentin pasando por Karl Korsch, por no hablar de la “loca” (según un intemperado Trostky) de Simone Weil. También en la bondad del taylorismo coincidieron los dirigentes soviéticos con aquel perillán de Louis-Ferdinand Céline (como lo oyes, Céline) que partía de la lúcida y cínica afirmación de que el taylo-fordismo configuraba una selección natural entre las personas y, por tanto, era el instrumento ideal de gobierno de la fuerza de trabajo en una sociedad totalitaria.

Tal vez pueda parecerte una “fuga hacia delante”, pero entiendo que una de las formas de salir de esta vorágine contra reformista en la que estamos es a través de un proyecto sindical (preferentemente unitario) que sitúe los temas de la organización del trabajo como eje central de las reivindicaciones con la mirada estratégica de la salida gradual del taylorismo. Lo que no quiere decir, ¡dios me libre!, de abandonar la acción de tutela y el conflicto distributivo. Pero, sólo en este terreno (el del conflicto distributivo) la carga sobre Sísifo siempre tendrá más toneladas y la cuesta siempre está más empinada.

Por cierto, una prueba de que estamos en condiciones de apuntar a reivindicaciones que vayan más allá del tradicional conflicto distributivo nos la proporciona la huelga recientísima de las enseñanzas en toda España. Una movilización oceánica. Esta mañana, cuando compraba el pan (yo estoy a lo que me manden) las señoras comentaban la huelga en Pineda de Marx. Lo cierto es que ha sido la huelga con mayor seguimiento de las que ha realizado la enseñanza. Y donde en mi opinión han estado más presentes los vínculos entre el carácter defensivo (contra los recortes) y la enseñanza pública y de calidad. Por cierto, navegando por Internet me he podido dar cuenta del alcance, digamos geográfico, de la movilización. Lo que me lleva a esta consideración: parece que la disputa por la objetividad de la huelga se ventila entre los convocantes y los poderes públicos en las ciudades importantes, especialmente Madrid y Barcelona. Y nadie de los nuestros hace la necesaria ostentación de que en León y Tudela, en Cuenca y Ciudad Real, y no sigo para no aburrirte había, como diría nuestro inolvidable Tito Márquez “una nube de criaturas” haciendo huelga y en las manifestaciones. 

Dispensa que insista sobre el uso social de las conquistas. Dices atinadamente que   “la utilización que cada trabajador concreto hace de esas nuevas posibilidades [las que abren las conquistas] queda fuera del radio de acción del sindicato”. Por supuesto, el sindicato no es un Savonarola que pretenda moralizar y encorsetar la vida del prójimo. Pero yo iba por otra vereda más cercana, por ejemplo, a lo siguiente: es un dato inobjetable que una parte muy substancial de la reducción de los tiempos de trabajo se ha rellenado con las horas extras. Entonces, algo tendría que haber dicho el sindicato en torno a ello, porque nuestra orientación –equivocada o no— iba en otro sentido. Que el interés sea sociológico me parece evidente. Pero me imagino que para una vida buena. Comoquiera que no me tengo por un monje urbano no hace falta que diga que estoy por el esparcimiento e, incluso, por la diversión, incluido el hecho de, si se tercia, ver cómo se tiran Josep Fuentes (de Lemmerz) y Manolo Ramos (de Telefónica) desde un aeroplano en paracaídas. Hasta el mismo Trentin, afamado alpinista, usaba su tiempo libre para tan inquietante actividad. Bueno, ya hablaremos sobre el asunto. En resumidas cuentas, ¿qué impide que el sindicalismo sepa de cuál es el uso social de sus conquistas?

Mientras tanto, vuelvo a alzar mi copa por el éxito de la huelga de la enseñanza. JL


Habla Paco Rodríguez de Lecea.

Querido José Luis, antes de entrar de nuevo en el hilo de nuestros comentarios, me adhiero con gusto a tu saludo a la movilización de la Enseñanza. Los motivos de júbilo son claros: lo que arranca con esa huelga multitudinaria no es una lucha meramente defensiva, ni salarial, ni distributiva: sino que los enseñantes mismos, en cuanto que protagonistas y responsables principales de la tarea que tienen encomendada, reclaman un modelo propio y alternativo de enseñanza pública y de calidad, contrapuesto a la visión grotesca que se empeñan en defender el ministro Wert y los responsables autonómicos del asunto.

Me disculpo, de otro lado, por no haber entendido de primeras tu apunte sobre el uso social de las conquistas sindicales. Veo que el quid está en la llaga abierta en la que insistía (supongo que sigue insistiendo) en poner el dedo Javier Sánchez del Campo: el sindicato logra muchas conquistas que luego se pierden por falta de control. Como no hay un seguimiento adecuado de su cumplimiento, muchas veces los beneficiados se desentienden de esas mejoras o, aún peor, como en el caso de la reducción de horario, las revierten a prácticas contrarias a los principios que guiaron la lucha por esa mejora. No descarto volver sobre el tema después de alguna reflexión, y siempre habida cuenta de la tesitura con la que estamos dialogando sobre estos asuntos: o sea, desparpajadamente, para decirlo contigo. Bien arrellanados en nuestros sillones de mimbres ya algo desvencijados, un paypay en la mano y el botijo rezumante al alcance, resguardados de este curioso solito de finales de mayo detrás del quicio de una puerta abierta de par en par a la calle mayor de la gran ciudad de Parapanda, por donde discurre bulliciosa la realidad delante de nuestras narices.

Vengo a dar ahora en Ingrao. Trentin lo cita en esta parte del capítulo séptimo, y explica cómo su teorización, mediados los años setenta, de una ‘socialización de la política’ fue calificada por algunos como propia de ‘anime belle’. Con una ironía negra de intención bajuna, preciso.

En el libro que me prestaste el viernes pasado (Pietro Ingrao, Las masas y el poder. Crítica, Barcelona 1978, traducción de Ricardo Pochtar), he reencontrado el escrito ‘La nueva frontera del sindicato’, aparecido en Rinascita en enero de 1975. En el capítulo correspondiente del libro, hay abundantes subrayados tuyos. Creo recordar que yo manejé en tiempos una fotocopia del mismo texto en italiano, y también la cubrí de rayas, notas y signos de interrogación y de admiración. Revisitado el texto, me aparece una primera perplejidad: ¿qué estilo es ese? Copio al azar el inicio de algunos párrafos: “No debemos ignorar los problemas y las tensiones...”, “Sería necio disimularse las graves dificultades...” “No hay que sorprenderse demasiado...”, “No se trata de extender unos ‘reglamentos’ exteriores; pero no menos claro...”, “Esta pregunta no es tan formal como parece...” Da la sensación de que el autor se apresura a cada momento a colocar una negación o una precisión cautelar delante de cada afirmación concreta, más pendiente de los reproches que se le podrían hacer que del desarrollo de su argumento. El artículo es una apoteosis de lo perifrástico. Ingrao podría haber escrito, por ejemplo: “Nadie lo bastante agudo debería dejar de advertir, con introspección no exenta de prudencia, la súbita rigidez que se impone a mi apéndice digital...”, donde nuestro Paco Puerto expresaría con desgarro: Mira cómo se me ha puesto el deo.

Para mí que el estilo es en este caso un indicio claro de incomodidad. E imagino por qué. Conlleva un mandato de la dirección del Pci que incluye también, dicho con una palabra que sueles utilizar, un cogotazo. Un cogotazo envuelto en un mensaje expresado en positivo (la socialización de la política), pero un cogotazo doloroso. Veámoslo:

«... En ese retorno al pansindicalismo convergían (y a veces se entrelazaban) un obrerismo palingenésico de ‘izquierda’, que redescubría la fábrica y consideraba que era posible resolver en su interior el problema de la revolución y del poder, y un interclasismo corporativo, que mezclaba doctrinas anglosajonas y sociología católica, y apuntaba a una liquidación de la democracia representativa en favor de una relación ‘a tres bandas’: sindicatos, empresarios y Estado [...] ¿Cómo puede el nuevo sindicato asumir todas las implicaciones que entraña la lucha en favor de un nuevo tipo de desarrollo, y entrar en el terreno de una proposición general y ‘estatal’, sin convertirse en un partido tout court?»(Pág. 123)

Donde pone ‘palingenésico’ (he tenido que mirarlo en el diccionario), pon ‘redentor’, y te queda claro todo el cuadro. No se concreta, ni se da ningún nombre, pero la acusación es demoledora. Es la acusación del partido-guía que quiere en sus manos todo el control, todo el poder de decisión en un momento en que está proponiendo, al estado clientelar de la vieja maquinaria politiquera democristiana, un envite crucial: modernización de los aparatos de estado y extensión de las libertades y de la democracia representativa, a cambio de una ‘adecuación’ de los trabajadores a la maquinaria productiva del capital. O sea, a la epifanía del taylorismo.

Vuelvo al texto de Ingrao. Después del palo, la zanahoria sabiamente presentada:

«En síntesis: la autonomía del sindicato se defiende hoy, no con la autosuficiencia autárquica, con la separación respecto de las fuerzas políticas, sino organizando en cambio la confrontación con las mismas en todo el arco del país, en toda la gama de las asambleas electivas, encontrando en esta nueva dialéctica el espacio para darle al sindicato un horizonte que no sea sólo ‘redistributivo’ y que sin embargo mantenga la inmediatez reivindicativa que le es propia. Pero esta es una salida que no puede pesar sólo sobre las espaldas del movimiento sindical, sino que depende también de la capacidad de los partidos con base popular para liquidar realmente cualquier clase de integrismo, cualquier tentación de ‘colateralismo’ y de ‘correas de transmisión’...» (Pág. 130)

En síntesis: una nueva relación entre sindicato y partido, una colaboración basada en la confluencia de propuestas y de discursos, una socialización de la política. Más de veinte años después, Trentin respondió con precisión demoledora a las acusaciones injustas resumidas en el primer párrafo citado, y agradeció a Ingrao su estímulo a definir para el sindicato una nueva frontera con un horizonte ‘no sólo redistributivo’.

Hubo posiciones bastante más cerradas que la de Ingrao en aquel debate. Las citas y las argumentaciones desarrolladas a lo largo del capítulo nos permiten calibrar la dureza de la batalla. Aquí en España tuvimos, por lo que recuerdo, algunos retazos de bronca más o menos asimilables a esa polémica, pero en tono mucho más amortiguado. Los sindicatos y los partidos ‘con base popular’ bastante teníamos, a partir de 1975, con los esfuerzos por salir a la luz y conquistar una visibilidad suficiente en el panorama rocambolesco de la transición democrática. Y la llegada de una izquierda, la socialista, al gobierno en 1982, ocurrió después del sofoco, o la laminación, de la oposición interna, incluida la sindical, y sin otro horizonte que el de la economía de mercado y el gobierno de lo existente. Saludos, Paco
    

lunes, 28 de mayo de 2012

A VUELTAS CON EL RETO DE COMISIONES OBRERAS




Nota ediorial. El compañero Julián Sánchez Vizcaíno escribió un importante artículo:
http://www.nuevatribuna.es/opinion/julian-sanchez-vizcaino/2012-05-10/el-reto-de-comisiones-obreras/2012051013215900704.html.  A su vez, un servidor respondió en EL RETO DE COMISIONES OBRERAS.   Al que Julián contesta con nuevos argumentos, que se agradecen.


Julián Sánchez Vizcaíno


Gracias, José Luis, por la atención que le dedicas a la propuesta que defiendo en el artículo "El reto de Comisiones Obreras". Desde la amistad compartida y el respeto a tus posiciones, en la medida de mis posibilidades de tiempo y capacidad, continúo con la conversación a la que me abres paso en tu Blog, referencia de debate y opinión fundada sobre sindicalismo y muchos más temas tanto por sus contenidos como por su forma, el diálogo desde el respeto al otro y a las ideas diferentes, como el resto de la esfera de Parapanda.

A modo de precisiones iniciales, dos consideraciones aclaratorias respecto de una cierta confusión generada por la manera de situar el debate, quizás poco afortunada.

Por un lado, en absoluto pretendo sugerir el desplazamiento de la centralidad de la acción del sindicato a otro lugar que no sea la empresa, pero creo que, aceptada dicha centralidad, otras instancias y realidades surgen hoy como ámbitos necesarios de intervención. Idéntica apreciación a la que tú señalas se me ha objetado en las ocasiones en las que he planteado en otros círculos esta cuestión sobre el territorio y el sindicato, siempre respondo que no trato de sugerir una inexistente contradicción entre dos polos, la empresa o el centro de trabajo, frente a una suerte de "Comisiones Obreras territoriales". En cualquier caso, encuentro natural que se reaccione de esta forma ya que la propuesta no encaja en el marco habitual de análisis sobre los temas de sindicalismo y relaciones laborales, en los que, dicho sea de paso, aunque me asomo a ellos con interés, no soy ni mucho menos experto.

De otra parte, no sostengo que abordar esta cuestión lleve consigo poner otras en un segundo plano. Ni siquiera vengo a plantear una posición sobre el orden de prioridades que el debate confederal debe llevar a cabo. Empleo la palabra reto en singular no por descarte de otros objetivos, sino con la intención de enfatizar la necesidad de abordar un campo de trabajo e intervención que, en lo que yo sé, no ha sido explorado suficientemente hasta el momento en el sindicato y que, a mi modo de ver, es clave en el contexto actual. El debate que propongo tampoco gira en torno a la organización del sindicato ni al mayor o menor peso de unas sobre otras estructuras orgánicas. Por ello, entiendo que la cuestión de la acción territorial del Sindicato permite abrir una línea diferente y de ahí que se hable de "el reto" en singular. En consecuencia, no he tenido la intención de proponer restar importancia a otras líneas de debate y orientación sindical, a las cuales no pretendo, insisto, recolocar en un rango de interés subordinado a esta. Pero, sentado lo anterior, me reafirmo en el convencimiento de que la cuestión es fundamental y debería ser objeto de debate en el próximo Congreso.

También he de decir que fue
Antonio Baylos quien hace un tiempo en su blog (por primera vez que yo sepa) relacionó acción sindical con desigualdad y territorio, en un texto para mi clave y motivador.

Entrando ya en materia, y como el diálogo dará para más, sólo voy  a referirme brevemente en esta entrada con carácter general a la primera de las razones en la que me apoyo para subrayar la relevancia de esta cuestión,  dejando para más adelante otros argumentos, y sin perjuicio de que este y los demás vayamos contrastándolos y desarrollándolos más adelante en el curso de la conversación.

En principio, alego razones sindicales "strictu sensu". Mantienes que el centro de trabajo es el lugar clave del conflicto, es decir, el conflicto se daría esencialmente en el espacio físico donde se localiza la fuerza de trabajo y se materializa su prestación. Es verdad. Pero no es necesario, en este sentido, entrar en profundidad en las consecuencias y efectos de la reconfiguración espacial de la empresa (y de los lugares y formas de vida de los trabajadores) que surgen del nuevo escenario postfordista y de la mundialización para apreciar a simple vista de observador interesado la “gran transformación” de ese espacio, en términos de organización del trabajo y la producción, y, como derivado de ello, su impacto en la vertebración de una de las partes del conflicto, la de los trabajadores, que es hoy, parece claro, más débil.

Obviamente, esta realidad de debilitamiento estructural de esa parte importante de la clase trabajadora industrial que se ubica o ubicaba en la fábrica o en el gran centro de trabajo requiere de un replanteamiento de la acción sindical en la empresa, no hay duda sobre ello, pues creo que si una de las consecuencias que arrastra de facto el nuevo escenario es la movilidad geográfica, la rotatividad, la falta de estabilidad, o la externalización, la acción es más compleja para el Sindicato. Desde retener afiliación hasta modular las relaciones laborales con la empresa en el ámbito concreto del centro de trabajo, las cosas se ponen indudablemente muy difíciles a los delegados y a las secciones sindicales. Creo que hasta ahora esto se ha venido supliendo con la articulación de la negociación colectiva, como factor de irradiación de la tutela y protección de los derechos de los trabajadores, mediante el elemento clave del Convenio, cuyo valor simbólico es también de enorme significación vertebradora.

Sin embargo, la nueva regulación de la negociación colectiva que se deriva de la última reforma dañará el impacto que hasta ahora venía teniendo esta gran plataforma de gravitación simbólica que es el Convenio sobre amplios sectores del conjunto asalariado agrupados en grandes empresas, y no digamos los de pequeñas y medianas que hasta ahora encontraban cobertura en los Convenios de sector o de territorio. No me refiero a si los trabajadores van a seguir entrando o no jurídicamente en el ámbito de aplicación de cualquier regulación convencional, de una u otra forma lo seguirán haciendo, sino a la parcial desactivación del Convenio como factor de referenciación simbólica de los trabajadores en el Sindicato. En buena medida, existe una “cultura del Convenio”, sobre todo en las grandes empresas que implica una clara representación mental en el conjunto de los trabajadores por la cual estos se sienten partícipes, a través de su representación elegida en elecciones sindicales, de ese proceso de “producción no estatal de derecho”, como diría Antonio Baylos, es decir, existe una clara conciencia del protagonismo de los trabajadores en la regulación de sus propias condiciones de trabajo.

Esa cultura de los derechos asociada al papel del sindicato en la negociación colectiva y, por tanto, la representación mental que le subyace, van a verse necesariamente afectadas por la reducción legal de ese papel del Sindicato que si, por un lado, este ha de encarar INDISPENSABLEMENTE mediante un redoblamiento de esfuerzos en la acción sindical en la empresa, y en el centro de trabajo, por otro también obliga a su reforzamiento simbólico fuera de la empresa. Me parece a mi, y ya iremos comentando esta cuestión más adelante, que por lo dicho el esquema hasta ahora habitual en el que se dibujaba la representación mental del “círculo virtuoso” que empezaba con las conquistas en la empresa a través del Convenio que daban la fuerza al sindicato para la proyección de estas conquistas a personas jubiladas y pensionistas, desempleadas, y otras reivindicaciones de los derechos sociales asociados al Estado de bienestar, está seriamente debilitado y requiere respuestas en varios órdenes. 

domingo, 27 de mayo de 2012

BALBUCEOS SOBRE EL USO SOCIAL DE LAS CONQUISTAS




Donde conversamos sobre el CAPÍTULO 7 (2) Del "salario político" a "la autonomía de lo político" (2) mi amigo Paco Rodríguez de Lecea y un servidor de ustedes.



Querido Paco, en este capítulo al igual que en los anteriores  nuestro amigo italiano insiste en, digamos, el carácter inseparable de las transformaciones de la organización del trabajo y la influencia de ello en la “sociedad civil”. Desde ese esquema –y habiendo comentado ya la influencia del taylorismo y del fordismo en la sociedad, que ha sido motivo de nuestras conversaciones— hace tiempo que vengo devanándome los sesos sobre un asunto que considero de gran interés: el uso social de las conquistas que ha llevado a cabo el sindicalismo confederal desde hace muchas décadas.

Por más vueltas que le dé siempre acabo estancado y no tengo manera de avanzar. Hace un par de años publiqué en el blog un artículo y cometí la imprudencia de añadir, al final del articulillo, un socorrido continuará.  Pero sigue resistiéndose a salir a la superficie.

Me refiero a lo siguiente: ¿qué uso social se hace de las conquistas relativas a la reducción de los horarios? ¿qué uso social se hizo de los incrementos salariales cuando estos tenían un cierto empaque? ¿qué uso social de otros bienes democráticos? Lo cierto es, querido Paco, que la reducción de los tiempos de trabajo no se ha visto acompañada de un uso que haya favorecido a la cultura, al menos como la concebían nuestro abuelos anarco-sindicalistas con su planteamiento famoso de la jornada de los tres ochos: 8 horas para trabajar, 8 para las relaciones interpersonales y 8 para el descanso. Y, tengo para mí, que los hasta hace poco incrementos de los salarios no han conllevado un temperado uso en los poderes adquisitivos. La pregunta inquietante es: ¿determinado uso de ciertas conquistas sociales puede conllevar paradójicamente a vaciar de substancia tales conquistas?

No estoy diciendo que el sindicalismo debe ser el sujeto principal de la “reforma de la sociedad civil”. Aunque sí soy del parecer que –en la parte que le corresponda--  debe compartir ese paradigma con las fuerzas de izquierda y los movimientos progresistas. Tampoco sé cómo traducirlo de manera concreta. O sea, que sigo tan empantanado como hace años. ¿Cuándo hablamos de ello?  Te saluda desde esta machadiana tarde lluviosa en los cristales de Pineda de Marx. JL 


Habla Paco Rodríguez de Lecea.

La cuestión que propones, querido José Luis, acerca del uso social de las conquistas arrancadas por los sindicatos, es curiosa e intrigante, pero poco significativa desde el punto de vista político, por lo menos según yo lo entiendo. Me explico. El trasfondo de la acción sindical es conseguir mejoras en las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores. En las condiciones de vida, en el sentido de que la reducción de la jornada y el aumento del salario no sólo afectan al trabajo mismo, sino que ofrecen al beneficiado posibilidades de enriquecer su tiempo de ocio y por tanto su vida en general.

La utilización que cada trabajador concreto hace de esas nuevas posibilidades queda fuera del radio de acción del sindicato (por lo menos de su acción directa; sí puede ser un motivo sugerente para la reflexión). El interés del tema es sobre todo sociológico: cuando se produce un alza general de los salarios, ¿aumenta el índice de lectura, o bien aumenta el consumo de bebidas alcohólicas, o bien ambas cosas y en qué proporción? ¿Cómo emplean tendencialmente los trabajadores su tiempo libre en las áreas urbanas y/o rurales?

En una sociedad diversificada como la nuestra, el abanico de posibilidades es muy amplio. Recuerdo haber conocido a compañeros de trabajo aficionados a la parapente y al trekking, y a uno que llegó a las semifinales de un campeonato de España de ping-pong. Enrique Domínguez salía corriendo de su empresa gráfica, Grafesa, para atender en su despacho del sindicato las consultas de los afiliados, y de ahí corría al trozo de tierra que cultivaba detrás de su casa, en el Baix Llobregat, y aprovechaba las últimas luces del día para escardar o plantar alguna hortaliza.

Siempre cabe, desde luego, la posibilidad de un mal uso de las conquistas sindicales; de un uso antisindical, inclusive. Es un elemento de preocupación, como tú dices. Pero no veo cómo se puede atajar esa posibilidad si no es con la insistencia machacona en la educación, la formación permanente y el estudio.

Vuelvo a Trentin, y a este capítulo séptimo. Ya había percibido que al apuntar a Tronti nuestro autor disparaba por elevación contra instancias más, ¿cómo decirlo?, encopetadas. El desarrollo del capítulo lo deja claro. A partir de 1972 se produce una quiebra profunda entre la línea estratégica del Pci y la de la Cgil: son muchas las voces, dentro de ésta, que reclaman entrar en la discusión, más allá de las cuestiones salariales, del ‘núcleo duro’ de la organización del trabajo. La dirección del partido las llama al orden con una tremenda severidad, critica esa pretensión, la ridiculiza incluso, habla de ‘pansindicalismo’. En último término, afirma la primacía indiscutible de lo político sobre lo económico, y reclama para sí la centralidad de las decisiones.

Hablas de Amendola. 1972 es el año en que Enrico Berlinguer asciende a la secretaría general del Pci, y 1973 el de la oferta de un gran compromiso histórico a la Democracia cristiana. Corrígeme si me equivoco. Pienso que es de eso de lo que está hablando Trentin; y de lo que ocurrió cuando se antepusieron los pactos de gobierno a las transformaciones sociales.

Sin acritud, sin denuncias, sin gestos grandilocuentes de acusación. Lo que Trentin propone, lo que hemos de retener, son las posibilidades de explorar en el futuro una vía diferente: construir en primer lugar una alternativa sólida, consensuada, bien pensada y madurada, para la sociedad civil. Y sólo luego de haber completado ese trabajo, o esa ‘etapa’, ir con decisión al asalto del gobierno respaldados por la fuerza de una mayoría convencida y de un programa creíble. Saludos, Paco


viernes, 25 de mayo de 2012

NOVEDADES EN ESTAS MOVILIZACIONES





De un tiempo a esta parte el intermitente conflicto de masas que está teniendo lugar en España tiene una característica novedosa: el esfuerzo por reunificar ese inmenso océano de agraviados. Hasta hace poco las luchas tenían una profunda limitación: cada cual parecía decir que estaba de acuerdo con “lo suyo” y se abstenía de lo ajeno. De un lado, la agresión general provinente del gobierno y, de otro lado, la intención del sindicalismo de unificar lo que antes se movía en orden disperso han propiciado esa característica unificante a la que nos referíamos. Trayendo a colación de manera interesada el reciente libro de Antonio Baylos ¿PARA QUÉ SIRVE UN SINDICATO? diremos que también para unificar lo que iba esturreado está el sindicalismo como sujeto general que se estructura confederalmente.

 

Otra característica es la visibilidad  de esta presión sostenida. Que ya no se desarrolla solamente en las grandes ciudades sino que recorre toda la geografía española, lo que está provocando toda una serie de desafíos a lo que podríamos denominar el sindicato en el territorio que durante un ciclo excesivamente largo parecía haberse desdibujado. Así las cosas, la referencia en esas pequeñas y medianas ciudades tiene, junto a la proyección de las grandes manifestaciones que aparecen en los medios (con no poca cicatería, por lo general), es la proximidad del sujeto territorial: el ajuntamiento de masas en torno al sindicalismo y la gran trama de movimientos y asociaciones que comparten los objetivos de la presión sostenida. Digamos, pues, que –hasta donde yo recuerdo— no ha habido una relación tan estrecha entre el sindicalismo y el conjunto asalariado en todas sus diversidades. En buena medida parece concretarse lo que, en su día, dejó dicho el gran Vittorio Foa: “para que los trabajadores confíen en el sindicato, éste debe confiar en los trabajadores”.     

 

 

jueves, 24 de mayo de 2012

EL VALOR O LOS VALORES DEL TRABAJO



Javier Tébar, profesor de Historia del Trabajo, tercia en la conversación que nos traemos Paco Rodíguez de Lecea y un servidor sobre el libro LA CIUDAD DEL TRABAJO (BRUNO TRENTIN)

José Luis y Paco,

os envío una “interferencia” para vuestro continuado y sugerente carteo electrónico (vaya por delante que os felicito por el género epistolar que habéis puesto en marcha) en forma de diálogos conectados con la traducción al castellano del libro de Bruno Trentin “La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo”.

El trabajo asalariado nace con la “razón productivista” del siglo XVIII, cuando las nociones de producción y trabajo se reforzaron mutuamente, concebidas ambas desde un punto de vista utilitarista, para ofrecer una representación del “progreso” lineal y ascendente de las sociedades en sucesivas etapas evolutivas, que a finales del siglo XIX tuvo un nuevo desplazamiento conceptual dado por la hegemonía de un nuevo factor de producción, el capital, hasta entonces útil colaborador de los otros dos: la tierra y el trabajo. Sabemos, pero no antes de hoy, que aquella fue -cuando no lo es todavía hoy en determinados discursos- una promesa incumplida, imposible de hacer efectiva.

Las diferentes variantes de las ideologías del “progreso”, así concebidas, quebraron de manera definitiva en la segunda mitad del siglo XX. Durante los pasados años setenta    –cuando se dio el arranque de lo que Josep Fontana ha calificado como la “gran divergencia”, entendida en términos de desigualdad social en el mundo- se produjo la “desestandarización” del trabajo y la implantación de las estrategias individuales frente a las colectivas por parte de los asalariados. El fenómeno del paro masivo y la desocupación hizo presencia en las sociedades del pleno empleo occidentales, un fenómeno nacido del pacto social de posguerra. En las sociedades occidentales aquello estuvo acompañado de la progresiva alteración, cuando no “invisibilidad”, de lo que se denominó durante las anteriores décadas el “mundo obrero” en sus diferentes expresiones.

Al mismo tiempo, tuvo lugar una continuada pérdida del valor socialmente reconocido al trabajo -entendido siempre, claro, como “trabajo asalariado”-, un debilitamiento de los vínculos sociales que estableció y de su centralidad social y política. Durante esta etapa se produjeron cambios culturales de largo alcance y, por supuesto, también de orden político como resultado de la globalización de la economía a partir de los presupuestos ideológicos del credo neoliberal rampante a lo largo de los últimos treinta años. Es decir, durante la etapa de tránsito hacia un modelo “postfordista” de las economías que ha provocado no sólo la fragmentación social sino que cambiando el lugar de la clase trabajadora en la política y de su relación con ella. Se hizo presente la cuestión de la progresiva, y aparentemente “extraña”, evanescencia de una identidad colectiva vinculada a la izquierda europea que había venido protagonizando la dinámica sociopolítica desde 1920 hasta como mínimo los pasados años ochenta. Posteriormente, las razones tradicionales para la solidaridad con la causa obrera se vieron alteradas, manifestándose la ruptura con lealtades manifestadas con anterioridad, y provocando efectos nuevos tanto en los partidos de la izquierda como en el terreno del sindicalismo.

En definitiva, la “ciudad del trabajo” cambió radicalmente en muchos aspectos como insistió Trentin, entre otros. Pero quiero destacar aquí uno de esos cambios: “la falta de trabajo en la ciudad”. Esta es la “interferencia” que os proponía para preguntarse qué hacer ante una ciudad donde el trabajo asalariado es un bien escaso, donde los parados constituyen cada vez más una cifra escalofriante –a menudo sólo una cifra que aparece como una mala noticia diaria- difundida con efectos diversos: desde el miedo a la pérdida del empleo, la formación del “ejército de reserva” de mano de obra, hasta el utilitarismo que argumenta reformas de lo que queda de “mercado laboral” con tutelas para reequilibrar la posición de quien demanda y oferta trabajo.

A los parados -aquellos que carecen de empleo y, por tanto, de salario- no les falta trabajo, lo que les falta es dinero y les sobra tiempo, eso sí, si consiguen no quedar desbordados por los “cursos de reinserción” en la vida social y las cada vez más exigentes normas burocráticas que gestionan las prestaciones que reciben (vale la pena ver Ulrich Beck, Un nuevo mundo feliz: La precariedad del trabajo en la era de la globalización. Paidos, 2000). Estas mismas palabras eran recogidas en el manifiesto del movimiento de los “Parados Felices” berlineses, allá por el año 1996, cuando se aseguraba que trescientos años antes los campesinos observaban con envidia el castillo del príncipe, sintiéndose -justamente- excluidos de su riqueza y de su corte de artistas, al mismo tiempo se preguntaba “¿Quién envidia el estrés del manager? ¿Quién desea llenarse la cabeza de cifras insensatas, de besar a las rubias teñidas que tienen por secretarias, de beber sus vinos Burdeos adulterados y de morir de un infarto? (…)”. La respuesta era retórica, claro. Sin embargo, tampoco debería ser una respuesta optimista en extremo. El reality show es un contagio y como en la sociedad, en la empresa no sólo la desplaza, sino que crea “realidad”. Las ficciones contables y la simulación del trabajo –hacer el papel que durante unas horas se le va a pagar, se está dispuesto a pagarle- comienzan a ser un grifo abierto que todo lo encharca (una buena metáfora es la novela, valiente, de Isaac Rosa, La mano invisible). Si la integración en la sociedad es con unos valores del trabajo que enajenan a los individuos, deberíamos romper con ellos y aspirar a otra forma de integración, como apuntaba el manifiesto de los parados alemanes. Porque la crisis del fordismo lo es también de la crisis no asumida de la razón productivista del trabajo.

Lo que os propongo es una breve reflexión con la que introducir algún aspecto sobre el valor o los valores del trabajo, que es probable que os planteé un cierto desenfoque para vuestro animado debate o, quién sabe, tal vez no sea así.



Querido Javier, te agradezco tu atención y el elogio. Más todavía, te animo –seguro que Paco estará de acuerdo--  a seguir “interfiriendo” en estas conversaciones que también, si quieres, pueden ser tuyas. Por mi parte estoy encantado de que nos propongas hablar sobre el valor o los valores del trabajo. De modo que, desparpajadamente, te digo: “tú, que eres joven, abre el melón, digo el debate”. Lo que sí afirmo es que, tratando de tan importante tema, no se introduce ningún desenfoque en nuestro carteo. Es más, en toda la polémica de Trentin con los sabihondos (saccenti) y con los sumos sacerdotes de su partido hay un telón de fondo: el valor o los valores del trabajo. Y, para acumular bibliografía, por ahí debes tener –yo lo tengo en la estantería de gente inquietante— el libro de Robert Castel, Las metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado, Paidós, 1997. Como decía la vieja canción obrera: Ánimo, pues. Y abre el fuego.

No te escondo las dificultades que vamos a tener en esa conversación. Porque vamos a hablar de los valores del trabajo realmente existente en estos nuestros días. O, por mejor decir, de los valores de los trabajos donde coexisten la mayor diversificación que se haya dado en la historia del trabajo asalariado. Desde luego, procuraremos evitar la traducción a lo actual de los valores de antaño, sería un mal camino. Me pregunto por dónde empezar. ¿A través de una acupuntura de todas las diversidades del trabajo y, posteriormente, de cómo se expresan en la condición asalariada que cambia? Menudo jardín en el que nos metes, querido Javier. Sobre todo porque Paco y un servidor somos ahora del cuerpo de intendencia. Así es que, si te parece, recurramos también a nuestro Ramon Alós que es del cuerpo de artillería y no le asustan estas casamatas. Saludos casi veraniegos, JL 


Habla Paco Rodríguez de Lecea

Querido Javier, más que una interferencia me parece que planteas un debate de fondo morrocotudo. “Si la integración en la sociedad es con unos valores del trabajo que enajenan a los individuos, deberíamos romper con ellos y aspirar a otra forma de integración”, dicen los Parados Felices. El argumento no se refiere a una coyuntura concreta, de escasez de trabajo: es casi ontológico. Marx ya señaló que el trabajo heterodirigido, subalterno, parcelado, mecanizado, enajena. Pero también él señaló que el trabajo es la única vía de emancipación y de autorrealización de una humanidad enajenada.

Pienso que el valor ‘político’ del trabajo es ese. Está en el centro de la sociedad. Desde el principio mismo de la historia, la sociedad se ha estructurado a través de la división del trabajo. Esclavismo, feudalismo, capitalismo, socialismo, anarquía (utilizo este concepto con un respeto profundo, no con el sentido despectivo que ha adquirido en el palabreo habitual de los políticos) son formas de estructuración social a partir de una determinada organización del trabajo.

Sé que con ese argumento no respondo al debate que propones. Pero como dice José Luis, tú estás mucho mejor pertrechado que nosotros para abrir el fuego sobre la valoración del trabajo asalariado en estos momentos del siglo XXI y con la que está cayendo, como suele decirse. Un abrazo, Paco

martes, 22 de mayo de 2012

PESPUNTES SOBRE LA CUESTIÓN SALARIAL




Esta conversación trata de las cosas que se plantean en  CAPÍTULO 7 (1).  Esto es DEL "SALARIO POLÍTICO"  A LA AUTONOMÍA DE "LO POLÍTICO". Paco Rodríguez de Lecea y un servidor  seguimos pegando la hebra. Como se recordará nuestros diálogos se relacionan con el libro de Bruno Trentin “La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo”.  





Querido Paco, este capítulo séptimo lo voy a publicar en tres partes. Es bastante extenso, y ya sabes que está de moda que más de uno diga “pero qué largo”. Por otra parte, tiene una densidad que requiere una cierta atención por parte del público. En todo caso, vale mucho la pena que el lector curioso (y los necesitados de hacer ajustes de cuentas) lo estudien con parsimonia. 

Con tu permiso empezamos aclarando a nuestros amigos, conocidos y saludados qué entendieron los teóricos de la “auntonomía”  por autonomía de lo político. Me parece necesario porque nada tiene que ver, en estos casos, con lo que nosotros entendemos  por la autonomía e independencia del sindicalismo con relación a la política.  Utilizaré la referencia que hace el mismo Trentin, cuando este capítulo está bastante avanzado. Se trata de: 

Una nueva concepción del quehacer político que, de un lado, redefiniese los roles, en términos de una distinción radical –cuando no de contraposición--  del movimiento social de clase con su irreducible autonomía de la “política” y del sindicato; y de otro lado,  del partido político capaz de coger el testigo y llevar la demanda del cambio al “corazón del Estado.


El primer y principal teórico de este planteamiento es Mario Tronti, y no como algunos han dicho Toni Negre. La intención es clara: se trata de sacar a los trabajadores fuera de la órbita del sindicato y, principalmente, del Partido comunista italiano. Si no me equivoco es una construcción ideológica con el objetivo, indisimuladamente declarado, de debilitar al partido que ya entonces estaba dirigido por Enrico Berlinguer. Pero lo que son las cosas, amigo Paco. Resulta que no pasan muchos años y nos encontramos a Tronti en la política, en el partido y en las instituciones. O sea, como miembro del comité central y senador por el PCI. Sabes que no lo digo con retranca, sino con la pimienta de la malafoyá granaína.  

También conviene alertar a nuestros amigos, conocidos y saludados de que estas teorizaciones de Tronti no se refieren exactamente a los corporativismos que “de manera natural” aparecen en el seno de las clases trabajadoras. Aunque, eso sí, coinciden en el aspecto salarialista. He estado a punto de traducir salarialismo por peseterismo, una expresión menos rigurosa pero más clara para el público en general. El salarialismo de Tronti es una construcción teórica mientras que el peseterismo es algo tan real como aquello de que una “casa portuguesa es con certeza una casa portuguesa”, según dejó cantado doña Amalia Rodrígues.  

Ahora bien, hecha la diferencia entre el peseterismo que denuncia Trentin y lo que entendemos, en nuestra jerga sindical, como corporativismo, en este capítulo hay las suficientes pistas para entender las prácticas de esos sindicatos (o cosas sindicales) corporativistas. También cuando están, submergidas o afloradas plenamente, en la acción reivindicativa del sindicalismo confederal.

Por lo demás, es curioso cómo hasta qué punto esa izquierda super revolucionaria de Lotta Continua y Contrapiano (allí también estaba en sus años mozos Alberto Asor Rosa, que también posteriormente fue miembro del Comité central del Pci) consideraba el taylorismo y el fordismo como una bendición divina, a diferencia de Gramsci que lo entendió como algo pasajero hasta que el movimiento obrero pudiera crear un sistema propio. La referencia a Gramsci debe entenderse aquí como una invitación al sindicalismo confederal para que –incluso en esta fase de lucha contra la putativa reforma laboral— se espabile y, gradualmente, introduzca en sus plataformas reivindicativas elementos de “salida” de ese corsé tan asfixiante del taylorismo.

Y sin más, por hoy, te dejo. Agotado como estoy luchando contra el hipérbaton de Trentin y sus oraciones subordinadas, me voy a pasar cabe la mar salada de Pineda de Marx. Ponme a los pies de Carmen. JL            

Habla Paco Rodríguez de Lecea.

Querido José Luis,

La reflexión de Mario Tronti y la algo más tardía de Alberto Asor Rosa surgió a partir de las luchas del mayo francés y del otoño caliente italiano. Hay cierta confusión en el intento de ambos de conectar las dos experiencias, considerándolas surgidas de un ‘clima’ similar: un espontaneísmo de masas crítico con las organizaciones tradicionales de la clase obrera. Su análisis maneja muchos elementos que están de algún modo en el aire y que ya hemos comentado con alguna extensión en capítulos anteriores.

Las luchas del 68-69, vienen a decir, muestran la aparición de una ‘nueva’ clase obrera que ha sustituido al proletariado militante de épocas anteriores. Esta ‘nueva’ clase se ha formado en las condiciones de la fábrica fordista, en un trabajo parcelado, repetitivo, mecánico. Para la nueva clase obrera, el trabajo a que está sometida se identifica con el capital. No le alcanza ya el viejo orgullo del oficio, del saber hacer, de crear valor; no siente el menor interés por realizarse humanamente a través de ese trabajo. Pura y simplemente, abomina de él. Y valora, como única compensación por el tiempo embrutecedor que sacrifica a la fábrica, el salario que recibe: un salario ‘político’ porque se establece sin relación con el valor creado y en una esfera distinta de la puramente económica.

Cuando el sindicato reivindica mejores condiciones de trabajo, mayor reflexión y participación sobre el mismo, se convierte automáticamente en un agente del capital. La reivindicación salarial, la única que cuenta, se canaliza entonces al margen del sindicato, a través de luchas espontáneas, radicales en las formas y de carácter estrictamente económico.

Lo económico y lo político se sitúan así como dos mundos paralelos, con una lógica distinta, autónomos el uno del otro. Y la revolución que reclama el sujeto político es por fuerza una revolución ‘desde arriba’, una construcción que busca soluciones a las necesidades de las masas subalternas, pero distanciada de ellas: un despotismo ilustrado, más que una democracia.

Es fácil criticar esta teorización. Si Trentin se entretiene en desmenuzarla y mostrar punto por punto sus debilidades y sus inconsecuencias, es porque de una forma u otra se trata de ideas que han impregnado la práctica de una parte consistente de las izquierdas. No es un dato intrascendente el hecho de que tanto Tronti como Asor Rosa ingresaran en su momento al Pci y sigan bien ubicados en la constelación que ha sucedido al big bang de aquella formación.

En cualquier caso, el intento de esa mala práctica de las izquierdas tendente a separar los ámbitos de la economía y de la política y fijarse como objetivos la sanidad, la educación, la cobertura social de los necesitados, la mejora del medio ambiente, sin cuestionar lo que está ocurriendo en el interior de las empresas, ha sido a fin de cuentas un esfuerzo vano. La economía se ha tomado su revancha, y con la explosión de la crisis toda la política ha quedado sumergida por la economía. La realidad es tozuda, dijo Marx.

Querido Paco, entiendo que la insistente crítica de Trentin a esas posiciones es, también, porque –aprovecha que el Tíber pasa por Roma— y le permite dar algunos cogotazos al ala moderada del PCI: Amendola, sobre todo. Esta ala moderada que concebía la acción del sindicalismo sólo dentro de los confines de la cuestión salarial, aunque no efectivamente en los términos que proponen Tronti y Asor Rosa. Entre paréntesis: tengo en casa un libro bellísimo de Asor que narra sus recuerdos de cuando era niño chico en aquella Roma città aperta, la falta de alimentos, la penuria, las pintadas y el reparto de octavillas que hacía su padre, un ferroviario antifascista, el primer Primero de Mayo, casi en libertad. Hay edición castellana (yo la tengo). Te lo dejaré porque es un cuadro formidable. Se llama El alba de un mundo nuevo de  Ediciones Barataria.
Te saludo tras una noche de truenos, rayos y centellas en Pineda de Marx. JL    

domingo, 20 de mayo de 2012

LA COMPETENCIA ENTRE DERECHAS E IZQUIERDAS




En esta conversación se comenta la segunda parte del capítulo 6 del libro La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo:  CAPÍTULO 6 (2) DE LA TRANSICIÓN "AL SOCIALISMO" A LA TRANSCIÓN A LA "GOBERNABILIDAD"




Querido Paco, releyendo este capítulo me han entrado ganas de volver a estudiar el famoso libro del maestro Pietro Ingrao, Las masas y el poder, que publicó Crítica-Grijalbo en aquel lejano 1977, traducido (de manera deficiente) por Ricardo Pochtar, el Enviado de Umberto Eco en la Tierra, que nos dejó a todos embobados con su bellísima traducción de El nombre de la rosa. Te aseguro que tengo ese ingrao en la mesita de noche. Mira por tus estanterías a ver si lo tienes. En caso contrario, como posiblemente esté descatalogado, con mucho gusto te lo prestaré la próxima vez que nos veamos. 

Entre nosotros, viejo amigo, no se puede hablar más claro de lo que hace Trentin en relación a una serie de problemas que tenía la izquierda en aquellos tiempos y, al no haber sido resueltos, han llegado, agrandados, hasta nuestros días. Pero antes me permito una hipótesis acerca de por qué la izquierda política, la que se reclamaba “del movimiento obrero”, fue más sensible a una serie de emergencias (ecologistas, pacifistas, feministas) y poco o nada con la que apostaba por la democratización de la organización de la empresa. Entiendo que, desde la óptica tradicional, los primeros formaban parte de la política de alianzas; en cambio, los segundos interferían el papel del partido-guía, la prevalencia de papá-partido como sujeto de grandes reformas o de reformas a secas. Digamos que, también en la estrategia de la “transición”, la naturaleza del partido lassalleano era una pieza clave ¡faltaría más!

Aquella sordera de la izquierda provocó dos cosas de gran importancia. Una, el acelerón que se dio en toda Europa en los movimientos sindicales a la búsqueda de su independencia con relación a sus respectivos partidos; otra, el acelerado trote de la izquierda mayoritaria (la comunista fue desvaneciéndose) hacia ese territorio que describe Trentin: la competición entre derecha e izquierda se convertirá cada vez más en una competición entre dos hipótesis de gobernabilidad de lo existente.  Y así ha ido ocurriendo para desgracia de las izquierdas. Que cada vez más se han contagiado de “la blanca palidez de las derechas”.     

En ese sentido, no parece sorprendente que, por ejemplo, todo el debate de los socialistas –por ejemplo, en las páginas de El País— tras la derrota aplastante de Zapatero (en las autonómicas, municipales y generales) ninguno de los escribidores haya mencionado el carácter de esa competición. Como, por otra parte, tras dicha debacle los socialistas, en un recurrente acto de atrición, insistan ahora en que son la izquierda. Bueno, un matiz: los socialistas catalanes se acogen al matiz estético del nou PSC, recogiendo el eslogan de Tony Blair del new Labour.  Recuerdo la retranca de Trentin aquí en Barcelona cuando me decía: “Es que el new-new-new Labour…”. Cada vez que mencionaba a Blair le añadía otro new más, hasta el punto que empecé a sospechar que  Bruno podía ser de Granada. Por aquello de la malafoyá, que como tú sabes es un sarcasmo que pincha como la piel de un higo chumbo. Saludos desde la talabartería, JL  


Habla Paco Rodríguez de Leca   

Lo que propone Trentin, querido José Luis, es muy parecido a lo que Marx afirmaba haber hecho con Hegel y Feuerbach: volverlos del revés para dejarlos con los pies en el suelo y la cabeza en alto. Porque las ideologías de la transición nos han dejado, disculpa el chiste, con los pies fríos y la cabeza caliente. Contra todas las previsiones, la empresa fordista se ha colapsado mientras que el ejército sigue estando donde estaba. La izquierda vincente ha pasado por el gobierno sin dejar huella y se ofrece todo lo más como recambio válido para luchar contra la crisis desde presupuestos distintos, sí, pero en cualquier caso asumibles por la derecha. En un contexto en el que la primera preocupación de unos y otros es calmar a los mercados embravecidos, tratar de introducir cambios en el gobierno de la empresa suena a provocación insensata a los poderes fácticos.

Justamente provocar a los poderes fácticos es lo que está haciendo en la calle el movimiento del 15-M. Y no es de recibo que el movimiento sindical se sitúe de espaldas a algo que se mueve tan próximo a su sintonía. Conviene establecer vasos comunicantes de dentro afuera de la empresa, y de fuera adentro, y remover cerrojos para abrir las puertas de las empresas a la democracia.

Trentin relata que en los años setenta la izquierda recogió las reivindicaciones más crudas y urgentes del feminismo y el ecologismo y las incorporó a su ideario. Pero lo hizo «en busca de una alianza contingente con estos nuevos sujetos emergentes en vez de cambiar de raíz el fundamento de la estrategia de la transición.» El objetivo de alcanzar el gobierno siguió primando sobre el de cambiar la sociedad. La prueba fue que no se escucharon otras voces (la de Trentin entre ellas, la de Ingrao, la de Bertinotti también si mal no recuerdo) que señalaban la posibilidad de cambios «incluso radicales» en la organización de las empresas, en las políticas industriales y en la organización de la sociedad civil.

Esa puede ser la clave que permita desbloquear la situación actual. Los recelos se han multiplicado; los reflejos defensivos de quienes temen perder lo poco que les queda, también. Costará generar confianza y credibilidad. En la línea de unas ideas que has formulado tú en distintos foros con una insistencia admirable y machacona, pienso que una manera de lograrlo sería un gran movimiento unitario de fondo entre los sindicatos mayoritarios. A calzón quitado. Empezando por plantearse su arraigo y su forma de representación en los centros de trabajo, y su legitimación, para abordar luego el diseño de una estrategia conjunta de intervención en los temas de la organización del trabajo y de la contratación. Y poniendo en conexión fluida ese conjunto de reflexiones con lo que se mueve fuera, para ir definiendo de forma conjunta y consensuada los rasgos salientes de un modelo de sociedad a defender entre todos.

En ese esquema también tienen un papel importante que jugar los partidos de izquierda, por supuesto. Serán ellos los que lleven ese proyecto consensuado de sociedad más libre e igualitaria a la batalla política; a ellos les corresponderá proponer cambios reales, estructurales, en el gobierno del país y del más allá del país. Pero habrán de hacerlo sin introducir vetos, distingos ni prioridades que no sean las establecidas en diálogo permanente con el abajo; y sin intentar hegemonizar y dirigir el proceso desde sus estados mayores.

jueves, 17 de mayo de 2012

UNA REFERENCIA A LOS INDIGNADOS

Conversación entre Paco Rodríguez de Lecea y un servidor. Se comenta la primera parte del capítulo 6 de “La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo” de Bruno Trentin, que se encuentra en el siguiente link:   CAPÍTULO 6 (1) DE LA TRANSICIÓN AL "SOCIALISMO" A LA TRANSICIÓN A LA "GOBERNABILIDAD"


Habla Paco Rodríguez de Lecea

Querido José Luis,
Una confesión preliminar: no me siento muy seguro de acertar en lo que escribo a continuación. Esto es una conversación reposada y desinhibida. Apunto cosas y hago afirmaciones que pueden parecer rotundas, pero no lo son. Espero que tú pongas las salvaguardas, las correciones y los matices pertinentes a lo que propongo –soy consciente– muy en ‘crudo’.

Empiezo. En varias ocasiones en el texto de este capítulo Trentin define la cuestión de la transición al socialismo como ‘ideología’. Ignoro (pero me figuro) la intención concreta con que lo hace, y el alcance que él pretende dar a la palabra: me limito aquí a señalar el dato.

Hubo, dice Trentin, dos ideologías o concepciones distintas de la famosa transición: las socialdemocracias del norte de Europa, con un criterio práctico, situaron la batalla de la organización del trabajo, la protección del trabajo asalariado y los servicios sociales, ya antes del ‘cambio cualitativo’ decisivo que ellos también situaban en el momento de la expropiación democrática de los bienes de producción para poner en pie una sociedad socialista. Fueron ellas las que sentaron con sus reivindicaciones las primeras bases del estado del bienestar, antes incluso de la teorización de Keynes.

En cambio, tanto los partidos socialistas como los comunistas de los países del sur de Europa tendieron a elaborar ‘vías’ de avance basadas en etapas compartimentadas con mayor rigidez: 1) acumulación de fuerzas dentro del bloque de progreso formado por la clase obrera y sus aliados (partidos de masas, y no de vanguardias); 2) conquista pacífica y democrática del gobierno; 3) control progresivo y transformación democrática de todos los aparatos del estado (judicatura, policía, ¡ejército...!), y no sólo el ejecutivo; y finalmente 4), expropiación de los medios de producción, y transición a la sociedad socialista. Después de Suresnes, los socialistas retiraron de su programa máximo esa última fase. En la propuesta, muy refinada, que recibió el nombre de ‘eurocomunismo’, se previeron ritmos diferentes y peculiaridades de país a país, en función de las características sociales y culturales de cada cual, y se dibujó un socialismo de arribada sustancialmente distinto del de los países soviéticos. Pero el fondo de la ‘ideología’ de la transición no varió.

Soy consciente de estar hablando de antiguallas. Nadie es perfecto, según argumentó Billy Wilder. O como dijo Sancho Panza, somos como nos echaron al mundo nuestras madres, y aun algunos bastante peores. Así veíamos entonces las cosas. En alguna ocasión más o menos próxima espero que se produzca una nueva brega con Don Renegado y sus adláteres, y las izquierdas de nuestro país o de otros vecinos avizoren cuartas o quintas vías más certeras que las dos primeras, ya agotadas, y que las terceras, que han sido un fiasco monumental.

Pero vamos a la objeción principal de Trentin, la que habrá de tenerse en cuenta en el diseño de futuras vías. En Italia, y también en nuestro país, los programas rígidamente compartimentados hacia el socialismo colocaron los cambios estructurales relacionados con la organización del trabajo en una etapa tardía del itinerario previsto, poco menos que en el momento de la transición final. El orden señalado fue: primero el estado y luego la sociedad civil. En las primeras fases esos cambios ‘no tocaban’, sólo figuraban en el orden del día la batalla salarial y la batalla más amplia de la redistribución, como elementos desestabilizadores del capitalismo y aglutinadores de fuerzas de progreso con la mira puesta en la conquista del gobierno.

En la base del análisis que se hacía del comportamiento del modo de producción capitalista quedó incrustado un prejuicio ideológico. No se estimó (a pesar de la existencia de pruebas en contrario) que fueran a producirse variaciones ni cambios significativos en las coordenadas básicas de ese modo de producción; y además, predominaba la convicción de que el progreso de las fuerzas productivas había de conducir derechamente al socialismo. El capitalismo avanzado, decíamos entonces, conllevaba ya elementos de socialismo implícitos; ergo, no era conveniente intervenir en ese ámbito hasta llegado el momento de apartar al conductor y tomar el volante para conducir el vehículo de la economía hacia el final feliz de la emancipación humana.

Y hubo en ese análisis otro error aún, que señalaba el otro día con agudeza Ramon Alós. Dando por sentado que el fordismo-taylorismo sería la fase más avanzada del despliegue de las fuerzas productivas del capitalismo, se simplificaron las complejidades de la realidad concreta y se ‘taylorizó’ a todos los trabajadores, uniformizando de golpe su situación diversa, sus expectativas y sus reivindicaciones. Ese pecado original tuvo después consecuencias. Las sigue teniendo.

  
Querido Paco:


Dices que eres consciente de que estás hablando de “antiguallas” en eso de la transición al socialismo. No lo comparto. Permíteme, antes de entrar en ello, una pequeña digresión. ¿Estaríamos hablando de “antiguallas” si debatiéramos sobre el fascismo y recordáramos la famosa polémica entre Togliatti y Thorez, que tuvo lugar a principios de los años treinta? Yo creo que no. Pues igual te digo: no estás hablando de cosas viejunas. Por lo siguiente: tanto la vía rupturista de los partidos comunistas como la gradualista de los socialdemócratas nos han dejado una serie de secuelas en la relación entre política y economía y, en consecuencia, tanto en el carácter del Estado de bienestar como en los contenidos de las políticas contractuales del sindicalismo confederal, empezando por la negociación colectiva. Aunque la vía socialdemócrata parece definitivamente archivada y la comunista se ha ido a tomar por saco nos encontramos, sin embargo, en que la forma de actuar de las izquierdas políticas y sociales siguen haciendo lo mismo que cuando estaban en los carriles de sus respectivas vías. Con una ausencia: nadie plantea el socialismo como horizontes lejanos.

Yo entiendo que las izquierdas, políticas y sociales, deberían buscar el acomodo –desde su propia alteridad al sistema y cada cual con su personalidad y objetivos--  entre política y economía, entre proyecto y reivindicaciones. Y, desde ahí, recuperar –no digo aquellas vías al socialismo--  sino, en principio, la idea del socialismo. Admito que alguien me diga: “hay cosas más urgentes del ahora mismo”. Tal vez, pero una cosa es cierta: tú y yo, ahora, tenemos todo el tiempo de mundo en nuestra condición de jubilados para –además de acudir a las manifestaciones, pegar carteles, repartir octavillas, ir de piquetes— debatir sobre estas cuestiones. Y, si nos sobra tiempo, pegar la hebra sobre las batallas de los ciompi en la Florencia medieval allá por los años mil trescientos y pico cuando aquella crisis que dejó la ciudad hecha cisco.   





Paco, entiendo que Trentin utiliza la expresión “ideología” en aquella acepción que le dio nuestro abuelo, el Barbudo de Tréveris, en su polémica con Feuerbach: la deformación de la realidad en la mente. De donde podemos inferir que las diversas vías de transición al socialismo eran construcciones, concebidas como “ideologías”, como algo inventado a palo seco. Y, así las cosas, las izquierdas se vieron sorprendidas por una serie de cosas como, por ejemplo, la emergencia de nuevas subjetividades en el mismo cuerpo de las clases trabajadoras y la “ruptura feminista”; la aparición en la sociedad civil de nuevas demandas que se escapaban de las lógicas del conflicto distributivo


Pues bien, ahora estamos viviendo la emergencia de un nuevo movimiento, también de naturaleza trasversal, que recorre una serie de países no sólo europeos y americanos sino también africanos: los indignados. Que de manera original afrontan la naturaleza y los efectos de estas democracias envejecidas con planteamientos políticos de nuevo estilo y con reivindicaciones que, por decirlo con Trentin, se escapan de las lógicas del conflicto distributivo. No lo comentamos en nuestra agradable sobremesa en Sant Pol de Marx, acuciados como estábamos en darle una buena salida a la edición digital castellana de La città del lavoro.

Lo cierto es que, al principio, el movimiento del 15 M cogió a contrapié a las izquierdas políticas españoles y a un buen cacho del sindicalismo confederal. No te puedes imaginar hasta qué punto esa emergencia ha provocado perplejidades e incomprensiones en gente tan bragada como amigos nuestros, sindicalistas, que llevan ciento y la madre de conflictos bajo sus espaldas. En un principio fueron los celos: “¿qué se han creído estos que salen ahora?”. Y sorprendidos por el lógico desparpajo de todo lo que aparece de repente contestaban: “pero si nosotros llevamos cuarenta años en la batalla, ¿qué nos van a enseñar ahora?”. He hablado mucho de esto con nuestro Eduardo Saborido que tiene una idea de lo más lúcida al respecto, y me cuenta que por allá se ha enfrentado a algunos amigos, sindicalistas, tan celosos como los que yo me encontré por aquí.  Que incluso han olvidado la exagerada filotimia comisionera de la que siempre hicimos gala los sindicalistas de nuestra generación: “aunque se moje, Comisiones no se encoje”, respondíamos airados cuando la lluvia quería deslucir nuestras manifestaciones.

Es más, con quienes he discutido sobre ese epifenómeno de los indignados, mis interlocutores eran más exigentes con éstos  que con nosotros en nuestros primeros andares e incluso con ellos mismos, en estos tiempos de ahora. Por cierto, no me resisto a darte una sorpresa: he encontrado más prevención entre los sindicalistas más jóvenes. Algo chocante.

Ayer, comiendo con Miguel Helecho y Manolo Híspalis, el primero dijo: los indignados están en la calle y los sindicalistas en el centro de trabajo, así es que están obligados a entenderse. Manolo y yo le aplaudimos a rabiar en medio de la sorpresa de los comensales de la mesa de al lado. 

Te saludo, desde la mañana fresquita de Pineda de Marx.  JL


Habla Paco  


Salvando un malentendido. No, no iban por ahí los tiros, querido José Luis. Coincido plenamente, creo que lo he expresado así en nuestros anteriores desahogos, en la urgencia de revisitar la cuestión del camino hacia el socialismo. Con aviso incluido al conde Lucanor: «Quien no cata los fines, fará los principios errados.»

Cuando he definido como “antiguallas” las anteriores vías, cuando me asaltó de pronto la sensación de estar metiendo la pata en un terreno pantanoso y ser injusto con toda mi generación, incluida mi propia persona, es cuando escribí negro sobre blanco las etapas de avance que enunciábamos, y trompeteábamos con jactancia, en su momento. Sigo solicitando excusas si ando equivocado y perdido por los cerros de Úbeda, pero mi sensación, reafirmada por la lectura de Trentin, es que en el itinerario que nos marcamos entonces situamos la reforma democrática del ejército (¡del ejército!, me admiro en mi comentario) en un momento anterior a la reforma de la empresa taylorista. Hasta ahora mismo, cuando lo escribí, no había caído en la cuenta de tal circunstancia. Y me pregunté, y te pregunto: ¿fue ciertamente así? Porque la cuestión da un colorido bastante siniestro a la calificación de ‘ideología’ con copyright del Barbudo en la que Trentin insiste media docena de veces, evitando con elegancia ir más allá y meter el dedo en el ojo de nadie.

Me apunto por lo demás a la observación del doctor Helecho sobre el movimiento del 15-M, y la aplaudo como tú sin reservas. Un saludo también a Eduardo Saborido. Creo que los veteranos ociosos estamos quizá más predispuestos a escuchar lo nuevo que surge, que las personas metidas hasta el cuello en las dificultades de todos los días. Pero unos y otros estamos condenados a hacerlo. Amén.
Saludos, Paco.