Un
sector de la izquierda se ha pasado media vida en la Tierra y la otra media en
el Cielo reclamando la participación de la gente en las grandes solemnidades de
los momentos electorales. Así debía ser y así se hizo. Lo cierto es que los
resultados de tales llamamientos no siempre fueron los deseados. Es más, salvo
en ocasiones de mucho relieve, sería apropiado hablar de la parábola
descendente de la participación.
En
las recientes elecciones presidenciales de los Estados Unidos se ha dado, como
nunca había ocurrido antes, un índice de participación de masas muy elevado. A
mi juicio la novedad de esa participación ha sido la siguiente: de un lado, los
setenta millones de votos a Trump
eran una alternativa en negativo a lo existente; de otro lado, una parte
consistente de la enorme cantidad de sufragios que han dado la victoria a Biden – Harris se
dirigía fundamentalmente a impedir la reelección del Hombre bronca y no tanto a
apoyar a la pareja elegida. Es decir, setenta millones de votos a una
alternativa indeseable o participación en negativo, y más de setenta y cinco
millones de sufragios a una opción de
resistencia.
El
problema ahora es dar con la tecla para que la «alternativa indeseable» se diluya
gradualmente, al tiempo que la opción de
resistencia se va transformando en un proceso de consolidación y desarrollo
de la democracia. Todo podría depender
de, primero, el camino que va a escoger el Partido Republicano y, segundo, de
la lectura que haga el Partido Demócrata de todo lo que ha ocurrido.
Los
republicanos pueden decir, y no se equivocarían demasiado, que ha sido
precisamente la atracción por la terrible ideología de Trump, y su mendaz
campaña, la que le ha llevado a estar a punto de ganar las elecciones. Pero las
conclusiones de esa manera de leer las cosas podría tener unas consecuencias
devastadoras sobre el país y el mismo partido. Por otra parte, los demócratas
podrían pensar que siempre habrá en aquel gran país los suficientes anticuerpos
para impedir cualquier disparate de Trump o su porquero. Harían mal. Nada está asegurado
en los Estados Unidos en una u otra dirección. Entre otras cosas, porque –me juego lo que quieran— todavía sabemos muy
poco de lo que ha ocurrido allí tanto en los últimos cuatro años como en la
noche del Siete de Enero. Y todo eso deja un rescoldo. Habrá que seguir mirando
con el rabillo del ojo lo que pase en aquellas latitudes.
En
todo caso, queda pendiente una aproximación al fenómeno de las masas cautivadas
que, también aquí en la Marca Hispánica, salvadas las distancias, cual
muchedumbres medievales, siguen al Líder con la misma fe de aquellos cruzados
del «Dios lo quiere». He intentado comprender la cosa y he vuelto a estudiar Los orígenes del fundamentalismo, de Karen Armstrong (Tusquets, 2004). De momento poco he sacado
en claro.
Post
scriptum.--- «Lo primero es antes». Les recuerdo que así hablaba también don Venancio
Sacristán.
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