sábado, 16 de enero de 2021

Elecciones catalanas suspendidas: un dislate


 

Javier Aristu, José Luis López Bulla y Javier Tébar Hurtado.

 

La decisión que tomó ayer el vicepresidente en funciones de presidente (y candidato de los republicanos) de la Generalitat de aplazar (mejor, suspender) las elecciones previstas en Catalunya para el 14 de febrero significa traspasar una línea roja que, así lo creemos, tendrá consecuencias muy dañinas para nuestro sistema democrático. Fijándonos solo en el ámbito catalán, a lo largo de los últimos años se han venido adoptando por Presidencia de la Generalitat, instancias gubernamentales, Parlament y otras como el Sindic de Greuges, una serie de decisiones y tomas de postura trasladables a documentos administrativos e institucionales que solo nos llevan a creer que el estado de derecho en Cataluña ha sufrido daños esperemos que reparables en el futuro y que el marco general de la política, política entendida como marco de convivencia de la polis, de los ciudadanos que conviven en un territorio, está en una situación de profundo deterioro.

La decisión – que creemos improcedente desde el punto de vista político– de aplazar/suspender la convocatoria del 14F es el final de todo un proceso de disparates y dislates jurídico-políticos que han llevado a la comunidad política catalana a uno de los peores momentos de su dilatada historia.

Desde el punto de vista jurídico o constitucional no tenemos autoridad para dar una opinión técnica; por eso nos remitimos a la del catedrático Javier Pérez Royo que en Eldiario.es afirmaba: «La celebración de elecciones una vez que han sido convocadas no es susceptible siquiera de ser sometida a discusión. El Estado, y las Comunidades Autónomas son Estado, tiene que hacer uso de todos los recursos de que dispone para garantizar de una manera ordenada y segura el ejercicio del derecho de sufragio. La regularidad en el ejercicio de tal derecho forma parte del núcleo esencial de la democracia como forma política. No se pueden abrir paréntesis. Ni cortos ni largos».

¿Imaginamos que Donald Trump, escudándose en la expansión de la pandemia en los Estados Unidos, hubiera amenazado con “suspender” o “aplazar” las elecciones del pasado 3 de noviembre? ¿No hubiéramos hablado de un intento de golpe anticonstitucional? ¿No es acaso similar que en Cataluña, un “vicepresidente en funciones de presidente”, con un gobierno en funciones, con un Parlament decaído (ya que solo existe una Diputación permanente según ley) decida por decreto “suspender” o “aplazar” (sin fecha) las elecciones convocadas según ley? Llamémoslo de la forma que queramos pero desde el plano político es una forma de subvertir la ley y de evitar “el mandato de las urnas”, esas urnas tan deseadas en otros tiempos por los que ahora las retiran de circulación.

Hoy se “aplazan” o “suspenden” unas elecciones autonómicas a partir de la percepción de un gobierno de que la pandemia afectará a la salud y vida de los electores (por lo visto no afectan los transportes colectivos, los comercios, la vida callejera, el ocio en común); mañana se pueden aplazar o suspender unas elecciones por las razones que un gobierno en funciones crea convenientes. El golpe que se ha dado a la política democrática es imponente y no sabemos qué consecuencias tendrá en el futuro. Graves, de cualquier forma.

Desde hace años se viene denunciando el descenso de calidad en la vida democrática. Las instituciones democráticas, sus  normas y  pautas que las hacen funcionar, vienen siendo trastocadas y a veces subvertidas por maniobras y acciones cuyos resultados nunca suponen el incremento de la virtud democrática sino, al contrario, el aumento de los comportamientos antidemocráticos. Cataluña, sin duda no es la única comunidad política, es un ejemplo de ese deterioro creciente durante los últimos tiempos.

Esta decisión tomada por el vicepresidente en funciones, con el apoyo del Govern en funciones y de una mayoría de partidos que conforman su sistema parlamentario hasta ahora actuante pero ya decaído, supone el paso de un Rubicón del que no tenemos hoy en día conciencia de sus consecuencias. Ese Rubicón ya fue traspasado hace unos meses con en el caso de las elecciones vascas y gallegas. El paso y la forma de hacerlo fue criticado por juristas y constitucionalistas. Algunos afirmaron: «La pretensión de enmascarar la excepcionalidad creada por la nueva amenaza de la covid-19 que se está produciendo bajo la apariencia de esa “nueva normalidad” en la que se ha instalado nuestro ordenamiento jurídico produce una grave erosión sobre las bases del Estado de derecho» (Ana Carmona, El fin no justifica los medios, El País, 16 julio 2020). Estamos ante un problema básico en la conformación de la democracia: ¿Se admiten estados de excepción, situaciones de anormalidad, promovidos o resueltos al margen de los mecanismos que la propia ley establece? Este es el nudo gordiano: con la decisión tomada por los “gobernantes en funciones” de Catalunya se instaura una nueva anormalidad que viene a subvertir la normalidad democrática. Se ha quebrado el funcionamiento normal de la democracia, ésta ha quedado en suspenso a partir de la decisión del Govern en funciones (J. Pérez Royo). No solo se han suspendido las elecciones, se ha suspendido la democracia misma: ¿cómo llamaríamos a este fenómeno?

En el momento catalán  Imaginamos que van a actuar otras instituciones: ¿qué piensa hacer la Junta Electoral? ¿Actuará de oficio o por denuncia algún Tribunal de Cataluña? ¿Tiene algo que opinar la Diputación Permanente? ¿Qué opinión tienen los comentaristas más influyentes del país? Aparte de entrar en los juegos palaciegos sobre si “el efecto Illa” aumenta o se desvanece con esta decisión, sobre si los partidos independentistas –o socialistas o de la derecha, da igual– ganarían o perderían con el aplazamiento, sobre las correlaciones de un sistema parlamentario en completo descrédito…¿no es verdad que hasta este momento pocos han sacado a la superficie el inmenso error y gravedad que la decisión en sí, la de atreverse a “aplazar” o “suspender” las elecciones,  supone para el crédito de nuestro sistema político democrático en Catalunya (y como derivación en España)? Destacamos la intervención escrita que el mismo día 16 de enero hacía el curtido periodista Lluis Foix en su Foixblog: «Se va a votar teniendo en cuenta los intereses de una de las partes y no del todo. Es un paso en falso muy peligroso que pone en entredicho la misma democracia en Catalunya. La incertidumbre es incompatible con la tranquilidad que necesita el país que no puede plantear una nueva crisis institucional con el Parlament disuelto y sin capacidad de control al gobierno. Los servicios jurídicos del Parlament y de la Generalitat supongo que tendrán algo que decir. Un país que no observa sus propias leyes está encaminado a la decadencia». Poco más podemos añadir.

Estos días de enero, como en otras circunstancias fueron los 6 y 7 de octubre de 2017, pueden formar parte de una historia siniestra de deterioro y vaciamiento de la democracia catalana. Trastocar el estado de derecho, sortear por los propios ejecutivos las leyes de las que nos hemos dotado los ciudadanos, poner en solfa las normas y procedimientos estrictos y cerrados que sostienen un sistema democrático son pasos que van en la vía de derribar el propio edificio democrático por dentro. No hace falta irse a Budapest o a Washington para hablar de deterioro institucional. En la Plaça de Sant Jaume también habita el peligro.

 

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